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Las aventuras de Bella

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Antiguo 17-08-2011 , 09:48:14   #31
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

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Sin embargo, el escudero Félix se detuvo súbitamente.
—Le he hecho sangre, alteza.
El príncipe Alexi estaba de rodillas con la cabeza agachada, jadeando.
Su alteza lo miró y luego hizo un gesto de asentimiento.
Chasqueó los dedos para que el cautivo se levantara y una vez más le alzó la barbilla y le miró a la cara surcada de lágrimas.
—Por esta noche habéis logrado que suspenda el castigo en virtud de esa piel tan delicada —dijo.
Le dio la vuelta para ponerlo frente a Bella. El príncipe Alexi mantenía las manos en la nuca y su rostro, enrojecido y húmedo, le pareció a ella de una hermosura indescriptible. Rebosaba de una emoción indecible. Cuando se lo aproximaron de un empujón, incluso oía los fuertes latidos de su corazón.
«Si vuelve a besarme, me moriré —pensó Bella—. Nunca conseguiré disimular mis sentimientos ante el príncipe.»
«Y si la regla consiste en que me pueden azotar hasta que salga sangre...» No tenía una idea real de lo que esto podía significar, aparte de un dolor mucho mayor del que ya había sufrido. Pero incluso eso sería preferible a que su alteza descubriera lo fascinada que se sentía por el príncipe Alexi. «¿Por qué lo hace?», se preguntó con desesperación.
Pero el príncipe empujó al cautivo hacia delante.
—Pon tu cara en su regazo —dijo— y rodéala con tus brazos.
Bella se quedó boquiabierta y se incorporó, mientras el príncipe Alexi se apresuraba a obedecer. La princesa observó con la mirada baja el pelo caoba que cubría su propio sexo mientras sus brazos la rodeaban y sentía los labios de él contra sus muslos. Su cuerpo estaba caliente y palpitante; podía oír los latidos de su corazón y, sin pretenderlo, alargó las manos para cogerle por la cadera.
El príncipe separó de una patada las piernas del príncipe Alexi y, cogiendo bruscamente con la mano izquierda la cabeza de Bella para poder besarla, introdujo su órgano en el ano de su esclavo.
El príncipe Alexi gimió por la brutalidad y rapidez de las embestidas. Bella sentía la presión mientras el príncipe cautivo era impelido hacia ella cada vez más deprisa. Su alteza la había soltado y ella lloraba, pero seguía pegada al príncipe Alexi. Luego su señor dio la embestida final con un gemido, las manos pegadas a la espalda del cautivo, y permaneció quieto dejando que el placer le recorriera todo el cuerpo.
Bella intentaba mantenerse inmóvil.
El príncipe Alexi la soltó, pero no sin esbozar una pequeña sonrisa secreta entre sus piernas, justo en lo alto de su vello púbico y, en el momento en que lo apartaban de ella, sus ojos oscuros se estrecharon de nuevo para dedicarle una sonrisa.
—Montadlo en el pasaje —dijo el príncipe al escudero—. Comprobad que nadie le satisfaga. Mantened su tormento, y recordadle cada cuarto de hora su deber con su príncipe, pero no lo satisfagáis.
Se llevaron al príncipe Alexi de la estancia.
Bella permaneció sentada contemplando la puerta abierta. Pero el espectáculo no había terminado. El príncipe se estiró, la cogió por el cabello y le dijo que le siguiera.
—Poneos sobre vuestras manos y rodillas, querida mía. Ésa será siempre la forma en que os moveréis por el castillo —dijo—, a no ser que se os ordene lo contrario.
Bella se puso en movimiento a toda prisa y lo siguió afuera, hasta el borde de la escalera.
A mitad del descenso había un ancho rellano desde el cual se podía ver directamente el gran salón, y en el descansillo una estatua de piedra aterrorizó a Bella. Era alguna clase de dios pagano con un falo erecto.
En aquel instante estaban clavando al príncipe Alexi en este falo, con las piernas separadas sobre el pedestal de la estatua. Tenía la cabeza echada hacia atrás, sobre el hombro de la estatua. Soltó otro gemido cuando el falo lo empaló, y luego se quedó quieto mientras el escudero Félix le ligaba las manos a la espalda.
La estatua tenía el brazo derecho levantado, y los dedos de piedra de la mano formaban un círculo como si en otro tiempo hubieran sujetado un cuchillo o algún otro instrumento. El escudero colocaba en ese instante la cabeza del príncipe Alexi sobre el hombro de la estatua, justo debajo de la mano de piedra, y a través de ésta colocó un falo de cuero que dobló para que se ajustara perfectamente dentro de la boca del príncipe Alexi.
De este modo, amarrado a la estatua, parecía que ésta lo violaba por el ano y por la boca. Además, su propio órgano, tan tieso como antes, permanecía extendido y duro mientras el falo de la estatua seguía en su interior.
—Quizás ahora os acostumbraréis un poco más a vuestro príncipe Alexi —dijo el príncipe con absoluta tranquilidad.
«Pero es demasiado terrible —pensó Bella— que tenga que pasar la noche de un modo tan miserable.» La espalda del príncipe Alexi estaba dolorosamente arqueada, y sus piernas obligadas a permanecer muy separadas. La luz de la luna que entraba por la ventana situada a su espalda trazaba una larga línea que descendía por su garganta, por su pecho lampiño y su vientre plano.
El príncipe tiró dulcemente del cabello de Bella, sosteniéndolo en su mano derecha y, tras conducirla de vuelta a la cama, la tumbó sobre el lecho y le dijo que se durmiera, cosa que él mismo no tardó en hacer a su lado.

