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Ver la Versión Completa Con Imagenes : Las aventuras de Bella


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Ayudante De Santa
06-11-2015, 22:19:08
Los mejores licores
esquimala
26-09-2011, 12:59:24
VELADA PARA SOLDADOS EN LA POSADA
Bella estuvo durmiendo varias horas. Se ente ró vagamente de que el capitán tiraba de la
cuerda de la campana. Él se había levantado y estaba ves tido, pero aún no le había dado
orden alguna.
Cuando por fin la princesa abrió los ojos, la figura del capitán se recortó sobre ella
contra la luz mor tecina de un fuego recién encendido en el hogar. Aún no se había
atado el cinturón y, con un rápido movimiento, se lo quitó de la cintura y lo hizo
chasquear a su costado. Bella no podía descifrar su expresión. Parecía cruel y distante
pero aun así sus labios esbozaban una sonrisa. En cambio, las ca deras de la muchacha
le reconocieron de inmedia to. Una suave descarga de fluidos avivó la profunda pasión
que volvía asentir en su interior. Sin embargo, antes de que pudiera despabilar su
languidez, el capitán la había puesto a cuatro patas sobre el suelo. La empujaba hacia
abajo por el cuello obligándola a separar mucho las piernas.
El rostro de Bella ya estaba encendido cuando la azotó entre las piernas y la correa le
alcanzó el prominente pubis. De nuevo un fuerte trallazo en los labios púbicos obligó a
Bella a besar las made ras del suelo, meneando las caderas arriba y aba jo, en un gesto
de sumisión. Los azotes se repitie ron, más sutiles, castigando casi en una caricia los
labios hinchados. La princesa derramó más lá grimas, soltó un grito sofocado que la
dejó bo quiabierta, y no dejaba de levantar las caderas, cada vez más arriba.
El capitán dio un paso adelante y con su gran mano desnuda cubrió las nalgas escocidas
de Be lla, haciéndolas girar lentamente.
Le cortó la respiración. Bella sintió cómo le alzaba las caderas, balanceándolas y
bajándolas de nuevo. Un suave ruido rítmico surgía del pecho de la muchacha. Aún
recordaba cuando el prínci pe Alexi le contaba en el castillo que le habían obligado a
menear las caderas de este modo atroz e ignominioso.
Los dedos del capitán seguían apretando fuertemente la carne de Bella, estrujándole las
nalgas para juntarlas.
¡Moved esas caderas! ordenó en voz baja.
La mano impulsó el trasero de Bella tan arriba que su frente chocó contra el suelo, los
pechos palpitantes se aplastaron sobre la madera y soltó un ge mido vibrante que surgió
entre sofocos. En este instante no importaba lo que hubiera pensado y temido tiempo
atrás en el castillo. Agi tó el trasero en el aire y entonces el capitán retiró la mano. De
nuevo, la correa le azuzó el sexo y, en una orgía violenta de movimiento, la princesa me
neó las nalgas sin descanso como le habían orde nado.
Su cuerpo se relajó, casi alargándose. Si alguna
vez había conocido otra postura diferente a ésta, lo cierto era que no podía recordarlo
con claridad.
«Dueño y señor», suspiró ella, y la correa azotó el pequeño monte púbico, rozando con
el cuero el cada vez más grueso clítoris. Bella meneaba su tra sero con frenesí formando
un círculo. Cuanto más fuerte la azotaba, más jugos fluían en ella, hasta que los casi
irreconocibles gritos que surgían desde lo más profundo de su garganta le im pidieron
oír el sonido de la correa que se estrellaba contra sus lustrosos labios.
La zurra cesó por fin. Bella vio los zapatos del capitán y su mano que señalaba una
escoba de mango corto que estaba apoyada junto a la chime nea de la habitación.
A partir de hoy dijo con gran calma, no os volveré a decir que tenéis que barrer y
restregar esta habitación, cambiar la cama y encender el fuego. Lo haréis cada mañana
al levantaros. y también ahora mismo, esta noche, para que apren dáis. Cuando
terminéis, os lavarán a fondo en el patio de la posada para servir como es debido a la
guarnición.
De inmediato, Bella se puso manos a la obra. Arrodillada, empezó a trabajar con
movimientos rápidos y cuidadosos.
El capitán salió de la habitación y al cabo de unos momentos apareció el príncipe Roger
con el recogedor, el cepillo y el cubo. Le enseñó cómo hacer estas pequeñas tareas, a
cambiar la ropa de cama, preparar la leña para la chimenea y retirar las cenizas.
A Roger no le sorprendió que Bella se limitara a asentir con la cabeza sin hablarle. A
ella ni se le ocurrió hablar con él.
El capitán había dicho «cada mañana». ¡Así que tenía intención de quedársela! Aunque
fuera propiedad del Signo del León, su principal huésped, el capitán, la había escogido a
ella.
La princesa no conseguía hacer las tareas lo suficientemente bien, aunque alisó la cama
y sacó brillo a la mesa, procurando permanecer de rodi llas en todo momento,
levantándose únicamente cuando era necesario.
La puerta volvió a abrirse y la señora Lockley la cogió por el pelo. Bella sintió el tirón
de pelo y la pala de madera que la guiaba escaleras abajo, pero se sosegó ilusionada al
pensar en el capitán.

Ayudante De Santa
06-11-2015, 22:19:08
Los mejores licores
esquimala
26-09-2011, 13:00:01
En cuestión de segundos se encontró de pie en el tosco barreño de madera del patio. La
llama de las antorchas vacilaba a la entrada del mesón, al igual que junto al cobertizo.
La señora Lockley restregaba la piel de Bella con rapidez y rudeza, lavó su escocida
vagina con un chorro de vino mezclado con agua y luego cubrió de espuma las nalgas
de la muchacha.
La mesonera no pronunció palabra mientras torcía a Bella a uno y otro lado, le doblaba
las piernas para que se acuclillara y enjabonaba su ve llo púbico. Después la secó con
bruscos movi mlentos.
Bella vio cómo lavaban a otros esclavos con igual rudeza, y oyó las chillonas y burlonas
voces de la vulgar mujer del delantal y de otras dos re cias muchachas del pueblo que
estaban plenamente entregadas a su tarea, aunque de vez en cuando se detenían para
propinar un azote en las nalgas de uno u otro esclavo sin motivo aparente. Pero lo único
que Bella podía pensar era que pertenecía al capitán, y que iba a ver a la guarnición.
Con toda seguridad, el capitán estaría allí, se decía. Las risotadas y el griterío que
llegaban desde la posada la incitaban y la atormentaban al mismo tiempo.
Cuando Bella estuvo completamente seca y con el pelo cepillado, la señora Lockley
apoyó un pie en el borde del barreño y echó a Bella sobre su rodilla. Le aplastó
fuertemente los muslos con va rios palazos y luego le propinó un empujón para que se
pusiera a cuatro patas.
Bella luchó denodadamente por recuperar el equilibrio y el aliento.
Indiscutiblemente, resultaba insólito que no le hablaran, ni siquiera para darle órdenes
severas e impacientes. Bella alzó la vista mientras la seño ra Lockley giraba en torno a
ella hasta situarse a su lado. Por un instante, atisbó la sonrisa de la me sonera antes de
que tuviera ocasión de recuperar su expresión habitual. Súbitamente, Bella sintió cómo
le levantaba la cabeza con delicadeza, estirando su melena en toda la longitud, y se
encontró el rostro de la señora Lockley justo encima de ella:
Así que vos ibais a ser mi pequeña alborota dora... Éstas son las nalgas que iba a tener
que cocer para el desayuno mucho más rato que las de los demás...
Tal vez aún debierais hacerlo susurró Bella sin querer ni pensarlo ... Si es eso lo que os
gusta para desayunar. Un violento temblor se apoderó de ella en cuanto acabó la frase.
¡Oh, qué había hecho!
El rostro de la señora Lockley se iluminó con una expresión más que curiosa, y de sus
labios se escapó una risa a duras penas reprimida.
Os veré por la mañana, querida mía, con to dos los demás. Cuando el capitán se haya
marcha do y el mesón esté tranquilo, sin nadie más que los otros esclavos, que estarán
esperando en fila sus azotes matinales. Entonces os enseñaré a abrir la boca sin permiso.
Lo dijo con una efusividad inusual. Las mejillas de la señora Lockley habían cogido
color; estaba tan guapa. y ahora, al trote le ordenó con suavidad.
La gran sala de la posada estaba ya abarrotada de soldados y otros hombres que bebían.
El fuego crepitaba en la chimenea y una pieza de cordero giraba en el espetón. Varios
esclavos, en pie y con las cabezas inclinadas, se precipitaban de puntillas para servir
vino y cerveza en docenas de jarros de peltre. Allí donde Bella miraba, entre el gentío
de bebedores vestidos de oscuro con pesadas botas de montar y espadas, veía el destello
de traseros desnudos y relucientes vellos púbicos de esclavos que servían humeantes
platos de co mida, se inclinaban para enjugar el líquido verti do, se arrastraban a cuatro
patas para fregar el sue lo o correteaban para recoger una moneda que alguien había
arrojado juguetonamente al suelo lleno de serrín.
Desde un rincón sombrío llegaba el rasgueo resonante y monótono de un laúd, el ritmo
de una pandereta y los soplidos de una trompeta que in terpretaban una lenta melodía.
Pero la cancionci lla apenas se oía debido a las risotadas de los comensales. Los
fragmentos interrumpidos de un coro arrancaban con entusiasmo pero se desvane cían
enseguida. De todas partes llegaban las voces que ordenaban más comida y bebida, y las
peticio nes de más esclavas y esclavos guapos que acompañaran y entretuvieran a los
soldados.

esquimala
26-09-2011, 13:01:14
Bella no sabía dónde mirar. Por aquí un ro busto oficial de la guardia con su reluciente
cota de malla levantaba de un tirón a una princesa muy rubia y rosada y la colocaba de
pie sobre la mesa.
La esclava, con las manos detrás de la cabeza, danzaba y brincaba aceleradamente, tal y
como le in dicaban, con el rostro sonrojado, los pechos rebotando y el pelo plateado
volando en largos rizos de espirales perfectas alrededor de los hombros.
Sus ojos brillaban con una mezcla de temor y excitación patentes. Por allá, otra esclava
de delicadas facciones era arrojada contra un tosco regazo y azotada mientras intentaba
frenéticamente cubrirse la cara con las manos antes de que un espec tador divertido se
las apartara aun lado y se las es tirara con regocijo.
Entre los toneles de las paredes había más es clavos desnudos, que permanecían en pie,
con las piernas abiertas y las caderas adelantadas, por lo visto esperando que les
llamaran. En una esquina de la estancia, un hermoso príncipe con espesos rizos rojos
que le llegaban a los hombros estaba sentado con las piernas separadas sobre el regazo
de un soldado gigantesco. Los labios de ambos se fundían en un beso mientras el
soldado acariciaba el órgano erecto del príncipe. El príncipe pelirrojo chupaba la barba
negra toscamente afeitada del soldado, tomaba su mandíbula con la boca y luego abría
los labios para reanudar los besos. Se le jun taban las cejas a causa de la intensidad de
su pasión, aunque estaba sentado, indefenso e inmóvil como si lo tuvieran allí atado,
elevando el trasero al compás del movimiento de la rodilla del solda do, que pellizcaba
el muslo del príncipe para que diera saltos. El esclavo rodeaba con el brazo izquierdo el
cuello del soldado y hundía la mano derecha en la espesa cabellera del oficial, acari
ciándola lentamente.
Una princesa de negra melena forcejeaba en el suelo del rincón más alejado, tumbada
boca arriba con las manos sujetas a los tobillos y las piernas separadas. Su larga melena
barría el suelo mientras le vertían un jarro de cerveza sobre sus tiernas partes íntimas y
los soldados se inclinaban jugue tonamente para lamer el líquido que se escurría del
vello rizado del pubis. De repente la pusieron boca abajo sobre las manos, con los pies
levanta dos para que un soldado llenara de cerveza el sexo de la princesa hasta
desbordarlo.
En aquel instante la señora Lockley tiraba de Bella para que cogiera en sus manos una
jarra de cerveza y un plato de peltre con comida humeante. Luego le volvió la cara para
que viera la figura distante del capitán. Estaba sentado en una concu rrida mesa situada
al otro lado de la gran estancia, de espaldas a la pared, con la pierna apoyada sobre el
banco que tenía ante él y la mirada fija en Bella.
La princesa se esforzó por moverse deprisa de rodillas, con el torso erguido, sosteniendo
el plato bien alto hasta llegar allí y quedarse arrodillada junto al capitán. Se estiró por
encima del banco para depositar la comida sobre la mesa. El oficial, apoyado en un
codo, acarició el pelo de Bella y observó su rostro como si estuvieran a solas, aunque a
su alrededor los hombres reían, hablaban y cantaban. Su daga de oro destellaba a la luz
de las velas, al igual que su cabello dorado, sus cejas y el escaso vello que un mal
afeitado había olvidado sobre el labio superior. La inusual delicadeza de su mano, al
apartar hacia atrás el cabello de Bella y alisarlo detrás de los hombros, provocó escalo
fríos en los brazos y la garganta de la princesa, así como un espasmo ineludible entre las
piernas.
Casi sin querer, el cuerpo de Bella describió una imperceptible ondulación.
Al instante, la fuerte mano derecha del capitán la agarró por las muñecas, y
levantándose del ban co alzó a la muchacha del suelo, dejándola colgada por encima de
él.
La princesa, desprevenida, primero palideció, y luego sintió que la sangre le inundaba el
rostro.
Mientras el capitán la agitaba a uno y otro lado, los demás soldados se volvían para
mirarla.

esquimala
26-09-2011, 13:03:34
A la salud de mis soldados, que han servido ala reina como se merece dijo el capitán y
de inmediato se oyó un fuerte pataleo acompañado de una salva de aplausos. ¿Quién va
a ser el prime ro? inquirió el capitán.
Bella sentía que sus labios púbicos se juntaban a causa de su creciente grosor, y una
densa hume dad fluía a través de su arruga púbica. Pero un silencioso acceso de terror
invadió su alma y la dejó paralizada. ¿Qué va a sucederme? , se preguntó al tiempo que
unas oscuras figuras que se aproxima ban cada vez más la rodeaban. La robusta silueta
de un hombre fornido se elevó ante ella. Los pul gares del forzudo se hundieron
suavemente en los tiernos sobacos de Bella para cogerla de las manos del capitán,
agarrándola con fuerza. Los jadeos de Bella cesaron.
Otras manos guiaron las piernas de la princesa hasta colocarlas alrededor de la cintura
del soldado. Bella sintió que con la nuca tocaba la pared que tenía detrás y levantó las
manos para prote gerse, con la mirada fija en el rostro del soldado que rápidamente se
llevó la mano derecha a los pantalones para desabrochárselos.
El olor de cuadra, el aliento de cerveza, el aroma penetrante y delicioso de la piel
bronceada por el sol y del cuero sin curtir emanaban de aquel hombre, cuyos ojos
negros se estremecieron bre vemente y se cerraron por un momento cuando hundió la
verga en el cuerpo de Bella, ensanchando los dilatados labios de la muchacha, cuyas ca
deras golpeaban contra la pared con un ruido sor do ya un ritmo frenético.
Sí. Ahora. Sí. El miedo se disolvió dando paso a una emoción aún mayor y más difícil
de expre sar. Los pulgares del hombre se clavaban en los sobacos de la princesa
mientras continuaban las acometidas. Alrededor de ellos, en la penumbra, Bella veía
numerosos rostros cuyas miradas se centraban en ella, mientras el ruido de la posada se
elevaba y descendía en violentas oleadas.
El pene descargó su caliente y anegador fluido dentro de ella, mientras su propio
orgasmo se di fundía por todo su cuerpo, cegándola, y de su boca abierta surgían gritos
espasmódicos. Con el rostro encendido, desnuda, Bella experimentó su placer en medio
de esta ordinaria taberna. La levantaron otra vez, vacía. Sintió que la arrodillaban sobre
la mesa, ya continuación le separaban las piernas y le coloca ban sus propias manos bajo
los pechos.
Mientras una ávida boca succionaba su pezón, la princesa elevó el pecho arqueando la
espalda y apartó tímidamente los ojos de los que la rodea ban. La hambrienta boca se
nutrió seguidamen te de su pecho derecho, aspirando intensamente mientras la lengua
apuñalaba el diminuto y duro pezón.
Otra boca había tomado el pecho izquierdo.
Mientras ella se apretaba contra los labios que la chupaban y le daban un placer casi
desmesurado, unas manos le separaron las piernas aún más, ha ciendo descender el sexo
casi hasta dejarlo sobre la mesa.
Durante un instante volvió a invadirla aquel miedo irreprimible. Había manos sobre
todo su cuerpo, mientras la sostenían por los brazos y le sujetaban a la fuerza las manos
a la espalda. No podía liberarse de las bocas que succionaban con fuerza sus pechos.
Alguien la obligó a levantar la cabeza y vio una sombra oscura que la cubría mientras se
ponía a horcajadas sobre ella. La verga penetró en su boca, que se abría, y Bella se
quedó mirando el vientre velludo situado sobre ella. Suc cionó el falo con toda su
fuerza, con la misma in tensidad con que las bocas le chupaban los pe chos, y continuó
gimiendo mientras el miedo se evaporaba una vez más.
Su vagina temblaba, los fluidos descendían por sus muslos separados y sufría violentas
sacu didas de placer.
La verga que tenía en la boca la cautivaba, pero no le daba ninguna satisfacción.
Absorbió el pene más y más hasta que su garganta se contrajo y la eyaculación salió
disparada contra ella. Mientras, las bocas tiraban con delicadeza de sus pezones,
trataban de morderlos, y sus labios púbicos se cerraban en vano capturando el vacío.
De pronto, algo tocó su clítoris palpitante y lo raspó a través de la gruesa película de
humedad.
Algo se hundió entre sus ávidos labios púbicos.
Era el mango tosco y enjoyado de la daga... seguro que lo era... y la empaló.

