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Las aventuras de Bella

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Antiguo 15-09-2011 , 09:28:32   #111
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

Los mejores licores
A Bella se le detuvo el corazón al ver a la mu chacha. Pero la señora Lockley la hizo
pasar justo a su lado, aunque fue incapaz de volver la cabeza para ver mejor a la
desgraciada, y a continuación tuvo que entrar trotando en la estancia principal de la
posada.
Pese al calor del día, el ambiente de la enorme sala era fresco. En la enorme chimenea
ardía un fuego, donde había una humeante marmita de hie rro. Docenas de mesas y
bancos concienzuda mente pulidos estaban repartidos por el vasto sue lo embaldosado,
y varios barriles gigantescos se alineaban a lo largo de las paredes. En uno de los lados
sobresalía una larga repisa que partía desde el hogar y, en el muro más alejado, había
algo así como un pequeño y tosco escenario. Un mostrador, largo y rectangular, se
extendía hacia la puerta desde el hogar y, tras él, un hombre con una jarra en la mano y
el codo apoyado en la madera parecía estar listo para servir cerveza a cualquiera que se
lo pidiera. Alzó la desgreñada cabeza, descubrió a Bella con sus oscuros ojos pequeños
y hundidos y, con una sonrisa, le dijo a la señora Lockley:
Ya veo que os ha ido bien.
Los ojos de Bella tardaron un momento en acostumbrarse a la penumbra, pero pronto se
per cató de que había otros muchos esclavos des nudos en la sala. En un rincón, un
príncipe de precioso cabello negro, desnudo y de rodillas, restregaba el suelo con un
gran cepillo cuyo mango de madera sostenía con los dientes. Una princesa de cabello
rubio oscuro se dedicaba a la misma tarea, más allá de la puerta. Otra joven de pelo
casta ño recogido sobre la cabeza estaba de rodillas sacando brillo a un banco, aunque
en su caso se beneficiaba de la clemencia de poder emplear las manos. Otros dos
jóvenes, príncipe y princesa, con el cabello suelto, se arrodillaban en el extremo más
alejado del hogar, iluminados por el destello de la luz del sol que entraba por la puerta
trasera, y bruñían vigorosamente diversas fuentes de peltre.
Ninguno de estos esclavos se atrevió a echar una sola ojeada a Bella. Su actitud era de
completa obediencia. Cuando la joven princesita avanzó apresuradamente con el cepillo
de fregar suelos para limpiar las baldosas próximas a los pies de Bella, ésta se percató
de que no hacía mucho que sus piernas y nalgas habían recibido el último cas tigo.
«Pero ¿quiénes son estos esclavos? », se preguntó Bella. Estaba casi segura de que
Tristán y ella formaban parte del primer grupo sentenciado a trabajos forzados. ¿Serían
éstos los incorregibles que por su mal comportamiento eran consignados al pueblo
durante un año?
Coged la pala de madera dijo la señora Lockley al hombre que estaba en la barra. Luego
tiró de Bella hacia delante y la arrojó a toda prisa sobre el mostrador.
La princesa no pudo contener un quejido y de pronto se encontró con las piernas
colgando por encima del suelo. Aún no había decidido si iba a obedecer o no a esta
mujer cuando sintió que le soltaba la mordaza y la hebilla y luego le llevaba las manos a
la nuca con suma violencia.
Con la otra mano, la mesonera le tocó entre las piernas y sus dedos indagadores
encontraron el sexo húmedo de Bella, los labios hinchados e incluso la ardiente pepita
del clítoris, lo que obligó a Bella a apretar los dientes para contener un gemido de
súplica.
La mano de la mujer la dejó padeciendo un tormento extremo.
Por un instante, Bella respiró sin impedimen tos pero a continuación sintió la lisa
superficie de la pala de madera que apretaba suavemente sus nalgas, con lo cual las
ronchas parecieron arder otra vez.
Roja de vergüenza tras el rápido examen, Bella se puso en tensión, a la espera de los
inevitables azotes que, sin embargo, no llegaron. La señora Lockley le torció la cara
para que pudiera ver a través de la puerta abierta
¿Veis a esa guapa princesa que cuelga delletrero? preguntó la dueña de la posada y,
agarrando a Bella por el pelo, tiró y empujó de su ca beza para que hiciera un gesto
afirmativo. Bella comprendió que no debía hablar y, por el momen to, decidió obedecer.
Asintió espontáneamente.

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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

