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Las aventuras de Bella

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Antiguo 12-09-2011 , 09:55:41   #101
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Predeterminado Respuesta: El castigo de la Bella Durmiente

Los mejores licores
Pero ¿por qué, Bella? le susurró de nuevo Tristán, con los labios aún pegados a los de la
jo ven. Lo habéis tenido que hacer a propósito para escaparos del príncipe de la Corona.
Os admiraban demasiado, erais demasiado perfecta.
Sus ojos azul oscuro, de un tono casi violeta, parecían reflexivos, meditativos, aunque
reacios a manifestarse por completo.
Su rostro era un poco más grande que el de la mayoría de hombres, de osamenta fuerte y
perfec tamente simétrica, aunque los rasgos casi eran de licados, y tenía una voz más
baja y autoritaria que los príncipes que fueron los amos de Bella. Pero en aquella voz
sólo había calor, y eso, junto con sus largas pestañas que cobraban un reflejo dorado
bajo la luz del sol, le daban un aire de ensueño.
Hablaba a Bella como si siempre hubieran sido compañeros de esclavitud.
No sé por qué lo hice susurró Bella.
No puedo explicarlo pero, sí, debe de haber sido a propósito. Besó el pecho de Tristán y
rápidamente encontró sus pezones, que también besó, y a continuación los succionó con
intensidad, sintiendo cómo el príncipe volvía a latir con fuerza contra ella, pese a sus
leves ruegos que pedían cle mencia.
Evidentemente, los castigos de palacio habían sido sumamente obscenos, y servir de
juguete para la suntuosa corte, ser el objeto de una atención implacable, había sido
realmente excitante.
Sí, halagador y a la vez confuso: las palas de cuero exquisitamente repujado, las correas
y las marcas que provocaban, la implacable disciplina que la había dejado llorosa y
jadeante en tantas ocasiones. y los calientes baños perfumados que venían a
continuación, los masajes con aceites fragantes, las horas que pasaba medio dormida en
las que no se atrevía a considerar las tareas y pruebas que le aguardaban.
Sí, había sido embriagador y cautivador, in cluso aterrador.
Naturalmente había amado al alto y moreno príncipe de la Corona con sus misteriosos y
súbi tos arrebatos, así como a la encantadora y dulce lady Juliana con sus preciosas
trenzas rubias. Am bos habían sido unos eficaces verdugos.
Entonces, ¿por qué lo había echado todo a perder? ¿Por qué al ver a Tristán en el
cercado, entre el grupo de príncipes y princesas desobedientes condenados a ser
subastados en el pueblo, se había rebelado deliberadamente para ser castigada junto con
ellos?
Todavía recordaba la breve descripción que hizo lady Juliana de lo que les deparaba el
destino a aquellos desdichados:
Es un vasallaje horrible. La subasta empieza en cuanto llegan los esclavos, y ya os
imaginaréis que hasta los mendigos y patanes más abyectos de la ciudad están allí para
presenciarla. Cómo no, la ciudad entera festeja la jornada.
Luego, aquel extraño comentario expresado por el señor de Bella, el príncipe de la
Corona, que no podía imaginarse en aquel momento que su es clava favorita acabaría
condenándose a sí misma:
Ah, pero, pese a toda la brutalidad y crueldad había dicho, es un castigo sublime.
¿Acaso eran estas las palabras que la habían trastornado?
¿Acaso anhelaba que la expulsaran de la ilus tre corte, de los sofisticados e inteligentes
rituales que le imponían, para acabar sometida a una im placable severidad, donde las
humillaciones y azo tes se producirían con la misma fuerza y rapidez, pero con un
desbordamiento aún mayor y más salvaje?
Los límites serían, por supuesto, los mismos.
Ni tan siquiera en el pueblo estaba permitido des garrar la carne de un esclavo; en
ningún caso se podían provocar quemaduras ni lesiones graves.
No, todos los castigos contribuirían a su mejora.
Pero Bella ya sabía a estas alturas cuánto se podía lograr con la correa de cuero negro,
de inocente apariencia, y con la pala, tan engañosamente deco rada, pero de cuero al fin
y al cabo.
La diferencia era que en el pueblo no sería una princesa. Ni Tristán un príncipe.
Además, los ru dos hombres y mujeres que los obligarían a traba jar y los castigarían
sabrían que, con cada uno de aquellos golpes injustificados, estaban acatando la
voluntad de la reina.
De repente, Bella fue incapaz de pensar. Sí, lo había hecho deliberadamente, pero
¿cómo había cometido tan tremendo error?
Y vos, Tristán dijo de pronto, intentando ocultar un desgarro en la voz. ¿No fue también
intencionado lo vuestro? ¿No fue una provocación deliberada a vuestro amo?
Sí, Bella, en mi caso existe una larga historia contestó Tristán. Bella detectó la
aprensión en sus ojos, el temor que tanto le costaba admitir.
Como sabéis, yo servía a lord Stefan, pero lo que ignoráis es que un año antes, en otra
tierra y como iguales, lord Stefan y yo fuimos amantes. Los grandes ojos azules
cobraron una expresión más franca y los labios sonrieron un poco más cálidos, casi con
tristeza.
Bella sofocó un grito al oír estas palabras.
El sol dominaba el cielo pero la carreta, tras doblar una pronunciada curva, descendía
con más lentitud sobre un terreno irregular, sacudiendo a los esclavos que se caían unos
sobre otros aún con más brusquedad.
Podéis imaginaros nuestra sorpresa continuó Tristán cuando nos encontramos como
amo y esclavo en el castillo y cuando la reina, que percibió el rubor en el rostro de lord
Stefan, me entregó inmediatamente a él con instrucciones estrictas para que me
adiestrara personalmente has ta convertirme en un esclavo perfecto.

