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Antiguo 15-09-2011 , 09:29:38   #113
esquimala
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

Bella volvió a experimentar aquella peculiar sensación de normalidad.
Entendía cómo funcionaba aquel fresco y um brío mesón en cuya puerta la luz del sol se
derra maba sobre los adoquines, y comprendía perfec tamente las órdenes de la extraña
voz que le hablaba con tono superior de mando. El sofistica do lenguaje del castillo
resultaba empalagoso en comparación y, sí, razonó Bella, al menos por el momento,
obedecería, se retorcería y gemiría.
Al fin y al cabo, le iba a doler, ¿no? Lo comprobó súbitamente.
La pala la golpeó y, sin esfuerzo, extrajo de ella el primer y fuerte gemido. Era una gran
pala delgada de madera que produjo un sonido claro y pavoroso cuando volvió a
golpearla. Bajo la lluvia de azotes que le pinchaban las nalgas escocidas, Bella se
encontró de pronto, sin haberlo decidido conscientemente, retorciéndose y llorando con
nuevas lágrimas que le saltaban de los ojos. La pala parecía hacerle dar vueltas y
retorcerse, la arrojaba de un lado a otro del tosco mostrador, golpeándole las nalgas que
brincaban una y otra vez. Sintió que la barra del bar crujía bajo su peso cada vez que
subía y bajaba las caderas. Notó el roce de los pezones contra la madera. No obstan te,
continuó con los ojos llorosos fijos en la puerta abierta y, pese a estar absorta en el
sonido de los azotes de la pala y los sonoros gritos que intentaba amortiguar con sus
labios sellados, no pudo evitar intentar imaginarse a Sí misma preguntan dose si la
señora Lockley estaría complacida, si le parecería suficiente.
Bella oía sus propios gemidos guturales. No taba las lágrimas resbalándole por las
mejillas has ta caer sobre la madera del mostrador. Le dolía la mandíbula cada vez que
se debatía bajo la pala y sentla su largo pelo caldo alrededor de los hom bros y
cubriéndole el rostro.
La pala le hacía daño de verdad, el dolor era insorportable. La princesa se arqueaba
sobre las maderas como si quisiera preguntar con todo su cuerpo: «¿No es suficiente,
señora, no es suficiente? » De todas las pruebas a las que la habían some tido en el
castillo, en ninguna había demostrado tal padecimiento.
La pala se detuvo. Un suave torrente de sollozos llenó el repentino silencio y Bella se
apretó apresuradamente contra el mostrador, llena de humildad, como si implorara a la
señora Lockley. Algo le rozó levemente las irritadas nalgas y, con los dientes apretados,
Bella soltó un gruñido.
Muy bien decía la voz. Ahora levantaos y manteneos así delante de mí, con las piernas
separadas. ¡Ahora!
Bella se apresuró a acatar la orden. Descendió del mostrador y permaneció con las
piernas tan separadas como pudo, sin dejar de estremecerse a causa de los sollozos y
lloriqueos. Sin levantar la vista, veía la figura de la señora Lockley con los brazos
cruzados, el blanco de las mangas abombadas relucía entre las sombras y la grande y
ovalada pala de madera continuaba en sus manos.
¡De rodillas! La orden sonó tajante, acompañada de un chasquido de dedos. Y, con las
manos en la nuca, apoyad la cara en el suelo y arrastraos hasta la pared. Luego volved
en la mis ma posición, ¡rápido!
Bella obedeció a toda prisa. Era una calamidad intentar gatear de esta forma, con los
codos y la barbilla pegados al suelo. Sólo la idea de lo desma ñada y miserable que
resultaría le pareció inso portable, pero llegó al muro y regresó hasta la se ñora Lockley
rápidamente, sin pensárselo dos veces. Movida por un impulso irrefrenable le besó las
botas. La palpitación que percibía entre sus piernas se intensifició como si le hubieran
apreta do con un puño, obligándola a jadear. Si al menos pudiera juntar las piernas con
fuerza... pero la señora Lockley la vería y no se lo perdonaría.
¡Incorporaos, pero continuad de rodillas! ordenó la mesonera.
Agarró a Bella por el pelo y recogió los me chones en un rodete en la parte posterior de
la cabeza. Se sacó unas horquillas de los bolsillos y se lo sujetó.
A continuación chasqueó los dedos:
Príncipe Roger llamó, traed aquí el cu bo y el cepillo.
El príncipe de pelo negro obedeció al instante, moviéndose con serena elegancia pese a
estar a cuatro patas, y Bella comprobó que tenía las nal gas rojas, en carne viva, como si
poco antes él también se hubiera visto sometido a la disciplina de la pala. Besó las botas
de su señora, con los oscuros Iojos abiertos y directos, y luego se retiró por la puerta
trasera hacia el patio para atender la indicación de la mujer. El vello negro se espesaba
alrede dor del ojete rosáceo del ano del príncipe, las pequeñas nalgas eran de una
redondez exquisita para pertenecer aun hombre.
Ahora, tomad el cepillo entre los dientes y restregad el suelo, empezando por aquí, hasta
allá ordenó fríamente la señora Lockley. Hacedlo bien, que quede bien limpio, y
mantened las piernas bien separadas mientras fregáis. Si os veo con las piernas juntas, o
si os frotáis esa boquita hambrienta contra el suelo, o si veo que os la to cáis, acabaréis
colgada, ¿queda claro? Inmediatamente, Bella besó otra vez las botas de su ama.
Muy bien asintió la mesonera. Esta no che, los soldados pagarán mucho dinero por ese
pequeño sexo. Lo alimentarán muy bien. Pero por ahora, pasaréis hambre, con
obediencia y humil dad, y haréis lo que os diga.
Bella se puso a trabajar al instante con el cepillo, fregando con fuerza el suelo de
baldosas, mo viendo la cabeza adelante y atrás. El sexo le dolía casi tanto como las
nalgas pero, mientras trabaja ba, el dolor se mitigó y Bella sintió que su cabeza se
despejaba de un modo sumamente extraño.
¿Qué sucedería se preguntó, si los soldados la adoraban, pagaban con creces por ella,
alimentaban generosamente su sexo, por así decirlo, y luego Bella era desobediente?
¿Podría permi tirse la señora Lockley colgarla a las puertas del mesón?

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