Messi o Maradona, es la cuestión

Diego Armando Maradona trascendió los tiempos por genio del fútbol y también por ser un tipo contradictorio con altavoces intergalácticos fuera del campo de juego. No suelo hablar en primera persona pero en esta ocasión el tema lo amerita: tuve la fortuna de verlo jugar en vivo y en directo contra Unión de Santa Fe en la capital del Litoral argentino.

Aquella vez el partido terminó empatado y Boca, el equipo de Maradona, se consagró campeón, meses más tarde, del Metropolitano 81’. Ya por entonces se estilaba marcarlo al hombre. Dentro de la larga lista de víctimas, dos ilustres desconocidos para el mundo del balompié, consiguieron pararlo casi siempre que se enfrentaban: el Choclo Regenhardt, de aquél Unión y Abel Moralejo, de Vélez; este último con armas muy poco convencionales que aspiraban a que Diego reaccionara –como sucedía- y ambos se quedaran con diez.

Aquella tarde de 1981 en Santa Fe, Maradona no jugó bien pero realizó lo que años más tarde la cátedra adjudicó erróneamente a Zinedine Zidane -La ruleta-. Diego gambeteó –así lo recuerdo- tres veces seguidas en la misma jugada bailando encima de la pelota-piedra Pintier con la que se disputaban los campeonatos argentinos. Ese día supe que lo que los demás mortales llamaban fútbol, era una disciplina que nada tenía que ver con lo que Diego Maradona, exquisito, soberbio en las formas y en el fondo, demostraba aún cuando no la tocaba demasiado.

La Leyenda Blanca

La Rebeldía Culé

El Rey de Brasil

Vayamos a los bifes…

No vi ni a Pelé, Pontoni, Kubala y Moreno. Poco -y en vídeo- a Di Stéfano, me admiré ante Cruyff, suspiré con Bochini, me emocioné con Pasarella, me regocijé con Raúl, gocé con Zidane, lloré con Riquelme. Romario y Ronaldo me quitaron la voz y una inmensa lista de gigantes jugadores de fútbol invadió mis sentidos.

Todos ellos, sin embargo y contra lo que cree la mayoría, fueron la onceava parte de un grupo de compañeros que se necesitan para jugar bien, primero y vencer, después. Nadie, nunca jamás, ganó solo un partido más allá de los fragmentos fílmicos que dan la sensación de soledad lúdica, de estrella zigzagueante entre burdas intromisiones de músculos enemigos. Aún así, los nombres citados a la ligera, lograron lo que casi nadie puede conseguir cuando las fuerzas requieren del todo para imponerse: son distintos.

La Elegancia Gala

El Gran Nueve

Los Códigos del Pase

Hoy por hoy, y en el mismo lodo todos manoseados, como escribió el gran Discépolo, la búsqueda incesante del debate fácil, del conflicto barato y del olvido permanente de los valores que se van quedando en el camino –no soy un nostálgico y creo que el mejor día es el que queda por vivir-, nos lleva a empobrecer los conceptos y a erradicar para siempre la real esencia del esfuerzo social conjunto, única forma de reconvertir lo que no somos: un mundo decente.

El deporte no es la excepción sino otro de los campos de batalla en donde los dueños del discurso único quieren vencer definitivamente. De ahí que los grandes cracks sean diseccionados del grupo y expuestos como la mera condición individual del hombre. En el fútbol, amigos y amigas, eso no existe. Los hay mejores que el resto pero todos y cada uno de ellos, como antes Maradona y Pelé, Moreno y Lousteau, Di Stéfano y Gento, Leo y Xavi, dependían, dependen y dependerán siempre del resto para potenciarse hacia la inmensidad de los tiempos. Maradona lo logró y Messi lo está consiguiendo.
¿Son comparables Diego Maradona y Leo Messi?

Ninguno de nosotros fue siempre lo que somos ahora y Maradona no salió del vientre de su madre pasando a siete ingleses y la reina antes de fundar el Gran Olimpo de los Goles y la Revancha. Leo Messi no aprendió a caminar y acto seguido recordó al mundo que el fútbol debe ser politeísta con aquel golazo indescriptible al Real Madrid la semifinal de Champions pasada en una de las catedrales del fútbol como el Santiago Bernabéu.

Aquellos que, como canta el uruguayo Jaime Roos, viven jugando al empate, afirman desde las cloacas del conocimiento, que si Leo Messi no gana un Mundial, no puede ser considerado el mejor de la historia. Siguiendo esta sin razón, diremos que Van Gogh fue un fracasado porque en vida no vendió un solo cuadro. ¿Es absurdo o no?

Diego Maradona, ya que hablamos de seleccionados y mundiales, jugó el que ganó en México 86’, el de España 82’, Italia 90’ y USA 94’. Fue héroe en el país Azteca aunque también lo persiguieron por la picardía de Dios y la Mano. Villano en 1982, con un solo gran partido ante Hungría en la fase de grupos, golpeado por Gentile en uno de los partidos más vergonzantes de la historia –debido a lo que se le permitió al que después resultó campeón del mundo- y por hacerse expulsar en su despedida contra Brasil. Su Copa del Mundo le dejó una espina clavada: Pelé seguía reinando.

