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La Bucanera

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Este relato no es mio, es tomado del foro de ***********.com lo digo no por publicidad sino por respetar a la autora que ademas escribe increiblemente bien, ojala lo disfruten

La Bucanera (Primera parte).


Por Guerapirada.



Prólogo.

Mi nombre -al menos el nombre por el cual se me conoce- es Anne Bonny, y soy una bucanera.
Muchos de ustedes no distinguirán entre piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros, pero lo cierto es que hay matices que vale la pena diferenciar. Permítaseme explicarlos:

Los piratas son los típicos bandoleros del mar. Cual oceánicos salteadores de caminos, se dedican al acecho de cualquier desafortunado barco que tenga la mala fortuna de cruzarse con ellos, para despojar a los navegantes de sus bienes, e incluso de sus vidas. Son los peores individuos de cuantos surcan los mares.
Los corsarios, aunque igual de temidos y temerarios que los primeros, obedecían -o casi- las leyes de los gobiernos que les concedían la patente de corso, para atacar barcos españoles o portugueses, a cambio de una parte del botín conseguido.
Los bucaneros tomaron su nombre de la palabra taína o caribe "boucan", con la que se designaba un artilugio de ramas verdes empleado para asar la carne. Fueron, en principio, preparadores de carne asada de reses o puercos salvajes que ellos cazaban en sus originales asentamientos de Dominicana, Barbados e incluso Tortuga. Más tarde, al ser desposeídos de sus tierras por los españoles, se convirtieron en piratas atacando a los hispanos de Santo Domingo, San Juan, San Yago, y en general, cualquier asentamiento español. Más tarde, el término se amplió para describir a todos los malditos y desposeídos de Europa, quienes junto con los originales bucaneros, formaron en la isla de Tortuga, la Cofradía de los Hermanos de la Costa.
Podría extenderme y explicarles también la historia de esta última, pero eso –si acaso les interesa- tendrán que averiguarlo ustedes.
Baste con decir que la Cofradía prohibía la entrada de cualquier mujer a las tierras de Tortuga, y que la hermandad tocó a su fin casi una década antes de mi nacimiento, en 1689.

Nací en Cork, Irlanda, en las navidades de 1697, hija de Mary Brennan -a la sazón sirvienta de mi padre-, y del ilustre y acaudalado abogado William Cormac, y recibí en bautismo el nombre de Anne.
Huyendo de su esposa a quien no amaba, y del escándalo en ciernes, embarcamos los tres rumbo a Charles Town, Carolina del Sur, donde mi padre fundó una plantación de tabaco que acrecentó su fortuna y reinstauró su “honorabilidad” entre la sociedad de la ciudad.
Aburrida de la vida burguesa de la plantación, donde disfrutaba de todos los lujos y comodidades imaginables, y siendo aún casi una niña, mi espíritu inquieto me llevó a descubrir las tabernas de la ciudad donde solían reunirse los piratas que frecuentaban la zona, y a enamorarme de esa vida llena de aventuras y libertad.
Antes de abandonar la adolescencia, y habiendo perdido ya la virginidad con un apuesto filibustero de quien ni siquiera supe el nombre, me casé –a espaldas de mi padre- con un marino renegado de baja estrofa y pirata ocasional, llamado James Bonny, quien contrajo nupcias conmigo con la única intención de acceder a las tierras de mi padre, aunque en aquel momento yo no lo supe.
Tras la inicial sorpresa y subsiguiente cólera, mi padre optó por desheredarme y correrme de la plantación.
En venganza, y con ayuda de mi marido, una noche de luna nueva prendimos fuego a todo, y huimos hacia el paraíso pirata de New Providence, en las Bahamas.
James no tardó en demostrar ser un cobarde y un traidor a sueldo del gobernador, y poco a poco fui distanciándome de él, prefiriendo la compañía de los famosos piratas que frecuentaban el puerto, y de las mujeres y homosexuales que les acompañaban.
En una de esas noches de sexo desenfrenado y ron a borbotones, en vísperas de mi vigésimo cumpleaños, conocí a “Calico Jack”, y comenzó mi verdadera historia.