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Predeterminado Respuesta: El castigo de la Bella Durmiente

¡Qué horror! comentó Bella. Habién dolo conocido antes, caminando a su lado y ha
blando con él de igual a igual. ¿Cómo pudisteis someteros a aquello?
En el caso de Bella, todos sus amos habían sido completos desconocidos y los reconoció
per fectamente como sus señores en cuanto compren dió su indefensión y
vulnerabilidad. Había conocido el color y la textura de sus espléndidas pantuflas y
botas, los tonos estridentes de sus voces, antes de saber sus nombres o incluso de verles
el rostro. Pero Tristán esbozó la misma sonrisa misteriosa de antes.
Creo que fue mucho peor para Stefan que para mí le susurró al oído. Mirad, nos había
mos conocido en un gran torneo, donde nos en frentamos, y yo lo derroté en todas las
pruebas. Cuando cazábamos juntos, yo disparaba mejor y era mejor jinete. Me admiraba
y a la vez me apreciaba, y yo le quería por ello porque conocía el alcance de su orgullo
y de su amor. Como pareja, yo era quien tomaba la iniciativa.
»Luego, nuestras obligaciones nos forzaron a regresar a nuestros respectivos reinos.
Gozamos de tres noches furtivas de amor, quizás alguna más, en las que él se entregó
tanto como un mu chacho puede entregarse a un hombre. Luego vi nieron las cartas, que
finalmente resultaron dema siado dolorosas de escribir. Después, la guerra. El silencio.
El reino de Stefan se alió con el de la reina. Posteriormente, los ejércitos de su majestad
llegaron a nuestras puertas... Y se produjo este extraño encuentro en el castillo de la
reina: yo de rodillas a la espera de ser entregado a un amo respe table, y Stefan, el joven
deudo de la reina, sentado en silencio a su derecha en la mesa de banquetes. Tristán
sonrió una vez más. No, para él fue peor. Me abochorna admitir que mi corazón brin có
al verle. He sido yo quien, por despecho, he obtenido la victoria al abandonarlo.
Sí. Bella lo entendía porque sabía que había hecho lo mismo con el príncipe de la
Corona y con lady Juliana. Pero, el pueblo, ¿no sentíais miedo? Su voz se volvió a
quebrar. ¿Estarían muy lejos del pueblo, mientras hablaban de él? .
¿O es que era la única manera? preguntó que damente.
No lo sé. Seguro que hubo más cosas aparte de esto respondió Tristán en un susurro,
pero se detuvo algo confuso. Por si os interesa confesó, estoy aterrorizado. Pero lo
cierto es que lo dijo con tal calma, con una voz tan rebosante de seguridad y serenidad,
que Bella no pudo creerlo.
La crujiente carreta había tomado otra curva y los guardias se habían adelantado a
caballo para recibir órdenes del jefe. Los esclavos aprovecharon la ocasión para
murmurar entre ellos, aunque seguían demasiado temerosos y obedientes como para
deshacerse de las pequeñas embocaduras de cuero. No obstante, aún eran capaces de
consultarse ansiosamente sobre el destino que les espera ba, mientras el carro
continuaba oscilando en en su lento avance.
Bella dijo Tristán. Nos separarán cuando lleguemos al pueblo. Nadie sabe qué nos va a
pasar. Sed buena, obedeced. En el fondo, no puede ser... De nuevo la inseguridad lo
obligó a interrupirse. No puede ser peor que en el castillo.
Bella pensó que había detectado un tenue ma tiz de perturbación en su voz aunque, al
alzar la mirada hacia él, vio un rostro casi severo, sólo los hermosos ojos se habían
ablandado un poco. Bella apreció un leve atisbo de barba dorada en su man díbula y
deseó besarla.
¿Os preocuparéis por mí cuando nos sepa ren, intentaréis encontrarme, aunque sólo sea
para hablar un poco conmigo ? preguntó Bella. Oh, sólo saber que estaréis allí... Pero,
no, no creo que vaya a ser buena. No veo por qué debo seguir intentado ser buena.
Somos malos esclavos, Tris tán. ¿Por qué íbamos a obedecer ahora?
No digáis eso. Me preocupáis.
A lo lejos se oía un débil fragor de voces, el rugido de una numerosa multitud. Por
encima de las suaves colinas, llegaba el bullicio de una feria de pueblo y de cientos de
personas que hablaban, gritaban y se arremolinaban.
Bella se apretujó un poco más contra el pecho de Tristán. Sintió una punzada de
excitación entre las piernas y la fuerza con que latía su corazón. El miembro de Tristán
volvía a endurecerse pero no estaba dentro de ella y de nuevo fue una agonía te ner las
manos ligadas, no poder tocarlo. De repen te, la pregunta de Bella carecía de
significado, no obstante la repitió, entre el estruendo cada vez mayor de aquel rugido
distante.
¿Por qué debemos obedecer si ya hemos sido castigados?
Tristán también oía los crecientes sonidos le janos. El carretón cobraba velocidad.
En el castillo nos dijeron que debíamos obe decer siempre dijo Bella. Era lo que
deseaban nuestros padres cuando nos enviaron para prestar vasallaje a la reina y al
príncipe. Pero ahora somos esclavos malos...
Si desobedecemos, lo único que lograremos será un castigo aún peor contestó Tristán,
aunque un extraño brillo en su mirada traicionaba sus palabras. Sonaban falsas, como si
repitiera algo que debía decir por el bien de ella. Debemos es perar y ver qué sucede
continuó. Recordad, Bella, al final conquistarán nuestra voluntad.
Pero ¿cómo, Tristán? preguntó. ¿Que réis decir que os condenasteis a esto y aun así
obedeceréis? De nuevo sentía la misma agitación que experimentó en el castillo, cuando
dejó al príncipe y a lady Juliana llorando tras ella. «Soy una muchacha tan mala»,
pensó. Sin embargo...
Bella, sus deseos prevalecerán. Recordad que un esclavo díscolo y desobediente les
proporciona la misma diversión. Entonces, ¿por qué re sistirnos? preguntó Tristán.
¿Por qué esforzarse en obedecer? replicó Bella.
¿Tenéis fuerzas para ser tan mala en todo momento? inquirió él. Hablaba en voz baja
pero apremiante, con su cálido aliento en el cuello de la muchacha, a quien empezó a
besar otra vez. Bella intentaba impedir que el rugido de la multi tud penetrara en su
mente; era un sonido horren do, como el de una gran bestia en el momento de salir de su
cubil. Estaba temblando.
Bella, no sé qué he hecho dijo Tristán, que lanzó una ansiosa ojeada en dirección a
aquel fragor pavoroso y amenazador: gritos, aclamacio nes, la confusión de un día de
feria. Incluso en el castillo... empezó, y entonces los ojos azules se encendieron de algo
que podía ser miedo en un arrogante príncipe que no podía mostrarlo. In cluso en el
castillo, pensaba que era más fácil co rrer cuando nos mandaban correr, arrodillarse
cuando nos la ordenaban; era una especie de triunfo hacerlo a la perfección.
Entonces, ¿por qué estamos aquí, Tristán? preguntó Bella, que se puso de puntillas para
poder besarle los labios. ¿Por qué somos ambos unos esclavos tan malos?
Sin embargo, aunque intentaba parecer rebel de y valiente, se apretó contra Tristán llena
de de sesperación.