En Italia 90’, Diego hizo un culto al esfuerzo y el pundonor, al jugar con el tobillo hinchado como un melón: fotos de la época –ver El Gráfico por ejemplo- lo atestiguan. Así y todo le alcanzó para eliminar a Brasil gracias a la única jugada que realizó durante el certamen. Era leyenda a pesar de los bidones de agua que los colaboradores de Bilardo le hicieron beber a los brasileños que, por cierto, merecieron ganar y golear en aquel partido. Argentina llegó a la final de un Mundial que clasificaba a los terceros en la fase inicial: Argentina entró por allí pero no pudo hacer el milagro. Maradona fue más héroe que jugador.

En USA 94’, el equipo de Coco Basile la bordaba, era el candidato, el equipo del pueblo y un canto a la generosidad ofensiva. Todos iban para arriba y Redondo, Simeone, Caniggia y Batistuta, eran compañeros de lujo para un veterano Maradona que, después de ganarle a Nigeria dio positivo en el control antidoping. Nunca se puso en tela de juicio su patriotismo por aquella reincidencia y el pueblo pensó que todo estaba orquestado por sectores del poder a los que Maradona –nadie en la lógica de los factores- había atacado. La pelota se tiraba afuera y Diego seguía siendo dios, populista y contradictorio, pero dios, en minúscula.

Otro de los mitos, entendibles por la calidad de las jugadas visionadas, pero fuera del valor más cercano a la verdad, es el asegura que en México 86’ Diego jugaba solo. Falso. Argentina era un equipo que defendía muy bien, que tenía la pelota mejor y que era poderosísimo en el juego aéreo, a pesar de los goles alemanes en la final. Bilardo armó un tejido destinado a que el mejor de todos explotará en el sector del campo que podía hacer la diferencia, pero el peso estratégico del equipo lo llevaba un crack silencioso como Jorge Luis Burruchaga, también socio de lujo de otro inolvidable como Ricardo Enrique Bochini en el Independiente que, dirigido por un fenómeno como José Omar Pastoriza, se consagró como el mejor equipo del mundo en 1984 al vencer 1-0 al Liverpool –vestido de amarillo- con un solitario gol de Mandinga Percudani.

Recordemos cómo formaba Argentina en 1986: un portero de área pequeña –Pumpido-, un líbero extraordinario –José Luis Brown-, dos stoppers –el desaparecido Cucciufo y Ruggeri-, dos laterales-volantes –Giusti y Olarticoechea-; dos mediocampistas de toque y equilibrio –Enrique y Batista-, un estratega con pase, recorrido y gol –Burruchaga-, un delantero –Valdano- y el dueño de los últimos 30 metros –Maradona-. El dibujo era 1-3-4-1-2, más o menos. Importante también es recordar que la fase de clasificación para el mundial que coronó a Diego tampoco resultó de gran recuerdo para el astro.


En este sentido, y para recordarnos que nada es lineal ni perfecto desde siempre, Argentina estaba eliminada del Mundial faltando diez minutos para acabar el último partido contra Perú: los Incas vencían en el Monumental de River por 1-2, pero Passarella empató de forma corajuda aunque las estadísticas digan que la empujó Gareca para el 2-2 definitivo.

En aquellos partidos –Eliminatorias 1985-, Argentina y Maradona fueron muy criticados y el grupo que tanto costó pasar lo formaban Colombia, Venezuela y Perú. La diferencia entre Diego y Messi, es que al 10 de entonces no le pedían salvar a todos porque Maradona, aún, no se había inventado. Y tenía 25 años, uno más que Leo.

¿Es Leo mejor que Maradona?

Es la pregunta que muchos se hacen y que no debería ser respondida más allá, repito, del debate sencillo y la defensa de un jugador por encima del resto, según el momento. ¿Jugarían juntos en el mismo equipo? Absolutamente. Y Pelé, y Cruyff y Di Stéfano y Garrincha: todos los buenos deben jugar siempre.

En cuanto a Leo, un país golpeado más allá de lo futbolístico, le pidieron que él solo gane la Copa América que Maradona también perdió y contra el mismo rival y en el mismo país: Alzamendi vacunó a la albiceleste –año 1987- en la cancha de River para el 0-1 final. A Leo le exigen el Mundial cuando Diego jugó cuatro y ganó uno porque su equipo era también poderoso y sus socios de otro calibre. A Leo no le cuestionan la medalla olímpica porque ya la tiene –Diego no- y tampoco mundiales juveniles, porque ambos lo lograron.

A Leo Messi, en su país, o mejor dicho donde nació, porque a estas alturas es un valor universal, lo critican porque no tiene prensa, habla poco, no jugó ni en Boca ni en River, es del interior y un número 1. Condiciones imperdonables en una sociedad que se basa en las palpitaciones para encumbrar o hundir a quienes no merecen ni el Cielo ni el Infierno.