esquimala
26-09-2011, 13:04:39
Bella tuvo un orgasmo desenfrenado. Entre jadeos contenidos, levantaba cada vez más
las caderas, y todas las imágenes, sonidos y aromas de la posada se disolvieron en su
frenesí. El mango de la daga la sostenía, la empuñadura le maltrataba el pubis sin
permitir que el orgasmo cesara, forzan do un grito tras otro.
Pese a que la tendieron de espaldas sobre la mesa, la atormentaba, la obligaba a
culebrear y retorcer las caderas. Apenas pudo ver el rostro del capitán por encima de
ella, mientras se contorsio naba como un gato y el mango de la daga la mecía arriba y
abajo, obligándola a golpear la mesa con las caderas.
Esta vez no iba a correrse tan pronto.
La estaban levantando. Sintió cómo la tendían sobre un barril de grandes dimensiones,
con la es palda arqueada sobre la húmeda madera y su cabello desparramado sobre el
suelo, podía oler la cerveza. En esa posición veía el mesón patas arriba, en una
exhibición de colores. Otro pene entró en su boca mientras unas manos firmes asegura
ban sus muslos contra la curva del tonel y una ver ga penetraba en su lubricada vagina.
Bella había dejado de pesar, no había equilibrio. No veía nada aparte del oscuro escroto
y la ropa desabrochada que tenía ante sus ojos. Entretanto, le palmotea ban los pechos y
se los chupaban, agarrados por fuertes dedos que la sobaban. Bella buscó a tientas las
nalgas del hombre que llenaba su boca y se afe rró a él, guiando sus movimientos. Pero
la otra verga la machacaba contra el barril, la taponaba, pulverizaba su clítoris
mecánicamente con un ritmo diferente. Sintió en todos sus miembros la consumación
abrasadora, como si no surgiera de su entrepierna, mientras sus pechos se multiplica
ban. Todo su cuerpo se convirtió en el orificio, el órgano.
La llevaban al patio y advirtió que sus brazos rodeaban unos hombros firmes y
poderosos.
Un joven soldado de pelo castaño la transportaba sin dejar de besarla y hacerle
carantoñas. Los hombres estaban sentados en grupos sobre el cés ped, riéndose a la luz
de las antorchas, en torno a los esclavos a los que bañaban en los barreños. Su talante
era tranquilo puesto que sus primeras y ai dientes pasiones habían sido satisfechas.
Los soldados formaron un corro alrededor de Bella cuando la bajaron para meterle los
pies en el agua caliente. Luego se arrodillaron, tomaron un odre lleno y echaron chorros
de vino sobre el cuerpo de la muchacha, provocándole cosquilleos mientras la
limpiaban. La lavaron con el cepillo y el trapo, entre juegos, y competían por besarla y
por llenar su boca, lenta y cuidadosamente, del agrio y frío vino. Bella intentó recordar
ese rostro, aquella risa, incluso la piel del que tenía el pene más grueso; todo fue en
vano.
La tendieron sobre la hierba, bajo las higueras, y volvieron a poseerla. Su joven
apresador, el soldado del cabello castaño, se nutrió de la boca de Bella como en una
ensoñación, y luego la penetró aun ritmo más lento y suave. Ella estiró los bra zos,
palpó la piel desnuda de las nalgas del soldado y la tela de los pantalones a medio bajar.
Mientras tocaba el cinturón desatado, el tejido arrugado y el trasero medio desnudo,
contrajo fuertemente su vagina contra la verga del mucha cho de tal manera que él tuvo
que soltar un grito sofocado por encima de ella, como si de un esclavo se tratara.
Transcurrieron varias horas.
Bella estaba sentada, medio dormida y echa un ovillo, sobre el regazo del capitán. La
cabeza reposaba contra el pecho de él y los brazos le rodeaban el cuello. Como un león
desperezándose, él se desentumeció bajo ella y su voz retumbó gra vemente en su ancho
pecho cuando se dirigió al soldado que tenía enfrente. Sin esfuerzo alguno, acunaba la
cabeza de la princesa en su mano izquierda, cuyo brazo le parecía a Bella inmenso y
poderoso.

esquimala
26-09-2011, 13:05:36
La princesa abría los ojos sólo de vez en cuan do para percibir la luminosidad humeante
y des lumbradora de toda la taberna.
La sala estaba más tranquila y también más or denada que antes. El capitán no cesaba de
hablar.
Las palabras «princesa fugitiva» llegaron con claridad a oídos de Bella.
«Princesa fugitiva», pensó ella amodorrada.
No podían preocuparla tales cosas. Volvió acerrar los ojos, acurrucándose contra el
capitán que la estrujó con su brazo izquierdo.
«Cuán espléndido es él pensó la princesa. Con su tosca belleza.» Le encantaban los
profundos pliegues de su rostro bronceado, el deseo reflejado en sus ojos. Le vino a la
cabeza un curioso pensamiento. No le importaba de qué trataba la conversación de él
más de lo que a él le importaba hablarle a ella. Bella sonrió para sus adentros. Era su
esclava desnuda y sobrecogida. y él, su rudo y bestial capitán.
Pero sus pensamientos se trasladaron invo luntariamente a Tristán. Se había declarado
tan re belde ante Tristán.
¿Qué habría sido de él? ¿Cómo le iría con Ni colás el Cronista? ¿Conseguiría enterarse
alguna vez? Quizás el príncipe Roger pudiera darle alguna noticia. Tal vez el denso y
pequeño mundo del pueblo tenía sus vías secretas de información. Te nía que enterarse
de si Tristán se encontraba bien.
Sencillamente deseaba poder verle. Y, soñando con Tristán, la princesa se quedó
dormida.

esquimala
29-09-2011, 17:23:11
UN MAGNÍFICO ESPECTÁCULO
Tristán:
Sin los horrorosos arneses del tiro me sentí aún más vulnerable. Mi desnudez me
resultaba ofensiva mientras marchaba velozmente hacia el final de la carretera,
esperando algún tirón de las riendas en cualquier momento, como si todavía las llevara
puestas. A esta hora eran numerosos los carruajes, decorados con farolillos, que pasaban
con estruendo junto a nosotros, con los esclavos trotando a toda prisa, con las cabezas
tan altas como antes llevaba la mía. ¿Prefería estar como ellos? ¿O me gustaba más esta
otra condición? ¡No lo sabía! Sólo era consciente de mi temor y deseo, y de un
conocimiento absoluto de que mi atractivo amo Nicolás, mi estricto señor, más que
muchos otros, caminaba a mi lado.
Más adelante, una brillante luz iluminaba abun dantemente la carretera. Estábamos
llegando al final del pueblo. Pero, sin detener la marcha, al doblar por el último de los
elevados edificios que tenía a mi izquierda vi un espacio abierto que aun que no era el
mercado estaba terriblemente abarrotado y alumbrado por abundantes antorchas y
farolillos. Olí el vino en el aire y oí las ruidosas y embriagadas risas. Había parejas que
bailaban agarradas y vendedores de vino con odres llenos sobre los hombros que se
abrían camino entre la multitud ofreciendo copas a todos los asistentes.
Mi amo se detuvo de repente y dio una mone da a uno de estos expendedores. Luego
sostuvo la copa ante mí para que lamiera el vino de ella. Me sonrojé hasta la raíz del
cabello, pero pude apreciar las virtudes del vino y lo bebí ávidamente con todo el
esmero que pude. Hacía rato que me ardía la garganta.
Cuando levanté la vista, aprecié con más clari dad que aquel lugar era una especie de
recinto para aplicar castigos. Con toda seguridad, era el sitio que el subastador había
denominado el lugar de castigo público.
A un lado había una hilera de esclavos colocados en picotas, y otros estaban maniatados
en el interior de unas tiendas lóbregamente iluminadas, cuya entrada estaba vigilada por
mozos que deja ban pasar, tras pagar una moneda, a los lugareños que iban y venían.
Otros esclavos maniatados co rreteaban en círculo alrededor de un mayo, casti gados
por cuatro guardias que esgrimían palas.
Aquí y allá, un par de esclavos corrían a cuatro patas sobre el polvo para recoger algún
objeto lanzado ante ellos, mientras jóvenes de ambos sexos les instaban a darse prisa,
pues obviamente habían apostado dinero a favor de su esclavo favorito.
Más a la derecha, sostenidas contra las murallas, giraban lentamente unas ruedas
gigantes con es clavos atados a ellas con las extremidades completamente estiradas,
dando vueltas y más vueltas con sus inflamados muslos y nalgas convertidos en dianas
contra las que el público lanzaba corazones de manzana, huesos de melocotón e incluso
huevos crudos. Otros esclavos se movían a duras penas acuclillados tras sus amos, con
el cuello su jeto a las rodillas por dos cortas cadenas de cuero, y los brazos estirados
hacia delante aguantando dos grandes palos de los que colgaba un cesto lleno de
manzanas dispuesto para la venta. Dos prin cesitas rosadas, de pechos voluminosos y
brillan tes de sudor, cabalgaban sobre caballos de madera con frenéticos gestos
bamboleantes, y sus vaginas empaladas sobre falos de madera. Mientras yo ob servaba
la escena atónito, ya que mi dueño me permitía caminar entonces con más lentitud y po
día recorrer a su vez con la mirada la feria, una princesa alcanzó su descomunal y
sobrecogedor clímax para deleite de la multitud, y recibió los aplausos que le dedicaban
como vencedora de la prueba. La otra se llevó unos cuantos palazos, y fue castigada y
reprendida por los que habían apostado por ella.
Pero la gran atracción se encontraba en la alta plataforma giratoria donde un esclavo era
azotado con una larga pala rectangular de cuero. Al verlo, el corazón se me cayó a los
pies y recordé que mi ama me había amenazado con llevarme a la plata forma giratoria.
Fue entonces cuando advertí que, poco a poco, me estaban conduciendo hacia allí. Nos
abría mos paso a través del mar de ruidosos espectado res que se extendía unos quince
metros alrededor de la alta plataforma. Observamos atentamente la fila de esclavos
arrodillados con las manos detrás del cuello, que recibían la lluvia de imprecaciones de
los presentes mientras esperaban en los escalones de madera su turno para subir al
estrado y re cibir su castigo.
Mientras yo miraba incrédulo, mi amo me dio un empujón para colocarme directamente
al final de la cola y ocupar mi puesto. Un mozo apostado al pie de la escalera recibía
monedas de los asistentes. Me obligaron a arrodillarme y fui incapaz de ocultar el miedo
que me consumía. Las lágrimas me escocían los ojos y todo mi cuerpo se agitaba
tembloroso. ¿Qué había hecho yo? Docenas de rostros redondos se habían vuelto hacia
mí y al cancé a oír sus pullas:
Vaya, ¿un esclavo del castillo que se cree demasiado bueno para la plataforma pública?
Mirad qué cipote.
¿No habrá sido un cipote malo?
¿Por qué van a azotarle, señor Nicolás?
Por ser apuesto contestó mi señor con un deje de humor negro.

esquimala
29-09-2011, 17:23:53
La respuesta de mi dueño había provocado sonoras risotadas, y la luz de las antorchas
hacía relucir las mejillas y ojos húmedos de la risa. Lle no de horror, dirigí la mirada
hacia la escalera y la alta plataforma, pero apenas vi nada aparte de los escalones
inferiores mientras me arrodillaba ante la cada vez más numerosa multitud que se amon
tonaba a nuestro alrededor. El esclavo situado
ante mí se adelantó con gran esfuerzo cuando apresuraron a otro príncipe cautivo
escaleras arriba. De algún lugar llegó el fuerte redoble de un tambor y repetidos gritos
de la multitud. Yo me di la vuelta para mirar suplicante a mi amo y me arrojé al suelo
para besar sus botas, mientras la muchedumbre me señalaba y se reía.
Pobre príncipe desesperado se mofaba un hombre. ¿Echas de menos tu agradable baño
perfumado del castillo?
¿Te azotaba la reina sobre sus rodillas?
Mirad esa polla; a esa polla le hace falta un buen amo y una buena señora.
Noté una mano firme que me cogía por el pelo y me levantaba la cabeza. Vi entre
lágrimas un apuesto rostro por encima de mí, afable pero no carente de severidad. Los
ojos azules se entrecerraron muy lentamente, los oscuras pupilas pa recieron expandirse
mientras alzaba la mano derecha y el dedo índice se agitaba hacia delante y atrás y con
los labios formaba silenciosamente la pala bra «no». Me quedé sin aliento. Los ojos se
le que daron inmóviles, fríos como la piedra, y la mano izquierda me soltó. Volví a
ocupar espontánea mente mi puesto en la fila y enlacé mis manos tras la nuca, de nuevo
temblando y tragando saliva mientras la multitud profería unos exagerados «ooooh» y
«aaaah» para expresar burlonamente su conmiseracióon.
Esto sí que es un buen chico me gritó un hombre al oído. No querréis defraudar ahora a
la multitud, ¿verdad que no? sentí que su bota me tocaba el trasero. Apuesto diez
peniques a que nos ofrece el mejor espectáculo de esta noche.
¿Y quién va a determinar eso? dijo otro.
¡Diez peniques a que mueve ese culo mejor que nadie!
Me pareció que transcurría toda una eternidad hasta que vi subir al siguiente esclavo,
luego al siguiente y otro más. Yo fui el último. Avancé esfor zadamente a cuatro patas
sobre el polvo, empapado del sudor que chorreaba por todo mi cuer po. Las rodillas me
ardían y la cabeza me daba vueltas. Incluso en este momento creía que, de algún modo,
iban a rescatarme. Mi amo sería mi sericordioso, cambiaría de idea, se daría cuenta de
que no había hecho nada para merecer esto. Sencillamente, tenía que suceder, porque yo
no era ca paz de soportarlo.
La multitud se apretujaba y empujaba hacia delante. Se oyeron fuertes vítores cuando la
prin cesa a la que estaban azotando sobre la plataforma empezó a quejarse con agudos
chillidos ya pata lear con todas sus fuerzas sobre la plataforma.
Sentí una ineludible necesidad de levantarme y echar a correr pero no me moví. El
rugido de la plaza pareció aumentar bruscamente con el siguiente redoble de tambores.
Los palazos habían concluido. Era mi turno. Dos mozos me llevaron en volandas
escaleras arriba mientras toda mi alma se rebelaba. Entonces oí la firme orden de mi
amo:
Sin grilletes.
Sin grilletes. Así que había existido esa posibilidad. Estuve apunto de iniciar un violento
forcejeo. «Oh, por favor, por piedad, poned me los grilletes.» Pero horrorizado, me
encontré a mí mismo estirándome por propia voluntad para apoyar la mandíbula sobre
el alto pilar de madera, separé las rodillas y enlacé las manos a la espalda mientras las
rudas manos de los mozos se limita ban a guiarme.
Entonces me quedé solo. Ninguna mano me tocaba. Mis rodillas descansaban
únicamente so bre unas muescas poco profundas talladas en la madera. Entre mí y los
miles de pares de ojos no se interponía nada aparte del delgado poste sobre el que
descansaba la mandíbula, mientras mi pecho y vientre se comprimían en espasmos
inconte nibles.

esquimala
29-09-2011, 17:24:37
Habían hecho girar la plataforma a gran velo cidad y entonces pude ver la gran figura
del maes tro de azotamientos, con el pelo enmarañado, re mangado por encima de los
codos y con la gigante pala en su desmesurada mano derecha mientras con la izquierda
recogía una gran masa pringo sa de crema color miel que sacó de un cubo de ma dera.
¡Ah, dejad me que lo adivine! gritó. ¡Se trata de un jovencito recién llegado del castillo
que nunca ha sido apaleado aquí! Suave y sonrosado como un lechoncillo, a decir por su
pelo ru bio y esbeltas piernas. y bien, ¿vais a ofrecer a estas buenas gentes un buen
espectáculo, jovencito?
De nuevo hizo dar media vuelta a la plataforma y, con una palmotada, pegó la crema a
mis nalgas. Aplicó el emplasto a conciencia mientras la muchedumbre le recordaba a
gritos que iba a necesi tar una buena cantidad. Los tambores resonaron con su
espeluznante y profundo redoble. Ante mí podía ver a cientos de ansiosos lugareños
vociferantes que se extendían por toda la plaza. También vi a los desgraciados que
daban vueltas al mayo, a los esclavos colocados en la picota, que forcejeaban cada vez
que les pellizcaban e importunaban, a los que estaban colgados boca abajo de un
carrusel de hierro que giraba lentamente, del mismo modo en que me estaban moviendo
a mí entonces, en aquel círculo implacable. Mis nalgas se calentaron, después
parecieron hervir a fuego lento y luego sentí que se cocían bajo el espeso masaje de la
crema. Casi percibía el modo en que relucían. Así que continué arrodilla do libremente,
¡sin grilletes! De pronto mis ojos se quedaron tan deslumbrados por las antorchas que
me vi obligado a parpadear.
Ya me habéis oído, jovencito resonó otra vez la retumbante voz del maestro de
azotamientos. Volvía a tenerlo frente a mí, y él se secaba la mano en su pringoso
delantal. Entonces se estiró para cogerme la barbilla y me pellizcó las mejillas mientras
agitaba mi cabeza hacia delante y atrás.
Ahora, ofreceréis un buen espectáculo a esta gente dijo a voz en grito. ¿Me oís,
jovencito? ¿Y sabéis por qué vais a ofrecer un buen espectáculo? ¡Porque voy a zurrar
este bonito trasero hasta que lo hagáis! la multitud chilló con risas burlo nas. ¡Moveréis
esas preciosas nalgas, joven esclavo, como no lo habíais hecho nunca! ¡Ésta es la
plataforma pública!
Con un brusco golpe de pedal dio otra vuelta a la plataforma giratoria mientras la larga
pala rec tangular me azotaba ambas nalgas con un contun dente estallido, obligándome a
luchar frenética mente por recuperar el equilibrio.
La multitud profirió un jovial rugido cuando volvieron a hacer girar la plataforma y me
alcanzó un segundo golpe; y después otro giro y otro, y luego otro más. Apreté los
dientes para amorti guar los gritos mientras el ardiente dolor se pro pagaba desde mis
nalgas a través de mi verga. Oía las mofas: «Dale duro», «Zúrrale en serio», «Dale en
ese trasero» y «Sacúdele la polla». Me percaté de que yo obedecía estas órdenes, no
deliberadamente, sino movido por la desesperación. Cada vez que uno de los
ensordecedores azotes me za randeaba brutalmente, yo culebreaba e intentaba no
salirme de mi sitio en la plataforma giratoria. Intentaba cerrar los ojos pero se abrían
completamente con cada golpe, igual que mi boca, de la que brotaban gritos
incontrolables. La pala me enviaba de un lado a otro, casi me derribaba para luego
volver a enderezarme, pero aun así, con cada palazo notaba cómo se sacudía mi ávida
ver ga hacia delante, palpitando de deseo, mientras el dolor centelleaba en mi cabeza
como una explo sión de fuego.
La miríada de matices y formas de la plaza se enmarañaba borrosamente. Mi cuerpo,
atrapado en una serie vertiginosa de fuertes azotes, parecía volar, como si se
desprendiese de sí mismo. Había dejado de intentar recuperar el equilibrio pero aun así
la pala no me permitía escurrirme o caer; nunca había existido ese peligro. Estaba
atrapado en la velocidad de las vueltas, cedía al calor y la fuerza de la pala para
amortiguar su efecto, que jándome a voz en grito, mientras la multitud aplaudía, chillaba
y vitoreaba.