Jack Rackham (Calico Jack)

La vida en New Providence era una mezcla de fatiga y aburrimiento, rota tan solo por las -gracias a Dios- frecuentes llegadas de buques repletos de filibusteros. A veinte años de la Paz de Ryswick, las cuatro naciones (España, Francia, Inglaterra y Holanda) que dominaban el mar de las Antillas, estaban más unidas que nunca en el combate contra la piratería, y los ocasionales desembarcos en los puertos piratas eran siempre celebrados con grandes borracheras, donde se contaban las mas variadas y exageradas aventuras, y terminaban siempre en desenfrenados episodios repletos de mujeres y sexo.
Fue en una de esas llegadas cuando le vi por primera vez.

La “Invencible”, fragata comandada por el capitán Charles Vane, se aproximó a puerto con las velas arrizadas y la popa a sotavento. La tripulación estaba ocupada limpiando la cubierta y al timón del buque distinguí a un apuesto marinero cuyo pelo rubio ondeaba al compás del céfiro.
Cuando se acercó mas al muelle, pude observar sus vestiduras –unos curiosos pantalones a rayas blancas y azules, y una chillona camisa de lino amarillo limón bajo la chaquetilla de gamuza- y el tricornio negro del capitán Vane sobre su cabeza. Daba órdenes a gritos, y la tripulación parecía obedecerle sin chistar.
Poco después de amarrar la “Invencible” al muelle, bajó por la tabla el capitán Vane con las manos amarradas y los pies engrilletados. Tras él, el marinero de los pantalones a rayas lo empujaba a punta de espada encaminándolo hacia la bodega que hacía las veces de prisión del puerto, seguido por el resto de los piratas.
No tardó en correrse la voz por todo New Providence, de que la tripulación de la “Invencible” se había amotinado a causa de la cobardía de Vane, y su segundo, Calico Jack, tras liderar la batalla contra un bergantín mercante holandés al que Vane se había negado a atacar, lo había destituido para tomar el mando.
Tras apenas una corta deliberación, el consejo de ancianos había acordado poner en manos de Rackham los destinos de la “Invencible” otorgándole el grado de capitán, y colgar al amanecer al temeroso Vane, del mástil de su antiguo buque.

Así que corrí cuanto pude al recodo del río donde solía bañarme, dejando a mi paso los andrajos que vestía, y me zambullí en las frescas aguas el tiempo justo para asearme un poco. Importándome un bledo mi desnudez, regresé a casa como una exhalación y revolví los cofres donde guardaba mis mejores ropas –recuerdos de mejores pero aburguesados tiempos-, hasta que encontré la indumentaria apropiada.
Una falda de seda violeta sobre las últimas enaguas decentes que conservaba, un blusón de algodón sin mangas bajo el corsé de terciopelo negro que acentuaba cuanto podía las curvas de mis incipientes tetas, mis nuevas alpargatas de loneta, y el camafeo de mi abuela al cuello, causarían el efecto que estaba buscando.
Peiné mi pelo hacia atrás, y lo recogí en una coleta. Mojé mis dedos con saliva y los pasé sobre un carbón de la estufa apagada, para luego untar mis pestañas con el polvillo. Mordí un puñado de moras procurando mojarme bien los labios con el jugo que rezumaban, para dejarlos tan rojos como fuera posible, y mastiqué a continuación un puñado de pasto para limpiarme los dientes, cuidando de sacar los restos de comida entre ellos con una rama a manera de mondadientes.
Por último, repartí por mi cuerpo una generosa cantidad de agua de azahar, y me miré al espejo.
-Si estuvieras en Charles Town parecerías a lo sumo, una ramera del burdel de Victoria Street. Pero aquí, mi querida Annie, pareces la mismísma Queen Mary.

Casi había anochecido cuando entré a la taberna, repleta hasta el tope de malolientes y divertidos piratas, sonrientes putas, afanosas taberneras que llevaban y traían sin cesar ora tarros de ron, ora platos de puerco asado entre nalgadas y sobeteos, y tras el mostrador del fondo, el gordo Harry y su rechoncho hijo que apenas se daban abasto para servir tragos a los parroquianos.
Junto a la puerta, una banda de músicos animaba la fiesta con armónicas, violines, mandolinas y flautas, a cuyos acordes bailaban y disfrutaban cuantos podían.
En una esquina del local, apartada del bullicio, en una mesa bien puesta, el único comensal que la ocupaba cortaba un trozo de tierna y jugosa carne de buey, que acompañaba con una botella de vino servida en el único juego de copas disponible en el hostal.

