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07-02-2009 , 13:47:44 | #401 | |
Denunciante Sobresaliente | ......Se diría la Biblia donde Yavé, en el Deuteronomio y el Éxodo, le dicta a Moisés los siguientes sabios preceptos que han de guiar a su pueblo: “El que tenga los testículos aplastados o el pene mutilado no será admitido en la asamblea de Yavé. Ni tampoco el mestizo, hasta la décima generación” (Deuteronomio 23, 2). “Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, a lo mejor después le encuentra algún defecto y ya no la quiere. En tal caso le expedirá un certificado de divorcio y la despedirá de su casa” (Deuteronomio, 24, 1). “Si compras un esclavo hebreo, te servirá seis años” (Éxodo 21, 2). “Si el esclavo dice: ‘Estoy feliz con mi patrón’, éste le horadará la oreja con un punzón y el esclavo quedará a su servicio para siempre” (Éxodo 21, 5 y Deuteronomio 15, 16). “Si un hombre golpea a su esclavo o a su esclava con un palo y lo mata, será reo de crimen. Mas si sobreviven uno o dos días, no se le culpará porque le pertenecían” (Éxodo 21, 18. “Si un hombre hiere a su esclavo en el ojo dejándolo tuerto, le dará la libertad a cambio del ojo que le sacó” (Éxodo, 21, 26). En crueldad y maldad, en antifeminismo y esclavismo, el Corán compite con la Biblia. Muerta Khadija y dueño de su herencia, el flamante Profeta se entregó de lleno a la cópula con mujeres, y montándose a horcajadas en el monoteísmo poligínico se dio a propagarlo por el mundo con la espada. Llegó a ser el hombre más poderoso de la península arábiga, donde instaló su reino del terror y mató a millares. No obstante, el socarrón seguía recibiendo las visitas del ángel, que le hacía nuevas revelaciones: las que necesitara para justificar su lujuria rapaz y sanguinaria. Como en el aura de un ataque de epilepsia oía campanitas, entraba en trance y entonces se le aparecía su compinche alado y le dictaba, por ejemplo, el versículo 4 de la sura 33 autorizándolo a disponer sin reparos de conciencia, como bien quisiera, de Zaynab, la bella joven esposa de su hijo Zaid, porque éste no era hijo propio sino adoptivo. Cuando sus bandidos de Medina asaltaron en el mes sagrado, en que la costumbre prohibía el derramamiento de sangre, una caravana que iba de La Meca a Siria y en el asalto mataron a uno, el iluminado volvió a oír campanitas y su Gabriel alcahueta le dictó el versículo 214 de la sura 2 para justificar el crimen: “A los que te interroguen sobre la guerra y la carnicería en el mes sagrado diles que es pecado grave, sí, pero que es mucho más grave apartarse de la senda de Alá y la idolatría”. Y tras de embolsarse la quinta parte del botín, el Profeta santo y noble cuyos secuaces hoy se sienten autorizados a volar torres con aviones y a matar en su nombre a cuantos se les atraviesen, aceptó cuarenta onzas de oro de rescate por cada prisionero. Otro versículo de otra sura le dictó el ángel alcahueta para legalizarle su concubinato con María la copta, criada de su mujer Hafsa. Porque aparte de Khadija, Zaynab y Hafsa y las esclavas, que no cuentan, tuvo otras once mujeres legítimas (contabilizadas), entre las cuales Aisha, que tenía 9 años cuando él, de 53, la estupró. ¡Más pederasta que cura de la diócesis de Boston! Si hoy viviera, lo condecoraríamos en México con la cruz del padre Marcial Maciel y sus legionarios de Cristo. Parece que en esta ocasión el remilgado poligínico no necesitó de versículo especial: violó a Aisha y de paso se echó al bolsillo la voluntad de su padre, Abu Bakr, quien habría de sucederlo, una vez que Alá llamó a su seno a su Profeta, como primer califa. Cuando Aisha creció, con sentido del humor comentaba que cada vez que a su multicompartido marido se le presentaban problemas de conciencia, el Mensajero de Alá oía campanitas: venía el ángel Gabriel, le dictaba su versículo y santo remedio. Para males de conciencia no hay medicina mejor que un espíritu celeste del octavo coro. Al poeta Abu Afak, del clan Khazrajite y de 100 años de edad, lo mandó asesinar mientras dormía por haberse atrevido a criticarlo en unos versos. Y por motivo igual mandó matar a la poetisa Asma bint Marwan, de la tribu de los Aws, a quien su esbirro Umayr ibn Adi, azuzado por él, fue a buscarla a su casa y allí, en momentos en que la joven amamantaba a su niño de pecho, la asesinó clavándole una espada. Al judío Kab ibn al Asharaf, que se atrevió a llorar en verso a unas víctimas del Profeta, el sanguinario también lo mandó matar, y cuando sus esbirros le echaron la cabeza de Kab a sus pies los alabó por sus buenas