esquimala
29-09-2011, 17:25:39
Todas las imágenes del día se fundieron en mi cerebro: el extraño relato de Jerard, la
ama al hacer penetrar el falo entre mis nalgas separadas; y aun así no podía pensar con
claridad en nada, sólo sentía los palazos y oía a la muchedumbre carcajeante cuyos
rugidos llegaban a mis oídos fluyendo co mo una marea hasta la plataforma giratoria.
¡Que no paren esas caderas! gritó el maestro de azotamientos. y yo, sin pensarlo ni de
searlo, obedecí, vencido por la fuerza de la orden y por el deseo del gentío.
Castañeteando descon troladamente, oía los roncos y estridentes vítores, mientras la
pala golpeaba primero el lado izquier do y luego el derecho de mis nalgas, para caer a
continuación ruidosamente sobre mis muslos y volver de nuevo al trasero.
Me encontraba perdido, como nunca antes lo había estado. Los gritos y las
aclamaciones me purgaban tanto como las luces y el dolor. Ya no era más que mis
ronchas ardientes, mi carne hin chada y la dura vara de mi pene que se sacudía en vano
mientras la multitud aullaba, la pala me al canzaba ruidosamente una y otra vez y mis
pro pios gritos casi ahogaban el sonido de sus golpes.
En el castillo no había sufrido nada que expiara mi alma de este modo. Nada me había
cauterizado y vaciado de tal manera.
Me había sumergido en las profundidades del pueblo, y allí estaba, abandonado. De
repente era un lujo, un lujo horrible, que tantas personas fueran testigos de este delirio
de degradación. Si tenía que perder el orgullo, la voluntad, el alma, pues que se
deleitaran en ello. y también sentí que era natural que los cientos de personas que se
arremo linaban en la plaza ni siquiera se percataran de todo ello.
Sí, en esto me había convertido, en esta masa desnuda e hinchada de genitales y
músculos esco cidos, en el corcel que tiraba del carruaje, el objeto sudoroso y lloroso,
sometido al ridículo público.
Podrían complacerse en ello o ignorarlo, como prefirieran.
El maestro de azotamientos retrocedió unos pasos e hizo girar la plataforma una vez
más. Mis nalgas hervían. Mi boca abierta se estremecía, sofocada por los gritos
descontrolados que se atragantaban más ruidosamente que nunca.
¡Poned esas manos entre las piernas y ta paos los testículos! rugió mi torturador. Sin pen
sar, en un último gesto de envilecimiento, me en corvé obedientemente, con la barbilla
todavía bien apoyada, y protegí mis testículos mientras el gentío pataleaba y se reía cada
vez con más fuerza.
De repente vi que un aluvión de objetos volaban por los aires. Me estaban tirando
manzanas a me dio comer, mendrugos de pan, huevos frescos que se aplastaban
quedamente al explotar las cáscaras contra mis nalgas, espalda y hombros. Sentí pro
fundas punzadas en mis mejillas y en las plantas de mis pies desnudos, mientras con los
ojos abier tos de par en par asistía en medio del griterío ami propio espectáculo. Hasta
mi pene fue alcanzado, lo que provocó penetrantes chillidos de satisfacción y más
risotadas.
Seguidamente una lluvia de monedas comen zó a alcanzar las maderas del estrado. El
maestro de azotamientos gritó:
Más, sabéis que ha merecido la pena. ¡Más! ¡Pagad la zurra del esclavo y su dueño se
dará más prisa en volver a traerlo! Vi a un joven que me rodeaba formando un ansioso
círculo para reco ger el dinero. Lo colocó en un pequeño saco y lo ató con un cordel.
Luego, levantándome la cabeza por el pelo, me introdujeron el saco y lo apretaron
contra mis dientes. Yo jadeaba y gruñía de asom bro. Sonaron aplausos por doquier y
exclamacio nes de «¡Buen chico!», así como preguntas guaso nas sobre si me había
gustado la paliza y si me gustaría recibir otra la noche siguiente.
Me alzaron bruscamente de la plataforma y me hicieron bajar a toda prisa por los
escalones de madera.
Sin más ceremonias, me alejaron de la plataforma giratoria con sus brillantes antorchas.
Con un empujón, caí de cuatro patas. A continuación, me condujeron a través de la
multitud hasta que vi las botas de mi amo y, al alzar la vista, descubrí su lánguida figura
apoyada contra el mostrador de madera de un pequeño puesto de vino. Me obser vaba
sin el menor atisbo de sonrisa, y no dijo nada. Tomó el pequeño saco de mi boca, lo
sopesó en su mano derecha, se lo guardó y continuó ob servándome desde la altura.
Yo incliné la cabeza hasta apoyarla en el polvo del suelo y sentí que mis manos salían
de debajo de mí. No podía moverme, aunque por suerte no recibí ninguna orden para
hacerlo. El estruendo de la plaza se fundió en un único sonido que casi parecía silencio.
Enseguida noté las delicadas manos de mi amo, las manos de un caballero, que me
levanta ban. Vi ante mí un pequeño puesto para el aseo personal. Allí un hombre
esperaba con un cepillo y un cubo de fregar. Fui conducido con absoluta firmeza y
entregado a él. El hombre dejó la copa de vino que estaba bebiendo y cogió con gratitud
una moneda de mi amo. Luego se estiró y, sin me diar palabra, me obligó a ponerme en
cuclillas so bre el cubo humeante.

esquimala
29-09-2011, 17:26:10
En cualquier otro momento, en los meses pa sados, ser lavado en público, junto a la
multitud indiferente, hubiera sido horrendo para mí. En es tos instantes sólo era
voluptuoso. Yo apenas era consciente del agua caliente que vertía sobre mis latentes
erupciones, de cómo eliminaba la pegajo sa yema de huevo y el polvo adherido a ella, ni
tampoco de cómo empapaba mi verga y mis testí culos, a los que aplicó un ungüento
con tanta rapidez que apenas alivió su penosa ansia.
El hombre también me lubricó el ano a fondo aunque apenas noté los dedos que
entraban y salían; me parecía que aún sentía la forma del falo que me estiraba. Me frotó
el pelo para secarlo ya continuación me peinó. También cepilló mi vello púbico e
incluso peinó el vello entre mis hirvien tes y temblorosas nalgas. Todo lo cual fue
ejecuta do con tal destreza y rapidez que en cuestión de instantes me encontré otra vez
de rodillas ante mi amo, que me ordenó que le precediera hasta la ca rretera que
transcurría entre las murallas.
EL DORMITORIO DE NICOLÁS
Tristán:
Cuando llegamos a la calzada, mi amo me dijo que me incorporara y entonces me
mandó «cami nar». Sin vacilar, le besé ambas botas, a continua ción me levanté
mirando de frente a la carretera y obedecí. Coloqué las manos detrás del cuello, como
cuando me ordenaban marchar. Pero, súbi tamente, me estrechó en sus brazos, me dio
media vuelta, puso sus manos en mis costados y me besó.
Por un momento me quedé tan perplejo que no supe reaccionar pero luego le devolví el
beso, casi febrilmente. Abrí la boca para recibir su lengua y tuve que retirar las caderas
para que mi pene no le rozara.
Me pareció que mi cuerpo perdía hasta el últi mo resquicio de fuerza. El escaso vigor
que me quedaba lo acaparaba mi órgano. Mi amo se apartó un poco y chupó mi boca. Oí
mis fuertes suspi ros que reverberaban en las paredes. Levanté los brazos tentativamente
y cuando lo abracé no hizo nada para evitarlo. Sentí el delicado terciopelo de su túnica y
la suave seda de su cabello. Aquello casi era el éxtasis.
Mi miembro se agitó espasmódicamente, se alargó y todo el escozor de mi cuerpo
palpitó con renovado ardor. Pero él me soltó, me dio media vuelta y me colocó otra vez
las manos en el cuello.
Podéis caminar despacio me dijo, y rozó mi mejilla con sus labios. La mezcolanza de
consternación y anhelo que bullía en mi interior era tan enorme que casi rompí a llorar
una vez más. Por la avenida sólo circulaban unos pocos carruajes descubiertos, que al
parecer daban paseos de placer; al llegar a la plaza dibujaban un amplio círculo y nos
pasaban rápidamente en su trayecto de vuelta. Vi a los esclavos con brillantes arneses y
pesadas campanillas de plata que tintineaban col gando de sus penes, ya una rica dama
del pueblo con una capucha y esclavina de terciopelo rojo in tenso que chasqueaba una
larga correa plateada contra estos corceles. Se me ocurrió que mi amo debería hacerse
con un carruaje como aquél y luego sonreí para mis adentros al darme cuenta de las
ideas que me venían a la mente.
Aún seguía estremecido por el beso y conti nuaba absolutamente rendido por la sesión
que había padecido sobre la plataforma pública. Cuan do mi amo se ajustó a mi paso
junto a mí, pensé que estaba soñando. Sentí el terciopelo de su man ga rozándome la
espalda y su mano tocándome el hombro. Estaba tan debilitado que tuve que obli garme
a mí mismo a seguir adelante.
Su mano enroscada en torno ami nuca provo có un hormigueo en todo mi cuerpo. El
nudo que constreñía mi miembro se comprimió con un do lor persistente, pero estas
sensaciones me delei taron. Medio cerré los ojos, veía los farolillos y antorchas ante mí
como si fueran pequeñas explo siones de luz. Nos habíamos alejado ya del albo roto de
la plaza de castigos públicos y mi amo ca minaba tan próximo a mí que sentía su túnica
contra mi cadera y el cabello rozándome el hom bro. Nuestras sombras brincaron por un
instante ante nosotros al pasar junto a una puerta ilumina da por una antorcha.
Comprobé que casi tenía mos la misma altura: un hombre desnudo y el otro
elegantemente vestido y con una correa en la mano. Luego la oscuridad.
Habíamos llegado a su casa. Hizo girar la gran llave de hierro en la cerradura de la
pesada puerta de roble y dijo en voz baja:
De rodillas yo obedecí y entré en ese otro mundo del vestíbulo pulimentado y
débilmente iluminado. Me moví a su lado hasta que se detuvo ante una puerta y luego
entramos en una extraña y nueva alcoba.
Las velas estaban encendidas. Había un pe queño fuego en el hogar, quizá para secar la
hume dad de las paredes de piedra y, contra la pared, una cama descomunal de roble
tallado, con un techo artesonado y tres lados incrustados de satén verde. En este cuarto
también había libros, viejos pergaminos así como volúmenes encuadernados con cuero,
un escritorio con plumas y, de nuevo, más cuadros. Pero se trataba de una habitación
mayor que la que había visto anteriormente, más sombría pero más confortable.
No me atrevía a abrigar esperanzas ni temores sobre lo que podría suceder aquí. Mi amo
se esta ba desnudando y, mientras yo observaba maravi llado, se desprendió de todo lo
que llevaba.

esquimala
29-09-2011, 17:26:50
A continuación se volvió hacia mí y compro bé que su sexo estaba tan vivo y duro como
el mío.
Era un poco más grueso pero no más largo, y tenía el vello púbico del mismo blanco
puro que el pelo de la cabeza, que casi parecía etéreo a la luz de las lámparas de aceite.
Retiró la colcha verde que cubría la cama y me indicó que me metiera en ella.
Yo estaba tan aturdido que por un momento ni me moví, mirando atónito la espléndida
tejedu ría de las sábanas de lino. Antes de llegar al pue blo, había pasado tres noches y
dos días en la burda empalizada del castillo. Una vez allí, había esperado dormir en
algún rincón miserable, sobre maderas desnudas. Pero esto era lo menos impor tante.
Aquí, la luz jugueteaba en el pecho de tensa musculatura, los brazos y el pene de mi
amo, que parecía crecer mientras yo los contemplaba. Alcé la mirada directamente a sus
ojos azul oscuro y me dirigí de rodillas a la cama para subirme a ella.
Mi señor se arrodilló a su vez sobre la colcha de cara a mí. Mi espalda daba a los
almohadones y él me rodeó suavemente con sus brazos para vol ver a besarme. Los
fuertes y audaces lametazos de su boca provocaron una enorme reacción en mí; no pude
evitar derramar lágrimas que surcaron mis mejillas, ni un sollozo que me atragantó al in
tentar reprimirlo.
Me instó con delicadeza a retroceder y, con su mano izquierda, me levantó los testículos
y el miembro erecto. Inmediatamente, yo me dejé caer para besarle los testículos. Los
recorrí con mi len gua como me habían enseñado a hacerlo con los corceles humanos
del establo, abarcándolos con la boca y tironeándolos tiernamente con los dientes.
Luego tomé la verga entre mis labios y la estiré con fuerza, un poco sorprendido por su
grosor.
No era más grande que el falo mayor que me ha bían introducido horas antes, pero el
grosor debía de ser parecido. Entonces se me ocurrió la turba dora idea de que mi señor
me había preparado para él; y sólo con pensar en él penetrándome de aquella forma me
excité de un modo incontrola ble. Relamí y chupé su miembro, lo saboreé pen sando
que se trataba de mi dueño y no de un escla vo; éste era el hombre que silenciosamente
me había dado órdenes durante todo el día, me había subyugado y derrotado. Noté cómo
poco a poco se separaban mis piernas, mi vientre se hundía ha cia abajo y mis posaderas
se levantaban con movimientos espontáneos mientras yo seguía lamien do y gruñendo
suavemente.
Casi estaba llorando cuando él me levantó el rostro y señaló un pequeño tarro que había
sobre un estante en la pared artesonada. Me acerqué y lo abrí de inmediato. La crema
que había en su interior era espesa y absolutamente blanca. Luego señaló su pene e
inmediatamente yo tomé un poco de crema entre mis dedos. Pero antes de aplicarla,
besé la punta de su miembro y saboreé un vestigio de humedad. Mojé ligeramente la
lengua en el pe
queño agujero para recoger todo lo que quedaba del claro fluido.
Luego apliqué a conciencia la crema, frotando incluso los testículos, alisando el espeso
y rizado vello blanco hasta que quedó reluciente. El falo estaba entonces de color rojo
oscuro y pulsaba cimbreante.
Mi señor tendió sus manos hacia mí. Yo, vaci lante, le unté los dedos con más crema. Él
me indi có con un gesto que quería más y yo se la apliqué.
Daos la vuelta dijo, y así lo hice, con el corazón embalado. Noté la crema en mi ano. La
aplicó profundamente y en buena cantidad, y lue go sus manos me rodearon. Con la
izquierda re cogió mis testículos hacia arriba, unió la carne col gante a mi pene de tal
manera que los testículos fueron impelidos hacia delante. Solté un breve y desesperado
grito implorante cuando sentí que me penetraba lentamente.
No encontró resistencia. Fui alanceado otra vez, con igual ahínco que con el falo y, con
fuertes y sonoras embestidas, sentí que se clavaba cada vez más. La mano que rodeaba
mi verga enderezó el miembro hacia delante y sentí que con la mano derecha envolvía
la punta y la crema se escurría en torno a la carne torturada. Luego apretó la mano e
impulsó la verga arriba y abajo siguiendo el ritmo de las embestidas que me penetraban
por detrás.
Mis sonoros gruñidos reverberaban por toda la habitación. Toda mi pasión contenida
brotó a chorros.