esquimala no está en línea   Responder Citando
Antiguo 12-09-2011 , 11:35:32   #103
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Predeterminado Respuesta: El castigo de la Bella Durmiente

se combina con el anterior.¡¡

gracias por aportar ¡¡

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"No se como será la tercera guerra mundial, sólo se que la cuarta será con piedras y lanzas" (Albert Einstein)



GABRIEL no está en línea   Responder Citando
Antiguo 14-09-2011 , 09:00:04   #104
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

LA SUBASTA EN EL MERCADO
La carreta se había detenido y Bella alcanzó a ver, entre la maraña de brazos blancos y
cabellos
desgreñados, las murallas del pueblo que se exten día más abajo, por cuyas puertas
abiertas salía una multitud variopinta que se lanzaba corriendo a los prados.
Rápidamente, los soldados obligaron a bajar del carretón a los esclavos, a quienes
apremiaban a agruparse sobre la hierba a golpe de correa. Bella quedó inmediatamente
separada de Tris tán, a quien apartaron bruscamente sin ningún otro motivo aparente
que el capricho de uno de los guardias.
A los demás cautivos les estaban retirando las embocaduras de cuero.
¡Silencio! resonó el vozarrón del jefe de patrulla. ¡En el pueblo, los esclavos no hablan!
¡El que abra la boca volverá a ser amordazado con mucha más crueldad que antes!
Rodeó con su caballo el pequeño grupo de pe nados, obligándolos a apretarse más, y
ordenó que se les desataran las manos; ¡Y pobre del escla vo que retirara las manos de
la nuca!
¡En el pueblo, vuestras voces descaradas no hacen ninguna falta! continuó. ¡Ahora sois
bestias de carga, tanto si esa carga es el trabajo como el placer de los amos!
¡Mantendréis en todo momento las manos en la nuca, de lo contrario, os enyugarán y os
llevarán por los campos para que tiréis del arado!
Bella temblaba frenéticamente. La obligaron a ponerse en marcha, pero no encontraba a
Tristán por ningún lado. A su alrededor no veía más que largas cabelleras movidas por
el viento, cabezas inclinadas y lágrimas. Al parecer, una vez desamordazados, los
esclavos lloraban más suavemente y se esforzaban por guardar silencio; pero los
guardias seguían impartiendo las órdenes a gritos.
¡Moveos! ¡Levantad las cabezas! ordenaban con voz ronca e impaciente. Al oír aquellas
voces enfurecidas Bella sentía los escalofríos que ascendían por sus brazos y piernas.
Tristán estaba en algún lugar tras ella. Si al menos pudiera acer carse un poco...
Se preguntaba por qué les habían dejado allí, tan lejos del pueblo, y por qué el carretón
daba media vuelta.
De repente lo comprendió. Iban a hacerlos marchar a pie, como cuando se lleva un
rebaño de ovejas al mercado. Casi con la misma rapidez con que lo pensaba, los
guardias montados a caballo arremetieron contra el pequeño grupo y los obli garon a
emprender la marcha con una lluvia de golpes.
«Esto es demasiado cruel», pensó Bella. Se puso a correr sin dejar de temblar. Como
siempre, el golpe sonoro de la pala la alcanzaba cuando me nos lo esperaba y la
impulsaba por los aires hacia delante, sobre la tierra blanda recién revuelta.
¡Al trote, levantad la cabeza! gritó el guardia. ¡Arriba también esas rodillas!
Bella veía los cascos de las monturas que pisa ban con fuerza a su lado, como antes los
había vis to en el castillo, en el sendero para caballos. Sintió la misma agitación
incontrolable cuando la pala le golpeó sonoramente los muslos e incluso las pan
torrillas. Los pechos le dolían y un continuo tormento de lava ardiente recorría las
irritadas pier nas desnudas.
Aunque no podía ver a la muchedumbre con claridad, sabía que estaba allí. Cientos de
lugareños, tal vez incluso miles, salían a raudales por las puertas del pueblo para ver a
sus esclavos. «y nos van a llevar justo hacia ellos; es terrible», pensó.
De repente, la determinación que en el carro la animaba a desobedecer, a rebelarse, la
abandonó. Simplemente estaba demasiado asustada. Corría cuanto podía por el camino
en dirección al pue blo, pero la pala seguía alcanzándola por mucho que ella se
apresurara. Corría tanto que finalmen te se dio cuenta de que se había abierto paso hasta
la primera fila de esclavos y que estaba galopando con ellos, sin nadie delante que la
ocultara de la enorme multitud.
Los estandartes ondeaban en las almenas de las murallas. A medida que los esclavos se
aproxi maban, se oían ovaciones, se veían brazos agitán dose y, en medio de la
excitación, se percibían también carcajadas burlonas. El corazón de Bella palpitaba con
fuerza mientras intentaba no mirar al frente, aunque era imposible apartar la vista.
«Ninguna protección, ningún sitio donde esconderse pensó. ¿y dónde está Tristán? ¿Por
qué no consigo retrasarme en el grupo? » Cuando lo intentó la pala la golpeó
sonoramente, una vez más, y el guardia le gritó que continuara adelante.
Los golpes no cesaban de castigar a los esclavos que la rodeaban y una princesa
pelirroja que corría a su derecha rompió a llorar desconsoladamente.
Oh, ¿qué nos va a suceder? ¿Por qué desobedecimos? gemía la princesita entre sollozos.
El príncipe moreno que corría al otro lado de Be lla le dirigió una mirada de
advertencia:
¡Silencio, o será peor!

esquimala no está en línea   Responder Citando
Antiguo 14-09-2011 , 09:00:37   #105
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