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Canti... ya que el sistema no te deja darme más reputación, ayúdame recomendando la lectura...

Como ves, sólo tú has dejado mensajes.....

esquimala no está en línea   Responder Citando
Antiguo 18-08-2011 , 00:41:20   #33
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muy buen relato!!!!!!
cada vez se pone mas enrredado e interesante este relato!!!!!
y lo recomendare!!!
si quieres subir de reputacion pues aporta en otros temas!!!
si te das cuenta esta zona es de muy pocos lectores......
pero no por eso me vas a dejar con la lectura a medias!!!
esperadno las otras partes!!!

CANTI* no está en línea   Responder Citando
Antiguo 18-08-2011 , 15:18:00   #34
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EL PRÍNCIPE ALEXI Y FÉLIX



Casi había amanecido. El príncipe estaba tumbado, profundamente dormido, y Bella, que estuvo esperando a que sus respiraciones delataran su sueño, se deslizó fuera de la cama. A cuatro patas, esta vez por cautela, no por obediencia, alcanzó el pasillo. La princesa había permanecido mucho rato echada en la cama mirando a la puerta y sabía que ésta en ningún momento se había cerrado por completo, y que podría intentar escaparse en silencio si reunía el suficiente valor para hacerlo.
Bella gateó por el corredor hasta llegar a lo alto de los escalones.
La luz de la luna caía de lleno sobre el príncipe Alexi, lo que le permitió ver que su órgano continuaba erecto, y que el escudero Félix hablaba con él tranquilamente. No podía oír lo que decía pero Bella se enfureció al ver al criado despierto puesto que esperaba que estuviera también dormido.
Desde su escondrijo, la princesa vio que el escudero se situaba delante del príncipe Alexi y volvía a atormentarle el órgano sexual propinándole una descarga de palmetazos que resonaron en la escalera vacía. El príncipe cautivo soltó un gemido y Bella alcanzó a ver su agitada respiración.
El criado caminaba inquieto de un lado a otro. Luego miró al príncipe y volvió la cabeza de izquierda a derecha como si tratara de descubrir a alguien. Bella, aterrada sólo de pensar en la posibilidad de ser descubierta contuvo la respiración.
El escudero se acercó al príncipe Alexi y, rodeándole la cadera con los brazos, introdujo el miembro erecto en su boca y empezó a chuparlo.
Bella estaba fuera de sí, llena de frustración y rabia. Esto era precisamente lo que ella pretendía hacer. Había desafiado todos los peligros para hacerlo, y en aquel instante sólo podía observar cómo el escudero Félix mortificaba al pobre príncipe. Sin embargo, pudo apreciar que el criado no sólo se limitaba a atormentar al príncipe Alexi, sino que daba la impresión de que se entregaba por completo. Devoraba con verdadero entusiasmo el miembro de Alexi y seguía un ritmo regular. Bella comprendió que el príncipe no gemía de dolor sino que lo hacía porque en aquel instante no podía reprimir su pasión desenfrenada.
El cuerpo tenso y cruelmente atado del príncipe se estremeció, soltó un quejido prolongado seguido de otro, y después permaneció inmóvil mientras el escudero se apartaba y retornaba a las sombras.
Parecía que ambos volvían a hablar. Bella, todavía atónita, apoyó la cabeza contra la balaustrada de piedra.
Al cabo de un rato, el escudero intentó despertar al príncipe Alexi y le volvió a torturar su miembro, pero éste no parecía muy dispuesto, y entonces el criado se temió que lo descubrirían y adoptó una actitud amenazadora. El príncipe Alexi no se había despertado sino que seguía profundamente dormido, atado con aquellas dolorosas ligaduras, de lo que Bella se alegró enormemente. La princesa se dio la vuelta e inició silenciosamente el camino de vuelta al dormitorio, pero de pronto reparó en que había alguien cerca de ella. Se asustó tanto que casi gritó, pero habría sido un error que con toda seguridad hubiera acabado con ella, así que se tapó la boca, levantó la vista y vio en las sombras distantes la figura de lord Gregory que la observaba. Era el noble de pelo gris que tanto se había empeñado en disciplinarla, el mismo que la había llamado malcriada.
Él ni se movió. Permaneció quieto, observándola.
Bella, cuando dejó de temblar, se apresuró cuanto pudo para volver a la cama y se deslizó bajo la colcha al lado del príncipe, que continuaba durmiendo profundamente.
La princesa, tumbada en la oscuridad, esperaba que lord Gregory apareciera, pero no lo hizo, y Bella dedujo que al noble señor ni se le pasaría por la imaginación despertar al príncipe, así que al cabo de un rato estaba medio adormecida.
En ese estado de semiconsciencia se imaginó al príncipe Alexi de mil formas diferentes, la rojez de su carne irritada después de la paliza con la pala, sus hermosos ojos marrones y su cuerpo fuerte, compacto. Recordaba su pelo satinado contra ella, el beso secreto que sintió en sus muslos y, después de la terrible humillación que él había padecido, Bella revivió aquella sonrisa, tan serena y cariñosa, que el príncipe le había dedicado.
El tormento que la princesa sentía entre sus piernas no era mayor que antes, pero no se atrevía a autocomplacerse por miedo a ser descubierta; era demasiado indecoroso pensar en cosas de ese tipo, y estaba segura que el príncipe nunca lo permitiría.