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Última edición por _MALCON_; 26-11-2010 a las 01:05:12
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-Os atienden bien, capitán. Debéis haber hecho muy feliz al gordo Harry para recibir este trato.
-¡Voto a bríos, señora! El buen Harry acaba de comprar doscientos barriles del mejor ron de las Antillas. Doscientos barriles que hace menos de diez días reposaban en Havana.
-¿Y donde ha conseguido Harry tan preciada mercancía? ¿Os la ha comprado a vos, por casualidad?
-Podéis apostar vuestra alma a que sí. Hemos estado a punto de perder la vida por ella.
-Supongo que os habrá valido la pena. Os habéis hecho rico con el trato, y sois el nuevo capitán de la “Invencible”.
-Por las barbas de Satán que tenéis razón, señora. Los perros holandeses pelearon con la valentía que le faltó al gallina Vane, y nos causaron muchas bajas. Pero al final la “Invencible” hizo honor a su nombre y regresamos con las bodegas llenas hasta el último codo.
En toda la conversación, Rackham ni siquiera había intentado levantar la vista hacia mí. Seguía engullendo trozos de carne y bebiendo vino mientras platicaba sus aventuras, y por un momento pasó por mi mente que el recién estrenado capitán no era sino uno de tantos afeminados encubiertos que tan de moda estaban en estos mares.
-¿Tan malos modales tenéis que no me invitáis a sentarme a vuestra mesa?
-¡Voto al maligno, señora! ¿Pretendéis adularme para sacarme más escudos? ¿No habéis venido acaso a fornicar conmigo porque sabéis que tengo oro a puños? Todas las putas van por mi cuenta esta noche, así que conseguiros a algún otro. Se os pagará igualmente. Retiraos.
Tomé la copa de vino y antes de que pudiera reaccionar, le vacié el contenido en el rostro.
-¡Imbécil! ¡Sois un bellaco igual que todos! ¡Quedaos con vuestras rameras, y que os aproveche vuestro oro! ¡No lo necesito!
Dando media vuelta, comencé a caminar hacia la puerta. Pero antes de siquiera dar el primer paso, una enérgica mano sujetó mi muñeca impidiéndome continuar, haciéndome girar sobre mis talones.
Rackham se encontraba de pie, sosteniendo con fuerza mi mano contra su pecho, y mirándome fijamente a los ojos mientras limpiaba los restos de vino de su cara.
El gesto furioso de su rostro poco a poco fue dando paso a uno de perplejidad, para acabar por fin denotando una total sorpresa.
-Tenéis un fiero temperamento, señorita. Os había confundido con una de las putas del gordo. Aceptad mis disculpas.
-Si tenéis la amabilidad de soltarme -dije apartando con un rápido movimiento mi mano de su pecho-, tal vez las acepte.
La muñeca me dolía, y la sangre tardó unos momentos en empezar a circular de nuevo por mi mano mientras la sobaba.
-Por favor. Sentaros conmigo, señorita…
-Anne Bonny –contesté mientras cogía una de las sillas y me sentaba a horcajadas sobre ella. Rackham rió ante el movimiento.
-Es todo un placer conoceros, Anne Bonny.
-No os ofendáis si no opino lo mismo que vos, pero todavía me duele la mano.
-Tendré que compensaros. ¿Tenéis hambre? ¿Sed?
-No vendría mal hincarle el diente a un buen filete como el vuestro y beber un poco de vino de esa botella que tenéis ahí.
Antes de terminar la frase, Calico chiflaba ya a Harry ordenándole que viniese.
-¡Hey, tú; bola de grasa inmunda! ¡Mueve tu asqueroso culo y trae una ración completa para Anne Bonny aquí presente! ¡Date prisa si no quieres acabar haciéndoles compañía a los cerdos en el asador!
Reía a carcajadas con sus propias ocurrencias, y los borrachos que se encontraban cerca rieron también festejándolo.
-¡Por los amables amigos holandeses que tan cordialmente nos han obsequiado esos doscientos barriles! ¡Salud, camaradas!
-¡Por ellos! ¡Salud! –gritaron todos a coro.
-¡Bailad, comed y bebed hasta que vuestras tripas revienten! ¡Y si no revientan y podéis teneros en pie todavía, follad con alguna moza hasta que quedéis secos!
-¡Jajajajaja! -corearon de nuevo- ¡Un hurra por nuestro capitán, el valiente Calico Jack! ¡Hip, hip, hurra! ¡Hip, hip, hurraaaaa! ¡Hip, hip, hurraaaaaaaa!
Los brindis y risas siguieron un buen rato, hasta que Rackham se sentó de nuevo a la mesa, complacido.
-Mujeres y ron, Anne Bonny. Eso es todo lo que necesita un pirata para ser feliz. Mujeres y ron.
-Si lo sabré yo –pensé.