Bella no pudo evitar recordar su larga marcha hasta el reino del príncipe y cómo éste la
había conducido a través de pueblos en los que la habían reverenciado y admirado como
esclava escogida.
Esto era completamente distinto.
La multitud se había dividido y se repartía a ambos lados del camino a medida que los
esclavos se acercaban a las puertas del pueblo. Bella avistó brevemente a las mujeres
con sus blancos mandiles de fiesta y calzado de madera, y a los hombres con sus botas
de cuero sin curtir y los coletos de piel. Por todas partes aparecían rostros lozanos
animados por un evidente regocijo, lo que obligó a Bella a jadear y dirigir su mirada
hacia la tierra del camino que tenía enfrente.
Estaban cruzando la entrada. Sonó una trom peta y aparecieron por doquier manos que
que rían tocarlos, empujarlos, tirarlos del pelo. Bella sintió unos dedos que le
manoseaban el rostro con brusquedad y palmotadas en los muslos. Soltó un grito
desesperado y se esforzó por escapar de las manos que la empujaban con violencia
mientras a su alrededor se oían sonoras y profundas risas de escarnio, gritos,
exclamaciones y, de vez en cuando, algún chillido.
El rostro de Bella estaba surcado de lágrimas, aunque ni se había dado cuenta, y sus
pechos palpitaban con la misma pulsación violenta que sen tía en las sienes. Vio a su
alrededor las casas altas y estrechas del pueblo, con muros de entramado, que se abrían
ampliamente alrededor del gran mer cado.
En la plaza sobresalía una elevada tarima de madera con un patíbulo, y cientos de
personas se agolpaban en las ventanas y balcones desde donde agitaban pañuelos
blancos y aclamaban mientras una enorme muchedumbre obstruía las estrechas
callejuelas de acceso a la plaza en un intento vano por acercarse a los desgraciados
esclavos.
Los cautivos eran obligados a meterse en un redil situado tras la tarima. Bella vio un
tramo de escalones destartalados que conducían al entablado superior y una larga
cadena de cuero que colgaba por encima del patíbulo. A un lado se hallaba un hombre
con los brazos cruzados, esperando, mientras otro volvía a hacer sonar la trompeta
cuando la puerta del redil quedó cerrada. La mul titud rodeaba a los esclavos, pero no
había más que una delgada franja vallada para protegerlos.
Las manos volvían a tenderse para tocarlos, y los príncipes y princesas se apelotonaban.
Bella notó que le pellizcaban las nalgas y le levantaban el pelo fuertemente.
Empujó con fuerza hacia el centro buscando desesperadamente a Tristán, y lo atisbó un
instan te en el momento en que tiraban con rudeza de él para acercarlo al pie de las
escaleras.
«¡No, deben venderme con él!» se dijo Be lla. Decidió empujar con violencia hacia
delante, pero uno de los guardias la hizo volver con el pe queño grupo mientras la
muchedumbre gritaba, rugía y se reía.
La princesa pelirroja que había llorado en el camino parecía inconsolable en estos
momentos, y Bella se apretujó contra ella intentando animarla y al mismo tiempo
esconderse. La pelirroja tenía unos preciosos pechos altos con pezones rosados muy
grandes y una melena que se derramaba for mando bucles sobre el rostro surcado de
lágrimas.
La multitud vitoreó y gritó otra vez cuando el he raldo concluyó.
No tengáis miedo le susurró Bella. Re cordad que a fin de cuentas será muy parecido al
castillo. Nos castigarán, nos harán obedecer.
¡No, no va a ser así! respondió la princesa con un cuchicheo, intentando que no se
notara el movimiento de sus labios al hablar. Yo que pen saba que era tan rebelde, que
era tan traviesa.
El pregonero hizo sonar con fuerza la tercera llamada de trompeta, una aguda serie de
notas que reverberaron en la plaza, y en el silencio inme
diato que se hizo en el mercado resonó una voz:
¡La subasta de primavera va a comenzar!
Se oyó un estruendo general, un coro poco menos que ensordecedor, tan intenso que
conmo cionó a Bella dejándola casi sin aliento. La visión de sus pechos temblorosos la
sobresaltó y, al echar una rápida ojeada a su alrededor, descubrió tientos de ojos que
devoraban, examinaban y evalua ban sus atributos desnudos, y un centenar de labios
susurrantes y sonrientes.

esquimala no está en línea   Responder Citando
Antiguo 14-09-2011 , 09:01:26   #106
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