El cuerpo de la princesa colgada giró un poco bajo las ligaduras. Bella no se había
percatado si su desgraciado sexo estaba húmedo o aletargado bajo el ineficaz velo de
vello púbico.
¿Queréis ocupar su lugar? preguntó la señora Lockley. Hablaba en tono categórico y
seguro. ¿Queréis colgar ahí hora tras hora, día tras día, con esa hambrienta boquita
vuestra mu riéndose de ganas, abierta ante todo el mundo?
Bella sacudió la cabeza con toda sinceridad.
¡Entonces dejaréis la insolencia y la rebeldía que mostrasteis en la subasta y obedeceréis
cada orden que recibáis, besaréis los pies de vuestros amos y lloriquearéis de
agradecimiento cuando os den el plato de comida, que relameréis hasta dejar bien
limpio!
Volvió a empujar la cabeza de Bella para que asintiera, mientras la princesa
experimentaba una excitación sumamente peculiar. Asintió una vez más,
espontáneamente, mientras su sexo latía con tra la madera de la barra del bar.
La mujer metió la mano bajo el cuerpo de la muchacha y le agarró los pechos,
juntándolos como si fueran dos blandos melocotones cogidos de un árbol. Bella tenía
los pezones ardiendo.
¿Verdad que nos entendemos? preguntó
la mesonera. Bella, tras un extraño momento de vacilación, asintió con la cabeza.
y ahora escuchad bien esto continuó la mujer con la misma voz pragmática. Voy a
azotaros hasta que la piel os quede en carne viva. y no será para deleite de ninguna
dama o rico noble, ni para disfrute de ningún soldado ni caballero; esta remos sólo las
dos, preparándonos para abrir el local una jornada más, haciendo lo que hay que hacer.
y os trataré así para dejaros tan escocida que el contacto de mi uña con vuestra carne os
hará dar alaridos y precipitaros a obedecer mis órdenes. Estaréis así de despellejada
cada uno de los días de este verano que vais a ser mi esclava, y co rretearéis a besar mis
pantuflas después de los azotes porque, de lo contrario, os colgaré de ese letrero. Hora
tras hora, día tras día, estaréis colga da y sólo os bajarán para comer y dormir, con las
piernas atadas y separadas, las manos ligadas a la espalda y las nalgas azotadas como
ahora vais a ver. y volverán a co1garos de ahí, para que los bru tos del pueblo puedan
reírse de vos y de vuestro hambriento sexo. ¿Lo entendéis?
Mientras esperaba la respuesta, la mujer con tinuaba balanceando los pechos de Bella y
tirán dole del pelo con la otra mano.
Bella asintió muy lentamente.
Muy bien dijo la mesonera en voz baja. Dio la vuelta a Bella y la estiró a lo largo del
mos trador, con la cabeza vuelta hacia la puerta. Le tomó la barbilla con la mano para
obligarla a mi rar por la puerta abierta en dirección a la pobre princesa que estaba
colgada, y seguidamente la pala de madera se apoyó en su trasero y apretó suavemente
las erupciones. Bella sintió sus nalgas enormes y calientes.
y bien, escuchad también esto continuó la señora Lockley. Cada vez que alce esta pala,
os pondréis a trabajar para mí, princesa. Vais a re torceros y gemir. No forcejearéis para
escaparos de mí; oh, no, no haréis eso, no. Ni tampoco reti raréis las manos de la nuca.
Ni os atreveréis a abrir la boca. Vais a retorceros y gemir. De hecho, bota réis bajo la
pala. Porque tendréis que demostrar me qué sentís con cada golpe, cómo lo apreciáis, lo
agradecida que estáis por el castigo que recibís y lo mucho que sabéis que lo tenéis
merecido. Si no sucede exactamente así, os colgaré antes de que acabe la subasta y el
local se llene de gente y de soldados ávidos por tomar la primera jarra de cer veza.
Bella estaba perpleja.
Nadie en el castillo le había hablado de este modo, con tal frialdad y simplicidad, y no
obstan te parecía que detrás de todo aquello había un im presionante sentido práctico
que casi hizo sonreír a Bella. Era esto precisamente lo que la mujer tenía que hacer,
reflexionó la princesa. ¿Por qué no? Si fuera ella quien regentara el mesón y hubiera
pagado veintisiete piezas de oro por una díscola y orgullosa esclava, posiblemente haría
lo mismo. Y, por supuesto, exigiría que la esclava se retorciera y gimiera para demostrar
que entendía que la esta ban humillando, ejercitaría completamente el es píritu del
esclavo en vez de liarse a golpes.

esquimala no está en línea   Responder Citando
Antiguo 15-09-2011 , 09:29:38   #113
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

