América Latina: la década perdida

Una década perdida. Como todo nuevo rico que se gana la lotería, el despilfarro fue la regla durante una década que se pensó iba a durar para siempre. Hoy, pasados los buenos tiempos, sólo quedan los ecos de la parranda. El regreso a la realidad es amarga.

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16 MAYO 2015 - 9:33 PM De regreso a la realidad La que se pensó que iba ser la “Década de América Latina” se está convirtiendo, como lo fueron épocas que creíamos superadas, en una pesadilla. Pululan el bajo crecimiento, problemas de deuda, desorden social y político; corrupción, inseguridad, impunidad. Por: Armando Montenegro El crecimiento de la región en 2015 se estima en menos del 1% y cerca del 2% en 2016. Aunque algunos países se salvan, pero con crecimientos mediocres, como Perú y Colombia, hay casos graves como los de Brasil, Argentina y Venezuela, todos en recesión y con una crítica situación política, económica y social. Estos países, víctimas del más burdo populismo, alejados de los principios elementales de manejo macroeconómico, padecen, además, el aumento de la pobreza y la inflación; y todos los días descubren nuevos escándalos de corrupción (en cambio, Ecuador y Bolivia, que han respetado principios fiscales, exhiben crecimientos del PIB aceptables). La prosperidad fue un episodio pasajero, impulsado por el auge de los precios de las materias primas, que permitió grandes gastos de los gobiernos, un buen crecimiento, menor pobreza e incluso menor desigualdad. Mientras que presidentes y ministros pensaban que eran conductores iluminados de sus sociedades, observadores ingenuos de países desarrollados anotaban con entusiasmo que América Latina había encontrado un camino hacia el desarrollo con equidad. Vanas ilusiones. Cuando cayeron los precios, quedaron al descubierto los errores, la falta de previsión y la ausencia de buenas políticas sociales. Algunos, como Venezuela, van a quedar arruinados y polarizados, peor que antes del aumento de los precios de exportación. Se confirmó que el alza de precios de exportación es una maldición en países con instituciones débiles. La calidad de la democracia fue otra víctima. Varios gobiernos populistas, encabezados por líderes carismáticos, no solo de izquierda, montaron su reelección (una peste que reinauguró Alberto Fujimori) por medio de la compra de mayorías electorales por medio de transferencias masivas de dinero, en forma de cheques o auxilios personalizados, y del reparto de mermelada de distintos sabores a sus aliados parlamentarios. Ahora, cuando termina la bonanza, los gobiernos sin dinero y sin popularidad encuentran, entre tantas cosas, que no mejoraron la educación, no promovieron la innovación y tampoco modernizaron la infraestructura física. Y deben enfrentar protestas masivas por los malos servicios sociales, apagones de energía (Venezuela), racionamientos de agua (São Paulo), impunidad rampante y una creciente inseguridad en sus ciudades. Aunque Colombia cayó en algunos de esos problemas –permitió una aguda enfermedad holandesa; durante diez años no construyó infraestructura física; descuidó una política social seria; no fortaleció la justicia y coqueteó con las reelecciones indefinidas–, sus pecados fueron menos graves que los de sus vecinos. Hacia adelante, con una seria escasez de recursos fiscales, enfrenta una exigente agenda de reformas para tratar de recuperar el tiempo perdido. Allí se destacan la construcción de infraestructura, el aumento de la calidad de la educación, la atención de la primera infancia y muchas iniciativas para hacer más competitiva su economía. Si esto no se hace bien, será difícil volver a tener tasas aceptables de crecimiento y progreso en materia social. Armando Montenegro | Elespectador.com

Fuente: El Espectador