La cena fue deliciosa, y la compañía muy amena, he de decir. Tras la inicial pelea, Calico Jack probó ser un animado conversador, y no tardó mucho en narrar con lujo de detalles y abundantes exageraciones, las últimas aventuras –abordaje del mercante holandés incluida-. Yo lo escuchaba totalmente pasmada, y disfrutaba del relato como si hubiese tomado parte en él.
Pude enterarme de que era una persona ilustrada, y de que la piratería había sido para él una elección libre, más que un último recurso como para la mayoría.
Su padre era un almirante inglés avecindado en Port Royal y él mismo había servido en la marina inglesa, escoltando buques mercantes entre las colonias británicas de las Antillas. Harto de la monotonía y del despótico capitán que comandaba su barco, desertó en una escala de reabastecimiento en Eleuthera, cinco años atrás.
Desde sus inicios como pirata, había formado parte de la tripulación de Charles Vane, a quien conoció en Tortuga. Hacía tres años que era su hombre de confianza y segundo de a bordo.
En una escaramuza contra un esquife español el invierno pasado, Vane había perdido una oreja y junto con ella el valor que lo caracterizaba.
Desde entonces, la “Invencible” no había conseguido mas que algunos flacos botines, arrebatados a buques contratados por alguna de las misiones de curas franciscanos repartidas por las islas. No había ni honor ni aventura en ello, y la cara de Calico reflejaba la desilusión ante tal situación.
Al cruzarse con los holandeses, Vane ordenó la retirada como venía siendo costumbre, pero la tripulación no aguantaba mas humillaciones. Cuando Rackham enfrentó a su capitán retirándole el mando florete en mano, Vane ni siquiera intentó defenderse. Suspiró aliviado y agradeció a Calico el que por fin acabase con sus penurias. Como una última concesión a Vane, Rackham había logrado evitar que la tripulación le colgase del mástil, aunque ahí precisamente es donde acabaría sus días dentro de unas horas de cualquier manera.
A pesar de cierta pena que sentía por Vane, en cuanto comenzó a hablar de la “Invencible” su gesto cambió, y la plática volvió a animarse. Era un placer escucharle comentar acerca de la maniobrabilidad, de la increíble rapidez, y en general de todos y cada uno de los puntos fuertes de su nuevo navío. Comentó las mejoras que pensaba hacer al velamen, los nuevos cañones que compraría, y la tripulación que él mismo se encargaría de contratar, para hacer de la “Invencible” un buque para ser temido de nuevo.

Animados por el vino y la charla, nos unimos a la fiesta y bailamos hasta que nuestros pies pidieron clemencia. De nuevo a la mesa, en la cual nos esperaban un par de tarros de zinc y una pinta entera de ron para cada uno, Jack se quedó mirándome fijamente de nuevo.
-Anne Bonny… Anne Bonny. Hum –masculló- ¿No serás la hija del viejo James Bonny, o si?
-¡Ja! James Bonny no tiene hija ninguna. El rabo de ese hombre está más muerto que un arenque en salazón desde hace años. ¿Cómo iba a tener una hija sin poder meter el mango donde debe? Soy su esposa.
-¡Pero si eres apenas una muchacha, Anne Bonny! ¿En qué demonios estabas pensando?
-¡Mide tu lengua, Jack Rackham! ¡Tengo edad suficiente como para haber parido a la mitad de los críos de New Providence!
-¡Jajajajajajaja! ¿Y qué edad es esa? ¿Dieciséis, dieciocho a lo sumo?
-Cumpliré veinte la semana entrante –dije sacando el pecho, tratando de parecer insolente y manteniendo la respiración en un intento por hacer mis tetas mas abultadas de lo que en realidad eran-, y probablemente sepa mejor que tu lo que es un buen fornicio.
-Esas acusaciones son muy graves, señora Bonny. Exijo la oportunidad de probaros lo equivocada que estáis.
Sin esperar respuesta, me tomó de las cintas del corsé, jalándome hacia él. Y metiendo su mano por debajo de mi blusón, se apoderó de uno de mis pechos, que respondió de inmediato a la sorpresiva caricia, mientras mi cuerpo giraba hasta quedar sentada sobre sus piernas.
Me besó rabiosamente, con sus labios carnosos y ávidos de los míos, y metió la mano libre bajo mi falda mientras mis piernas se abrían como las puertas de la taberna.
-Os exijo que me demostréis que estoy errada, capitán Rackham.