Bella volvió a experimentar aquella peculiar sensación de normalidad.
Entendía cómo funcionaba aquel fresco y um brío mesón en cuya puerta la luz del sol se
derra maba sobre los adoquines, y comprendía perfec tamente las órdenes de la extraña
voz que le hablaba con tono superior de mando. El sofistica do lenguaje del castillo
resultaba empalagoso en comparación y, sí, razonó Bella, al menos por el momento,
obedecería, se retorcería y gemiría.
Al fin y al cabo, le iba a doler, ¿no? Lo comprobó súbitamente.
La pala la golpeó y, sin esfuerzo, extrajo de ella el primer y fuerte gemido. Era una gran
pala delgada de madera que produjo un sonido claro y pavoroso cuando volvió a
golpearla. Bajo la lluvia de azotes que le pinchaban las nalgas escocidas, Bella se
encontró de pronto, sin haberlo decidido conscientemente, retorciéndose y llorando con
nuevas lágrimas que le saltaban de los ojos. La pala parecía hacerle dar vueltas y
retorcerse, la arrojaba de un lado a otro del tosco mostrador, golpeándole las nalgas que
brincaban una y otra vez. Sintió que la barra del bar crujía bajo su peso cada vez que
subía y bajaba las caderas. Notó el roce de los pezones contra la madera. No obstan te,
continuó con los ojos llorosos fijos en la puerta abierta y, pese a estar absorta en el
sonido de los azotes de la pala y los sonoros gritos que intentaba amortiguar con sus
labios sellados, no pudo evitar intentar imaginarse a Sí misma preguntan dose si la
señora Lockley estaría complacida, si le parecería suficiente.
Bella oía sus propios gemidos guturales. No taba las lágrimas resbalándole por las
mejillas has ta caer sobre la madera del mostrador. Le dolía la mandíbula cada vez que
se debatía bajo la pala y sentla su largo pelo caldo alrededor de los hom bros y
cubriéndole el rostro.
La pala le hacía daño de verdad, el dolor era insorportable. La princesa se arqueaba
sobre las maderas como si quisiera preguntar con todo su cuerpo: «¿No es suficiente,
señora, no es suficiente? » De todas las pruebas a las que la habían some tido en el
castillo, en ninguna había demostrado tal padecimiento.
La pala se detuvo. Un suave torrente de sollozos llenó el repentino silencio y Bella se
apretó apresuradamente contra el mostrador, llena de humildad, como si implorara a la
señora Lockley. Algo le rozó levemente las irritadas nalgas y, con los dientes apretados,
Bella soltó un gruñido.
Muy bien decía la voz. Ahora levantaos y manteneos así delante de mí, con las piernas
separadas. ¡Ahora!
Bella se apresuró a acatar la orden. Descendió del mostrador y permaneció con las
piernas tan separadas como pudo, sin dejar de estremecerse a causa de los sollozos y
lloriqueos. Sin levantar la vista, veía la figura de la señora Lockley con los brazos
cruzados, el blanco de las mangas abombadas relucía entre las sombras y la grande y
ovalada pala de madera continuaba en sus manos.
¡De rodillas! La orden sonó tajante, acompañada de un chasquido de dedos. Y, con las
manos en la nuca, apoyad la cara en el suelo y arrastraos hasta la pared. Luego volved
en la mis ma posición, ¡rápido!
Bella obedeció a toda prisa. Era una calamidad intentar gatear de esta forma, con los
codos y la barbilla pegados al suelo. Sólo la idea de lo desma ñada y miserable que
resultaría le pareció inso portable, pero llegó al muro y regresó hasta la se ñora Lockley
rápidamente, sin pensárselo dos veces. Movida por un impulso irrefrenable le besó las
botas. La palpitación que percibía entre sus piernas se intensifició como si le hubieran
apreta do con un puño, obligándola a jadear. Si al menos pudiera juntar las piernas con
fuerza... pero la señora Lockley la vería y no se lo perdonaría.
¡Incorporaos, pero continuad de rodillas! ordenó la mesonera.
Agarró a Bella por el pelo y recogió los me chones en un rodete en la parte posterior de
la cabeza. Se sacó unas horquillas de los bolsillos y se lo sujetó.
A continuación chasqueó los dedos:
Príncipe Roger llamó, traed aquí el cu bo y el cepillo.
El príncipe de pelo negro obedeció al instante, moviéndose con serena elegancia pese a
estar a cuatro patas, y Bella comprobó que tenía las nal gas rojas, en carne viva, como si
poco antes él también se hubiera visto sometido a la disciplina de la pala. Besó las botas
de su señora, con los oscuros Iojos abiertos y directos, y luego se retiró por la puerta
trasera hacia el patio para atender la indicación de la mujer. El vello negro se espesaba
alrede dor del ojete rosáceo del ano del príncipe, las pequeñas nalgas eran de una
redondez exquisita para pertenecer aun hombre.
Ahora, tomad el cepillo entre los dientes y restregad el suelo, empezando por aquí, hasta
allá ordenó fríamente la señora Lockley. Hacedlo bien, que quede bien limpio, y
mantened las piernas bien separadas mientras fregáis. Si os veo con las piernas juntas, o
si os frotáis esa boquita hambrienta contra el suelo, o si veo que os la to cáis, acabaréis
colgada, ¿queda claro? Inmediatamente, Bella besó otra vez las botas de su ama.
Muy bien asintió la mesonera. Esta no che, los soldados pagarán mucho dinero por ese
pequeño sexo. Lo alimentarán muy bien. Pero por ahora, pasaréis hambre, con
obediencia y humil dad, y haréis lo que os diga.
Bella se puso a trabajar al instante con el cepillo, fregando con fuerza el suelo de
baldosas, mo viendo la cabeza adelante y atrás. El sexo le dolía casi tanto como las
nalgas pero, mientras trabaja ba, el dolor se mitigó y Bella sintió que su cabeza se
despejaba de un modo sumamente extraño.
¿Qué sucedería se preguntó, si los soldados la adoraban, pagaban con creces por ella,
alimentaban generosamente su sexo, por así decirlo, y luego Bella era desobediente?
¿Podría permi tirse la señora Lockley colgarla a las puertas del mesón?

esquimala no está en línea   Responder Citando
Antiguo 15-09-2011 , 09:30:12   #114
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