Entretanto, los guardias atormentaban a los príncipes fustigándoles levemente los penes
con los cintos de cuero. Luego, con las manos, les sos tenían y les dejaban caer
pesadamente los testícu los oscilantes al tiempo que les ordenaban que se mantuvieran
firmes y les castigaban con varios golpes de pala en las nalgas si no obedecían. Tristán
se encontraba de espaldas a Bella, que veía cómo temblaban los duros y perfectos
músculos de las piernas y nalgas del príncipe mientras el guardia lo importunaba,
pasándole la mano con brusquedad entre las piernas. En ese instante, Bella lamentó
terriblemente haber hecho el amor furtivamente con él. Si no conseguía una erección,
como le ordenaba el guardia, ella sería la culpable.
Volvió a oírse la retumbante voz:
Todos los presentes conocéis las normas de la subasta. Los esclavos desobedientes que
nuestra graciosa majestad ofrece para realizar trabajos forzados serán vendidos al mejor
postor por un período que sus nuevos señores y amos decidirán, y que nunca será
inferior a tres meses de vasallaje.
Estos esclavos desobedientes deberán comportar
se como criados silenciosos y, cada vez que lo per mitan sus señores y señoras, serán
traídos al lugar de castigo público para sufrir aquí su escarmiento, para disfrute de la
multitud así como para su pro pla mejora.
El guardia se había apartado de Tristán. Antes le había propinado un golpe de pala casi
juguetón tras sonreír susurrándole algo al oído.
A los nuevos amos se os encomienda so lemnemente que hagáis trabajar a estos
esclavos continuó la voz del heraldo sobre la tarima, que los disciplinéis y que no
toleréis ninguna desobediencia ni palabra insolente. Todo amo o se ñora puede vender a
su esclavo dentro del pueblo en cualquier momento y por la suma que conside re
conveniente.
La princesa de rojos cabellos apretaba los pechos desnudos contra Bella, que se adelantó
para besarle el cuello. Al hacerlo sintió el tupido vello rizado del pubis de la muchacha
contra la pierna, y la humedad y el calor que desprendía.
No lloréis le susurró.
Cuando regresemos, seré perfecta, seré per fecta le confió la princesa, que estalló de
nuevo en sollozos.
Pero ¿qué os hizo desobedecer? le susurró Bella rápidamente al oído.
No sé gimió la muchacha, abriendo completamente sus azules ojos. ¡Quería ver qué
pasaba! De nuevo empezó a llorar lastimosa mente.
Cada vez que castiguéis a uno de estos esclavos indignos continuaba el heraldo, estaréis
cumpliendo el mandato de su majestad real.
Es la mano de su majestad la que los golpea y son los labios reales los que les
reprenden. Una vez por semana, los esclavos serán enviados al edificio central de
cuidados. Habrá que alimentarlos adecuadamente, y deberán disponer de tiempo sufi
ciente para dormir. En todo momento, los es clavos deberán mostrar evidencias de
severos azotes; y toda insolencia o rebeldía será tajante mente reprimida.
El pregonero volvió a hacer sonar la trompeta. Había pañuelos blancos agitándose por
doquier y cientos de personas que aplaudían con entusiasmo. La princesa pelirroja soltó
un gritó al sentir que un joven que se había doblado sobre la valla del redil tiraba de su
muslo.
El guardia lo detuvo con una reprimenda be nevolente, pero el muchacho ya había
conseguido deslizar la mano en el húmedo sexo de la princesa.
En esos instantes obligaban a Tristán a subir al entarimado. Como antes, el príncipe
cautivo mantenía la cabeza erguida, las manos enlazadas en la nuca y una actitud de
total dignidad a pesar de que la pala golpeaba sonoramente sobre su tor neado y
apretado trasero mientras él ascendía por los escalones de madera.
Bella advirtió por primera vez, bajo el alto patíbulo y los eslabones de cuero de la
cadena colgante, una plataforma giratoria baja y redonda so bre la que un hombre alto y
demacrado con un coleto de terciopelo verde obligaba a subirse a Tristán.
El hombre separó las piernas del príncipe de una patada, como si no pudiera dirigirle ni
la or den más simple.
«Le tratan como a un animal», pensó Bella, que se esforzaba por ver lo que sucedía.
El alto subastador se incorporó y accionó la plataforma giratoria con un pedal, para que
Tris tán girara con facilidad y rapidez.
Bella alcanzó a vislumbrar el rostro enrojeci do del príncipe, su pelo dorado y los ojos
azules casi cerrados. El pecho y el vientre endurecidos relucían por el sudor, el pene
aparecía enorme y grueso, tal y como querían los guardias, y las pier nas le temblaban
ligeramente por la presión que las obligaba a mantenerse tan separadas.
El deseo se apoderó de Bella que, pese al mie do y a la lástima que le inspiraba Tristán
en aquel momento, percibía que sus propios órganos se hinchaban y volvían a latir. «No
pueden dejarme ahí sola ante todo el mundo. ¡No pueden vender me de este modo! ¡No
puede ser!», se decía.
Pero, cuántas veces había dicho estas mismas palabras en el castillo.
Unas sonoras carcajadas provenientes de un balcón próximo la cogieron desprevenida.
Por to das partes se alzaban conversaciones y discusiones aviva voz mientras la
plataforma giraba sin cesar y los rizos rubios de Tristán mantenían des pejada la nuca a
causa del movimiento, lo que le hacía parecer más desnudo y vulnerable.
Un príncipe de fuerza excepcional gritó el subastador con voz aún más fuerte y grave
que la del heraldo, lo que le permitía hacerse oír entre el estruendo de las
conversaciones, de largas extremidades pero de constitución robusta. Muy adecuado,
desde luego, para los trabajos de la casa, indiscutiblemente para el trabajo en el campo
y, sin duda, para el de las cuadras.
Bella dio un respingo.

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Antiguo 14-09-2011 , 09:01:56   #107
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