caius no está en línea   Responder Citando
Antiguo 25-11-2010 , 18:11:20   #3
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Predeterminado Respuesta: La Bucanera

Hubiera podido follarme ahí mismo, y no me habría importado lo mas mínimo. Los hombres que quedaban en la taberna estaban tan borrachos que no se mantenían en pie, o estaban tan ocupados en sus propios asuntos, que otra pareja mas uniéndose al folleteo general ni siquiera se habría notado.
El caso es que Jack me cargó sobre su hombro, y como un saco de harina, me llevó a cuestas hasta el piso superior, mientras yo no paraba de reír, mordisquear y pellizcar su duro y apetecible culo.
De una patada desengoznó la puerta, y girando como un molino, me aventó sobre la cama en la que caí boca abajo.
Antes de que pudiera hacer nada, se abalanzó sobre mí y levantándome la falda, metió su mano entre mis piernas. Levantó mi culo hasta dejarme de rodillas y con esa misma mano comenzó a explorar por mis bajos, excitándome con sus dedos largos y gruesos. Pude oír el sonido su cinturón cayendo sobre los tablones del piso, y su respiración jadeando mientras desanudaba las cintas de sus pantalones con la mano libre.
Su pelvis se acopló a mis nalgas, y sentí la dura punta de su rabo, tieso como un mástil, deslizarse hacia la entrada de mi sexo.
Se separó un segundo; el tiempo justo para escupir sobre su verga y untar sobre ella una buena cantidad de saliva. Y tan rápido como el ataque de una cobra, me empaló hasta el fondo sin ningún miramiento.
Cerré los ojos y arañé las sabanas tan fuertemente, que mis nudillos se pusieron blancos. La raja me escocía y con cada nueva embestida, llegaba una nueva ola de dolor. Pero soporté la penitencia sin apenas chistar, acostumbrada como estaba ya por la experiencia, a la impetuosa y violenta arremetida de los hombres que han estado sometidos a las largas vigilias sexuales de las travesías por el mar, y sabedora de que el siguiente episodio compensaría con creces cualquier padecimiento del anterior.
Jack seguía empujando con tal fuerza, que la cama entera se movía y golpeaba contra la pared con cada nueva embestida. Cuando estuve convencida de que el muro no duraría mucho tiempo mas, una oleada de lefa ardiente que salía con tanta fuerza y en tanta cantidad como el orinar de un buey, se derramó en mi interior y el movimiento cesó con un grito de satisfacción de mi hombre.
-¡Ah! ¡Por todos los muertos que arden en el infierno! ¡Habría llenado dos barriles enteros con esa leche, Anne Bonny!
Cuando por fin pude voltear a verle, Jack estaba meneándose el rabo, de pie junto a la cama. Lo veía, satisfecho, y lo acariciaba como un amo complaciente acariciaría a un caniche.
-¿Y yo? ¿No me merezco también una muestra de afecto?