«¡Qué mala me estoy volviendo!», se dijo.
Pero lo más extraño de todo aquello era que su corazón latía velozmente al pensar en la
señora Lockley. Le gustaba su frialdad y severidad, de una manera que no había
experimentado antes en su adulad ora ama del castillo, lady Juliana. No po día evitar
preguntarse si la señora Lockley sentiría algún placer cuando la azotaba con la pala. Al
fin y al cabo, lo hacía muy bien.
Bella continuaba fregando mientras pensaba. Intentaba dejar las baldosas marrones del
suelo tan relucientes y limpias como podía, cuando de repente se percató de que sobre
ella se cernía una sombra. Pertenecía a alguien que se hallaba en el umbral de la puerta
abierta. Entonces oyó la voz de la señora Lockley que decía con suavidad:
Ah, capitán.
Bella levanto la vista con prudencia pero no sin cierto atrevimiento, ya que era
consciente de que posiblemente incurría en una insolencia. De pie, ante ella, descubrió a
un hombre rubio que calzaba botas de cuero cuya caña subía por encima de las rodillas
y que llevaba una daga enjoyada sujeta al grueso cinturón de cuero, del que también
colgaban un espadón y una larga pala de cuero. A Bella le pareció más grande que los
demás hombres que había conocido en este reino, a pesar de que era de constitución
delgada, excepto por la anchura de los hombros. El cabello rubio le cu bría
profusamente la nuca y se rizaba y espesaba en las puntas. Sus brillantes ojos verdes se
estrecharon con las líneas de una sonrisa cuando la miro.
La princesa sintió una punzada de consternación; sin saber por qué, experimentó un
repentino derretimiento de la frialdad y la dureza que la afectaba. Con calculada
indiferencia, continuó fregando.
Pero el hombre se situó justo delante de ella.
No os esperaba tan pronto dijo la señora Lockley. Contaba con que trajerais esta noche a
toda la guarnición.
Decididamente, señora contestó. Su voz se alzaba con un sonido casi brillante. Bella
sintió una peculiar tensión en la garganta y continuó restregando, intentando no prestar
atención a las botas de becerro finamente arrugadas que tenía delante. Presencié la
subasta de esta tortolita prosiguió el capitán, y Bella se sonrojó mientras
el hombre caminaba orgullosamente formando Iun círculo en torno a ella. Qué rebelde
comentó. Me sorprendió que pagarais tanto dine ro por ella.
Sé cómo tratar a las rebeldes, capitán dijo la señora Lockley con voz fría como el acero,
pero sin delatar orgullo ni ironía. Sin embargo, es una tortolita excepcionalmente
suculenta. Pensé que os gustaría disfrutar de ella esta noche. lavadla bien y enviádmela
a mi habitación, ahora mismo ordenó el capitán. Creo que no quiero esperar hasta la
noche.
Bella volvió la cabeza y deliberadamente lanzó una severa mirada al capitán. le pareció
desca radamente guapo, con una rubia y áspera barba, como si le hubieran frotado el
rostro con polvo de oro. El sol había dejado su marca en él; el intenso bronceado de su
piel hacía brillar aún más las cejas doradas y los dientes blancos. Apoyaba la mano
enguantada en la cadera y, cuando la señora lockley ordenó gélidamente a Bella que
bajara la vis ta, él se limitó a sonreír ante la insolencia de la
princesa.

esquimala no está en línea   Responder Citando
Antiguo 17-09-2011 , 14:57:36   #115
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

Exelente va este relato!!!!!
Señorita 12 paginas de buen relato!!!!
No me habia entretenido tanto conun relato!!!
Esperando la el proximo capitulo!!!!
Cuidate....

CANTI* no está en línea   Responder Citando
Antiguo 19-09-2011 , 09:53:05   #116
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