El subastador sostenía en la mano una larga, estrecha y flexible pala de cuero, que más
parecía una correa rígida. Golpeó con ella la verga de Tristán, otra vez de cara al redil
de esclavos, mientras anunciaba a todo el mundo:
Con un miembro fuerte, bien dispuesto, de gran resistencia, capaz de ofrecer servicios
inme jorables. El estallido de risas resonó por toda la plaza.
El subastador extendió el brazo, aferró a Tristán por el pelo y lo dobló bruscamente por
la cin tura, mientras accionaba de nuevo el pedal para que la plataforma girara mientras
Tristán conti nuaba inclinado.
Excelentes nalgas retumbó la profunda voz; luego se oyó el inevitable chasquido de la
pala que dejaba erupciones rojas sobre la piel de Tristán. ¡Elásticas y suaves! gritó el
subastador, quien ahora presionaba la carne con los dedos. Luego acercó la mano al
rostro de Tristán y lo levantó. ¡Y es recatado, de temperamento tranquilo, deseoso de
obedecer! ¡Más le vale! De nuevo, resonó un estallido y se oyeron risas por todas partes.
«¿Qué estará pensando? se dijo Bella. ¡Me resulta insoportable!»
El subastador había cogido otra vez a Tristán por la cabeza y Bella vio que el hombre
esgrimía un falo de cuero negro que colgaba de una cadena atada al cinturón de su
coleto de terciopelo verde.
Antes de que Bella alcanzara a comprender qué pretendía hacer, el subastador ya había
introducido el falo en el ano de Tristán, lo que suscitó nuevos vítores y gritos que
surgieron de la multitud que llenaba todos los rincones del mercado, mien tras el
príncipe seguía doblado por la cintura, con el rostro imperturbable.
¿Hace falta que diga más? gritó el subastador. Pues entonces... ¡que empiece la subasta!
Las pujas comenzaron de inmediato, supera das nada más escucharse por cantidades que
se gritaban desde todas las esquinas, como la de una mujer que estaba en un balcón
próximo, proba blemente la esposa de un tendero, con su soberbio corpiño de terciopelo
y su blusa de lino blanco, quien se levantó para pujar por encima de las ca bezas de los
otros.
«Encima, todos son sumamente ricos pensó Bella. Son tejedores, tintoreros y plateros de
la propia reina, así que cualquiera tiene dinero para comprarnos.» Incluso una mujer de
aspecto vul gar, con las manazas enrojecidas y el delantal manchado, pujó desde la
puerta de la carnicería, aunque enseguida quedó fuera de juego.
La pequeña plataforma giratoria continuaba dando vueltas lentamente. A medida que las
canti dades eran más elevadas, el subastador intentaba persuadir a la multitud para hacer
la puja final.
Con una vara delgada forrada de cuero, que de senfundó de una vaina como si se tratara
de una espada, presionó la carne de las nalgas de Tristán, aquí y allá, y le frotó el ano,
mientras el príncipe cautivo permanecía callado, con aspecto humilde, demostrando su
padecimiento únicamente por el rubor ardoroso del rostro.
Pero, de súbito, alguien alzó la voz desde el fondo de la plaza y superó todas las pujas
con un amplio margen, provocando un murmullo entre la muchedumbre. Bella
permanecía de puntillas, in tentando ver qué sucedía. Un hombre se había adelantado
para situarse ante la tarima y la prince sa lo vislumbró a través del andamiaje que soste
nía la plataforma. Era un hombre de pelo blanco, aunque no tan viejo como para lucir un
pelo tan cano, que se distribuía sobre su cabeza con un encanto inusual y que enmarcaba
un rostro cuadrado y bastante pacífico.
De modo que el cronista de la reina está in teresado en esta joven montura tan robusta
gri tó el subastador. ¿No hay nadie que ofrezca más? ¿Alguien da más por este
magnífico prínci pe? Vamos, seguro que... Otra puja. Pero al instante, el cronista la
superó, con una voz tan suave que incluso Bella se asombró de haberla oído. En esta
ocasión, la apuesta era tan alta que cerraba las puertas a cualquier oposición. ¡Vendido!
declaró finalmente el subasta dor a viva voz. ¡A Nicolás, el cronista de la reina e
historiador jefe del pueblo de su majestad, por la cuantiosa suma de veinticinco piezas
de oro! Bella contempló entre lágrimas cómo se lleva ban a Tristán de la tarima y lo
empujaban precipi tadamente escaleras abajo en dirección al hombre cano. Su nuevo
amo esperaba sereno, con los bra zos cruzados, ataviado con un coleto gris oscuro de
exquisito corte que le confería un aire principesco, mientras inspeccionaba en silencio
su reciente adquisición. Con un chasqueo de dedos, ordenó a Tristán que lo precediera
al trote para salir de la plaza.
La muchedumbre se apartó de mala gana para dejar marchar al príncipe, no sin antes
empujarlo y burlarse de él. Bella intentaba a duras penas ver la escena cuando se dio
cuenta de que la estaban separando del grupo de esclavos quejumbrosos; gritó y vio
cómo se la llevaban a rastras en direc ción a los escalones de madera.

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Antiguo 15-09-2011 , 09:26:08   #108
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

LA SUBASTA DE BELLA
«¡No, no puede ser verdad!», se dijo Bella, que sentía que las piernas no respondían
mientras la pala la golpeaba. Las lágrimas la cegaban cuando la llevaron casi en
volandas hasta la tarima y la colocaron sobre la plataforma giratoria. Poco importaba
que no hubiera caminado obediente mente.
¡Allí estaba! La multitud se extendía ante ella en todas direcciones, rostros contraídos y
manos que se agitaban, muchachas y muchachos de poca estatura que saltaban para
poder atisbar el espec táculo, mientras los que estaban en los balcones estiraban el
cuello para no perderse ningún detalle.
Bella temió sufrir un desmayo, pero inconce biblemente continuaba en pie. Cuando la
bota de blando cuero sin curtir del subastador le separó las piernas de una patada, la
princesa se esforzó por mantener el equilibrio mientras sus pechos tremulaban con los
sollozos contenidos. ¡Una princesita preciosa! gritó el subastador. Cuando la plataforma
empezó a girar súbi tamente, Bella estuvo a punto de perder pie. Ante ella vio a cientos
de personas que se apiñaban hasta llegar a las puertas del pueblo, en los balcones y
ventanas, y a los soldados repantigados sobre las almenas. ¡Con un cabello como hilo de
oro y tiernos pechos!
El brazo del subastador se movió alrededor del cuerpo de la princesa, le apretó con
fuerza los senos y le pellizcó los pezones. Bella soltó un grito contenido por sus labios
sellados, pero no pudo evitar sentir el ardor que de inmediato le invadió la entrepierna. y
si la cogía del pelo como había hecho con Tristán...
Todavía estaba pensando esto cuando se sintió forzada a doblarse por la cintura y
adoptar la mis ma postura que su compañero de esclavitud. Sus pechos parecieron
hincharse con su propio peso al quedar colgando bajo su torso, y la pala le volvió a
golpear las nalgas para deleite de la multitud, que no cesaba de expresar su regocijo. Se
oyeron aplausos, risas y gritos mientras el subastador le levantaba el rostro con el falo
de cuero negro, aunque mantenía a Bella inclinada sin dejar de ha cer girar la plataforma
cada vez más deprisa.
Preciosos atributos, idóneos sin duda para las labores caseras más delicadas. ¿Quién
malgas taría este delicioso bocado en los campos?
¡Que la lleven a los campos! gritó al guien, y se oyeron más vítores y risas. Cuando la
pala la azotó de nuevo, Bella soltó un gemido hu millante.
El subastador atenazó la boca de Bella con la mano y la obligó a levantar la barbilla, lo
que la hizo incorporarse con la espalda arqueada. «Voy a desmayarme, voy a
desfallecer», se decía la prin cesa, cuyo corazón latía con fuerza; pero seguía allí,
soportando la situación incluso cuando sintió entre los labios púbicos el repentino
hormigueo de la vara forrada de cuero. «Oh, eso no, no pue de...» pensó, pero su
húmedo sexo se hinchaba, hambriento del burdo contacto de la vara. Se re torció en un
intento de escapar a aquel tormento y la multitud rugió de entusiasmo.
Bella se dio cuenta de que estaba torciendo los labios de un modo terriblemente vulgar
para esca par al penetrante y punzante examen.
Nuevos aplausos y gritos aclamaron cuando el subastador empujó la vara hacia las
profundida des del caliente y húmedo vientre de la princesa sin dejar de gritar:
¡Una muchachita exquisita, elegante, ade cuada como doncella para la dama más
refinada o para diversión de cualquier caballero! Bella sabía que estaba como la grana.
En el castillo nunca había sufrido tal vejación. Sintió que sus piernas perdían el contacto
con el suelo mientras las manos firmes del subastador la levantaban por las muñecas
hasta dejarla colgada por encima de la plataforma, al tiempo que la pala alcanzaba sus
pantorrillas indefensas y las plantas de sus pies.
Sin pretenderlo, Bella pataleó en vano. Había perdido todo control. Gritaba con los
dientes apretados y mientras el hombre la asía, ella forcejeaba como una loca. Un
extraño y desesperado arrebato la invadió cuando la pala le azuzó el sexo, azotándolo y
toqueteándolo. Los gritos y rugidos de la multitud la ensordecían. Bella no sabía si en
realidad anhelaba aquel tormento o si prefería huir de él.
Sus oídos se llenaron de su propia respiración y de sus des controlados sollozos.
Entonces se dio cuenta, de repente, de que estaba dando a la con currencia precisamente
el tipo de espectáculo que todos deseaban. Estaban consiguiendo de ella mu cho más de
lo que les había dado Tristán, aunque no sabía si aquello le importaba. Tristán ya se ha
bía ido, y ella estaba completamente desampa rada.