acciones en pro de la causa de Alá. A los judíos de la tribu de Nadir los expulsó de Medina para apoderarse de sus bienes y después los masacró, como masacró, en el 627, a los judíos del clan de los Qurayza, que tuvieron la temeridad de quedarse en la ciudad: a todos los hombres (entre 600 y 900) los ejecutó, y a las mujeres y a los niños los vendió como esclavos. Los crímenes, atrocidades y bellaquerías de esta máquina imparable de matar y fornicar dan para todo un compendio de la infamia: su biografía. La Biblia y el Corán aprueban pues, explícitamente, la esclavitud. En cuanto a Cristo, al no desligarse de la ley antigua de la que dijo que no venía a abolirla sino a perfeccionarla, implícitamente la acepta. Y así, con la bendición de ambos libros y la aprobación tácita de Cristo, hubo en el mundo esclavitud declarada hasta mediados del siglo XIX aquí en Estados Unidos, país cristiano, y hasta mediados del siglo XX (si no es que hasta hoy subrepticiamente) en Arabia Saudí y Yemen, países mahometanos. Después de lo dicho, ¿se podrá esperar compasión para un cordero de parte de los secuaces de Alá y Mahoma, de Jehová y Moisés, de Dios y Cristo? Lo más que se puede pedir es que al Padre y al Hijo no les dé por comerse la paloma del Espíritu Santo, el Paráclito, porque entonces ahí sí va a ser el Armagedón. ¿Se imaginan un cónclave sin Espíritu Santo? ¿Quién va a inspirar a los purpurados? ¿Quién va a poner de acuerdo a los tonsurados? ¿Quién va a evitar el zafarrancho de los travestidos la próxima vez que se junten para elegirle pastor a la grey carnívora? Al Padre y al Hijo desde aquí les hago un comedido llamado: por el bien de la humanidad no se nos vayan a comer al Paráclito. Autorizados por la Biblia, los Evangelios y el Corán, hoy dos mil millones de cristianos, mil cuatrocientos millones de musulmanes y diez millones de judíos se sienten con el derecho divino consagrado en el Génesis de disponer como a bien les plazca de los animales: de enjaularlos, de rajarlos, de cazarlos, de befarlos, de torturarlos, de acuchillarlos, en las granjas-fábricas, en los cotos de caza, en las plazas de toros, en los circos, en las galleras, en los mataderos, en los laboratorios y en las escuelas que practican la vivisección... “Dios es amor” dicen los protestantes. No. Dios es odio. Odio contra el hombre, odio contra los animales. E infames las tres religiones semíticas que invocan su nombre......... | |
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No Calculado | #1.5 |
SponSor | Re: |
07-02-2009 , 13:48:17 | #402 |
Denunciante Sobresaliente | .........Cuando yo nací las gallinas y los pollos andaban sueltos por el campo buscando comida, picoteando, respirando a pulmón pleno el aire del planeta que a todos nos tocó. Hoy viven y mueren encerrados en las estrechas jaulas en que transcurren sus vidas, con los picos cortados, casi inmovilizados sobre las montañas de sus propios excrementos, bajo una luz artificial que suben y bajan sus dueños para engañarlos y que les produzcan más en carne y huevos, y sin ver nunca la luz del sol. A las gallinas y los pollos de mi infancia terminaban por retorcerles el pescuezo, pero el crimen sólo duraba unos instantes. Los pollos y las gallinas de hoy, en cambio, viven un largo infierno que sólo se termina con su muerte. Tomás de Aquino, el ser más repugnante y depravado que ha parido el cristianismo (por sobre Pablo de Tarso y Agustín de Hipona), aceptaba que los animales tenían alma, pero no inmortal como la nuestra, lo cual nos confería el derecho de hacer con ellos cuanto se nos antojara. De la orden dominica, inquisidora, la de Domingo de Guzmán que se habría de entregar en cuerpo y alma a degollar cátaros y a quemar brujas y herejes en hogueras, Tomás de Aquino era un barrigón glotón. Para tenerlo más cerca cuando lo invitara a comer, el papa Urbano iv le hizo abrir a su mesa un semicírculo, de suerte que su voluminoso huésped se acomodara allí y no le quedara tan lejos y pudiera oírlo. El gordo Aquino iba procesando entonces en sus tripas corderitos y faisanes que, condimentados con las abstrusas categorías aristotélicas que aprendió de su maestro Alberto Magno, le salían por el sieso convertidos en excremento sólido, y por la mansarda de arriba en escolástica, que es espíritu sutil. “El que mata al buey ajeno —decía en su excrementicia Suma teológica— no peca porque mata al buey, sino porque perjudica al dueño”. Y he aquí la opinión de Agustín de Hipona, el hijo de santa Mónica la borracha o biberona, en latín: “Cristo mismo mostró que abstenerse de matar animales