-Tú, querida Anne Bonny, te mereces no solo mi afecto, sino mi gratitud- me dijo acercándose a mí, y dándome un largo y sabroso beso-. Me doy perfecta cuenta de que he sido algo bestia, pero no lo puedo controlar. Siempre me pasa después de estar sin una mujer por tanto tiempo, pero prometo compensarte ahora mismo. Esta vez gozarás tú.
-Esta vez gozaremos los dos, Jack Rackham.
Con una delicadeza que no pensé posible en un fiero bucanero, Jack comenzó a desvestirme. Rozaba tiernamente con sus manos cada centímetro de piel que iba quedando expuesta, para a continuación besarla más cariñosamente todavía.
Cuando me encontré completamente desnuda, cubrió con sus manos mis pechos, besó mis pezones, rosados, pequeños y duros como dos guijarros, y con sus labios chupó como si intentara mamar de ellos.
-Me encantan tus pechos, Anne Bonny. Pequeños y duros como semillas de melocotón, pero suaves y tiernos como sus flores. Quisiera tenerlos siempre ante mis ojos, y sentirlos convertirse en fruta madura entre mis manos; libarlos con mis labios y beber de ellos por siempre.
Jamás en mi vida me habían dicho cosas como estas. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo; un goce desconocido; más delicado, pero más intenso que el placer del sexo.
Sus labios seguían prendidos de mis pechos, pero sus manos bajaban ya por mi cintura, apenas tocando con las yemas de sus dedos mi piel, que se erizaba a su contacto.
Con su dedo medio se entretuvo en mi ombligo, y todo mi abdomen se contrajo involuntariamente en un perenne y delicioso espasmo, que sólo cesó cuando su mano abandonó el ecuador de mi cuerpo, para continuar bajando hacia mi entrepierna.
Se deslizó por la rizada espesura de mi pubis con ese dedo mágico reptando cual serpiente, hasta encontrar la humedad de mi sexo. Separó los pliegues de mis labios y contempló un instante el botón que le aguardaba, bañado por completo por el fino rocío de mi deseo. Acarició el henchido y rojo capullo impregnando sus dedos de mi líquida esencia, y los dirigió a su boca. Lamió con fruición sus puntas, y los llevó hacia mis labios entreabiertos. Cerrando los ojos, imaginé el sedoso glande de su verga recorriendo mi boca, y con mi lengua procuré abrazarlo.
Retiró la mano y llevó los dedos de nuevo hacia el clítoris, pero esta vez no se detuvo. Continuó hundiendo en mis entrañas uno, dos, y tres dedos, hasta que la palma de su mano se encontró con mi pubis, y comenzó a follarme con ella.
Me oí ronroneando mientras sentía los músculos de mi vagina apresando sus dedos, y mi cadera moviéndose en círculos. Apresé su brazo entre mis piernas, incapaz de continuar con este juego por más tiempo, y tomé entre mis manos su cara para llevarla hasta la mía. Mis mejillas ardían, y toda yo temblaba de deseo.
Lo besé con ansiedad entre jadeos, y tanteé con mi mano en busca de su verga. Sentí su dureza palpitando en mi palma y con voz apenas audible, le supliqué que me tomara.