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Antiguo 15-09-2011 , 09:26:47   #109
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

Las punzadas de la pala la castigaban haciéndole adelantar las caderas en un arco
provocativo. Luego volvían para rozarle otra vez el vello púbico, inundándola de
oleadas de placer y dolor al mismo tiempo.
En un gesto absolutamente desafiante, meneó el cuerpo con todas sus fuerzas y casi
consiguió desprenderse del subastador, que soltó una fuerte risotada de perplejidad. La
multitud no paraba de chillar mientras el hombre intentaba mantenerla quieta
presionando con los fuertes dedos las mu ñecas de Bella para izarla aún más. Por el
rabillo del ojo, la princesa vio que dos lacayos con vestimentas vulgares se apresuraban
a acercarse en dirección a la tarima.
Inmediatamente la cogieron por las muñecas
y la ataron a la tira de cuero que pendía del patíbulo, que estaba sobre la cabeza de la
princesa. Ésta se quedó entonces balanceándose en el aire, y la pala del subastador
empezó a golpearla, obligán dola a girar, mientras Bella no podía hacer otra cosa que
sollozar e intentar ocultar el rostro entre los brazos estirados.
No tenemos todo el día para divertirnos con esta princesita gritó el subastador, aunque
la muchedumbre lo provocaba gritándole «Azó tala, castígala».
Así que exigís mano firme y disciplina seve ra para la encantadora damita, ¿es esto lo
que me ordenáis? preguntó mientras Bella se retorcía con los azotes de la pala que le
propinaba en las plantas de los pies desnudos. Luego le levantó la cabeza y la colocó
entre los brazos para que no pudiera ocultar su rostro.
¡Unos pechos preciosos, brazos tiernos, nalgas deliciosas y una pequeña cavidad del
placer dig na de los dioses!
Empezaban a oírse las ofertas, superadas con tal rapidez que el subastador apenas
alcanzaba a repetirlas en voz alta. Bella vio a través de los ojos arrasados en lágrimas
cientos de rostros que la ob servaban fijamente: hombres jóvenes que se api ñaban hasta
el mismísimo borde de la tarima, un par de jovencitas que murmuraban y la señalaban y,
más atrás, una anciana apoyada en un bastón que estudiaba a Bella y levantaba un dedo
sarmen toso para ofrecer su postura.
De nuevo, una sensación de desenfreno se apoderó de ella. Sintió, una vez más, aquel
despe cho, y pataleó y gimió con los labios cerrados, aunque no dejaba de intrigarla el
hecho de que no gritara en voz alta. ¿Era más humillante admitir que podía hablar? ¿Se
sonrojaría aún más si la obli lecto y sentimientos, y no una esclava estúpida?
La única respuesta que obtenía eran sus propios sollozos. La subasta continuaba. Le
separa ron las piernas cuanto pudieron y el subastador le pasó la vara de cuero por las
nalgas como había hecho con Tristán. Le toqueteó el ano obligándola a protestar, a
apretar los dientes, a debatirse, e incluso a intentar alcanzar a su torturador con una
patada inútil.
Pero en aquel instante el subastador confirmaba la oferta más elevada, luego otra, y con
sus comentarios intentaba que la multitud pujara más alto, hasta que Bella lo oyó
anunciar con su característica y profunda voz:
¡Vendida a la mesonera, la señora Jennifer Lockley, de la posada el Signo del León. Por
la cuantiosa suma de veintisiete piezas de oro, esta fogosa y divertida princesita será
azotada para ganarse el pan.
LAS LECCIONES DE LA SEÑORA LOCKLEY
La multitud continuaba aplaudiendo mientras desencadenaban a Bella y la empujaban
escaleras abajo con las manos enlazadas tras la nuca, lo que realzaba aún más sus
pechos. No le sorprendió sentir que le colocaban una tira de cuero en la boca y se la
sujetaban firmemente a una hebilla, en la parte posterior de la cabeza, a la que a su vez
le ataron las muñecas. No le sorprendía después de la resistencia con la que había
forcejeado sobre la plataforma.
«¡Pues que hagan lo que quieran!», se dijo llena de desesperación. y cuando sujetaron
unas riendas a la misma hebilla y se las dieron a la alta dama de pelo negro situada de
pie ante la tarima, Bella se dijo: «Muy bien pensado. Me hará seguir la como si fuera
una bestia.»
La mujer estudiaba a Bella del mismo modo como lo hizo antes el cronista con Tristán.
Tenía un rostro vagamente triangular, casi hermoso, y una negra cabellera suelta que le
caía por la espalda, excepto una delgada trenza recogida sobre la frente que mantenía el
rostro despejado de los es pesos bucles oscuros. Llevaba un magnífico cor piño con
falda de terciopelo rojo y una blusa de lino de mangas abombadas.
«Una rica mesonera», concluyó Bella. La alta mujer tiraba con tanta fuerza de las
riendas que casi hizo caer a Bella. Luego se echó las riendas por encima del hombro y
obligó a la joven a adop tar un trote rápido tras sus pasos.