y destruir plantas es el colmo de la superstición, pues juzgando que no había derechos comunes entre nosotros y los animales y las plantas envió a los demonios a una manada de cerdos y maldijo la higuera que no daba fruto”. ¡La piara de cerdos de que les hablé arriba! La caridad, sostenía Tomás de Aquino, no se extiende a los irracionales por tres razones: una, “porque no son competentes propiamente hablando para poseer el bien, siendo éste exclusivo de las criaturas racionales”; dos, porque no tenemos comunidad de afectos con ellos; y tres, porque la caridad se basa en la comunión de la felicidad eterna que los irracionales no pueden alcanzar. Con razón a mediados del siglo XIX Pío Nono, el infalible, impidió que se fundara en Roma una Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Animales arguyendo que eso significaría que los seres humanos tienen obligaciones para con ellos. ¡Ah par de malnacidos! El alma, cabrones, es un epifenómeno de la materia, una entelequia perecedera, humo del cerebro que dura lo que duran las conexiones nerviosas que lo producen y que después, cuando nos muramos, se han de tragar los gusanos o las llamas. Desde mi infancia en que los pollos andaban libres por el campo hasta el día de hoy en que viven, sufren y mueren encerrados en sus minúsculas jaulas, la desdicha de la mayoría de los animales de la tierra ha ido en aumento. La forma en que sus torturadores la han acrecentado en las fábricas de animales y en los laboratorios que experimentan con ellos raya en la insania. Lo que pasó con los pollos se extendió en Estados Unidos y Europa a los pavos, los cerdos, los terneros y las vacas: la producción masiva de estos pobres animales en las estrechas baterías de las fábricas de carne donde les han ido reduciendo el espacio hasta casi inmovilizarlos. Basadas en la racionalización extremada de la producción que inventó Henry Ford para los carros, estas fábricas de animales tienen la gran ventaja sobre las otras de que pueden prescindir de los obreros, que exigen, amenazan y hacen huelgas y chantajean con los sindicatos. No, los que fabrican ahora el producto son almas: almas despreciables y perecederas de las que según Tomás de Aquino y Pío Nono no tienen derecho al cielo. ¡Pero qué digo al cielo! Los nuevos Henry Ford de las fábricas de carne han llevado su eficiencia industrial hasta el delirio de una pesadilla alucinante para los pobres, inocentes, indefensos animales, que ya no tienen ni siquiera el derecho a la luz del sol y al mínimo espacio que les permita darse vuelta en sus lóbregos calabozos. Hoy en Estados Unidos se están produciendo y masacrando al año por este sistema de producción desalmada 50 millones de vacas, terneros y cerdos, 200 millones de pavos y 6.000 millones de pollos para que los dueños de los Burger King, los McDonald’s y los Wendy’s inflen sus bolsas y los comedores de carne, negros y blancos, cristianos y musulmanes, tengan carburante para sus almas inmortales. Me niego a describir el horror de los mataderos o los sufrimientos a que son sometidos los miles de millones de animales enjaulados y torturados en las granjas-fábricas de Estados Unidos, Japón y Europa y en los laboratorios y escuelas donde se experimenta con ellos y se les practica la vivisección con el pretexto de la ciencia aunque en realidad por los motivos más baladíes e inmorales, en busca de becas, honores, cátedras y premios, y repitiendo a menudo experimentos que ya se hicieron y se reportaron con fines tan injustificables como la comprobación de un nuevo producto industrial o un cosmético. Según un análisis bursátil, el Charles River Breeding Laboratory, compañía al servicio de los laboratorios norteamericanos, produce ella sola al año 22 millones de animales para la experimentación. Este país que se las da de justiciero ha permitido que durante años sus matarifes de bata blanca, que acumulan títulos y doctorados a costa del dinero público, les hayan venido inyectando el virus del sida a los chimpancés con el cuento de que por ese camino van a producir una vacuna para salvar humanos. ¡Ay, tan desprendidos ellos, tan generosos! Dios, si es que existe y si es que ve, bien sabe que mienten. Detrás de lo que van estos avorazados es de más becas y del premio Nobel. Hoy por hoy no quedan ni diez mil chimpancés en el planeta; maricas, en cambio, hay como 600 millones, sin incluir salesianos, escolapios, jesuitas, legionarios de Cristo, hermanos cristianos y tartufos del Opus Dei. En la medida en que un animal se parezca a nosotros no podemos experimentar con él. Y en la medida