esquimala no está en línea   Responder Citando
Antiguo 18-08-2011 , 15:19:25   #35
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LA SALA DE LOS ESCLAVOS



Era media tarde cuando Bella se despertó. El príncipe y lord Gregory estaban enzarzados en una discusión, y Bella, aterrorizada, se quedó inmóvil. Sin embargo, no tardó en percibir que lord Gregory, obviamente, no le había contado al príncipe lo que había visto. Con toda seguridad, su castigo hubiera sido terrible. Más bien se trataba de que lord Gregory era partidario de llevar a Bella a la sala de esclavos, para que la prepararan debidamente.
—Alteza, estáis enamorado de ella —dijo lord Gregory—, pero sin duda recordaréis vuestra propia censura respecto a otros príncipes, especialmente con vuestro primo, lord Stefan, debido a su excesivo amor por su esclavo.
—No es un amor excesivo —respondió el príncipe con aspereza, pero luego se detuvo, como si lord Gregory hubiera dado en el clavo, y añadió—: Quizá deberíais llevarla a la sala de esclavos, aunque sólo por un día.
En cuanto lord Gregory sacó a Bella de la habitación, soltó la pala que llevaba sujeta al cinturón y empezó a propinarle crueles azotes mientras ella, a cuatro patas, gateaba a toda prisa por delante de él. —Mantened la cabeza y los ojos bajos —dijo él con frialdad—, y levantad las rodillas con gracia. La espalda debe ser en todo momento una línea recta, y no miréis a los lados, ¿queda claro?
—Sí, milord —respondió Bella tímidamente. Podía ver una gran extensión de piedra ante sí y, aunque los azotes de la pala no eran muy fuertes, la ofendían enormemente; puesto que no venían del príncipe. En aquel preciso instante, Bella se percató de que se encontraba a merced de lord Gregory. Quizá se había imaginado que él no la golpearía, que no se lo permitirían, pero obviamente no era éste el caso, y entonces supo que él podría contarle al príncipe que ella había sido desobediente aunque no fuera cierto, y que si así fuera ella no tendría ocasión de defenderse.
—Moveos más rápido —le dijo—. Adoptaréis siempre un paso rápido que demuestre afán por complacer a vuestros señores y damas —añadió, y una vez más la alcanzó uno de aquellos rápidos y precisos azotes degradantes, que de pronto, parecían mucho peores que las palizas más fuertes.
Habían llegado hasta una puerta estrecha y Bella distinguió que ante ella se extendía una rampa larga y curva. Aquello era ingenioso ya que ella no podría haber bajado la escalera a cuatro patas pero, en cambio, por allí podía continuar en la misma postura, y así lo hizo, con las puntiagudas botas de cuero justo a su costado.
Lord Gregory utilizó de nuevo varias veces la pala, así que cuando llegaron a la puerta de entrada a una vasta estancia del piso inferior las nalgas de Bella ardían ligeramente.
Sin embargo, lo que llamó la atención de la princesa fue que allí había gente.
No vio a nadie en el corredor de arriba, y sintió que la timidez la torturaba cuando cayó en la cuenta de que en esta sala había mucha gente que se movía y hablaba.
En aquel instante le dijeron que se sentara sobre los talones, con las manos enlazadas detrás del cuello.
—Ésta será siempre vuestra posición cuando os digan que descanséis —dijo lord Gregory— y debéis mantener la vista baja.
Bella obedeció, pero alcanzó a ver la estancia: a lo largo de tres paredes había unas repisas excavadas en el muro, en las cuales, sobre unos camastros, dormían numerosísimos esclavos, varones y mujeres.
No llegó a ver al príncipe Alexi, pero sí vio a una hermosa muchacha de pelo negro y traserito rollizo que parecía estar profundamente dormida, a un joven rubio que al parecer estaba atado por la espalda, aunque no podía distinguirlo con claridad, y a otros, todos ellos en un estado soñoliento, o más bien adormecido.
Ante ella se sucedía una hilera de muchas mesas y entre éstas había cuencos con agua humeante de los que surgía una deliciosa fragancia.
—Aquí es donde siempre os lavarán y acicalarán —informó lord Gregory con la misma voz seria— y cuando el príncipe haya dormido lo suficiente con vos, tanto como si fuerais su amor, éste será además el lugar donde dormiréis, a no ser que su alteza dé órdenes específicas respecto a vos. Vuestro criado se llama León. Él se ocupará de todos los detalles referentes a vuestra persona, y vos le mostraréis el mismo respeto y obediencia que a todos los demás.
Bella vio ante él la figura delgada de un hombre joven, justo al lado de lord Gregory. Cuando se acercó un poco más, lord Gregory chasqueó los dedos y le dijo a Bella que mostrara su respeto.
La princesa le besó las botas al instante.
—Debéis respeto hasta a la última fregona —dijo lord Gregory— y si alguna vez detecto la más mínima altanería en vos, os castigaré con toda severidad. No estoy tan... digamos, impresionado con vos como el príncipe.
—Sí, milord —respondió Bella con sumo respeto, aunque estaba furiosa puesto que creía que no había dado muestras de altanería.
Pero la voz de León la calmó de inmediato:
—Venid, querida —le dijo, y se acompañó de una palmadita contra el muslo para que ella lo siguiera. Al parecer, lord Gregory desapareció en cuanto León condujo a Bella al interior de un nicho revestido de ladrillo donde humeaba una gran bañera de madera. La fragancia a hierbas era intensa.
León le indicó que se incorporara, le cogió las manos, se las colocó detrás de la cabeza y le dijo que se arrodillara dentro de la bañera.
Bella se introdujo en la pila y sintió la deliciosa agua caliente que le llegaba casi hasta el pubis. León recogió su cabello en un rodete en la nuca y lo sujetó con varias horquillas. En aquel instante podía verle con claridad. Era de mayor edad que los pajes, pero igual de bello; tenía unos ojos almendrados que conmovían por su bondad. Le dijo a Bella que mantuviera las manos detrás del cuello mientras él procedía a hacerle un lavado general del que iba disfrutar.
—¿Estáis muy cansada? —le preguntó.
—No tanto, mi...
—Mi señor servirá —dijo con una sonrisa—. Incluso el más humilde mozo de establo es vuestro señor, Bella —explicó— y debéis contestar siempre respetuosamente.
—Sí, mi señor —susurró.