LA EXTRAÑA HISTORIA DEL
PRÍNCIPE ROGER
La señora Lockley levantó a Bella con brusquedad, le retorció las muñecas para
colocárselas en la nuca y seguidamente la obligó a salir por la puerta trasera a un gran
patio cubierto de hierba y frondosos árboles frutales.
Allí, en un tinglado descubierto, sobre unos bancos de madera, media docena de
esclavos des nudos dormían, al parecer tan profunda y confor tablemente como si
estuvieran en la suntuosa sala de esclavos del castillo. También había una mujer del
pueblo con las mangas remangadas que tenía a otro esclavo metido de pie en un gran
barreño de agua jabonosa. Él estaba atado por las manos a una rama que sobresalía del
árbol mientras la mu jer le restregaba las carnes con la misma rudeza con que se desala
la carne para la cena.
Sin darle tiempo a comprender lo que sucedía, Bella se vio metida en aquel barreño, con
el agua jabonosa remolineando a la altura de las rodillas.
Mientras le ataban las manos a la rama de la higuera que colgaba sobre su cabeza, oyó
que la señora Lockley llamaba al príncipe Roger.
El esclavo apareció de inmediato, esta vez de pie, con el cepillo de fregar en la mano, y
al instan te se ocupó de Bella. La mojó de arriba abajo con agua caliente, le frotó codos
y rodillas con más fuerza, y a continuación la cabeza, que volvió a uno y otro lado con
gran rapidez.
En este lugar el lavado se reducía a lo indispensable, sin lujos superfluos. Bella dio un
respingo cuando el cepillo le restregó entre las piernas y gimió al notar las ásperas
cerdas sobre las ronchas y magulladuras.
La señora Lockley se había ido. La corpulenta posadera había enviado a la cama al
pobre esclavo quejumbroso, recién restregado, guiándolo con azotes, y a continuación
había desaparecido hacia el interior de la posada. En el patio sólo quedaban los esclavos
que descansaban.
¿Me responderéis si hablo? preguntó Bella en un susurro. La piel oscura del príncipe le
pareció de una suavidad cérea en contraste con la suya. Éste le echaba la cabeza
ligeramente hacia atrás para verterle el jarro de agua caliente por en cima. Ahora que
estaban a solas, los ojos del prín cipe tenían un brillo alegre.
Sí, pero tened mucho cuidado. Si nos pillan, nos mandarán a recibir el castigo público.
Me as quea sobremanera servir de diversión en la plataforma giratoria para los patanes
del pueblo.
Pero, decidme, ¿por qué estáis aquí? pre guntó Bella. Yo creía que había llegado con los
primeros esclavos que enviaron desde el castillo.
Llevo años en el pueblo dijo. Casi no recuerdo el castillo. Me sentenciaron por
escabullirme con una princesa. ¡Estuvimos dos días en teros escondidos antes de que
nos encontraran! explicó con una sonrisa. Pero nunca volverán a llamarme.
Bella se quedó conmocionada. Recordó la no che furtiva que pasó con Alexi muy cerca
de la alcoba de la mismísima reina.
¿Y qué le sucedió a ella? preguntó Bella.
Oh, estuvo un tiempo en el pueblo y luego regresó al castillo. Se convirtió en una de las
favoritas de la reina y cuando llegó el momento de re gresar a su reino, prefirió quedarse
a vivir aquí y ser una dama de la corte.
¡No hablaréis en serio! exclamó Bella lle na de asombro.
Pues así es. Se convirtió en miembro de la corte. En una ocasión incluso bajó a caballo
hasta el pueblo con sus nuevos ropajes para verme y preguntarme si me gustaría
regresar y ser su escla vo. La reina estaba dispuesta a permitirlo, dijo, porque ella había
prometido castigarme con toda contundencia y fustigarme sin descanso. Sería la ama
más perversa que jamás hubiera tenido escla vo alguno, afirmó. Como podéis
imaginaros, yo me quedé absolutamente pasmado. Cuando la ha bía visto por última vez
estaba desnuda, en las ro dillas de su señor. En cambio, ahora cabalgaba sobre un
caballo blanco, llevaba un fantástico vestido de terciopelo negro con ribetes dorados y el
pelo trenzado con oro. Venía dispuesta a cargarme desnudo sobre su silla. Yo me escapé
corriendo pero hizo que el capitán de la guardia me trajera de vuelta, y desde su
montura me azotó con la pala en el centro mismo de la plaza ante una muchedumbre de
lugareños. Disfrutó como una loca.
¿Cómo pudo hacer una cosa así? Bella es taba indignada. ¿Habéis dicho que llevaba el
ca bello peinado en trenzas?
Sí respondió. He oído decir que nunca lo lleva suelto. Le recuerda demasiado sus tiempos
de esclava.
¿No será lady Juliana?
Sí, precisamente de ella se trata. ¿Cómo lo habéis sabido?
Fue mi torturad ora en el castillo; era mi ama, y el príncipe de la Corona, mi señor expli
có Bella. Recordaba perfectamente el encantador rostro de lady Juliana y esas espesas
trenzas. ¿Cuántas veces había tenido que escapar de su pala en el sendero para caballos?
. ¡Oh, qué ho rror! balbució. Pero ¿qué sucedió después?
¿Cómo conseguisteis huir de ella?
Ya os he dicho que eché a correr y el capitán de la guardia me trajo de vuelta. Estaba
claro que aún no estaba preparado para regresar al castillo se rió. Por lo que me
contaron, lady Juliana suplicó y rogó para que me entregaran, y prome tió domesticarme
sin ayuda de nadie. ¡Vaya monstruo! exclamó Bella.
El príncipe le secó los brazos y la cara. Salid del barreño y callaos. Creo que la señora
Lockley está en la cocina. Luego susurró: La señora Lockley no estaba dispuesta a
dejarme marchar. Pero Juliana no es la primera es
clava que se queda en el castillo y acaba convirtiéndose en un terror para los demás
cautivos.
Quizás algún día os encontréis ante esta disyuntiva. De repente descubriréis que tenéis
una pala en las manos y todos esos traseros desnudos a vues tra merced. Pensad en ello
dijo Roger, sonrien do con naturalidad.

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Antiguo 19-09-2011 , 09:53:42   #117
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

