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Antiguo 14-09-2011 , 09:00:37   #105
esquimala
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

Bella no pudo evitar recordar su larga marcha hasta el reino del príncipe y cómo éste la
había conducido a través de pueblos en los que la habían reverenciado y admirado como
esclava escogida.
Esto era completamente distinto.
La multitud se había dividido y se repartía a ambos lados del camino a medida que los
esclavos se acercaban a las puertas del pueblo. Bella avistó brevemente a las mujeres
con sus blancos mandiles de fiesta y calzado de madera, y a los hombres con sus botas
de cuero sin curtir y los coletos de piel. Por todas partes aparecían rostros lozanos
animados por un evidente regocijo, lo que obligó a Bella a jadear y dirigir su mirada
hacia la tierra del camino que tenía enfrente.
Estaban cruzando la entrada. Sonó una trom peta y aparecieron por doquier manos que
que rían tocarlos, empujarlos, tirarlos del pelo. Bella sintió unos dedos que le
manoseaban el rostro con brusquedad y palmotadas en los muslos. Soltó un grito
desesperado y se esforzó por escapar de las manos que la empujaban con violencia
mientras a su alrededor se oían sonoras y profundas risas de escarnio, gritos,
exclamaciones y, de vez en cuando, algún chillido.
El rostro de Bella estaba surcado de lágrimas, aunque ni se había dado cuenta, y sus
pechos palpitaban con la misma pulsación violenta que sen tía en las sienes. Vio a su
alrededor las casas altas y estrechas del pueblo, con muros de entramado, que se abrían
ampliamente alrededor del gran mer cado.
En la plaza sobresalía una elevada tarima de madera con un patíbulo, y cientos de
personas se agolpaban en las ventanas y balcones desde donde agitaban pañuelos
blancos y aclamaban mientras una enorme muchedumbre obstruía las estrechas
callejuelas de acceso a la plaza en un intento vano por acercarse a los desgraciados
esclavos.
Los cautivos eran obligados a meterse en un redil situado tras la tarima. Bella vio un
tramo de escalones destartalados que conducían al entablado superior y una larga
cadena de cuero que colgaba por encima del patíbulo. A un lado se hallaba un hombre
con los brazos cruzados, esperando, mientras otro volvía a hacer sonar la trompeta
cuando la puerta del redil quedó cerrada. La mul titud rodeaba a los esclavos, pero no
había más que una delgada franja vallada para protegerlos.
Las manos volvían a tenderse para tocarlos, y los príncipes y princesas se apelotonaban.
Bella notó que le pellizcaban las nalgas y le levantaban el pelo fuertemente.
Empujó con fuerza hacia el centro buscando desesperadamente a Tristán, y lo atisbó un
instan te en el momento en que tiraban con rudeza de él para acercarlo al pie de las
escaleras.
«¡No, deben venderme con él!» se dijo Be lla. Decidió empujar con violencia hacia
delante, pero uno de los guardias la hizo volver con el pe queño grupo mientras la
muchedumbre gritaba, rugía y se reía.
La princesa pelirroja que había llorado en el camino parecía inconsolable en estos
momentos, y Bella se apretujó contra ella intentando animarla y al mismo tiempo
esconderse. La pelirroja tenía unos preciosos pechos altos con pezones rosados muy
grandes y una melena que se derramaba for mando bucles sobre el rostro surcado de
lágrimas.
La multitud vitoreó y gritó otra vez cuando el he raldo concluyó.
No tengáis miedo le susurró Bella. Re cordad que a fin de cuentas será muy parecido al
castillo. Nos castigarán, nos harán obedecer.
¡No, no va a ser así! respondió la princesa con un cuchicheo, intentando que no se
notara el movimiento de sus labios al hablar. Yo que pen saba que era tan rebelde, que
era tan traviesa.
El pregonero hizo sonar con fuerza la tercera llamada de trompeta, una aguda serie de
notas que reverberaron en la plaza, y en el silencio inme
diato que se hizo en el mercado resonó una voz:
¡La subasta de primavera va a comenzar!
Se oyó un estruendo general, un coro poco menos que ensordecedor, tan intenso que
conmo cionó a Bella dejándola casi sin aliento. La visión de sus pechos temblorosos la
sobresaltó y, al echar una rápida ojeada a su alrededor, descubrió tientos de ojos que
devoraban, examinaban y evalua ban sus atributos desnudos, y un centenar de labios
susurrantes y sonrientes.

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