esquimala no está en línea   Responder Citando
Antiguo 15-09-2011 , 09:27:21   #110
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

Los lugareños se abalanzaban sobre la princesa, la empujaban, la pellizcaban,
palmoteaban sus irritadas nalgas y le decían que era una chica muy mala; luego, le
preguntaban si disfrutaba con sus cachetes y confesaban lo mucho que les gustaría
disponer de una hora a solas con ella para enseñar le buenos modales. Pero Bella tenía
los ojos clava dos en la mujer, temblaba de pies a cabeza y sentía un curioso vacío
mental, como si hubiera dejado por completo de pensar.
No obstante, lo hacía. Como antes, se pregun taba: «¿Por qué no voy a ser tan mala
como me plazca? » Pero súbitamente rompió a llorar una vez más, sin saber por qué. La
mujer caminaba tan rápido que Bella se veía obligada a trotar; así que obedecía, aunque
fuese a regañadientes, con los ojos irritados por las lágrimas lo cual hacía que en su
visión los colores de la plaza se fundieran en una única nube de frenético movimiento.
Entraron rápidamente en una pequeña calle donde se cruzaron con personas rezagadas
que apenas les dirigían un vistazo, impacientes por llegar a la plaza. Enseguida, Bella se
encontró trotando sobre los adoquines de una callejuela silenciosa y vacía que torcía y
daba vueltas bajo las oscuras casas con entramados, ventanas con paneles romboides y
contraventanas y puertas pintadas de vivos colores.
Había rótulos de madera por doquier que anunciaban los negocios del pueblo: aquí
colgaba una bota de zapatero, allí el guante de cuero de un guantero, y una copa de oro
toscamente pintada indicaba la presencia del tratante en cuberterías de plata y oro.
Un extraño silencio envolvió a las mujeres, y entonces Bella sintió que todos los leves
dolores de su cuerpo parecían avivarse. Notaba su cabeza lastrada con fuerza hacia
delante por las riendas de cuero que rozaban sus mejillas. Respiraba an siosamente
contra la tira de cuero que la amorda zaba y, por un momento, la sorprendió algo de la
escena general, de la callejuela serpenteante, las pequeñas tiendas desiertas, la alta
mujer con el corpiño y la amplia falda de terciopelo rojo cami nando ante ella, la larga
cabellera negra que caía en rizos sobre la estrecha espalda. Tuvo la impresión de que
todo aquello había sucedido antes o, más bien, de que era algo bastante corriente.
Aunque era del todo imposible, Bella se sintió como si, de alguna manera peculiar,
perteneciera a aquello, y poco a poco el terror paralizador que sintió en el mercado se
fue disipando. Estaba des nuda, sí, y le ardían los muslos por los hemato mas, igual que
las nalgas; no quería ni pensar en el aspecto que tendrían. Los pechos, como siempre,
enviaban aquella perceptible palpitación por todo su cuerpo y, cómo no, sentía la
terrible pulsación secreta entre las piernas. Sí, su sexo, importunado con tanta crueldad
por las rozaduras de aquella lisa pala, aún la enloquecía.
Pero en ese instante, todas estas cosas resultaban casi dulces. Incluso resultaba casi
agradable el sonoro contacto de los pies desnudos sobre los adoquines calentados por el
sol. Además, la alta mujer le inspiraba una vaga curiosidad. Bella se preguntaba cuál
sería su cometido a partir de aquel momento.
En el castillo nunca se planteó en serio este tipo de cosas. Le asustaba lo que pudieran
obligarla a hacer pero, en cambio, en estos instantes no estaba segura ni de si tendría
que hacer algo. No lo sabía.
De nuevo volvió a ella la sensación de total normalidad ante el hecho de estar desnuda,
de ser una esclava maniatada, penada, arrastrada con crueldad por esta callejuela. Se le
ocurrió pensar que la alta mujer sabía con precisión cómo mane jarla, por la manera
apresurada en que la llevaba, controlando toda posibilidad de rebelión. Todo esto
fascinaba a la princesa.
Dejó que su mirada discurriera errante por los muros y se percató de que, aquí y allí,
había gente que la observaba desde las ventanas. Por delante descubrió a una mujer que
la observaba con los brazos cruzados desde el balcón. Continuando el camino, un
muchacho sentado en el alféizar de la ventana le sonrió y le lanzó un besito. Luego
apareció un hombre de piernas torcidas y burda ves timenta que se quitó el sombrero
ante la señora Lockley y se inclinó a su paso. Aunque apenas se detuvo a mirar a Bella,
le dio una palmadita en las nalgas al cruzarse con ella. Aquella extraña sensación de
familiaridad con todo aquello empezó a confundir a Bella pero sin dejar de deleitarla al
mismo tiempo. Entretanto, llegaron rápidamente a otra gran plaza adoquina da, en cuyo
centro había un pozo público, y que estaba rodeada de mesones con sus letreros distin
tivos colgados a la entrada.
Allí estaban el Signo del Oso, el Signo del Ancla y el Signo de las Espadas Cruzadas,
pero el más destacado era, con mucho, el dorado Signo del León, que colgaba muy
elevado sobre una vas ta calzada, bajo tres pisos de ventanas emplomadas.
Sin embargo, el detalle más impactante era el cuerpo de una princesa desnuda que se
balanceaba por debajo del letrero, con las muñecas y tobillos atados a una tira de cuero,
de la que colgaba como una fruta madura, con el rojo sexo dolorosamente expuesto.
Era exactamente la postura en la que maniataban a los príncipes y princesas de la sala de
castigos del castillo, una postura que Bella aún no había sufrido en sus propias carnes
pero que temía más que ninguna otra. La princesa tenía el rostro entre las piernas, con
los ojos casi cerrados, tan sólo unos centímetros por encima de su sexo hin chado,
despiadadamente descubierto. Cuando vio a la señora Lockley, la muchacha gimió
retorciéndose bajo las ligaduras y, con gran esfuerzo, intentó adelantarse en un gesto de
súplica, como hacían los príncipes y princesas torturados en la sala de castigos del
castillo.

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