¡Jamás! respondió Bella con voz entre cortada.
Bueno, démonos prisa. El capitán está espe rando.
La imagen de lady Juliana desnuda junto a Ro ger fulguró brillante en la mente de Bella.
¡Cómo le gustaría colocar a lady Juliana sobre sus rodillas, aunque sólo fuera por una
vez! Sintió una intensa agitación entre las piernas. Pero ¿qué estaba pensando? La
simple mención del capitán le pro vocó una debilidad instantánea. Bella no tenía
ninguna pala en las manos, ni nadie a su merced. Era una esclava desnuda y díscola,
apunto de ser enviada ante un soldado bregado que sentía una evidente debilidad por los
rebeldes. Al imaginarse el apuesto rostro bronceado por el sol y los profundos ojos
centelleantes del oficial, pensó: «Si de verdad soy una muchacha tan mala, entonces ac
tuaré como tal.»
EL CAPITÁN DE LA GUARDIA
La señora Lockley había salido por la puerta.
Desató las manos de Bella y le secó el pelo con ru deza. Después de atarle las muñecas
detrás de la espalda, la obligó a entrar en la posada y subir por una estrecha y curva
escalera de madera que ascendía desde detrás del hogar. Bella hubiera sentido el calor
de la chimenea a través del muro mientras subía al piso de arriba si no la hubieran
obligado a marchar con tanta rapidez.
La señora Lockley abrió una pequeña puerta de roble y forzó a Bella a arrodillarse al
entrar en la habitación. La empujó con tal ímpetu que la princesa tuvo que estirar los
brazos para no caer de bruces.
Aquí está, mi apuesto capitán anunció la mujer.
Bella oyó el sonido de la puerta que se cerraba a su espalda. Se había arrodillado sin
estar aún segura de lo que la mesonera quería de ella. Su cora zón se aceleró al ver las
familiares botas de piel de becerro, el resplandor del pequeño fuego encendido en el
hogar y la gran cama artesonada de made ra bajo un techo inclinado. El capitán estaba
sen tado en un pesado sillón, junto a una larga mesa de madera oscura.
Pero, aunque Bella esperaba, él no le dio ninguna orden sino que se limitó a recoger su
larga melena con la mano y a levantarla por el pelo, lo que la obligó a gatear un poco
hacia delante y arrodillarse luego ante él. Se quedó mirándolo asombrada. Volvió a
contemplar el rostro desca radamente apuesto, el abundante cabello rubio del que con
toda seguridad él se vanagloriaba, y los ojos verdes hundidos en la bronceada piel, que
respondieron a la mirada de la princesa con igual intensidad.
Una terrible debilidad se apoderó de Bella.
Algo en su interior, una mansedumbre que pare cía crecer, que infectaba todo su
corazón y espíritu, se ablandó completamente. La joven se opuso de inmediato a aquella
extraña reacción, pero parecía que empezaba a entender algo...
El capitán puso a Bella de pie sujetándola por la melena que aún tenía enrollada en la
mano iz quierda. Elevándose sobre ella, le separó las piernas de una patada.
Ahora vais a mostraros a mí dijo sin el menor atisbo de sonrisa. Antes de que Bella
tuvie ra tiempo de pensar qué iba a pasar, el capitán le soltó la cabellera y la princesa se
encontró en medio de la habitación, desatada y humillada.
El capitán se hundió de nuevo en la silla, totalmente confiado en que la joven
obedecería sus órdenes. El corazón de Bella palpitaba con tal fuerza que se preguntó si
su captor alcanzaría a oír los latidos.

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Antiguo 19-09-2011 , 09:54:13   #118
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

Bajad las manos y abrid los labios del sexo. Quiero comprobar vuestros atributos.
Un intenso rubor quemó el rostro de Bella, que se quedó mirando al oficial sin moverse.
En aque llos instantes su corazón latía a toda velocidad. Al momento el capitán se puso
en pie, cogió a Bella por las muñecas y la levantó brutalmente para dejarla sentada sobre
la mesa de madera. Do bló a la princesa hacia atrás apretándole las muñe cas contra la
columna vertebral y la obligó a sepa rar de nuevo las piernas, esta vez con la rodilla,
mientras la observaba fijamente.
Bella no se acobardó y en vez de apartar la vista se quedó mirándolo directamente a la
cara. Al mis mo tiempo sintió que los dedos enguantados ejecu taban la orden que había
recibido momentos antes y separaban ampliamente los labios vaginales. A continuación
el capitán procedió a estudiarla.
La princesa forcejeó, se retorció e intentó za farse desesperadamente, pero los dedos la
abrían como si fueran una palanca que se clavaba con fuerza en su clítoris.
Sintió el rubor que le abrasaba el rostro y sacudió las caderas resistiéndose
abiertamente. Sin embargo, bajo la envoltura de cuero de los guan tes, su clítoris se
endureció y aumentó de tamaño. Estaba apunto de reventar bajo la presión del ín dice y
el pulgar del capitán.
Bella jadeaba y tuvo que apartar la cara. Cuando oyó que él se desabrochaba los
pantalones y sintió la dura punta de su verga que le rozaba el muslo, gimió y levantó las
caderas en un gesto de ofrecimiento.
Seguidamente, el enorme miembro empezó a penetrar su sexo. La llenaba tan
plenamente que sentía el caliente y húmedo vello púbico del capi tán tapando
herméticamente su vagina, mientras la izaba cogiéndola por las doloridas nalgas.
Cuando él la levantó de la mesa, Bella le rodeó el cuello con los brazos, se apoyó en su
cintura con las piernas. El capitán se ayudaba de las ma nos para desplazarla por su
órgano desgarrador, levantándola y bajándola siguiendo toda la longi tud de su miembro
mientras la princesa emitía unos gritos sofocados. La manejaba cada vez con más vigor
aunque ella no se daba cuenta de que le mecía la cabeza con la mano derecha, le había
vuelto la cara hacia arriba y le había metido la len gua en la boca. Bella sentía
únicamente las estremecedoras explosiones de placer que la inunda ban y luego su
propia boca que se atenazaba a la de su agresor, su cuerpo tenso e ingrávido que él
levantaba y volvía a bajar, levantaba y volvía a bajar, hasta que experimentó con un
fuerte grito, un grito desmesurado, el demoledor orgasmo final.
Pero aquello no cesaba. La boca del capitán le succionó el grito, sin soltarla, y cuando la
princesa pensó que la agonía llegaba a su fin, él vertió su propio clímax en su interior.
Bella oyó el gruñido que surgió desde lo profundo de la garganta de su captor cuando
paralizó las caderas para adoptar luego un frenético ritmo de movimientos rápidos y
bruscos.
La habitación se sumió en un repentino silen cio mientras el capitán la acunaba. Su
miembro continuaba en el interior de ella, produciéndole espasmos ocasionales que la
obligaban a gemir quedamente.
Luego sintió que se quedaba vacía por dentro.
Intentó protestar de algún modo silencioso pero él continuó besándola.
Se encontró otra vez de pie. El capitán le había vuelto a colocar las manos en la nuca y
le había se parado las piernas con un suave empujón de la bota. Pese a todo aquel dulce
agotamiento, Bella siguió de pie. Miraba fijamente hacia delante, pero no veía más que
un borrón de luz.
Y bien, ahora tendremos una pequeña de mostración, como había solicitado dijo él, que
volvió a besar la boca de Bella, la abrió y recorrió el interior del labio con la lengua. La
joven lo miró directamente a los ojos, no veía nada aparte de aquellos ojos que la
observaban. «Capitán», pen só aquella palabra. Luego vio la maraña de pelo rubio sobre
la frente bronceada y marcada por profundas líneas. Pero él había retrocedido y la había
dejado allí en medio, de pie.