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Antiguo 18-08-2011 , 15:22:15   #36
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

Él ya había empezado a bañarla, y el agua caliente que se escurría hacia abajo le sentaba sumamente bien. Le enjabonó el cuello y los brazos.
—¿Acabáis de despertaros?
—Sí, mi señor —dijo.
—Ya veo, pero seguro que estáis cansada del largo viaje. Los primeros días los esclavos siempre están sobreexcitados. No sienten su agotamiento. Luego, cuando se les pasa, duermen muchas horas. Pronto lo experimentaréis y notaréis también las agujetas en los brazos y las piernas. No me refiero a los castigos, sólo a la fatiga. Cuando esto suceda, os masajearé para calmaros el dolor.
Su voz era tan dulce que Bella simpatizó con él de inmediato. Llevaba las mangas subidas hasta los codos y un vello dorado le cubría los brazos; los dedos trabajaban con precisión mientras le lavaba las orejas y la cara, procurando que el jabón no le entrara en los ojos.
—Os habrán castigado con mucha severidad, ¿no es cierto?
Bella se sonrojó.
Él se rió tranquilamente.
—Muy bien, querida mía, estáis aprendiendo. Nunca respondáis a una pregunta así; podría interpretarse como una queja. Cuando os pregunten si os han castigado demasiado, si habéis sufrido mucho, u otra cosa por el estilo, lo más inteligente que podéis hacer es sonrojaros.
Mientras seguía hablando casi con cariño, empezó a lavarle los pechos, y Bella se ruborizó aún más. Notó que se endurecían sus pezones y, pese a que ella no veía nada más que el agua jabonosa que tenía delante, estaba segura de que él se daba cuenta, mientras sus manos se ralentizaban poco a poco para luego hacer una suave presión en la parte interior del muslo:
—Separad las piernas, queridísima—dijo él.
Bella obedeció y separó más las piernas, y luego aún más al ser empujada por León. Él se había quedado quieto y se secaba la mano en la toalla que llevaba en la cintura. Entonces procedió a tocarle el sexo, lo que provocó que Bella se estremeciera.
Tenía el sexo húmedo e hinchado de deseo y, para su horror, aquella mano le tocó una pequeña y dura protuberancia en la que se acumulaba buena parte de su anhelo. Bella retrocedió involuntariamente.
—Ah —él retiró los dedos y, dándose la vuelta, llamó a lord Gregory.
—Aquí tenemos una flor sumamente preciosa —dijo—. ¿Habéis observado?
Bella se puso como la grana. Los ojos se le inundaron de lágrimas, y necesitó todo su control para no bajar las manos y cubrirse el sexo mientras sentía que León le separaba aún más las piernas y le tocaba con delicadeza aquella protuberancia.
Lord Gregory soltó una risita.
—Sí, es un princesa verdaderamente destacable —dijo—. Debería haberla observado más minuciosamente.
Bella emitió un apagado sollozo de vergüenza pero el violento deseo que experimentaba entre sus piernas no cesaba.
Cuando lord Gregory le habló, Bella sintió que el rostro le quemaba:
—Los primeros días, la mayoría de nuestras princesitas están demasiado asustadas para demostrar tal voluntariedad por servir, Bella —dijo con el mismo tono frío—. Suele ser necesario despertarlas y educarlas, pero ya veo que vos sois muy apasionada y estáis sumamente encantada con vuestros nuevos señores y con todo lo que os quieren enseñar.
Bella se esforzó por contener las lágrimas. Ciertamente esto era más humillante que cualquier otra cosa que le hubiera sucedido antes.
Lord Gregory la cogió por la barbilla del mismo modo en que el príncipe levantó el mentón del príncipe Alexi, para forzarla a mirarle a la cara.
—Bella, poseéis una gran virtud. No es motivo de vergüenza, sólo significa que deberéis aprenderotra forma más de disciplina. Estáis convenientemente despierta a los deseos de vuestro amo, pero debéis aprender a controlar ese deseo igual que veis que los esclavos varones lo controlan.
—Sí, milord —susurró Bella.
León se retiró y volvió al cabo de un momento con una pequeña bandeja blanca en la que había varios pequeños objetos que Bella no podía ver.
A continuación, lord Gregory le separó las piernas y aplicó a aquella pequeña pepita dura de carne atormentada una especie de emplasto que la cubría y que quedó adherido a ella. Lo modeló hábilmente con los dedos como si no quisiera que Bella disfrutara de esto.
Después de superar el horror inicial, Bella sintió un gran alivio. De haber alcanzado el placer final, se hubiera estremecido y ruborizado con la liberación total de ese tormento, y esto le hubiera supuesto sufrir la mayor de las vejaciones.
Sin embargo, el pequeño emplasto le produjo un tormento añadido. ¿Qué podría significar?
Lord Gregory pareció leer sus pensamientos.
—Esto evitará que os resulte demasiado fácil satisfacer vuestro indisciplinado y recién descubierto deseo, Bella. No lo aliviará, sino que simplemente evitará, digamos, el alivio accidental, hasta que adquiráis el debido control de vuestro cuerpo. No había previsto comenzar esta instrucción detallada tan pronto, pero ahora me veo en la obligación de deciros que nunca se os permitirá experimentar el pleno placer, salvo por capricho de vuestro amo o ama. Nunca, jamás, debéis tocaros vuestras partes íntimas con vuestras manos, ni tampoco debéis intentar aliviar vuestro obvio padecimiento de otro modo.
«Unas palabras muy bien escogidas —pensó Bella—, pese a toda su indiferencia para conmigo».
Lord Gregory desapareció de inmediato y León continuó bañándola.

