La idea, mi estimado OoOops, es que se pueda debatir tranquilamente, con argumentos y con el convencimiento de que nadie posee la verdad absoluta, que la vida tiene muchos matices, que el mundo del blanco y el negro sólo se ve cuando se transita por los extremos, tan perniciosos que nublan la razón y sacan lo peor que guardamos dentro.

Qué buenos son los debates serios, enérgicos sí pero respetuosos, donde abunde la razón y no los insultos. Valga un ejemplo: la desmovilización guerrillera. En lugar del plomo qué bueno poderlas combatir en la vida pública con ideas, mostrando que su ideología, anclada en la guerra fría, es un discurso trasnochado en un mundo que hace mucho dejo atrás el marxismo-leninismo como solución a sus problemas.

Y para eso nacieron estos espacios, para que cada quien exprese sus puntos de vista y de paso se enriquezca con los otros y al final se obtenga lo buscado, una visión más amplia y rica de la realidad reinante, tan compleja que cuesta entenderla. Es un ejercicio grupal sano, pero que, como reflejo del país en el que vivimos, termina convertido en una pelotera de agresiones, epítetos y vocinglería

Las ideas son el arma más poderosa de la tierra; los gritos, la estatura del miedo.

Ayer, para fortuna de Colombia, el senado aprobó la reglamentación de la JEP, el escenario donde las víctimas deberán ser satisfechas con la verdad, la justicia y la reparación, que al final es lo que importa. Si los comparecientes no proporcionan lo exigido, les esperan 20 años de cárcel.

La sociedad civil estará expectante y la JEP no será una rueda suelta. Ante la Corte Constitucional se puede acudir mediante la tutela y las actuaciones de sus magistrados tienen consecuencias penales si fallan a su acomodo y no de acuerdo con la ley.

La guerra con las Farc se terminó y ahora se juega en el campo de la civilidad. De nosotros depende el éxito o el fracaso de intentar debatir con ideas y no con armas.