esquimala no está en línea   Responder Citando
Antiguo 19-09-2011 , 09:55:10   #119
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

Os pondréis las manos entre las piernas le indicó suavemente y se acomodó en el sillón
de roble, con los pantalones pulcramente abrochados y me mostraréis el sexo ahora
mismo. Bella se estremeció. Miró hacia su propio cuerpo, caliente y que rezumaba
humedad, y sintió aquella debilidad que se había extendido a todos sus músculos. Para
su propia sorpresa, dejó que sus manos se deslizaran entre las piernas y palpó los
resbaladizos labios que aún ardían y palpitaban debido a las contundentes embestidas.
Se tocó la vagina con la punta de los dedos. Abridlo para que lo pueda ver ordenó él,
recostándose en el sillón, con el codo apoyado en el brazo y la mano bajo la barbilla.
Así. Más abierto, ¡más abierto!
La princesa estiró la estrecha abertura, aunque no se creía que ella, la chica mala,
estuviera haciendo aquello. Una sutil y lánguida sensación de placer, un eco del éxtasis
alcanzado, la amansó aún más y la tranquilizó. Se había separado tanto los labios que
casi le dolían.
Y el clítoris dijo, levantadlo. La pequeña protuberancia le quemó contra el dedo al
obedecer.
Moved el dedo aun lado para que pueda ver ordenó.
Y así lo hizo, con toda la gracia que pudo.
Ahora estirad otra vez la entrada y adelantad las caderas.
La princesa obedeció, pero aquel movimiento de caderas la inundó de otra oleada de
placer. Era consciente del rubor en su cara, garganta y pechos. Oía sus propios gemidos.
Las caderas se ele vaban cada vez más, se movían más y más deprisa.
Veía los pezones de sus pechos que se contraían formando pequeños fragmentos de
piedra rosada y percibía su propio quejido cada vez más intenso y suplicante.
Aquel deseo que la debilitaba con tal dulzura comenzaría en cualquier momento. En
aquel ins tante notaba cómo sus labios se congestionaban al contacto de los dedos, los
fuertes latidos de su clítoris, como si de un pequeño corazón se tratara, y el hormigueo
de la carne rosada que lo rodeaba.
El deseo era casi insoportable. Entonces sintió la mano derecha del capitán en su cuello.
La atrajo hacia sí, le dio media vuelta y la sentó sobre su re gazo, con la cabeza apoyada
en el pliegue de su codo, mientras con la mano izquierda apartaba cuanto podía la pierna
derecha de la muchacha.
Ella sentía el suave coleto de becerro contra su costado desnudo, la piel de las altas
botas bajo las caderas, y veía la cara de él por encima. Aquellos ojos la perforaban. El
capitán besó lentamente a Bella, que volvió a agitar las caderas involuntariamente. Se
estremeció. Luego él sostuvo algo des lumbrante y hermoso a la luz, obligando a Bella a
parpadear. Era la gruesa empuñadura de su daga, con incrustaciones de oro, esmeraldas
y rubíes. El objeto desapareció pero Bella no tardó en sentir el frío metal contra la
vagina.
Oooooh, sí... gimió al percibir que la em puñadura se deslizaba hacia dentro, mil veces
más dura y cruel que el miembro del capitán, de mayor tamaño, al menos eso parecía, y
la levantaba pre sionando su ardiente clítoris.
Casi gritó de deseo, con la cabeza desmayada y la mirada ciega a otra cosa que no
fueran los atentos y escrutadores ojos del capitán. Las caderas de Bella ondularon
salvajemente contra el re gazo de él, mientras el mango de la daga entraba y salía,
entraba y salía, hasta que no pudo soportarlo más y el éxtasis volvió a paralizarla y
silenciar su boca abierta, desvaneciendo la visión del capitán en un momento de
liberación total.
Cuando recuperó la conciencia, sus caderas aún experimentaban aquel temblor salvaje,
la va gina profería jadeos silenciosos, pero ahora estaba sentada y el capitán le sostenía
la cara entre las manos para besarle los párpados.
Sois mi esclava dijo.
Bella asintió.
Cada vez que venga a la posada, seréis mía. Desde donde os encontréis en ese momento,
os acercaréis a mí y besaréis mis botas.
Bella asintió una vez más.
El capitán la puso en pie y, antes de que pudiera darse cuenta, la habían obligado a salir
del cuarto con las manos detrás de la nuca, y se encontró bajando por la misma escalera
de caracol por la que había subido.La cabeza le daba vueltas. Él iba a dejarla. No podía
soportar la idea. «Oh, no, no, por favor, no os marchéis», se decía llena de
desesperación. El capitán le propinó unos azotes fervorosos en el trasero con su gran
mano enguantada en fino cue ro y la obligó a entrar otra vez en la fresca oscuridad de la
posada, donde ya había seis o siete hom bres bebiendo.
Bella captó las risas, las charlas, el sonido de la pala que golpeaba en algún rincón del
local y de un esclavo que gemía y sollozaba.
Pero no se quedaron allí sino que la obligaron a salir a la plaza que había fuera de la
posada.
Doblad los brazos a la espalda dijo el capitán. Marcharéis ante mí levantando las rodi
llas, con la cabeza erguida.