esquimala
29-09-2011, 17:33:46
Mis caderas se balanceaban violentamente adelante y atrás, y el miembro de mi amo me
partía en dos mientras mi propio órgano disparaba sus fluidos con impetuosos regueros.
Por un instante no vi nada. Aguanté los espasmos sumido en la oscuridad. Estaba
enganchado desvalidamente de la verga que me sesgaba. Gra dualmente, al final mismo
de la oleada, sentí que mi miembro volvía a levantarse. Las manos lubri cadas de mi
amo lo animaban con mimos a erguir se de nuevo. Había estado atormentado durante
demasiado tiempo como para quedar satisfecho tan fácilmente. No obstante, la
recuperación era atroz. Casi gemí para ser liberado, pero mis quejas se parecían
demasiado a suspiros de placer. Su mano me manipulaba con habilidad, su polla me
colmaba sin cesar, y yo oía mis quejidos, los mis mos gritos cortos, con la boca abierta,
que había soltado bajo la pala del maestro de azotamientos en la plataforma giratoria.
Sentí que mi miembro padecía los mismos espasmos que allí, y vi todas aquellas caras a
mi alrededor. Pero sabía que estaba a solas en el dormitorio de mi señor y que yo era su
esclavo; él no iba a dejarme marchar hasta que volviera a arrancar de mí otra tremenda
ex plosión.
Sin embargo, mi pene no recordaba nada. Se deslizaba adelante y atrás entre sus
experimentados dedos. Las embestidas que recibía por detrás eran cada vez más
prolongadas, rápidas y bruscas.
Sentí que alcanzaba el clímax mientras sus caderas chocaban contra mi trasero
escaldado. y cuando él soltó un grave gemido de estremecimiento y descargó en mi
interior con sacudidas incontrola bles, sentí que mi pene estallaba de nuevo en la vaina
apretada que formaba su mano, esta vez de un modo más lento, más profundo e incluso
más devastador. Me desplomé hacia atrás contra él, con la cabeza caída sobre su
hombro mientras las convulsiones de su verga seguían maltratando mi interior. No nos
movimos durante un largo rato.
Luego, él me levantó y me empujó hacia los coji nes. Yo me tendí y él se echó a mi
lado. Él tenía la cara vuelta hacia el otro lado y yo observé amodo rrado su hombro
desnudo y el cabello blanco. De bería haberme quedado dormido irresistiblemen te.
Pero no lo hice.
Seguía pensando en que estaba a solas con él en este dormitorio y él aún no me había
ordenado marcharme. Los acontecimientos de la jornada no se retiraban. Todo lo que
me había suce'dido con tinuaba omnipresente en mi mente. Mi lengua se trababa en mi
boca como si quisiera empezar a ha blar, y mis ojos permanecían abiertos.
Quizá pasó un cuarto de hora. Las velas creaban una agradable y débil luz dorada. Me
inclinéhacia delante y besé el hombro del amo. Él no me lo impidió. Le besé por detrás
de la cintura y lue go el trasero. Liso, sin erupciones ni marcas rojas, virginal, el trasero
de un señor del pueblo, un lord
o un soberano del castillo.
Sentí cómo se agitaba debajo de mí pero no dijo nada. Besé la hendidura entre sus
nalgas y lancé la lengua hasta el círculo rosado del ano.
Noté cómo empezaba a moverse ligeramente. Se paró las piernas muy despacio y yo
abrí las nalgas un poco más. Lamí la pequeña boca rosa, saborean do el extraño
amargor, y la mordisqueé.
Mi propia verga se hinchó bajo las sábanas.
Descendí lentamente por la cama y avancé con suavidad por encima de sus piernas,
acurrucándo me sobre él. Apreté el miembro contra sus piernas mientras lamía la
pequeña boca rosa y clavaba mi
lengua en ella.
Entonces le oí decir en voz baja:
Podéis poseerme si lo deseáis. Experimenté el mismo asombro paralizador que cuando
me dijo que me metiera en la cama. Sobé y besé sus sedosas nalgas y luego me incor
poré apresuradamente para cubrir toda su longi tud con mi cuerpo, apretando mi boca
contra su nuca y deslizando mis manos por debajo de él. Encontré su falo ya erecto y lo
sostuve en la mano izquierda mientras hacía entrar mi miembro en él.

esquimala
29-09-2011, 17:42:47
Su ano era angosto, escabroso e indeciblemente delicioso.
Dio un pequeño respingo pero yo aún estaba bien lubricado y mi verga se deslizaba con
facili dad adelante y atrás. Atenacé con ambas manos su órgano y tiré hacia arriba de él
para que se arrodillara un poco con la cara aún apretada contra las almohadas. Entonces
galopé con fuerza sobre él, golpeando con mi vientre sus suaves y limpias nalgas
mientras le oía gemir, estirando su polla, cada vez más erecta, hasta que le oí gritar a
pleno pulmón y entonces descargué en su interior, al tiempo que su semen se derramaba
sobre mis dedos.
Esta vez, cuando me tumbé supe que iba a dormir. Mis nalgas hervían bajo mi cuerpo y
las ronchas me escocían detrás de las rodillas, pero estaba satisfecho, Alcé la vista al
cielo de satén verde de la cama y perdí lentamente todo conoci miento, Noté que él nos
cubría a los dos con la colcha y apagaba las velas, Entonces supe que su brazo estaba
sobre mi pecho, y después ya no fui consciente de nada más, excepto de que me su
mergía profundamente mientras el escozor de mis músculos y toda mi carne se
convertían en una sensación exquisita.

esquimala
03-10-2011, 12:12:45
TRISTÁN DESCUBRE UN POCO MAS SU ALMA
Tristán:
Debía de ser media mañana cuando me des pertó uno de los sirvientes, que rápidamente
me sacó de la cama. El muchacho, demasiado joven para ser amo de un esclavo, parecía
gozar con la tarea de ponerme el desayuno en una cacerola en el suelo de la cocina.
Luego me hizo salir apresuradamente a la calzada que daba a la parte posterior de la
casa, donde se hallaban dos espléndidos corceles humanos colocados uno junto al otro,
con las riendas enganchadas aun único arnés de unos dos metros de longitud
aproximadamente. La guarnición se pro longaba tras ellos hasta llegar a otro muchacho
que la sostenía y que ayudó rápidamente al prime ro a situarme en el tiro. Mi verga ya
se había pues to firme pero, sin explicación aparente, me sentí paralizado, lo que obligó
a los muchachos a mane jarme con rudeza.
No había ningún carruaje en las proximidades de la casa, a excepción de los que
pasaban con estruendo a todo galope y con el chasquido de los látigos. Las herraduras
de las botas de los esclavos producían un sonido plateado, claro, mucho más ligero y
rápido que el de los caballos de verdad, pensé, mientras mi pulso se aceleraba
vertiginosa mente.
Me habían colocado en solitario detrás del primer par del tiro. Con maestría y rapidez,
liga ron las correas alrededor de mis testículos y mi pene, levantándolos hasta el
miembro erecto para que quedaran guarecidos bajo él. No pude evitar retorcerme cada
vez que las firmes manos apretaban las ligaduras. Me ataron las manos a la espalda y
me colocaron un grueso cinturón alrededor de las caderas, con el pene erecto sujeto
contra él.
Luego, introdujeron con ímpetu un falo en mi tra sero, que a su vez quedó atado al
cinturón con unas sogas que ascendían por detrás y pasaban entre las piernas por
delante. Parecía estar mucho mejor ajustado que el día anterior pero no llevaba la cola
de caballo; ni tampoco me pusieron botas, lo cual, cuando me di cuenta, me asustó más
de lo concebible.
Notaba mis nalgas apretadas por las ligaduras de cuero que sostenían el falo, con lo que
me sentí más expuesto y desnudo en esa parte. Al fin y al cabo, la cola de caballo había
representado una forma de protección.
Pero experimenté verdadero pánico cuando me colocaron el arnés, que me metieron por
la ca beza y los hombros. Los jaeces eran delgados, casi delicados, y estaban
cuidadosamente bruñidos.
Uno de ellos me rodeaba la parte superior de la ca beza y bajaba por los lados,
ramificándose para no cubrir las orejas y enganchándose en el cuello me diante un collar
ancho y suelto. Otro jaez delgado bajaba sobre mi nariz y biseccionaba un tercero que
me rodeaba la cabeza a la altura de la boca, donde mantenía sujeto un falo corto de
inmenso grosor que habían metido a la fuerza entre mis la bios sin darme tiempo a
protestar. Este falo llena ba la boca, aunque no penetraba excesivamente, y yo mordía y
chupaba su base casi sin poder con trolarme. Aun así respiraba bastante bien, a pesar de
que mi boca estaba estirada de un modo tan do loroso como mi ano. La sensación de
estar dilata do y penetrado por ambos extremos me provoca ba una desesperada
turbación que me obligaba a gemir miserablemente. Cuando todo aquello que dó bien
apretado y ajustado, me abrocharon el co llar por la nuca y amarraron las riendas de los
cor celes anteriores a esa hebilla posterior del collar, pasándolas por encima de mis
hombros. El resto de riendas que llegaban desde las caderas bien guarnecidas de los
corceles delanteros iba enganchado a la hebilla del cinturón que me rodeaba el vientre.
Se trataba de un arnés sumamente ingenioso. La marcha de los corceles delanteros
tiraría de mí hacia delante, impediría que me cayera e incluso que perdiera el equilibrio.
Eran dos para aguantar mi peso y, por lo que veía, a decir de los gruesos músculos de
las pantorrillas y los muslos, se trata ba de corceles consumados.

esquimala
03-10-2011, 12:13:30
Mientras esperaban, sacudían la cabeza como si les gustara el contacto con el cuero, en
cambio a mí ya empezaban a saltarme las lágrimas. ¿Por qué no me enjaezaban también
a mí al carro como a ellos? ¿Qué iban a hacerme? De pronto, ellos me parecieron
resplandecientes y privilegiados, con sus brillantes colas de caballo y las cabezas
erguidas. Yo, en cambio, me sentía amarrado como un prisionero de la peor calaña. Mis
pies desnudos patearían pesadamente el suelo por detrás de la re sonancia metálica de
sus pies calzados con botas herradas. Me retorcí y di tirones, pero las correas estaban
bien apretadas y los mozos, atareados en untar con aceite mis nalgas, ni me hicieron
caso.
De repente la voz de mi amo me sobresaltó.
Lo vi aparecer por el rabillo del ojo, con una larga correa de cuero colgando de su
cintura. Preguntó con voz suave a los muchachos si yo ya estaba lis to, los mozos
contestaron afirmativamente y uno me propinó un buen cachete con la palma abierta,
mientras el otro apretaba aún más firmemente el falo en mi boca abierta. Solté un
sollozo áspero y desesperado.
Mi señor se puso frente a mí. Llevaba un her moso jubón de terciopelo color ciruela con
unas caprichosas mangas abombadas. Cada centímetro de él estaba tan exquisitamente
ataviado como los príncipes del castillo. El recuerdo de la efusión de las relaciones de la
noche anterior se apoderó de mí y me obligó a ahogar en silencio los gritos que
pugnaban por salir de mi garganta. En su lugar surgieron de mí unos desesperados
sonidos nada naturales.
Intenté contenerme pero a estas alturas estaba
ya tan seriamente reprimido que parecía haber perdido toda capacidad de dominio. Traté
de opo nerme a las ligaduras y comprendí lo absolutamente indefenso que estaba.
Aunque quisiera, no podría ni echarme al suelo ya que los fuertes cor celes humanos me
sostenían sin ningún esfuerzo.
Mi amo se acercó y me volvió la cabeza con brusquedad para besarme los párpados. La
ternu ra de sus labios, la limpia fragancia de su piel y ca bello, me recordaron toda la
intimidad de la alco ba. Pero él era el amo. Siempre lo había sido, incluso cuando yo lo
poseía y lo hacía gemir bajo mis embates. Mi pene se retorció y una nueva des carga de
gemidos y sollozos se desató en mí. Distinguí en la mano de mi señor una larga y tiesa
fusta que entonces puso a prueba sobre uno de los corceles. Más de medio metro de la
misma era un mango rígido que se ahusaba formando una tira de igual longitud de cuero
plano que sobresalía recta cuando no la chasqueaba contra las nalgas de los corceles.
Ordenó con voz clara:
La habitual vuelta matinal por el pueblo.
Los caballos humanos arrancaron inmediatamente y yo les seguí la marcha a
trompicones.
Mi amo caminaba a mi lado. Era exactamente como la noche anterior, cuando los dos
habíamos recorrido esta misma calzada, sólo que ahora yo estaba preso por las
monstruosas correas y los dos falos tan firmemente ajustados. Aterrorizado por la
posibilidad de que tuviera que reprenderme, in tenté marchar correctamente como me
había enseñado.
El ritmo no era excesivamente rápido, pero el látigo plano jugueteaba con las erupciones
de mi piel. Me golpeaba y acariciaba la parte inferior de las posaderas. Aunque mi
dueño avanzaba en si lencio, el par de jacas que me precedían doblaron una esquina
como si conocieran el camino y en tramos en una amplia calleja que llevaba al centro
del pueblo. Era la primera vez que podía ver la vi lla en un día normal, y me quedé
asombrado.
Mandiles blancos, zuecos de madera, pantalo nes de cuero sin curtir, mangas
remangadas y vo ces ruidosas y alegres. Había esclavos atareados por doquier. Vi a
princesas desnudas fregando umbrales de puertas y los balcones de arriba, lim piando
esc******es. Avisté príncipes con cestos en la espalda, que daban saltitos por delante de
los lá tigos de sus señoras, tan deprisa como eran capaces y, a través de una puerta
abierta, distinguí un grupo de traseros desnudos, enrojecidos, en torno a un enorme
barreño para lavar la ropa.
Tras doblar un recodo, apareció una tienda de arneses con una princesa maniatada igual
que yo, colgando de un letrero colocado encima de la puerta. Más adelante, pasamos
junto a una taberna en la que vi una fila de esclavos situados sobre una rampa donde
esperaban a ser castigados uno auno sobre un pequeño estrado, para distracción de
docenas de parroquianos indiferentes. AlIado había una tienda de falos que exhibía en
su portal tres príncipes agachados en cuclillas de cara a la pared con los traseros
equipados con muestras de la mercancía.

esquimala
03-10-2011, 12:14:20
Yo podría estar como ellos, pensé, en cuclillas bajo el tórrido y polvoriento sol mientras
la gente paseaba. ¿Era aquello peor que trotar con la respi ración entrecortada, la cabeza
y las caderas estira das inexorablemente hacia delante, la carne escocida reanimada
constantemente por los sonoros y profundos azotes que venían desde detrás ? Aunque
no alcanzaba a ver bien a mi señor, con cada flagelación, lo recordaba como la noche
anterior, y me quedaba atónito ante la facilidad con que me atormentaba. No es que
hubiera soñado que fuera a detenerse por los abrazos del día anterior, pero que los
intensificara de este modo... De repente, comprendí la profundidad pavorosa del
concepto de sumisión que esperaba de mí.
Los corceles se abrían paso con orgullo entre la numerosa multitud, provocando que
más de una cabeza se volviera entre los lugareños que se arremolinaban por doquier con
cestas para comprar o junto a esclavos amarrados. Una y otra vez, los observadores
desplazaban la vista de los corceles tan espléndidamente adiestrados al esclavo que se
movía tras ellos. Yo esperaba miradas de desdén y me desilusionó encontrar
simplemente un di vertimento silencioso en sus rostros. Estas gentes estaban
acostumbradas a encontrar allí donde mi raban, para su deleite, algún delicioso pedazo
de carne desnuda, castigado, enjaezado o colocado en alguna grotesca postura.
A medida que doblábamos una esquina tras otra, apresurándonos a través de estrechas
callejuelas, me sentí mucho más perdido que en la pla taforma giratoria.
Cada día me depararía sorpresas devastado ras, tendría un atroz derrotero. A pesar de
que es tos pensamientos me hacían lloriquear con más desesperación, hinchaban mi
pene entre las liga duras y me forzaban a marchar con más brío in tentando esquivar la
chasqueante fusta, todo ello dotaba a mi entorno de un extraño lustre. Sentí el impulso
irreprimible de arrojarme a los pies de mi amo, decirle silenciosamente que entendía mi
suerte, que lo comprendía con más claridad con cada una de las penosas pruebas, y que
se lo agra decía desde lo más profundo de mi ser por estimar conveniente vencer mi
resistencia de manera tan absoluta. ¿No había hablado él de aquello el día anterior, de
que el nuevo esclavo cediera? ¿No había dicho que el falo era bueno para ello? El falo
me hendía ampliamente otra vez, y el que me esti raba la boca hacía que mis gritos
sonaran roncos e ingobernables.
Quizás él comprendiera mis sentimientos a través de los gritos. Si al menos se dignara a
con solarme tan sólo con el roce de sus labios... Me di cuenta casi con un sobresalto de
que ninguno de los rigores del castillo me había vuelto tan manso y servil.
Habíamos llegado a una gran plaza. Por todas partes se veían signos distintivos de
posadas, calles de doble calzada y altas ventanas. Los meso nes de esta parte del pueblo
eran suntuosos y elegantes, con las ventanas tan ornamentadas como Ilas de una casa
solariega. Mientras rodeábamos ampliamente el pozo situado en medio de la plaza,
abriéndonos paso entre la multitud que se aparta ba afablemente, descubrí con gran
sorpresa al ca pitán de la guardia de la reina ganduleando tran quilamente ante la
entrada de una de las posadas.
Se trataba, sin lugar a dudas, del capitán.
Recordaba su cabello rubio, la barba de dos días y aquellos melancólicos ojos verdes.
No era fácil de olvidar. Fue él quien me trajo de mi tierra natal, me capturó cuando
intentaba escaparme del campamento y me llevó de regreso al castillo, ata do de manos
y tobillos a un palo transportado en tre dos de sus jinetes. Aún podía recordar aquel
grueso falo que me empalaba y la sonrisa silencio sa con la que él ordenaba noche tras
noche que me azotaran por el campamento, hasta que llegába mos al castillo. Tampoco
había olvidado aquel ex traño e inexplicable momento en el que nos sepa ramos y nos
miramos el uno al otro.
Adiós, Tristán había dicho con voz sumamente cordial. Yo le había besado la bota es
pontáneamente, en silencio y con la mirada aún fija en la suya.
Mi pene también lo reconoció. A medida que me llevaban cada vez más cerca de él,
sentí un repentino terror de que me viera.
Me pareció una deshonra que sería incapaz de soportar. Por un instante, todas las
extrañas normas del reino parecían justas e inmutables, y yo mientras tanto seguía
atado, penitente, condena do al pueblo. El capitán se enteraría de que me ha bían
expulsado del castillo para sufrir un trato más severo incluso que el que él me había
conce dido.
Pero él estaba mirando algo a través de la puerta abierta del Signo del León. Eché una
ojeada al pequeño espectáculo. Una encantadora mujer con una vistosa falda roja y una
blusa blanca con volantes azotaba diligentemente a su esclava, colocada sobre un
mostrador de madera. y el pre cioso rostro que se asomaba surcado de lágrimas no era
otro que el de Bella. Forcejeaba y se retorcía bajo la pala pero descubrí que no estaba
atada, exactamente como yo la noche anterior en la pla taforma pública.