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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

—No os asustéis ni sintáis vergüenza —le dijo—. No os dais cuenta de que es una gran ventaja. Hubiera sido muy difícil que os enseñaran a sentir tal placer, y mucho más humillante. Vuestra pasión innata os dota de una frescura que de otro modo no puede conseguirse.
Bella lloró en silencio. El pequeño emplasto aplicado entre sus piernas la hacía mucho más consciente de sus sensaciones: carnales. No obstante, las manos y la voz de León la sosegaron.
El criado le dijo finalmente que se tumbara en el baño para que él pudiera lavarle su hermoso y largo cabello, y ella experimentó una sensación muy agradable cuando el agua caliente le recorrió el cuerpo.


Una vez aclarada y seca, Bella se tumbó en una de las camas próximas, boca abajo, para que León pudiera aplicarle un aceite aromático en la piel.
A ella le pareció una delicia.
—Y bien, con toda seguridad —dijo León mientras le masajeaba los hombros— querréis hacer algunas preguntas. Preguntad, si así os place. No es bueno para vos que os confundáis innecesariamente, ya hay bastante que temer sin necesidad de sufrir temores imaginarios.
—¿Entonces, puedo... hablaros? —preguntó Bella.
—Sí —dijo—. Soy vuestro criado. En cierto modo, os pertenezco. Cada esclavo, no importa su categoría, ni el agrado que provoca o no, tiene un criado, que se debe a ese esclavo, a sus necesidades y deseos, así como debe preparar al esclavo para el maestro. Pero bien, por supuesto, habrá veces en las que tendré que castigaros, no porque me plazca, pese a que no puedo imaginarme castigar a una esclava más bella que vos, sino por cumplir las órdenes de vuestro amo. Puede ordenar que se os castigue por desobediencia, o simplemente que se os prepare para él con algunos golpes. Yo sólo lo haré porque es mi obligación...
—Pero ¿eso... eso os produce placer? —preguntó Bella con timidez.
—Es difícil resistirse a una belleza como la vuestra —contestó mientras hacía penetrar el aceite en la parte posterior de los brazos y en las fisuras de los codos—. Y preferiría mucho más serviros y cuidaros.
Volvió a aplicarle aceite y de nuevo frotó enérgicamente su cabello con la toalla, ajustando a continuación la almohada que tenía bajo la cara.
Le resultaba tan agradable estar allí tumbada, con aquellas manos trabajando sobre ella.
—Pero, como decía antes, podéis preguntarme cuando os dé permiso. Recordad, sólo cuando os lo autorice, y acabo de hacerlo.
—No sé qué preguntar —susurró—. Hay tantas cosas que quisiera saber...
—Bueno, seguro que ahora ya debéis saber que aquí todos los castigos son para complacer a vuestros amos y damas...
—Sí.
—Y que nunca os harán algo que realmente os lastime. Nunca os quemarán, ni os cortarán, ni os lesionarán—dijo.
—Vaya, eso es un gran alivio —dijo Bella, aunque ya conocía estos límites antes de que se los explicaran—. Pero, los demás esclavos —preguntó— ¿están aquí por diversos motivos?
—En su mayoría han sido enviados como tributos —contestó León—. Nuestra reina es muy poderosa y gobierna a muchos aliados. Por supuesto, todos los tributos están bien alimentados, custodiados y bien tratados, exactamente igual que vos.
—Y... ¿qué les sucede a ellos? —preguntó Bella vacilante—. Quiero decir, todos ellos son jóvenes y...
—Regresan a sus reinos cuando la reina lo ordena y, obviamente, en mejores condiciones gracias a su servidumbre aquí. Dejan de ser tan vanidosos, muestran un gran autocontrol y, a menudo, poseen una visión diferente del mundo que les permite alcanzar una mayor capacidad de comprensión.
Bella difícilmente podía imaginar lo que esto quería decir. León seguía untando aceite en sus pantorrillas escocidas y en la tierna carne de la parte posterior de las rodillas. Se sintió amodorrada, La sensación era cada vez más deliciosa, aunque apenas se resistía, pues no quería permitir que aquel anhelo entre sus piernas la atormentara. Los dedos de León eran fuertes, casi un poquito demasiado fuertes. Se desplazaron hasta los muslos que el príncipe había enrojecido con su correa tanto como las pantorrillas y las nalgas. Bella se movió un poco para apretarse contra la cama blanda y firme, y sus pensamientos se fueron aclarando lentamente.
—Entonces, puede que me envíen a casa —comentó, aunque esto no representaba prácticamente nada para ella.
—Sí, pero esto nunca debéis mencionarlo y, ciertamente, nunca preguntaréis sobre ello. Sois propiedad de vuestro príncipe, su esclava por entero.
—Sí... —susurró.
—Rogar por vuestra liberación sería algo terrible —continuó León—. Aunque, de todos modos, con el tiempo os enviarán a casa. Hay pactos diferentes para cada esclavo. ¿Veis a aquella princesa de allí?
En un gran hueco en la pared, sobre una cama que parecía una especie de repisa, se hallaba tumbada una muchacha de pelo oscuro en la que Bella se había fijado anteriormente. Su piel era aceitunada, de un tono más subido que el del príncipe Alexi, que también era moreno, y su cabello era tan largo que se distribuía en mechones ondulados sobre su trasero. Dormía con la cara hacia la sala, con la boca ligeramente abierta sobre la almohada plana.
—Es la princesa Eugenia —dijo León— y según lo acordado debía ser devuelta al cabo de dos años. El plazo casi se ha cumplido y tiene el corazón destrozado. Quiere quedarse con la condición de que la prolongación de su esclavitud exima a dos esclavos de prestar vasallaje. Su reino podría acceder a estas condiciones para poder retener a otras dos princesas.
—¿Queréis decir que quiere quedarse?
—Oh, sí —dijo León—. Está loca por lord William, el primo mayor de la reina, y no puede soportar la idea de ser enviada a casa. Aunque hay otros que siempre se rebelan.

esquimala no está en línea   Responder Citando
Antiguo 18-08-2011 , 15:24:18   #38
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