Apartó mis piernas para librar de su abrazo la mano que apresaban, y tomó mis tobillos juntándolos sobre uno de sus hombros. Dobló mis rodillas, y sin dejar de sujetarme los tobillos, apuntó su polla hacia al entrada de mi vagina. Hundió lentamente su carne en mis entrañas recargando todo el peso de su cuerpo en mis piernas, estrechando así el abrazo de mi interior contra su verga.
Cada roce suyo incrementaba mi placer, y me encontré gimiendo al compás de sus envestidas, rogando al Todopoderoso porque no terminara nunca.
Un intenso orgasmo comenzó a apoderarse de mi cuerpo, y fui incapaz de contener un gutural alarido de satisfacción para acompañarlo.
-Aguanta, Anne Bonny. Solo un poco mas. Creo que puedo con un tercer barril.
-¡Jajajajajajajajaja!
-¡Eso es! ¡Tu ríete, pero verás como vuelvo a llenarte!
Aquello había roto la tensión del momento, y cada carcajada mía hacía que los músculos de mi vagina se contrajeran a su ritmo. Me tomó por sorpresa sentir aquello, pero en definitiva, era delicioso.
Mis risas comenzaron a confundirse con nuevos jadeos, y tan sorpresivamente como ellas, una sensación de completa laxitud apareció junto con mi segundo orgasmo. Sentí la verga de Jack escupiendo una nueva andanada de lefa en mi interior, y su cuerpo agotado cayo a mis espaldas mientras todavía seguía eyaculando. Empujó un par de veces más, como asegurándose de dejar hasta la última gota de su semen dentro de mi, y solo entonces paró.
-¡Ah…! Mh… Esto ha sido demasiado, Anne Bonny. Demasiado bueno para ser cierto.
¡Vaya si tenía razón, el desgraciado! Me había jodido bien y bonito; como ningún otro hombre –y no habían sido pocos- lo había hecho, y encima era atento, simpático y guapo. Maldita sea. Era endiabladamente guapo.
Me revolví a su lado como una gata; ronroneando de puro gusto, arqueando la espalda. Gateé hacia su rabo y se lo olfateé ronroneando de nuevo, dando alguna rápida lamida a su cabeza.
-Jajaja. ¿Qué coño haces?
-Miarramiauuuu. Esta gatita quiere su lechita.
-¡Jajajajaja! Pobrecita gatita. Qué hambrienta que está. ¿Quieres lechita? Pues bebe, bebe.
Lo miré a los ojos ronroneando nuevamente, y sin apartar la mirada, empecé a engullirle el cipote, dejando que resbalara sobre mi lengua, y comencé con el entra y sale; sacaba su pija de mi boca despacio, y continuaba retrocediendo hasta que la punta de mi lengua extendida jugueteaba sobre su cabeza un momento. Después, le comía la verga de nuevo, rápidamente, hasta que la sentía topar en mi garganta.
Seguí hasta que conseguí ponérsela totalmente dura de nuevo, y sólo entonces me aventuré con mi lengua a recorrerle el mástil desde la punta hasta la base. Metí sus cojones a mi boca, y chupé la arrugada piel de sus bolas. Todo conservaba el sabor de su lefa y mis secreciones, y sentí deseos de que me follara de nuevo.
-¡Aaaahhfffffmmmm! ¡Joder, Anne Bonny! Sigue, por favor.
Bueno. Ni hablar. Al diablo con mis ganas de joder de nuevo, pensé. Al él le gustaba esto y se lo había ganado, así que seguí mamando su rabo con gusto.
Comenzó a sobarme las nalgas, y sus dedos rondaban como buitres alrededor de mi culo. Instintivamente paré el trasero, y él aprovechó el movimiento para colocarme encima de su pecho, mientras yo continuaba chupando polla. Me tomó de la cadera y jaló hasta que sentí su lengua entrando en mi raja.
Daba chupetines a mi botón, lamía, repiqueteaba y taladraba todo, en un arrítmico y delicioso caos de lengua y dedos hundiéndose en mis agujeros.
Seguí mamando su polla con gusto, y tuve que disminuir el ritmo cuando me noté corriéndome de nuevo. Gozaba con su verga en mi boca y tuve que impedirle que siguiera comiéndome el chocho, pues era tal mi sensibilidad, que el simple roce de su lengua resultaba tan agradable que era casi doloroso.
Increíblemente, Jack hizo un casi heroico esfuerzo. Y tensando todos los músculos de su cuerpo, consiguió que sus huevos me regalaran sus últimas reservas de lefa, que recibí con gusto en mi boca.
Me rodó para depositarme de nuevo en la cama, y giró para besarme de nuevo.
Compartimos en ese beso mucho más que labios y lenguas; paladeamos juntos el irrepetible sabor de la mezcla de nuestros orgasmos, y nos abrazamos y acariciamos, complacidos.

-Tengo que reconocer que has cumplido, Jack Rackham –le dije cuando conseguí recuperarme, después de un largo reposo.
-¡Ja! ¿Cumplido? ¿Cumplido decís, señora mía? Este ha sido el mejor fornicio de vuestra vida. ¡Reconocedlo!
Giré mi cabeza hacia la suya y pude ver en sus ojos que, al menos en este momento, era completamente feliz. Lo besé, agradecida por haber estado atento a mi placer. Nunca lo olvidaría. Yo también estaba feliz.
-Lo reconozco, capitán Rackham. Me habéis follado como nadie hasta ahora, pero ¿podréis repetir la hazaña?
-¡Jajaja! ¡Sois insaciable, señora!
Nos abrazamos de nuevo y follamos como dos posesos, hasta caer rendidos cuando el sol ya se hundía de nuevo en el horizonte.

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