esquimala
03-10-2011, 12:15:16
Pasamos de largo, pero el capitán alzó la vista y, como si se tratara de una pesadilla, oí
que mi amo hacía detener los corceles. Yo me quedé quieto, con el pene constreñido
contra el cuero. Aquello era ineludible. Mi amo y el capitán se estaban saludando e
intercambiaban comentarios jocosos.
El capitán admiró los corceles. Tiró con rudeza de la cola de caballo del que estaba a la
derecha, levantó y acarició el lustroso pelo negro y luego pellizcó el muslo enrojecido
del esclavo que sacudió la cabeza y transmitió un tiritón por los arneses.
El capitán se rió.
¡Ah, ya veo que tiene buen humor! dijo y se volvió al corcel con ambas manos,
provocado al parecer por aquel gesto. Levantó la barbilla del es clavo y luego empujó el
falo hacia arriba con va rias sacudidas violentas hasta que el caballo pataleó moviendo
las piernas fogosamente. Luego recibió una suave palmada en el trasero y el corcel se
apaciguó.
Sabéis, Nicolás dijo con aquella voz fa miliar y grave, capaz de provocar miedo con una
sola sílaba, le he dicho en varias ocasiones a su majestad que debería prescindir de sus
caballos en los trayectos cortos y confiar en los corceles escla vos. Podríamos equipar
un gran establo para ella con bastante rapidez y creo que disfrutaría enormemente. Pero
lo considera un pasatiempo del pueblo y no lo toma verdaderamente en cuenta.
Tiene un gusto muy particular, capitán di jo mi amo. Pero decidme, ¿habéis visto antes
a este esclavo?
Para horror mío tiró de mi cabeza hacia atrás con las correas del arnés.
Sentí los ojos del capitán sobre mí pese a que yo no miraba. Podía imaginar mi boca
cruelmente estirada, con las correas del arnés segándome la piel.
El capitán se acercó un poco más. Se quedó a poco más de un palmo de mí y entonces
oí su gra ve voz que sonó aún más profunda.
¡Tristán! Su gran mano se cerró en torno a mi pene. Lo apretó con fuerza, cerró la punta
de un pellizco y luego lo soltó, dejando un nudo de sensaciones en mí. Me acarició los
testículos y pellizcó con la punta de los dedos la protección de piel que las ligaduras
estiraban tan extremadamente.
Yo estaba como la grana, era incapaz de en contrar su mirada. y mis dientes parecían
querer acabar con el enorme falo, como si pudiera devo rarlo. Sentía moverse mis
mandíbulas y la lengua que lamía el cuero como si me viera forzado a hacerlo. El
capitán pasó la mano por mi pecho y hombros.
Me vino a la mente una imagen relampaguean te del campamento, en la que yo estaba
atado a
una gran cruz de madera en un círculo formado por más cruces, mientras los soldados se
paseaban ociosos a mi alrededor, importunando y educan do mi pene, y yo esperaba
hora tras hora los lati gazos de la noche; la sonrisa sigilosa del capitán cuando pasaba a
grandes zancadas, su capa dorada echada sobre un hombro.
De modo que es así como se llama dijo mi amo con una voz que sonaba más joven y
refinada que el profundo murmullo del capitán, Tristán.
Oírle pronunciar mi nombre aumentó mi tor mento.
Por supuesto que lo conozco dijo el capitán. Su grande y misteriosa figura se desplazó
un poco para dejar pasar a un grupo de mujeres jóve nes que reían y hablaban en voz
alta. Lo traje al castillo hace tan sólo seis meses. Era uno de los es clavos más
desmandados, se escapó y huyó por el bosque cuando le ordenaron desnudarse. Pero
cuando lo puse de nuevo a los pies de su majestad estaba perfectamente domesticado.
Se había con vertido en el capricho de dos de mis soldados, que se encargaban de
fustigarlo a diario por todo el campamento. Cuando lo devolvimos al castillo, lo habían
echado de menos más que a ningún otro esclavo que hubieran disciplinado antes. Me
estremecí en silencio, reprimiendo todo sonido, aunque la mordaza, inexplicablemente,
lo hacía aún más difícil.
Una pasión dijo la suave y retumbante voz. No era la severidad de los latigazos lo que le
hacía comer de mi mano sino el ritual diario.

esquimala
03-10-2011, 12:15:48
Oh, qué ciertas eran sus palabras, pensé. El rostro me escocía. Aquella temible e
inevitable sensación de desnudez descendió de nuevo sobre mí. Aún podía ver la tierra
revuelta ante las tien das del campamento, sentir las correas y oír los pasos y la
conversación de los soldados que avanzaban conmigo. «Sólo una tienda más, Tristán.»
O aquel saludo de todos los atardeceres, «Vamos, Tristán, es hora de nuestra pequeña
excursión por el campamento; así, así, mirad esto Gareth, qué pronto aprende este
jovencito. ¿Qué os dije yo, Geoffrey? Que en tres días podría prescindir de las
manillas.» y la forma en que a continuación me daban de comer de sus manos, me
limpiaban la boca casi con cariño, me daban palmaditas y me daban a beber cantidades
excesivas de vino, antes de llevarme al bosque a la hora en que oscurecía. Recordaba
sus penes, las discusiones sobre quién empezaba, y si era mejor por la boca o por el ano.
A veces uno de ellos se ponía delante y el otro detrás, y por lo visto el capitán nunca
estaba muy le jos, siempre observando sonriente. Así que me habían tomado cariño. No
había sido cosa de mi imaginación, como tampoco lo era el afecto que yo sentía por
ellos. Caí en la cuenta con una lenta e innegable comprensión.
Era uno de los príncipes más espléndidos, de modales más exquisitos de todos murmuró
el capitán con aquella voz que parecía surgir de su pecho, no de su boca. De repente
quise volver la cabeza y mirarlo, comprobar si seguía tan apuesto como entonces. La
breve ojeada que le eché mo mentos antes había sido demasiado rápida. Se lo
entregaron a lord Stefan como esclavo personal, con la bendición de la reina. Me
sorprende verlo aquí. En ese momento su voz insinuaba cierto enfado. Le dije a la reina
que yo personalmente había vencido toda su resistencia, hasta domarlo. Me levantó la
cabeza y la empujó a uno y otro lado. Comprendí, cada vez con más tensión, que
durante todo este rato yo había guardado un si lencio casi absoluto, esforzándome por
no emitir ningún sonido en su presencia; pero entonces estaba a punto de rendirme,
hasta que finalmente no pude controlarme. Solté un gemido grave, que al menos era
mejor que llorar.
¿Qué hicisteis? ¡Miradme! inquirió ¿Dis gustasteis a la reina? Yo respondí
negativamente con la cabeza pero sin mirarle a los ojos, todo mi cuerpo parecía hin
charse bajo las guarniciones.
¿Fue Stefan quien se disgustó?
Hice un gesto de asentimiento. Eché una rápi da mirada a sus ojos y aparté al instante la
vista, incapaz de soportarlo. Entre este hombre y yo existía un extraño vínculo. En
cambio esto era lo horrible de todo aquello, no existía ningún vínculo entre Stefan y yo.
Y había sido vuestro amante anteriormente, ¿no es cierto? insistió el capitán, que se
había acercado a hablarme al oído, aunque sabía que mi amo podía oírle a la perfección.
Años antes de que él viniera a vivir al reino.
Yo volví a asentir.
¿Y esa humillación era más de lo que po díais soportar? inquirió ¿Vos, que habíais
aprendido a abrir el culo a los soldados rasos?
¡No! grité desde detrás de la mordaza sacudiendo la cabeza con violencia. Sentía
martilla zos en las sienes. La lenta e ineludible comprensión que se había iniciado
momentos antes se tornaba cada vez más evidente.
La total frustración que sentía me hizo llorar.
Si al menos pudiera explicarme...
Pero el capitán agarró la pequeña anilla de plata del falo que me habían metido en la
boca y em pujó mi cabeza hacia atrás.
¿O tal vez preguntó el problema era que vuestro antiguo amante no tenía suficiente ca
rácter para dominaros?
Yo volví la vista y entonces lo miré directa mente a los ojos. Si se puede decir que
alguien era capaz de sonreír con aquella mordaza en la boca, yo sonreí. Me oí lanzar
lentamente un suspiro. y luego, a pesar de que él empujaba el falo con la mano, asentí
con la cabeza.
Su rostro era claro y hermoso, tal y como lo recordaba. Vi su figura corpulenta y
robusta al sol cuando cogió la fusta de la mano de mi amo.

esquimala
03-10-2011, 12:16:42
Mientras ambos nos mirábamos a los ojos, empe zó a fustigarme.
Sí, la comprensión fue completa en ese instan te. Yo había deseado la degradación total
que brindaba el pueblo. No podía soportar el amor de
Stefan, su inseguridad, su incapacidad para dominarme. Lo despreciaba por toda su
debilidad en nuestro vínculo predestinado.
Bella había comprendido mi verdadero pro pósito. Conocía mi alma mejor que yo
mismo.
Esto era lo que me merecía. Además, era algo an helado por mí; aquello era tan violento
como el campamento de los soldados en el que mi digni dad, mi orgullo y mi persona
habían sido vulnera dos por completo.
Castigo, aquí, en esta plaza abarrotada de gente, bañada por la luz del sol, rodeado
incluso por las muchachitas del pueblo y una mujer que esta ba de pie ante la puerta de
la posada con los brazos cruzados, y los sonoros chasquidos de la fusta; castigo era lo
que me merecía, lo que ansiaba, pese a estar aterrorizado. En un momento de absoluta
entrega, separé mis piernas, eché la cabeza hacia atrás y balanceé las caderas en un
gesto que mostraba mi total aceptación de los azotes.
El capitán blandió la fusta plana con movi mientos largos y oscilantes.
Mi cuerpo revivió con las punzadas y heridas que me provocó. Sin duda, mi amo
entendía mi secreto. Después de este diálogo, no habría clemencia para mí cuando
reanudara el recorrido, por mucho que yo suplicara más tarde con queji dos y gimoteos.
La zurra había concluido pero yo no me retiré de mi posición suplicante. El capitán
devolvió la fusta a su dueño y de repente me acarició el rostro, al parecer
impulsivamente, y me besó los párpados como había hecho mi amo. Este gesto desató el
úl timo nudo que quedaba aún en mí. Era la agonía de no poder besar sus pies, sus
manos, sus labios.
De no poder inclinar mi cuerpo torturado hacia él. El capitán retrocedió unos pasos
tendiendo su mano a mi señor. Vi cómo se abrazaban con bas tante naturalidad, al
parecer mi amo, con su eleancia y su constitución un poco más menuda, un espléndido
cuchillo de plata tallado al lado de la corpulencia del capitán.
Siempre sucede igual comentó el capitán con una sonrisa, mirando a los ojos fríos e
inteli gentes de mi señor. Entre un grupo de cien es clavos tímidos y ansiosos recién
llegados para su purificación, están los que piden el castigo, los que necesitan los
rigores, no para purgar sus faltas sino para refrenar sus apetitos ilimitados.
Sus palabras eran tan ciertas que yo lloriqueaba, del todo sobrecogido sólo de pensar en
los incentivos que esto ofrecería a mis atormentadores.
«Pero, por favor quería suplicar, no sabemos lo que hacemos con nosotros mismos. Por
favor, tened piedad.»
La muchachita que tengo yo en el Signo del León, Bella, es igualdijo el capitán. Un
alma hambrienta que fomenta en mí la pasión de forma peligrosa.
Bella. Por eso la observaba antes a través de la puerta de la posada. Así que él era su
amo. Sentí un divino escarceo de celos y consuelo.
Los ojos de mi señor me perforaron. Los so llozos me sacudían con espasmos que se
propaga ban por mi pene y por las irritadas pantorrillas. Pero el capitán seguía a mi lado.
Volveré a verte, joven amigo me dijo en voz baja, pegado a mi mejilla. Saboreó con sus
la bios mi rostro y luego chupó con crueldad mis la bios abiertos. Claro está, con el
permiso de vuestro gentil amo.
Cuando reanudamos el recorrido, yo camina ba inconsolable. Mi suave lloriqueo hacía
volver la cabeza a los viandantes mientras continuábamos la marcha para salir de la
plaza y posteriormente nos introducíamos por otras callejuelas, pasando junto a cientos
de otros desgraciados.
¿Les habrían puesto en evidencia como a mí, tanto ante sí mismos como ante sus
dueños y señoras?
Los azotes del capitán me habían dejado tan irritado que el menor golpecito de la fusta
me ha cía brincar de dolor, por lo que intenté no detener la marcha lo más mínimo, entre
quejidos, corrien do detrás de los corceles que me arrastraban vigo rosamente.

esquimala
03-10-2011, 12:17:50
Pasamos por una calle estrecha en la que había esclavos de alquiler colgados de una
pared, atados de pies y manos, con el reluciente vello púbico lu brificado y los precios
marcados en el yeso que te nían encima. En una pequeña tienda, una costure ra desnuda
ponía alfileres aun dobladillo, y en un pequeño espacio abierto un grupo de príncipes
desnudos hacía girar una rueda. Por todas partes, príncipes y princesas se arrodillaban
por igual con bandejas que ofrecían a la venta pasteles recién hechos, que sin duda
procedían del horno de sus dueños o señoras. y recibían humildemente las monedas de
los compradores en los cestillos que colgaban de sus bocas.
La vida ordinaria del pueblo transcurría como si mi miseria no existiera, y continuaba
sin tanta lamentación.
Una pobre princesa encadenada a una pared forcejeaba mientras tres muchachas del
pueblo la
toqueteaban ociosamente, entre risas, e importu naban su pubis.
Aunque no se apreciaba de ningún modo la fe rocidad teatral del lugar de castigo
público de la noche anterior, la vida cotidiana del pueblo impo nía, era espeluznante.
En la entrada de una casa, una rolliza matrona sentada en un taburete azotaba sonora y
furiosamente con su amplia mano a un príncipe desnudo que estaba apoyado en su
rodilla. Una princesa que sujetaba con ambas manos una jarra de agua sobre su cabeza
esperaba sumisamente a que su amo insertara entre sus rojos labios púbicos un gran
falo, con una traílla sujeta al extremo, por medio de la cual obligaba a la muchacha a
que le siguiera.
En ese momento nos encontrábamos en unas calles más tranquilas, donde habitaban
hombres de posición y propietarios y, por lo tanto, pasábamos ante puertas
resplandecientes con aldabas de bronce. Desde los altos puntales de hierro ubicados más
arriba colgaban esclavos como si fueran motivos decorativos.
Un silencio descendió sobre nosotros, y el ruido de las herraduras de los corceles que
resonaba por las paredes destacó de modo más penetran te, así como mi gimoteo, que
cada vez oía con más claridad.
No podía imaginarme lo que me depararían los días siguientes. Todo parecía tan
establecido, la población tan acostumbrada a nuestras quejas. Nuestra servidumbre
sustentaba el lugar tanto como el alimento, la bebida y la luz del sol. Y yo sería
conducido a través de todo aquello por una ola de deseo y entrega.
Había regresado de nuevo a la vivienda de mi amo. Mi casa. Cruzamos la entrada
principal, tan ornada como las que habíamos visto por el cami no, con grandes y
costosas ventanas de vidrio em plomado, y doblamos por la pequeña calleja que llevaba
a la calzada posterior de la casa, la que transcurría a lo largo de la muralla.
Me despojaron de las correas y falos con gran celeridad, se llevaron a los corceles y yo
me desplomé en el suelo, cubriendo de besos los pies de mi amo. Besé el empeine de las
botas de suave cue ro, los tacones y los cordones. Mis sollozos agonizantes surgían cada
vez con más emoción.
¿Qué era lo que rogaba? Sí, convertidme en vuestro abyecto esclavo, tened piedad. Pero
tengo miedo, tengo miedo.
En un momento de demencia absoluta deseé que me llevara de nuevo al lugar de castigo
públi co. Hubiera corrido con todas mis fuerzas hasta la plataforma giratoria.
Pero mi amo se limitó a dar media vuelta y en tró en la casa. Yo lo seguí a cuatro patas,
lamiendo y besando sus botas mientras caminábamos, y continué tras él por el pasillo
hasta que me dejó en la pequeña cocina.
Los jóvenes criados me bañaron y me dieron de comer. En esta casa no había esclavos.
Al parecer, yo era el único al que mantenían para el tormento. Tranquilamente, sin la
menor explicación, me llevaron a un pequeño comedor. Con destreza y rapidez, me
sostuvieron de pie contra una pared, me encadenaron formando una cruz con las pier
nas y los brazos abiertos, y así me dejaron. La habitación estaba reluciente y ordenada.
Desde mi posición podía verla por entero. Era una estancia de una pequeña casa de
pueblo, pero de corada con un lujo como nunca había conocido en el castillo en el que
nací y me crié, ni tampoco en el castillo de la reina. Las vigas del bajo techo estaban
pintadas y decoradas con flores. Volví a experimentar lo mismo que la primera vez que
entré en la casa, me sentí enorme y vergonzosamente des nudo en ella, un verdadero
esclavo atado en medio de estantes de reluciente peltre, sillas de roble de alto respaldo y
una chimenea pulcramente limpia.