—¿Quiénes son? —preguntó, pero, rápidamente, antes de que León pudiera responder, añadió intentando sonar indiferente—. ¿Es el príncipe Alexi uno de los que se rebelan?
Podía sentir la mano de León que se acercaba a sus nalgas y, de repente, todas aquellas ronchas y puntos irritados volvieron a la vida cuando sus dedos los tocaron. El aceite le quemó ligeramente mientras León añadía más gotas generosamente. Luego, aquellos fuertes dedos comenzaron a masajear la carne, sin tener en cuenta la rojez. Bella dio un respingo, pero incluso este dolor escondía cierto placer. Sintió cómo las nalgas eran moldeadas por sus manos, que las levantaban, las separaban, y luego las volvían a calmar. Se ruborizó al pensar que León le hacía esto, porque antes le había hablado de un modo muy civilizado. Cuando su voz continuó, sintió una nueva variante de turbación. «Esto no tiene fin —pensó—; las formas de ser humillada.»
—El príncipe Alexi es el favorito de la reina —contestó León—. Su majestad no puede vivir separada de él mucho tiempo y, aunque es un modelo de buena conducta y entrega, él es, a su manera, un rebelde implacable.
—Pero ¿cómo puede ser eso? —preguntó Bella.
—Ah, debéis concentrar vuestra mente en complacer a los amos y a las damas —dijo León—, pero os diré esto: el príncipe Alexi parece haber sometido su voluntad como le corresponde a un buen esclavo, y sin embargo, hay un núcleo en él al que nadie llega.
Bella se sintió cautivada con esta respuesta. Recordó al príncipe Alexi apoyado en sus manos y rodillas, con su fuerte espalda y la curva de su trasero, y cómo le habían obligado a ir de un lado a otro de la alcoba del príncipe. También recordó la belleza de su rostro. «Un núcleo al que nadie llega», se dijo pensativa.
León la había vuelto boca arriba y cuando lo vio doblado sobre ella, tan próximo, sintió vergüenza y cerró los ojos. Él hacía penetrar el aceite friccionando su vientre y sus piernas, y Bella juntó las piernas con fuerza e intentó volverse de lado.
—Os acostumbraréis a mis servicios, princesa —dijo—. Con el tiempo, no pensaréis en nada cuando yo os acicale. —Le empujó los hombros contra el camastro, y sus dedos extendieron rápidamente el aceite por la garganta y los brazos.
Bella abrió los ojos con cautela para observar la dedicación a su trabajo. Los ojos claros de León se movían por su cuerpo sin pasión pero obviamente concentrados y absortos.
—¿Obtenéis placer... de ello? —preguntó en un susurro, asombrándose al oír que estas palabras salían de su propia garganta.
Él vertió un poco de aceite en la palma de su mano izquierda y, tras dejar la botella a su lado, frotó el aceite para hacerlo penetrar en los pechos, levantándolos y apretándolos como había hecho antes con sus nalgas. Bella volvió a cerrar los ojos y se mordió el labio. Sintió que le masajeaba los pezones con brusquedad. Casi soltó un lamento.
—Estaos quieta, querida mía —dijo él desapasionadamente—. Vuestros pezones son tiernos y es necesario endurecerlos un poco. Vuestro señor, enfermo de amor, todavía no los ha ejercitado demasiado, por el momento.
Bella se asustó al oír esto. Sentía sus pezones dolorosamente duros y sabía que su cara se había puesto muy colorada. Parecía que toda la sensibilidad de sus pechos se expandía y bombeaba en dirección a aquellos pequeños y duros pezones.
Gracias a Dios, León soltó sus pechos con un fuerte apretón. Pero entonces le separó las piernas y frotó con aceite la parte interior de los muslos, algo que le resultó incluso peor. Bella notaba cómo su sexo palpitaba. Se preguntaba si desprendería el suficiente calor como para que él pudiera sentirlo con sus manos.
Bella deseó que acabara pronto.
Pero mientras continuaba echada, con la cara roja y temblando, él le separó aún más las piernas, y para su horror, también le apartó los labios del pubis con los dedos, como si fuera a examinarla.
—Oh, por favor —susurró ella y giró la cara de un lado a otro con los ojos escocidos.
—Vamos, Bella —la regañó cariñosamente—, nunca, jamás debéis suplicar nada a nadie, ni siquiera a vuestro leal y devoto criado. Debo inspeccionaros para comprobar si estáis escocida y, como pensaba, lo estáis. Vuestro príncipe ha sido bastante... fiel.
Bella se mordió el labio y cerró los ojos mientras él ensanchaba el orificio y empezaba a untarlo. Bella sintió que iba a romperse en dos, e incluso bajo el emplasto, aquella pequeña protuberancia de sensibilidad palpitaba por encima de la abertura que los dedos de León habían ensanchado. «Si lo toca, me moriré», pensó, pero él fue lo bastante cuidadoso para no hacerlo, aunque Bella sintió cómo sus dedos entraban en ella y masajeaban los labios de su vagina.
—Pobrecita esclava encantadora —le susurró con ternura—. Ahora, incorporaos. Si fuera por mí, os dejaría descansar. Pero lord Gregory quiere que veáis la sala de adiestramiento y la de castigos. Os arreglaré el pelo rápidamente.
Cepilló el cabello de Bella y lo peinó formando rodetes en la nuca mientras ella permanecía sentada, todavía temblando, con las rodillas levantadas y la cabeza reclinada.

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Antiguo 23-08-2011 , 01:18:28   #39
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exelente relato!!!!
quiero mas!!!!
y ya lo he compartido.... esperar qeu vengan a leerlo!!!!

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Antiguo 23-08-2011 , 09:04:34   #40
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LA SALA DE ADIESTRAMIENTO