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Antiguo 21-09-2011 , 18:23:19   #120
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

EL LUGAR DE CASTIGO PÚBLICO
Por un momento, la luz del sol resultó dema siado brillante. Aunque Bella ya tenía
bastante con doblar los brazos tras la nuca y marchar le vantando las piernas cuanto
podía, finalmente vis lumbró la plaza cuando empezaron a andar por ella. Distinguió los
grupillos de holgazanes y charlatanes que iban de acá para allá, varios jóve nes sentados
sobre el amplio reborde del pozo, ca ballos amarrados a las entradas de las posadas y
también esclavos desnudos desperdigados aquí y allá, algunos postrados de rodillas,
otros marchan do como ella.
El capitán la obligó a girar con otro de sus azotes de amplia trayectoria, no muy fuerte,
al tiempo que le estrujaba un poco la nalga derecha para indicarle la dirección a seguir.
Medio dormida, Bella se encontró en una am plia calle llena de tiendas, muy parecida a
la calle juela por la que había venido pero, a diferencia de aquélla, ésta estaba repleta de
gente muy atareada que compraba, regateaba y discutía.
Volvió a experimentar aquella terrible sensa ción de normalidad, de que todo esto había
suce dido con anterioridad; o como mínimo, le resulta ba tan familiar que podría haber
ocurrido hacía tiempo. Ver a un esclavo desnudo limpiando un esc******e a cuatro patas
le parecía bastante habi tual, y otro esclavo con un cesto atado a la espalda, marchando
como ella ante una mujer que le arrea ba con un bastón, pues sí, eso también le parecía
normal. Incluso los esclavos amarrados desnudos a las paredes, con las piernas
separadas y los ros tros medio adormecidos, parecían lo más natural ¿Por qué no iban a
mofarse de ellos los jóvenes del pueblo al pasar por delante, por qué iban a dejar de dar
una palmotada aun pene erecto por aquí o pellizcar un pobre pubis languidecido por
allí? Sí, definitivamente era lo más natural.
Incluso la incómoda palpitación de sus senos, los brazos doblados en la nuca
obligándola asacar pecho, todo eso parecía bastante lógico, una forma muy adecuada de
marchar, pensó Bella. Cuando recibió otro azote cariñoso, marchó con más brío e
intentó levantar las rodillas más garbosa mente.
Estaban llegando al otro lado del pueblo, al mercado al aire libre donde se
arremolinaban cientos de personas alrededor de la elevada plataforma de subastas. De
los pequeños estableci mientos de comida llegaban aromas deliciosos.
Podía oler incluso los vasos de vino que los jóvenes vendían en los puestos ambulantes,
veía los ropajes de la tienda de tejidos que volaban for mando largas ondulaciones, las
pilas de cestos y cuerdas a la venta, y también los esclavos desnu dos que, ocupados en
mil tareas, estaban disemi nados por toda la plaza.
En una callejuela, un esclavo arrodillado barría vigorosamente el suelo con una pequeña
esco ba. Otros dos cautivos a cuatro patas, con unos cestos llenos de fruta atados a sus
espaldas se apresuraban a salir al trote por una puerta. Una delgada princesa estaba
colgada cabeza abajo contra la pared, con el vello púbico reluciente al sol, el rostro
enrojecido y bañado en lágrimas y los pies diestramente sujetos a la pared con unas
anchas ajorcas bien apretadas.
Pero ya habían llegado a otra plaza, que era una prolongación de la primera, un extraño
lugar sin pavimentar, con tierra blanda y revuelta, igual que el sendero para caballos del
castillo. El capitán permitió a Bella detenerse y se quedó de pie a su lado con los
pulgares sostenidos en el cinturón, echando un vistazo general.
Bella descubrió otra alta plataforma giratoria, como la de la subasta, y sobre ella un
esclavo ata do al que un hombre estaba dando un cruel casti go mientras hacía girar la
plataforma accionando un pedal, igual que el subastador. Cada vez que el esclavo
llegaba a la posición adecuada, el hombre alcanzaba con el látigo su trasero desnudo. La
pobre víctima era un príncipe de fantástica musculatura, con las manos atadas
fuertemente a su espalda y la mandíbula levantada sobre un corto y burdo pilar de
madera, lo que permitía que todo el mundo le viera la cara mientras recibía su castigo.
«¿Cómo puede mantener los ojos abiertos? se preguntó Bella. ¿Cómo puede soportar
mirar al público? » La multitud que rodeaba la tarima chi llaba y gritaba como lo había
hecho en la subasta celebrada horas antes.
Cuando el torturador alzó su látigo de cuero para indicar a los presentes que el castigo
había concluido, el pobre príncipe, con el cuerpo convulsionado, la cara contraída y
empapada, recibió una granizada de fruta madura y desperdicios.

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