esquimala
03-10-2011, 12:19:06
Las plantas de mis pies reposaban sobre el suelo encerado, lo que me permitía descansar
el peso de mi cuerpo sobre ellos y reclinarme contra el yeso de la pared. Si mi pene
durmiera, pensé, hubiera podido descansar.
Las doncellas iban y venían con sus escobas y fregasuelos, discutían sobre la cena, si
asar la carne de vaca con vino blanco o negro, y si añadir la cebolla entonces o más
tarde. No me prestaban atención excepto para tocarme suavemente al pa sar, mientras
seguían quitando el polvo con aspa vientos e iban de aquí para allá.
Yo sonreía al escuchar su cháchara. Pero cuan do empecé a amodorrarme, abrí los ojos
y al en contrarme con el encantador rostro y la figura de mi ama de cabello oscuro me
sobresalté.
Me tocó el pene y, al doblarlo hacia abajo, mi miembro cobró vida violentamente. La
señora te nía en las manos varios pesos pequeños de cuero negro con abrazaderas, como
los que yo había llevado el día anterior en los pezones, y, mientras las doncellas
continuaban hablando detrás de una puerta cerrada, me los aplicó a la piel colgante del
escroto. Di un respingo. No podía quedarme quieto, pues los pesos eran lo
suficientemente pe sados como para hacerme adquirir conciencia de cada centímetro de
la sensible carne y del más leve movimiento de mis testículos; y al parecer era ine
vitable que se movieran sin cesar. Siguió colocán domelos concienzudamente, punzando
la carne como el capitán había hecho antes con sus dedos.
Aunque yo me encogiera de dolor, ella no se in mutaba.
Luego colgó de la base de mi pene un pesado colgante, y cuando mi órgano se encorvó
con el peso sentí la frialdad del hierro contra mis testícu los. El contacto de esas cosas y
sus movimientos eran recordatorios insoportables de mis abultados órganos y su
degradante exposición.
La pequeña habitación se sumió en un am biente más mortecino, pareció empequeñecer.
La figura de mi ama apareció grande y amenazante ante mí. Apreté con fuerza los
dientes para no suplicar y evitar que algún grito mortificante saliera de mi garganta,
pero entonces volvió a invadirme la sensación de derrota y rogué silenciosamente, con
suspiros y suaves gemidos. Había sido un es túpido al pensar que me dejarían allí
asolas.
Los llevaréis puestos me dijo hasta que vuestro amo mande a buscaros. En el caso de
que el peso de vuestro pene se caiga, sólo puede existir un motivo: que vuestro miembro
se haya quedado flácido y haya soltado el grillete. En tal circunstancia, debéis saber que
vuestro pene recibirá una azotaina, Tristán.
Asentí al ver que ella se mantenía expectante, pero no fui capaz de encontrar su mirada.
¿Acaso necesitáis ahora esa azotaina? me preguntó.
No fui tan tonto como para contestar. Si res pondía que no, se reiría y lo tomaría como
una impertinencia. Si respondía que sí, estaba seguro de que ella se violentaría y yo me
llevaría una bue na paliza.
Pero la señora ya había levantado una peque ña y delicada correa blanca que sacó de
debajo de su delantal azul oscuro. Yo solté una serie de suspiros entrecortados pero ella
me azotó el pene desde uno y otro lado, provocando en mí descar gas de dolor que se
propagaban por toda mi pel vis, mientras las caderas se levantaban en direc ción a ella.
Todos aquellos pesos pequeños tiraban de mí, como dedos que estiraran mi pene y mi
piel. Mi miembro mostraba un color rojo púrpu ra, y sobresalía directamente hacia
delante, como el asta de una bandera.
Esto no es más que un ejemplo dijo.
Cada vez que piséis esta casa, debéis estar correctamente arreglado.
De nuevo asentí con un gesto. Incliné la cabeza y sentí mis lágrimas en las comisuras de
los ojos. Ella me peinó con cuidado y delicadeza, me arregló los rizos con esmero por
detrás de las ore jas y los retiró de mi frente.
Tengo que decir susurró que sois con diferencia el príncipe más hermoso del pueblo. Os
advierto, jovencito, corréis el peligro de que os compren definitivamente. Pero no sé qué
podéis hacer para evitarlo. Si os portáis mal, el pueblo será aún más necesario para
enmendaros... y sacudir vuestras preciosas caderas de ese modo tan su miso y
encantador sólo os servirá para resultar más seductor. Posiblemente ya no hay esperanza
para vos. Nicolás es suficientemente rico para compraros por tres años, si así lo desea.
Me encan taría ver los músculos de esas pantorrillas después de tres años de tirar de mi
carruaje, o después de los paseítos de Nicolás por el pueblo.

esquimala
03-10-2011, 12:20:20
Yo había levantado la cabeza y observaba aquellos ojos azules. Seguro que ella podía
detectar mi perplejidad. ¿Era posible que nos hicieran quedarnos aquí?
Oh, él puede buscar alguna buena excusa para conservaros explicó. Que necesitáis la
disciplina del pueblo, o quizá sólo baste con decir que por fin ha encontrado al esclavo
que deseaba. No es un lord pero es el cronista de la reina. Yo sentía un ardor creciente
en mi pecho, que palpitaba con la misma intensidad que el fuego que ardía lentamente
en mi verga. Pero Stefan nunca... ¡Aunque quizá Nicolás gozara de más apoyo que
Stefan!
«Por fin ha encontrado al esclavo que deseaba.» Las palabras se estrellaban en el
interior de mi cabeza.
Mi señora me dejó a solas en la pequeña estan cia con mis vertiginosos y sugestivos
pensamien tos y salió al estrecho y sombrío corredor. De sapareció escaleras arriba, con
la falda borgoña reluciente que pude atisbar entre las sombras tan sólo por un instante.

esquimala
04-10-2011, 10:20:33
LA DISCIPLINA DE LA SEÑORA
LOCKLEY
Bella casi había concluido las tareas matinales en el dormitorio del capitán cuando al
percibir el débil sonido de pasos que se acercaban desde la escalera hacia la puerta del
capitán recordó con repentino sobresalto su impertinencia con la señora Lockley. Sintió
un repentino terror. Oh, ¿por qué había sido tan insolente ? Toda su determinación para
ser mala, una niña mala, la abandonó de in mediato.
La puerta se abrió y apareció la figura imper térrita de la señora Lockley, toda ella lino
limpio y preciosas cintas azules, con una blusa tan escotada sobre sus altos pechos que
Bella casi podía ver los pezones. El delicado rostro de la señora Lockley exhibía una
sonrisa sumamente maliciosa cuando se dirigió hasta Bella.
La princesa dejó caer la escoba y se acurrucó en un rincón.
Una risa grave brotó de la mesonera e inme diatamente cogió a Bella por el pelo,
enrollándolo en su mano izquierda, mientt:as con la derecha le vantaba la escoba para
atizarle el sexo con las pun zantes pajas, obligando a la princesa a gritar mien tras
intentaba juntar las piernas con todas sus fuerzas.
¡Mi pequeña esclava contestona! exclamó, y Bella empezó a sollozar. Era imposible li
brarse para besar las botas de la señora Lockley. Tampoco se atrevía a hablar. Sólo
podía pensar en Tristán cuando le decía que hacía falta mucho va lor para ser malo a
todas horas. La señora Lockley la obligó a adelantarse y ponerse a cuatro patas. Bella
sintió la escoba entre sus piernas, que la conducía fuera de la pequeña alcoba.
¡Bajad por esas escaleras! dijo la señora en voz alta. La ferocidad de la mujer causaba es
tragos en el alma de Bella, que rompió a sollozar mientras se escurría hacia la escalera.
Tuvo que ponerse de pie para descender las escaleras pero la escoba la impulsó
virulentamente, precipitándose contra ella, raspándole las tiernas partes inferiores con
un terrible picazón mientras la señora Lo ckley continuaba bajando sin despegarse de su
espalda.
La posada estaba vacía y tranquila.
He enviado a mis niños malos al estableci miento de castigos para que reciban su azote
ma tutino y ¡así poder atenderos! resonó la voz de la señora, que surgía entre sus
mandíbulas apreta das. Vamos a disfrutar de una buena sesión so bre cómo usar
correctamente esa lengua, cuando así se os requiera. ¡Y ahora, a la cocina!
Bella se echó de nuevo a cuatro patas, desespe rada por obedecer. Las furibundas
órdenes le provocaban pánico. Nadie antes la había dirigido con tanta saña y desdén. y
para empeorar las cosas, su sexo ya rebosaba de sensaciones.
La luz del sol llenaba la gran estancia inmacu lada, entraba a raudales por las dos
puertas abiertas que daban al patio trasero, iluminando de ple no loS finos y elaborados
pucheros y sartenes de cobre que colgaban de elevados ganchos y bañando las puertas
de hierro del horno insertado entre ladrillos en el gigante tajo rectangular que estaba
situado en medio del suelo de baldosas, tan alto y grande como el mostrador exterior del
bar en el que Bella había sido castigada la primera vez.
La señora Lockley la puso de pie y clavó la escoba Con fuerza entre las piernas de
Bella, de tal manera que las rígidas pajas la levantaron y obli garon a la muchacha a
retroceder hasta chocar con el tajo.
Entonces la mesonera le alzó las piernas, con lo que Bella se quedó enseguida
encaramada sobre la madera, que estaba cubierta por un fino tamiz de harina.
Lo que Bella esperaba era la pala. Estaba convencida de que sería peor que nunca. Lo
sabía por el tono furioso de la voz que le daba órdenes. Pero la señora Lockley hizo que
Bella se tumbara de espaldas, le llevó las manos a la nuca y las ató rápida mente al
borde de la madera, tras lo cual mandó a la muchacha separar las piernas, con la
adverten cia de que, si no lo hacía, sería ella quien se las separaría.
Bella se abrió de piernas con esfuerzo.
La harina que cubría la lisa madera resultaba sumamente sedosa bajo su trasero. Pero la
meso nera también le ató los tobillos a la madera, y su cuerpo quedó completamente
estirado. Bella vol vió a sentir pánico y forcejeó inútilmente sobre la lisa y rígida
superficie al darse cuenta de que no podía soltarse.

esquimala
04-10-2011, 10:21:18
En un arranque de suaves gritos apremiantes, intentó suplicar a la señora Lockley. Pero
en el momento en que vio el rostro de la mesonera, que le sonría, la voz de Bella se
extinguió en su garganta y se mordió el labio con fuerza al tiempo que miraba los
luminosos ojos negros que bailaban con un atisbo de risa.
¿No es verdad que a los soldados les gustan estos pechos? preguntó la señora Lockley
mien tras estiraba ambas manos para pellizcar los pezones de Bella con el índice y el
pulgar. ¡Contestadme!
Sí, señora se lamentó Bella. Su alma se estremeció ante la sensación de vulnerabilidad
que le provocaban esos dedos, y la carne que rodeaba sus pezones se arrugó formando
pequeños nudos.
Un agudo dolor la llevó a intentar cerrar las piernas, pero eso era del todo imposible.
Señora, por favor, nunca volveré...
¡Chist! la señora Lockley sujetó firme mente la boca de Bella con la mano, obligándola
a arquear la espalda, mientras sollozaba contra la palma de la mesonera. Oh, aún era
peor estando atada, pues no conseguía estar quieta. Pero se quedó mirando a la señora
Lockley con los ojos como platos e intentó asentir, aunque la mano aún la agarraba por
la boca.
Los esclavos no tienen voz dijo la señora, hasta que el amo o la señora soliciten oírla.
Entonces contestaréis con el debido respeto.
Soltó la boca de Bella.
Sí, señora respondió la princesa.
Los firmes dedos volvieron a sus pezones.
Como iba diciendo continuó la señora Lockley, a los soldados les gustan estos pechos.
¡Sí, señora! respondió Bella con voz trémula.
Y esta avarienta boquita bajó la mano y cerró con un pellizco los labios púbicos. El sexo
de la muchacha rebosaba tanta humedad que ésta goteó por sus labios produciéndole
una comezón.
Sí, señora repitió con voz entrecortada.
La señora Lockley sacó un cinto de cuero blanco y se lo mostró a Bella. Era como una
len gua que se extendía desde su mano. Sujetando fir memente desde arriba el pecho
izquierdo de Bella, apretujó la carne y la dejó caer pesadamente mientras la princesa
sentía que el calor se difundía por su seno. No podía estarse quieta. La humedad de su
entrepierna goteaba hasta la hendidura de sus nalgas. Su cuerpo estirado se ponía tenso
en un intento inútil de bloquearse.
Los dedos de la mesonera estiraban y menea ban el pezón izquierdo de la esclava.
Luego la lengua blanca del cinturón de cuero golpeó el pecho con una serie de azotes
sonoros.
¡Oh! jadeó Bella en voz alta, incapaz de contenerse. La zurra que la gran mano del
capitán le había propinado en el pecho no era nada en comparación con esto. El deseo
de liberarse y taparse ambos senos era irresistible ya la vez impo sible. Sin embargo, su
pecho hervía de sensibili dad como nunca antes lo había hecho, y forzaba a Bella a
retorcer su cuerpo contra la madera sobre la que estaba tendida. La pequeña correa le
alcanzó aún con más fuerza el pezón y la carne abultada.
Bella estaba enloquecida cuando la señora Lockley centró su atención en el pecho
derecho, dejándolo caer y mortificándolo del mismo mo do. Los gritos de la princesa
eran cada vez más fuertes, el forcejeo más violento. El pezón estaba duro como una roca
bajo el aluvión de azotes.
Bella cerró la boca herméticamente, aunque hubiera gritado a pleno pulmón: «No, no
puedo soportarlo.» Los golpes se concentraban cada vez más seguidos. Todo el cuerpo
de la princesa se convirtió en sus pechos torturados, mientras los azotes avivaban su
deseo como si fuera la llama de una antorcha.
Bella volvía la cabeza de un lado a otro con tal impetuosidad que su cabello estaba
desparramado sobre su rostro. Pero la señora Lockley le retiró el pelo hacia atrás y se
inclinó para observar a Bella; la muchacha era incapaz de mirar a su ama.
¡Qué alborotada, y sin protección alguna! exclamó la mesonera sobándole el pecho dere
cho. La mujer volvió a levantarlo rápidamente para continuar zurrándolo. Bella soltó un
agudo y penetrante chillido pese a que apretaba los dientes con fuerza. Los dedos del
ama pellizcaban sus pezones, masajeaban su carne. La excltación avanza ba
estrepitosamente por todo su cuerpo y sus ca deras se iban hacia arriba con repentinas y
violentas convulsiones.

esquimala
04-10-2011, 10:22:20
Así es como hay que castigar a una niña ma la le dijo la mesonera.
Sí, señora corroboró Bella de inmediato con un sollozo.
Gracias a Dios los dedos se retiraron. Bella sintió sus pechos enormes, pesados, un
derroche de dolor caliente y colosales sensaciones. Sus sollozos graves y roncos no
salían de su garganta.
Aunque sí soltó un quejido cuando se percató de lo que le esperaba. Notó los dedos de
la señora Lockley entre las piernas, que le separaban los la bios púbicos pese a sus
vanos esfuerzos por evitarlo. La princesa trataba de cerrar las piernas, golpeaba
ruidosamente la madera con los talones y únicamente conseguía que las correas de
cuero le cortaran la carne del empeine. Una vez más, perdió todo control y forcejeó
violentamente en vuelta en un torrente de lágrimas. Pero entonces la correa que la
flagelaba pasó a azotar su clítoris.
Bella volvió a chillar ante la intensidad abrasadora de aquella mezcla de placer y dolor,
mientras su clítoris parecía endurecerse como nunca antes, sin que la señora Lockley
quisiera soltarlo.
Bella sentía la hinchazón de los labios, la hu medad que rezumaba a chorros y los azotes
que sonaban cada vez más húmedos. Su cabeza giraba frenéticamente de un lado a otro
sobre la madera.
Lloraba cada vez con más fuerza mientras sus ca deras se agitaban hacia arriba para
encontrar la co rrea y todo su sexo estallaba por dentro en una explosión de fuego
interior.
La correa se detuvo. Pero eso fue todavía peor, sentir el calor que ascendía, aquel
hormigueo que era como una comezón, que de alguna manera de bía encontrar la divina
fricción. Bella respiraba entrecortadamente, con jadeos cortos e implorantes que seguían
el compás de sus gemidos. A tra vés de las lágrimas vio a la señora Lockley obser
vándola.
Entonces, ¿sois mi esclava impertinente? le preguntó.
Vuestra devota esclava respondió Bella atragantada por los sollozos, señora. Vuestra
devota esclava y se mordió el labio haciendo una mueca, suplicando haber dado la
respuesta correcta.
Sus pechos y su sexo hervían de calor. Oyó los golpes de sus propias caderas contra la
madera, aunque no era consciente de que las estaba mo viendo. A través de sus lágrimas
vio los bonitos ojos negros de su ama, el pelo oscuro con la capri chosa trenza que
adornaba la coronilla de su cabeza y los pechos que se henchían con sumo encanto bajo
la blusa de lino blanca como la nieve. Pero la señora sujetaba algo entre las manos. ¿De
qué se trataba? Lo que fuera se estaba moviendo.
Bella distinguió un bonito y gran gato que la observaba con azules ojos almendrados,
con esa mirada amplia e inquisitiva que tienen los felinos, mientras la lengua rosa se
chupaba la negra nariz en un rápido gesto.
Una oleada de la más absoluta vergüenza se apoderó de Bella. Se retorció sobre la
madera como una indefensa y sufrida criatura, sintiéndose incluso inferior a aquella
pequeña bestia orgullo sa y desdeñosa que la escudriñaba con ojos centelleantes desde
los brazos de la mesonera. Pero la señora se había agachado, aparentemente para coger
algo.
Bella vio que volvía a incorporarse con una cantidad de espesa crema amarilla entre los
dedos. La mesonera untó la crema en los pezones palpi tantes de Bella y luego le mojó
ligeramente la en trepierna hasta que goteó y se escurrió en pequeñas cantidades hacia la
vagina.
Es sólo mantequilla, cariño mío, mantequi lla fresca le dijo la mesonera. Nada de un
güentos perfumados. y de pronto dejó caer el gato a cuatro patas sobre el tierno vientre
y el pecho de Bella, que sintió las suaves patas almohadi lladas del felino moviéndose
por su pecho con una rapidez enloquecedora.
Bella se revolvió, tiró de las correas, pero la pequeña bestia había hundido la cabeza y
devoraba su pezón con la áspera y pequeña lengua are nosa, consumiendo la
mantequilla que lo cubría. Algún temor muy profundo, desconocido hasta entonces para
ella, se reveló provocando forcejeos más descontrolados.
Entretanto, el pequeño monstruo indiferente, con su primorosa cara blanca, continuaba
co miendo. El pezón de la princesa explotaba bajo los lametazos del gato. Todo el
cuerpo de Bella se puso tenso, levantándose de la madera y volvien do a caer con golpes
sordos, rítmicamente.
La señora Lockley alzó a la criatura para trasladarla al pecho derecho. Bella tiró con
todas sus fuerzas de las correas, mientras sus sollozos surgían temblorosos, las pequeñas
patas traseras se hundían suavemente en su vientre y el pelo suave del estómago del
gato la rozaba mientras la lengua volvía a lamer ya limpiar completamente el pe zón.

