“Radical”: cuando el cine se convierte en una experiencia de vida

Bien, Soyado. Me encantan tus desenfadadas reseñas. Un agridulce que le da el sabor a este espacio. Las mías son, que te digo, más serias, tirando al gris del aburrimiento, pero me defiendo.

Veamos:

La historia se ha contado muchas veces. Un profesor fuera de lo común llega a una escuela mediocre, problemática o pobre. Escojan. Su método de enseñar no es rígido, sino abierto a nuevas experiencias. Le apunta más al corazón que a la cabeza. Transforma a sus alumnos y gana la partida contra lo tradicional.

Respecto a "Radical", el profesor Sergio es un hombre sencillo que abandona la ciudad para apostarle a nuevas experiencias. A veces parece un pendejo. Decía una amiga mía que no hay nada mejor que una cara de bobo bien administrada y éste es un buen ejemplo.

En la película, la escuela es la de una comunidad pobre y sus alumnos, el ejemplo de la mediocridad. Hay personajes estereotipados como la niña que deslumbrará al mundo en su vida adulta, que vive con su padre en un basurero o el muchacho que es hermano de un pandillero.

Pero hay algo que la salva, las actuaciones y el ritmo. No tiene pretensiones hollywoodescas. La historia avanza con lo justo. Humor, curiosidad, problemas con los corruptos, nulo acceso a la tecnología, confianza, empatía con los muchachos, profesores mediocres y caras alegres.

¿Por qué nos gusta el cine? Porque allí encontramos la justicia que no hay en la vida real y esta película es un buen ejemplo. Niños marginados que no tienen ninguna oportunidad en la vida, les cambia la vida la llegada de este profesor.

Vale la pena verla porque sale uno de la sala de cine con la satisfacción de que al menos allí, en ese sitio de pobreza y exclusión, hay esperanza de un futuro mejor. Esa noche podremos comer sin complejo de culpa porque quizás, en otro lugar, es posible que haya un profesor igual de loco, capaz de reinventarse el mundo.