Bella no estaba segura de si odiaba a lord Gregory. Quizás había algo consolador en su porte autoritario. La princesa se preguntaba cómo podría ser su vida allí sin alguien que la dirigiera de un modo tan absoluto, y sin embargo, él sólo parecía estar obsesionado con su obligaciones.
En cuanto la apartó de las manos de León, lord Gregory le propinó palazos antes de ordenarle que se pusiera de rodillas y que lo siguiera. Tenía que mantenerse junto al tacón de su bota derecha y observar todo lo que estuviera a su alrededor.
—Pero nunca debéis mirar a las caras de vuestros amos y amas, nunca intentaréis encontrar su vista y de vos no saldrá ningún sonido —indicó—, salvo cuando me respondáis.
—Sí, lord Gregory —susurró. El suelo que se extendía bajo ella estaba muy bien barrido y pulimentado, pero de todos modos le dañaba las rodillas ya que era de piedra. No obstante, Bella se apresuró a seguirlo, pasando junto a las demás camas ocupadas por esclavos que recibían cuidados, y a los baños en los que dos jóvenes eran lavados, igual que lo habían hecho con ella; los ojos de ambos destellaron al mirarla con cierta curiosidad cuando Bella se arriesgó a echarles una rápida ojeada.
«Hermosos», se dijo.
Pero cuando una joven de sorprendente belleza se cruzó en su camino guiada por un paje, Bella sintió un intenso ataque de celos. Era una muchacha con una melena de pelo plateado mucho más espeso y rizado que el suyo, y estaba de rodillas, sus enormes y magníficos pechos colgaban mostrando perfectamente unos grandes pezones rosados. El paje que la conducía con la pala parecía entretenerse mucho con ella, se reía de cada uno de sus grititos, la obligaba a moverse más deprisa con la fuerza de sus golpes y se burlaba dándole órdenes alegremente.
Lord Gregory se detuvo como si él también disfrutara de la visión de esta muchacha mientras la alzaban y la introducían al baño y le separaban las piernas como habían hecho con Bella. Ésta no pudo evitar fijarse otra vez en sus pechos y en el gran tamaño de los pezones. Sus amplias caderas eran grandes para el tamaño de la muchacha, y ante el asombro de Bella, la muchacha no estaba realmente llorando cuando la introducían en el agua. Sus gemidos eran más bien quejas mientras la seguían zurrando con la pala.
Lord Gregory mostró su aprobación:
—Preciosa —dijo para que Bella pudiera oírle—. Hace tres meses era tan salvaje e indomable como una ninfa del bosque, pero la transformación es verdaderamente exquisita.
Lord Gregory giró bruscamente a su izquierda y, puesto que Bella no se dio cuenta a tiempo, recibió un sonoro azote, al que siguió otro.
—Veamos, Bella —dijo lord Gregory, mientras atravesaban una puerta que daba a una larga habitación—, ¿os intriga saber cómo se prepara a otros para que muestren la pasión que vos exhibís con tal desenfreno?
Bella sabía que sus mejillas estaban encendidas. No podía resignarse a responder.
La estancia estaba débilmente iluminada por un fuego situado no muy lejos, pero sus puertas estaban abiertas al jardín. Aquí Bella vio a muchos cautivos colocados sobre mesas, en la misma posición en la que ella había estado en el gran salón, cada uno de ellos con un paje de servicio. Éstos trabajaban diligentemente sin tener en cuenta los gritos o estremecimientos procedentes de las otras mesas.