esquimala
04-10-2011, 10:23:28
Bella apretó los dientes para no chillar «¡no!».
Cerró los ojos con fuerza otra vez. Cuando los volvió a abrir vio la cara con forma de
corazón que se hundía con rápidos movimientos para que la lengua continuara
lamiendo. La fuerza de la lengua arenosa empujaba el pezón adelante y atrás con una
sensación sumamente exquisita, aterra dora, que hacía gritar a Bella con más fuerza que
la que nunca había mostrado bajo la pala.
Pero la señora Lockley levantó de nuevo al gato. Bella se meneaba de un lado a otro y
apreta ba los dientes con más fuerza para impedir que surgiera el «no» que no debía
pronunciar. Sintió la piel y las orejas sedosas del gato entre sus piernas, y la lengua que
se lanzaba como un relámpago a su clítoris dilatado.
«Oh, por favor, no, no», gritó en el santuario de su mente pese a que el placer se
propagaba como un surtidor por todo su cuerpo mezclándo se con la aversión que le
inspiraba el pequeño felino peludo y su horroroso y estúpido festín. Las caderas de
Bella se congelaron en el aire, unos centímetros por encima de la madera, mientras la
boca y la nariz rodeadas de pelo se adentraban cada vez más en ella. Ya no sentía la
lengua en el clítoris, sólo el enloquecedor frotar de la cabeza contra él, y eso no era
suficiente, no era suficiente.
¡Oh, vaya monstruo!
Para total vergüenza y derrota, la propia Bella se esforzaba en apretar el pubis contra la
criatura, intentando acercarse al pequeño cráneo y conseguir que le acariciara el clítoris
con la presión más leve posible. Pero la lengua continuó bajando, la mió la base de la
vagina y luego la hendidura entre las nalgas. El sexo de Bella anheló inútilmente el
placer que se evaporaba para dejarla sumida en un tormento más agudo.
A Bella le rechinaban los dientes y sacudía la cabeza de un lado a otro a la vez que la
lengua del felino chupaba su vello púbico y tomaba lo que buscaba, ignorando por
completo el deseo que atormentaba a la princesa. Cuando ya pensaba que no podría
soportarlo más, que se volvería loca, el gato volvió a levantar se y se quedó mirando a la
muchacha desde los brazos de la señora Lockley, que sonreía con la misma dulzura que
el gato, esa impresión daba, por encima de la víctima.
¡Bruja!, pensó Bella, pero no se atrevió a ha blar. Cerró los ojos, con el sexo tembloroso
del deseo que se había acumulado en ella como nunca antes lo había hecho.
La mesonera soltó el gato, que se alejó y desa pareció de su vista. Bella notó que sus
muñecas eran liberadas de las correas así como sus tobillos. Se quedó tendida,
estremecida, haciendo aco pio de toda su voluntad para resistir el deseo de cerrar las
piernas, de darse la vuelta sobre la made ra y acariciar sus pechos con una mano
mientras con la otra tocaba su ardiente sexo para provocar una orgía de placer íntimo.
No habría tanta clemencia para ella.
Poneos a cuatro patas ordenó la señora Lockley. Creo que por fin estáis preparada para
la pala.
Bella bajó como pudo al suelo.
Todavía confusa, se dio media vuelta y se apresuró a seguir las pequeñas botas de la
mujer que ya salían de la cocina con un resonante taco neo.
El movimiento de las piernas de Bella al arras trarse por el suelo sólo servía para
intensificar el ansia que padecía.
Cuando llegaron al mostrador de la sala prin cipal del mesón, se encaramó a él sólo con
oír el chasqueo de los dedos de la señora Lockley.
En la plaza, la gente iba y venía, y charlaba al borde del pozo. Llegaron las muchachas
que ayu daban en el mesón, saludaron jovialmente a la se ñora Lockley y pasaron a la
cocina.
Bella temblaba tumbada boca abajo sobre el mostrador. Sus grititos parecían
tartamudeos. Su barbilla estaba apoyada en la madera y su trasero esperaba la pala.
¿Recordaréis que os dije que para el desayuno tendríais las nalgas asadas? preguntó la
señora Lockley con aquella voz fría y carente de tono.
¡Sí, ama! respondió Bella entre sollozos.
No quiero que me respondáis ahora. ¡Sólo que contestéis con la cabeza!
Bella asintió con furor, pese a tener la cabeza pegada a la madera.
Sus pechos escocidos eran puro calor contra la
madera, y su sexo goteaba. La tensión era ina guantable.
Estáis bien condimentada por vuestros pro pios jugos, ¿verdad que sí? preguntó la
mesonera.
Bella soltó un sonoro gemido quejumbroso, ya que no sabía cómo responder.
La señora Lockley sobó con energía sus nalgas, dejándolas caer pesadamente como
había he cho anteriormente con los pechos.
Entonces llegaron los fuertes azotes de castigo. Bella botaba, culebreaba y gritaba con
los dientes apretados como si nunca hubiera sabido lo que era la resistencia, la dignidad.

esquimala
04-10-2011, 10:24:27
Era capaz de hacer cualquier cosa con tal de complacer a esta ama aterradora, fría e
intransigente; lo que fuera para hacerle saber que iba a ser buena, que no sería una chica
mala, que se había equivocado. Tristán la ha bía advertido. La azotaina continuaba,
castigándola severamente.
¿Está bastante caliente, está en su punto? inquirió la mesonera que esgrimía la pala cada
vez con más rapidez. Se detuvo y apoyó su fría palma sobre la piel llena de ampollas.
¡Pues sí, creo que nuestra princesa ya está bien asada! Pero continuó azotando. Los
sollozos de Bella surgían como si los extrajeran de ella con un purgante.
La idea de que tendría que esperar hasta el anochecer ya su capitán para que su sexo
atormentado sintiera cierto alivio la hizo sollozar su mida en un desenfreno casi sensual.
Se acabó. Los estallidos todavía resonaban en sus oídos. Aún podía sentir la pala como
en un sueño. Su sexo parecía una cámara hueca en la que todos los placeres que había
conocido dejaban su eco sonoro y reverberante. Pasarían horas hasta que llegara el
capitán, largas horas...
Levantaos y poneos de rodillas acababa de decirle la mesonera. ¿Por qué vacilaba?
Se dejó caer al suelo y apretó frenéticamente sus labios contra las botas de la señora
Lockley.
Besó el extremo del calzado puntiagudo, los tobi llos bien formados que aparecían por
debajo de la delicada funda de cuero.
Bella notó las enaguas de la señora Lockley sobre su húmeda frente y los besos de la
princesa se tornaron más fervientes.
Ahora, limpiaréis esta posada de arriba abajo ordenó la señora Lockley y mientras lo ha
céis seguiréis con las piernas bien separadas.
Bella asintió.
La señora Lockley se apartó y se encaminó a la entrada del mesón.
¿Dónde están mis demás preciosidades? mur muró malhumorada en voz baja. En el
estable cimiento de castigos no acaban nunca. Bella estaba arrodillada observando la
excelente figura de la señora Lockley que se recortaba a la luz de la entrada, su menuda
cintura resaltada por el fajín blanco y el cinturón del mandil.
Bella respiró ruidosamente. «Tristán, teníais razón pensó. Es duro ser mala a todas
horas.» y se limpió silenciosamente la nariz en el dorso de la mano.
El grande y provocador gato blanco volvió a hacer acto de presencia. Apareció
silenciosamen te, a tan sólo unos centímetros de Bella. Ésta se encogió mordiéndose el
labio y luego se tapó la cabeza con los brazos pues la señora Lockley continuaba
apoyada ociosamente en la puerta del me són mientras el gran gato peludo se acercaba
cada vez más.
CONVERSACIÓN CON EL PRÍNCIPE RICHARD
A última hora de la tarde, Bella estaba echada sobre la fresca hierba del patio junto con
los demás esclavos.
La vara punzante de alguna de las muchachas de la cocina la importunaba de vez en
cuando for zándola a separar las piernas. Sí, no debo juntar las piernas, pensó
amodorrada.
El trabajo de la jornada la había dejado exhausta. Durante una hora estuvo encadenada a
la pared de la cocina, cabeza abajo, porque se le habían caído al suelo un puñado de
cucharillas de peltre. Luego, a cuatro patas, cargó los pesados cestos de la colada sobre
su espalda hasta llevarlos a los tendederos de ropa donde tuvo que perma necer inmóvil
de rodillas mientras, a su alrededor, las muchachas del pueblo colgaban las sábanas
charlando alegremente. Había restregado, limpia do y lustrado, y cada muestra de
torpeza o vacilación había sido castigada con una azotaina.
Finalmente, de rodillas y sin utilizar las manos, compartió la cena que sirvieron en una
gran ban deja para todos los esclavos y agradeció en silencio el agua fresca de la fuente
con que calmaron su sed.
Por fin había llegado la hora de dormir. Hacía ya más de una hora que medio dormitaba
sobre el césped.

esquimala
04-10-2011, 10:25:18
Pero, poco a poco, cayó en la cuenta de que no había nadie rondando por los
alrededores. Estaba a solas con los esclavos que dormían, y frente a ella vio tumbado a
un apuesto príncipe pelirrojo que la miraba con la mano en la mejilla.
Era el príncipe que había visto la noche anterior sentado sobre el regazo del soldado,
besándolo. Él le sonrió y le lanzó un beso con la mano de recha.
¿Qué os ha hecho la señora Lockley esta mañana susurró el esclavo.
Bella se sonrojó.
El príncipe estiró el brazo para cubrirle la mano.
Tranquila, no pasa nada le susurró.
Nos encanta ir al establecimiento de castigos le comentó, riéndose entre dientes.
¿Cuánto tiempo lleváis aquí? preguntó Bella. Era más guapo incluso que el príncipe Ro
ger. En el castillo no había visto a ningún esclavo tan aristocrático. Los rasgos de su
rostro eran fuertes, como los de Tristán, aunque su constitu ción era más menuda y
juvenil.
Me mandaron del castillo hace un año. Soy el príncipe Richard. Estuve allí seis meses,
hasta que me declararon incorregible.
Pero ¿por qué erais tan malo? preguntó Bella. ¿Lo hacíais intencionadamente?
En absoluto respondió. Intentaba obedecer pero el pánico se apoderaba de mí y me es
capaba corriendo a un rincón. A veces no podía realizar las tareas, debido a la
vergüenza y la humillación que sentía. Era incapaz de dominarme, y apasionado, como
vos. Cada vez que me tocaba una pala, un pene o la mano de alguna dama en cantadora,
se desataba en mí una exhibición mor tificante de incontrolable placer. Pero no era
capaz de obedecer, así que me vendieron en la subasta para que mi estancia durante todo
un año aquí, en el pueblo, lograra disciplinarme.
¿Y ahora? preguntó Bella.
He avanzado mucho respondió él. He aprendido. y se lo debo a la señora Lockley. Si no
hubiera sido por ella, no sé qué hubiera sido de mí. La señora Lockley me maniató y
castigó, me enjaezó y sometió a una docena de trabajos forza dos antes de esperar algo
de mi voluntad. Una no che sí, otra no era azotado con la pala en el lugar de castigo
publico o me hacian correr en circulo alrededor del mayo. Me llevaban a alguna de las
tiendas públicas, donde me ataban y tenía que chupar todas las vergas que venían. Las
jovencitas se burlaban de mí y me perseguían. Normalmente pasaba el día colgado
debajo del signo del mesón y luego me ataban de pies y manos para recibir la tanda de
azotes diarios. Sólo después de cuatro semanas completas, me desataron y me ordenaron
encender el fuego y poner la mesa. Os aseguro que cubrí de besos las botas de la señora.
Comía
de la palma de su mano y lamía literalmente la co mida de sus dedos.
Bella asintió lentamente. Le sorprendió que el príncipe hubiera tardado tanto tiempo.
La adoro continuó él. Me estremece pen sar qué hubiera sido de mí si me hubiera
compra do alguien más indulgente.
Sí admitió Bella. La sangre afluyó de nue vo a su rostro, y la notaba también en las
nalgas.
Nunca pensé que podría permanecer quieto sobre de la barra del bar para recibir mis
azotes matinales explicaba él. Nunca creí que llegaría a ir desatado por las calles del
pueblo hasta el lugar de castigo público, o que ascendería los peldaños y me arrodillaría
sobre la plataforma gira toria sin necesidad de llevar grilletes. O que podrían enviarme
solo al cercano local de castigos al que hemos acudido esta mañana. Tampoco pensa ba
que sería capaz de dar placer a los soldados de la guarnición sin acobardarme o sin
demostrar pá nico al ser amarrado. Pero ahora puedo hacer todas esas cosas. Ya no hay
nada que no pueda so brellevar.
Hizo una pausa.
Vos también habéis aprendido todas estas cosas dijo a continuación. Me di cuenta
anoche y me he percatado hoy mismo. La señora Lockley os adora.
¿De veras? Bella experimentó un fuerte deseo que recorrió toda su pelvis. Oh, debéis
estar equivocado.
No, no me equivoco. No es fácil que un es clavo llame la atención de la señora Lockley.
Sin
embargo, rara vez aparta la vista de vos cuando es táis cerca.
El corazón de Bella se aceleraba silenciosamente en su pecho.
Escuchad, tengo algo terrible que deciros anunció el príncipe.
No hace falta que me lo expliquéis. Ya lo sé respondió Bella con voz susurrante. Ahora
que vuestro año en el pueblo llega a su fin, no podéis soportar la idea de regresar al
castillo.