en que no se parece, ¿para qué experimentamos si no sirve? Existe entre los animales una jerarquía del dolor que no vieron Moisés, Cristo y Mahoma, y que es la misma de la complejidad de sus sistemas nerviosos. En proporción a esa complejidad de los sistemas nerviosos, que es de donde resulta la capacidad, mayor o menor, de sentir el dolor, que es parte del alma, debemos respetar a los animales. Por las coincidencias genéticas, fisiológicas, neurológicas, psicológicas, sociológicas y de todo orden que tienen nosotros no podemos experimentar con los chimpancés. Y no podemos experimentar con los perros porque además de las coincidencias biológicas, hace más de cien mil años hicimos un pacto de solidaridad con ellos para ayudarnos. Ese pacto no lo podemos violar, si es que creemos que debe existir eso que llamamos moral o ética. A las mezquitas no entran los perros ni los perros cristianos, ya lo sé; el buen musulmán les cierra el paso. Dicen que son sucios. ¡Ay, tan limpiecitos ellos! A lo mejor Bin Laden es un espíritu glorioso, del octavo coro, con cuatro pares de alas y sin piojos, como Gabriel. Después de dos mil quinientos años de mentira obtusa seguimos haciéndonos los tontos con el viejo cuento que fraguaron los escribas de Yavé cuando pergeñaban el Génesis, de que el viejo ese rabioso de arriba creó el mundo en seis días y que en el quinto y el sexto, antes de sentarse a descansar y a rascarse las pelotas, creó a los animales para el servicio del hombre. “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza —dijo Yavé—. Que tenga autoridad sobre los peces del mar y las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo” (Génesis 1, 26). Si de veras así fuera, a su imagen y semejanza, entonces Dios sería una bestia lujuriosa, excretora y mala. Pero no. Dios no existe. Dios es una entelequia viciosa, monstruosa, un engendro de la mente podrida del hombre. Los animales se fueron formando solos, y nosotros con ellos, desde la primera célula de nuestro común origen con que empieza la tremenda y dolorosa aventura de la vida. Yo nací en la religión de Cristo, con la venda en los ojos. En la religión de quien no tuvo una sola palabra de amor para los animales. En vano la buscarán en los Evangelios, que tanto predican en este país de vivos tantos vivos que viven de ellos. Y sin embargo Cristo nació entre animales: en un pesebre, flanqueado por una mula y un buey. Y el Domingo de Ramos entró en triunfo a Jerusalén montado en un borriquito. Pero no quiso a la mula ni al buey ni al borriquito, no le dio el alma para ello. Sí, yo nací en la religión de Cristo y en ella me bautizaron y educaron pero en ella no me pienso morir. Me muero en la impenitencia final, maldiciendo de Dios y sus lacayos y bendiciendo a mi señor Satanás que me espera abajo, en tierra caliente. En tanto, mientras me llega la hora, trabajo en mi obra máxima, Los crímenes del cristianismo, una enciclopedia en veinte volúmenes que me está dictando Dios a través de un ángel hembra, Lucía, y en la que levanto el imponente inventario de los papas, sus iniquidades y bellaquerías. Y de paso, por joder, me he inventado una nueva religión con dos preceptos espléndidos, que hacen papilla el verborreico decálogo de Moisés: uno, no te reproducirás; y dos, respetarás a los animales, tu prójimo. El primero me lo sugirió Cristo, que en eso por lo menos obró bien y no le dio nietecitos a su papá el Padre Eterno; y el otro lo tomé de Mahavira y sus jainistas que fundaron los primeros refugios de animales. Y aquí estoy, aquí me tienen, desmemoriado pero lúcido, esperando el día del juicio en que suene la trompeta. |
07-02-2009 , 13:52:19 | #403 | |
Denunciante Constante | Cita:
Si dios considera a todos por igual y no juzga a nadie, porque no le dio igualmente pensamiento, razon y logica a plantas y animales? | |
07-02-2009 , 14:16:49 | #404 |
Denunciante Distinguido | |
07-02-2009 , 14:18:11 | #405 | |
Denunciante Distinguido | Cita:
No no no no marika, volvete serio!! Como ke Dios creo la gravedad weon? Ke clase de estupidez es esa? | |
07-02-2009 , 14:19:58 | #406 | |
Denunciante Distinguido | Cita:
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07-02-2009 , 14:43:03 | #407 |
Denunciante Distinguido |
En el cuento/mito/historieta del diluvio, ¿no? |
07-02-2009 , 14:43:41 | #408 |
Denunciante Distinguido | |
07-02-2009 , 14:58:24 | #409 |
Denunciante Constante | Última edición por [ Ðαитє Sησω ]; 07-02-2009 a las 15:01:10 |
07-02-2009 , 15:00:11 | #410 |
Denunciante Distinguido | |
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