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Antiguo 21-09-2011 , 18:23:19   #120
esquimala
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

EL LUGAR DE CASTIGO PÚBLICO
Por un momento, la luz del sol resultó dema siado brillante. Aunque Bella ya tenía
bastante con doblar los brazos tras la nuca y marchar le vantando las piernas cuanto
podía, finalmente vis lumbró la plaza cuando empezaron a andar por ella. Distinguió los
grupillos de holgazanes y charlatanes que iban de acá para allá, varios jóve nes sentados
sobre el amplio reborde del pozo, ca ballos amarrados a las entradas de las posadas y
también esclavos desnudos desperdigados aquí y allá, algunos postrados de rodillas,
otros marchan do como ella.
El capitán la obligó a girar con otro de sus azotes de amplia trayectoria, no muy fuerte,
al tiempo que le estrujaba un poco la nalga derecha para indicarle la dirección a seguir.
Medio dormida, Bella se encontró en una am plia calle llena de tiendas, muy parecida a
la calle juela por la que había venido pero, a diferencia de aquélla, ésta estaba repleta de
gente muy atareada que compraba, regateaba y discutía.
Volvió a experimentar aquella terrible sensa ción de normalidad, de que todo esto había
suce dido con anterioridad; o como mínimo, le resulta ba tan familiar que podría haber
ocurrido hacía tiempo. Ver a un esclavo desnudo limpiando un esc******e a cuatro patas
le parecía bastante habi tual, y otro esclavo con un cesto atado a la espalda, marchando
como ella ante una mujer que le arrea ba con un bastón, pues sí, eso también le parecía
normal. Incluso los esclavos amarrados desnudos a las paredes, con las piernas
separadas y los ros tros medio adormecidos, parecían lo más natural ¿Por qué no iban a
mofarse de ellos los jóvenes del pueblo al pasar por delante, por qué iban a dejar de dar
una palmotada aun pene erecto por aquí o pellizcar un pobre pubis languidecido por
allí? Sí, definitivamente era lo más natural.
Incluso la incómoda palpitación de sus senos, los brazos doblados en la nuca
obligándola asacar pecho, todo eso parecía bastante lógico, una forma muy adecuada de
marchar, pensó Bella. Cuando recibió otro azote cariñoso, marchó con más brío e
intentó levantar las rodillas más garbosa mente.
Estaban llegando al otro lado del pueblo, al mercado al aire libre donde se
arremolinaban cientos de personas alrededor de la elevada plataforma de subastas. De
los pequeños estableci mientos de comida llegaban aromas deliciosos.
Podía oler incluso los vasos de vino que los jóvenes vendían en los puestos ambulantes,
veía los ropajes de la tienda de tejidos que volaban for mando largas ondulaciones, las
pilas de cestos y cuerdas a la venta, y también los esclavos desnu dos que, ocupados en
mil tareas, estaban disemi nados por toda la plaza.
En una callejuela, un esclavo arrodillado barría vigorosamente el suelo con una pequeña
esco ba. Otros dos cautivos a cuatro patas, con unos cestos llenos de fruta atados a sus
espaldas se apresuraban a salir al trote por una puerta. Una delgada princesa estaba
colgada cabeza abajo contra la pared, con el vello púbico reluciente al sol, el rostro
enrojecido y bañado en lágrimas y los pies diestramente sujetos a la pared con unas
anchas ajorcas bien apretadas.
Pero ya habían llegado a otra plaza, que era una prolongación de la primera, un extraño
lugar sin pavimentar, con tierra blanda y revuelta, igual que el sendero para caballos del
castillo. El capitán permitió a Bella detenerse y se quedó de pie a su lado con los
pulgares sostenidos en el cinturón, echando un vistazo general.
Bella descubrió otra alta plataforma giratoria, como la de la subasta, y sobre ella un
esclavo ata do al que un hombre estaba dando un cruel casti go mientras hacía girar la
plataforma accionando un pedal, igual que el subastador. Cada vez que el esclavo
llegaba a la posición adecuada, el hombre alcanzaba con el látigo su trasero desnudo. La
pobre víctima era un príncipe de fantástica musculatura, con las manos atadas
fuertemente a su espalda y la mandíbula levantada sobre un corto y burdo pilar de
madera, lo que permitía que todo el mundo le viera la cara mientras recibía su castigo.
«¿Cómo puede mantener los ojos abiertos? se preguntó Bella. ¿Cómo puede soportar
mirar al público? » La multitud que rodeaba la tarima chi llaba y gritaba como lo había
hecho en la subasta celebrada horas antes.
Cuando el torturador alzó su látigo de cuero para indicar a los presentes que el castigo
había concluido, el pobre príncipe, con el cuerpo convulsionado, la cara contraída y
empapada, recibió una granizada de fruta madura y desperdicios.

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