Varios jóvenes estaban arrodillados con las manos amarradas a sus espaldas. Los azotaban regularmente al tiempo que les daban placer a sus miembros erectos. En una de las mesas un paje frotaba suavemente un pene congestionado mientras trabajaba con la pala. En otra, dos pajes asistían despiadadamente al mismo príncipe.
Bella comprendió lo que estaba pasando, aun cuando lord Gregory no se lo explicara. Vio la confusión y el padecimiento de los jóvenes príncipes, sus rostros que se debatían entre el esfuerzo y el abandono. El más próximo a ella estaba a cuatro patas, su sexo tieso era martirizado lentamente, pero en cuanto empezaron los azotes, se quedó fláccido. Como consecuencia, las zurras cesaron y las manos se ocuparon de nuevo de endurecerlo.
A lo largo de las paredes había otros príncipes con las extremidades extendidas, sus muñecas y tobillos ligados a los ladrillos mientras sus órganos aprendían a obedecer con caricias, besos y succiones.
«Oh, es peor para ellos, mucho peor», pensó Bella, aunque sus ojos y su mente se quedaron prendados de sus exquisitas dotes. La princesa miraba las nalgas redondeadas de los que permanecían arrodillados a la fuerza; le encantaron los pechos pulidos, la musculatura delgada de sus extremidades y, sobre todo, quizá, la nobleza con la que soportaban el sufrimiento en sus hermosos rostros. Pensó de nuevo en el príncipe Alexi y deseó comérselo a besos. Quería besarle los párpados y los pezones del pecho; quería relamer su miembro.
Entonces vio a un joven príncipe al que ponían a cuatro patas para que chupara el pene de otro. Mientras ejecutaba el acto con gran entusiasmo, era azotado a su vez por un paje, que parecía, como todos los demás, deleitarse en aquel tormento. Los ojos del príncipe estaban cerrados, se embebía del sexo poderoso de su compañero acariciándolo con sus labios; sus propias nalgas se encogían con cada lametazo y, cuando el pobre príncipe parecía a punto de culminar su pasión, el que chupaba era obligado por el paje a retirarse, que se llevaba a su obediente esclavo hasta otro pene erecto.
—Aquí, como podéis ver, se les enseñan hábitos a los jóvenes príncipes esclavos —dijo lord Gregory—, aprenden a estar siempre preparados para sus amos y amas. Una lección difícil de aprender y de la que vos, en términos generales, estáis exenta. No es que no se os exija esa prontitud, sino que a vos se os exime de tener que hacer tal exhibición de ella.
Lord Gregory la encaminó para que se acercara a las esclavas a las que se estimulaba de un modo diferente. Aquí Bella vio a una hermosa princesa pelirroja con las piernas separadas, sostenidas por dos pajes que efectuaban un masaje con las manos en el pequeño nódulo situado entre sus piernas. Sus caderas subían y bajaban, y evidentemente era incapaz de controlar su propio movimiento. Suplicaba para que no la molestaran más, y justo cuando su rostro se había enrojecido del modo más terrible y daba la impresión de que no podía controlarse más, la abandonaron, manteniendo sus piernas separadas para que gimiera miserablemente.

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