esquimala
04-10-2011, 10:26:05
Sí, precisamente dijo. No porque no sea capaz de obedecer y complacer. De eso estoy
convencido. Pero... es diferente.
Lo sé dijo Bella. Su mente bullía de ideas.
De modo que su cruel dueña la quería, ¿era eso? ¿Y por qué aquello la satisfacía tanto?
Cuando estaba en el castillo nunca le había importado verda deramente si lady Juliana la
adoraba o no, pero aquella perversa y orgullosa mesonera y el apues to y remoto capitán
de la guardia le llegaban al co razón de un modo singular.
Necesito sufrir castigos duros seguía explicando el príncipe Richard. Necesito órdenes
directas y saber cuál es mi lugar, sin vacilaciones. Ya no me complacen los tiernos
arrumacos ni tanta adulación. Prefiero que me arrojen sobre la gru pa del caballo del
capitán y me lleven al campa mento para acabar atado a la estaca y que se aprovechen
de mí tal como han hecho hasta ahora.
Una fulgurante imagen centelleó en el pensa miento de la princesa.
¿Os ha poseído el capitán de la guardia? preguntó Bella con timidez.
Oh, sí, por supuesto contestó. Pero no temáis. Anoche le vi y él también está absoluta
mente enamorado de vos. En lo que a príncipes se refiere, le gustan un poco más
robustos que yo, aunque de vez en cuando... sonrió.
¿Y tenéis que regresar al castillo? inquirió Bella.
No sé. La señora Lockley disfruta del favor de la reina ya que buena parte de la
guarnición de su majestad se aloja aquí. Mi señora podría que darse conmigo, creo yo,
si pagara el precio de mi compra. Soy de gran provecho para la posada. y cada vez que
me envían al establecimiento de cas tigos, los clientes pagan por presenciar mi peni
tencia. En el local se reúne siempre gente, toman café, hablan, las mujeres cosen... y
observan cómo zurran uno a uno a los esclavos. y aunque el servicio lo pagan los
dueños y las amas de los esclavos, los clientes pueden aportar, si lo desean, diez
peniques para presenciar otra buena tanda de azotes.
Casi siempre que voy, me zurran tres veces, y ese dinero se reparte entre el local y mi
señora. De modo que a estas alturas ya he recuperado con creces el precio pagado por
mí en la subasta, y podría doblarlo si la señora Lockley me quisiera con ella.
¡Oh, yo también tengo que hacer eso! su surró Bella. ¡Quizás haya sido demasiado obe
diente, demasiado pronto! torció la boca llena de inquietud.
No, no os preocupéis, eso no es cierto. Lo que debéis hacer es congraciaros con la
señora Lockley. Y eso no se consigue siendo desobediente sino con buenas muestras de
sumisión. Cuando acudáis al local de castigos, al que seguro iréis pronto porque nuestra
ama no tiene tiempo pa ra azotarnos a todos cada día como es debido, de béis ofrecer el
mejor espectáculo posible, por muy duro que sea. En cierta manera, ese lugar resulta
más duro que la plataforma pública.
Pero ¿por qué? Vi la plataforma giratoria y me pareció atroz.
El local para castigos es más íntimo, menos teatral explicó el príncipe. Siempre está
muy concurrido. En un repecho de poca altura situado en la pared de la izquierda se
alinean los esclavos, que esperan como yo he esperado esta mañana. Luego, en un
pequeño estrado que apenas sobresale un metro por encima del suelo, se encuentran el
encargado y su asistente, y las mesas de los clientes están pegadas al repecho y al
escenario. El público se ríe y habla entre sí, no hace ni caso de gran parte de lo que pasa,
y únicamente comenta algún hecho a la ligera.
»Pero si les gusta el esclavo, dejan de hablar y observan con atención. Se les puede ver
por el ra billo del ojo, con los codos apoyados sobre el borde del escenario, y luego se
oyen los gritos de "diez peniques" y vuelta a empezar. El encargado es un hombre
grande y tosco. En cuanto llega vuestro turno, sois arrojado directamente sobre su
rodilla. Lleva puesto un mandil de cuero y, an tes de empezar, os embadurna con grasa,
y lo cier to es que se agradece. los azotes escuecen más pero, por otro lado, la grasa
protege la piel, de veras. El mozo que le ayuda os sostiene la barbilla y espera el
momento de sacaros fuera del escenario.
Entre ellos intercambian comentarios y risas. El encargado me estruja siempre con
fuerza y me pregunta si estoy siendo buen chico. Lo hace del mismo modo en que le
hablaría a un perro, con idéntica voz. Luego me coge bruscamente del pelo e importuna
sin piedad mi pene, advirtiéndo me que mantenga bien levantadas las caderas para que
mi verga no se deshonre sobre su delantal.
»Recuerdo una mañana en la que un príncipe se corrió sobre el regazo del encargado. y
no he olvidado el castigo que se llevó. La zurra fue despiadada. Luego le hicieron andar
en cuclillas por toda la taberna, obligándole a tocar con la punta de su verga todas las
botas que había en el local para pedir perdón, siempre con las manos detrás de la nuca.

esquimala
04-10-2011, 10:27:03
Deberíais haberlo visto, adelantando y apartando sus caderas con grandes esfuerzos. A
veces los parroquianos se compadecían de él y le despeinaban el pelo, aunque en la
mayoría de ca sos no le prestaban la menor atención. Luego le obligaron a volver a casa
en la misma dolorosa e ignominiosa postura, con la verga atada de tal ma nera que
señalara directamente al suelo, pues para entonces ya volvía a estar lo suficientemente
dura.
Oh, sí, al anochecer, el lugar de castigos, iluminado con velas y lleno de clientes
bebiendo vino, puede llegar a ser peor que la plataforma giratoria.
Tengo que reconocer que en la plataforma nunca he llegado a perder toda la resistencia,
ni quejarme y gemir pidiendo clemencia tanto como allí.
Bella permanecía callada, totalmente cauti vada.
Una noche, en el localprosiguió el príncipe, recuerdo que el público pagó para que me
azotaran tres veces, además de la zurra que había ordenado mi señora. Pensaba que no
tendría que soportar una cuarta paliza, que sería demasiado.
Yo estaba sollozando y aún había una buena hile ra de esclavos esperando su turno.
Pero aquella mano se acercó otra vez con el lubrificante para frotar mis erupciones y
arañazos y palmotearme la verga. De pronto, me encontré de nuevo cabal gando sobre
aquella rodilla, ofreciendo un espectáculo aún mejor que los anteriores. Y, a diferen cia
de la plataforma pública, el saco de dinero para llevar a casa no os lo ponen en la boca
sino que te lo introducen en el ano, perfectamente metido, con las cintas de cierre
colgando por fuera. Aquella noche, tras las palizas, me obligaron a recorrer toda la
taberna y pasar por cada una de las mesas para recaudar la propina, unas adicionales
mone das de cobre que también me metieron a la fuerza en el ano hasta que estuve tan
embutido como un pavo relleno listo para ser asado. La señora Loc kley estuvo
encantada con el dinero que gané.
Pero yo tenía las nalgas tan escocidas que cuando las tocó con los dedos me puse a
gritar como un loco. Pensé que mostraría alguna compasión por mí, al menos por mi
verga, pero no, la señora Lo ckley no es así. Aquella noche me entregó a los soldados,
como siempre. Tuve que sentarme sobre innumerables regazos fastidiosos, con las
posade ras irritadas. Me tocaron y atormentaron el miem bro y lo palmotearon no sé
cuantas veces antes de permitirme finalmente hundirlo en una ardiente princesita, e
incluso en ese momento continuaron azotándome con un cinto para incitarme. Cuando
me corrí, tampoco cesaron los golpes sino que continuaron igual que antes. La señora
dijo que tenía una piel muy elástica, que muchos esclavos no hubieran podido
aguantarlo, y desde entonces siempre se ha encargado de que reciba el máximo de
azotes, como prometió hacer.
Bella estaba demasiado asombrada para decir palabra.
¿Y a mí también me enviarán allí? mur muró finalmente.
Oh, desde luego. Al menos nos mandan para allá dos veces por semana, a todos
nosotros.
Está muy cerca, callejuela arriba. Nos envían solos. Por algún motivo, eso siempre
parece una de las partes más terribles del castigo. Pero cuando llegue el momento, no
tengáis miedo. Recordad simplemente que si regresáis con un saquito de monedas en el
trasero, haréis muy feliz a nuestra ama.
Bella apoyó la mejilla sobre la refrescante hier ba. «No quiero regresar jamás al castillo
pen só. No me importa lo duro que sea esto, ni lo aterrador que llegue a ser.» Miró al
príncipe Richard.
¿En alguna ocasión habéis pensado en escaparos? quiso saber. Me pregunto si los
príncipes no piensan en eso.
No.se rió. Fue una princesa quien se escapó anoche, por cierto. y os diré un secreto. Aún
no la han encontrado, pero no quieren que nadie se entere. Ahora volved a dormir. Esta
no che el capitán estará de un humor terrible si no la han capturado para entonces. No
pensaréis vos en escaparos, ¿no?
No Bella sacudió la cabeza.
El príncipe se volvió hacia la puerta de la posada.
Creo que ya llegan. Volved a dormir si po déis. Nos queda una hora más o menos.

esquimala
05-10-2011, 11:31:45
TIENDAS PÚBLICAS
Tristán:
Cuando empezó a anochecer, volví a conver tirme en un corcel. Me sentía seguro con
mis arreos y pensaba casi sardónicamente en la turba ción de la noche anterior cuando la
cola y la em bocadura fueron testigos de humillaciones tan im pensables. Llegamos a la
casa solariega antes de oscurecer y, una vez en el interior, me escogieron para que
hiciera de escabel para mi amo durante horas, agachado debajo de la mesa del comedor.
La conversación entre los comensales se pro longó largo rato. Allí había más gente,
ricos gran jeros y comerciantes de la ciudad que hablaban de las cosechas, el clima, el
precio de los esclavos, y del hecho innegable de que el pueblo necesitaba más, no sólo
los excelentes, preciosos ya menudo temperamentales siervos del castillo. Hacían falta
tributos inferiores, esclavos corpulentos, hijos e hijas de nobles poco poderosos de
territorios insignificantes, vasallos de su majestad a los que ella no necesitara ver. De
vez en cuando esclavos como éstos llegaban directamente a la subasta del mercado.
Entonces, ¿por qué razón no podía ha ber más?
Mi señor se mantuvo silencioso la mayor par te del tiempo. Comencé a vivir y respirar a
la espe ra del sonido de su voz. y al oír esta última sugerencia de uno de los presentes,
preguntó secamente:
¿Y quién estaría dispuesto a pedir eso a su majestad?
Yo escuchaba cada palabra, entresacaba signi ficados, no tanto conocimientos que antes
ignora ba sino una percepción acrecentada de mi humilde condición. Les oí contar
historias sobre esclavos desobedientes, castigos, acontecimientos ordina rios que para
ellos eran graciosos. Era como si ninguno de los esclavos que servían la mesa o ha cían
de escabeles, como yo mismo, tuviera oídos o juicio, ni que hiciera falta dedicarles la
menor con sideración.
Finalmente, llegó la hora de retirarse.
Con el pene apunto de reventar, ocupé mi lu gar en el tiro para llevar el carruaje de
regreso a la casa del pueblo. Al reunirme con los otros corce les me pregunté si habrían
sido satisfechos como era habitual en la cuadra.
Cuando llegamos al pueblo despidieron a los demás caballos humanos y mi ama
comenzó a fus tigarme durante el corto trayecto que nos separa ba del lugar de castigo
público, que recorrí descalzo en la oscuridad.
Empecé a llorar, agotado y desesperado, tanto por el esfuerzo del día como por la
necesidad an helante que atormentaba mi pelvis. Mi señora ma nejaba la correa con más
vigor que mi dueño. Me fastidiaba cruelmente darme cuenta de que era ella quien venía
detrás de mí, con su precioso vestido, y que su manita era la que me guiaba. El día pare
cía infinitamente más largo que el anterior y cualquier impresión previa que me hubiera
hecho creer que era capaz de acoger con beneplácito la plataforma pública se evaporó.
Sentí un temor irrefrenable, un miedo peor que el de la noche pa sada. Entonces sabía lo
que era ser azotado allí arriba. El cariño demostrado por el amo después de la dura
prueba parecía un absurdo arranque de fantasía.
Pero aquella noche no me tocaba sufrir ni el concurrido mayo ni la tan brillantemente
ilumi nada plataforma giratoria.
Fui conducido a través de la multitud que cir culaba por doquier y me metieron en una
de las pequeñas tiendas situada detrás de las picotas. Mi señora pagó diez peniques en la
entrada ya continuación me arrastró tras ella hasta las sombras del interior.
Allí, una princesa desnuda, con largas y relucientes trenzas de color cobre, estaba
acuclillada sobre una banqueta, con las rodillas muy separa das, los tobillos atados y las
manos amarradas al poste de la tienda por encima de ella. Al oírnos en trar, agitó las
caderas desesperadamente, pero te nía los ojos tapados con una venda de seda roja.
Cuando vi el suave, dulce y húmedo sexo que relucía con la luz de las antorchas de la
plaza, pen sé que no sería capaz de controlarme más. Incliné la cabeza preguntándome
qué tormen to conocería entonces, pero mi señora me dijo con suma dulzura que me
levantara.
He pagado diez peniques para que la poseas, Tristán dijo.
Apenas podía creer lo que oía. Me volví para besarle los zapatos, pero ella se limitó a
reírse ya repetirme que me pusiera en pie y gozara de la muchacha como prefiriera.
Procedí a obedecer pero de repente me detuve con la cabeza aún inclinada frente al
ávido sexo femenino que estaba delante de mí. Me percaté de que mi señora permanecía
muy cerca observando, y que incluso me acariciaba el pelo. Comprendí que iba a ser
observado, aún más, estudiado.
Un estremecimiento recorrió todo mi cuerpo, y cuando me resigné a ello, un nuevo
ingrediente potenció mi excitación. Mi verga se oscurecía como nunca y fluctuaba
rápidamente como si in tentara tirar de mí hacia delante.

esquimala
05-10-2011, 11:32:45
Lentamente, si lo deseáis dijo mi señora Es suficientemente bonita como para jugar con
ella un rato.
Asentí. La princesa tenía una boca exquisita de rojos labios temblorosos que soltaban
grititos, sofocados por la aprensión y la expectación. Sólo Bella, arrodillada en su lugar
allí en la tienda, la hubiera superado.
Besé a la princesa casi con violencia y mis manos se aferraron a sus voluminosos
pechos, masa jeándolos y haciéndolos botar. La muchacha se sumió en un paroxismo de
anhelo. Chupó mi boca con sus labios, su cuerpo se tensó hacia delante y yo bajé la
cabeza para lamer sus pechos, primero uno y luego otro, mientras ella gritaba y
balanceaba las caderas desenfrenadamente. Parecía excesivo esperar más a penetrarla.
Sin embargo, le di la vuelta, recorrí sus primo rosas nalgas con mis manos y al pellizcar
sus ronchas, verdaderamente pequeñas, soltó un encantador gemido de invitación y
arqueó la espalda para enseñarme desde detrás su tierno sexo enrojecido, forzando la
cuerda que sostenía con sus manos por encima del cuerpo.
Así era como quería poseerla, desde detrás, perforando su vagina hacia arriba,
levantándola. Cuando la penetré, su apretado sexo pareció casi demasiado pequeño.
Soltó fuertes gritos sofoca dos mientras yo me abría camino con fuerza a través de sus
ardientes y húmedas profundidades.
Sus gritos sonaban desesperados. La penetraba adecuadamente, aunque mi verga no
tocaba su pequeño clítoris. Yo lo sabía, pero no tenía inten ción de decepcionarla. Estiré
la mano por debajo de su cuerpo y encontré aquel pequeño nódulo bajo el capuchón de
piel húmeda. Separé los rolli zos labios con cierta rudeza y cuando pellizqué el clítoris
soltó un penetrante grito de agradecimien to, sin dejar de balancear hacia atrás sus
delicadas nalguitas, apretándolas contra mí.
Mi señora se acercó un poco más. Su amplia falda de vuelo rozó mi pierna y luego noté
su mano debajo de mi barbilla. Sentí una intensa ago nía al percatarme de que me
observaba e iba a ver mi rostro enrojecido en el momento del clímax.
Pero era mi sino. Justo en medio del placer, se apoderó de mí un intenso alborozo. Al
sentir la mano de mi ama en las nalgas, embestí contra la joven princesa aún con más
fuerza, bajo su atenta mirada, y acaricié el húmedo clítoris con una pre sión y ritmo
impetuosos.
Mi miembro explotó y con los dientes apre tados y el rostro al rojo vivo mis caderas
continuaron fluctuando irremediablemente. El éxtasis arrancó un gruñido largo y grave
de mi pecho. La Señora sostenía mi cabeza en sus manos, y mi respiración surgía con
fuertes jadeos de alivio, mien tras la princesa gritaba con el mismo delirio.
Me incliné hacia delante para abrazar aquel cuerpo menudo y cálido y apoyé la cabeza
contra la suya, volviéndome para mirar a mi señora. En tonces sentí sus dedos
tranquilizadores sobre mi cabello, y su mirada fija en mí. Tenía una expre sión extraña,
reflexiva, casi penetrante, con la cabeza un poco ladeada, con gesto meditativo, como si
ponderara alguna conclusión. Posó su mano so bre mi hombro para hacerme saber que
debía permanecer quieto, abrazando a la princesa, y me azotó las nalgas con el cinto
mientras yo continuaba mirándola. Cerré los ojos pero el sufri miento que me provocó
la correa hizo que volvie ra a abrirlos de inmediato. Entre nosotros se produjo un
momento de extraña intensidad.
Yo no podía hablar pero, si acaso decía algo en silencio, mis palabras eran: «Sois mi
señora, mi propietaria. y no apartaré la vista hasta que me lo ordenéis. Contemplaré lo
que sois y lo que ha céis.» Ella pareció oírlo y quedó fascinada.
Dio unos pasos hacia atrás y me permitió per manecer echado el suficiente rato para
recuperar las fuerzas. Besé el cuello de la joven princesa.
Luego, vacilante, me arrodillé para besar los pies de mi señora y el extremo de la correa
que colgaba de su mano.
La princesa no había sido suficiente para mí.
Mi pene volvía a ponerse erecto. Podría haber poseído a todos los esclavos que ofrecían
su sexo en cada una de las tiendas. En un instante de desesperación tuve la tentación de
besar otra vez los zapatos de mi señora y agitar las caderas para comunicárselo. Pero la
completa vulgaridad del gesto me sobrepasaba, y ella tal vez se hubiera limitado a reírse
ya fustigarme otra vez. No, tenía que espe rar a que mi ama manifestara su deseo. Me
parecía que en aquellos dos días aún no había fallado, fa llado de verdad, en nada. y no
tenía ninguna intención de fallar tampoco en este momento.

esquimala
05-10-2011, 11:33:41
Mi señora me mandó salir a la plaza con las habituales caricias de la correa. Su
encantadora y menuda mano me indicó que me dirigiera a los puestos de aseo.
Mientras nos acercábamos, eché una ojeada en dirección a la plataforma pública, medio
asusta do por si este gesto daba alguna idea a mi ama, pero incapaz de dejar de mirar. La
víctima era una princesa de piel aceitunada a la que no conocía, cuyo pelo negro estaba
amontonado en lo alto de la cabeza y su largo cuerpo, de volúmenes sensuales y libre de
grilletes, no paraba de brincar bajo la crepitante pala. Tenía un aspecto espléndido: los
oscuros ojos entrecerrados y humedecidos, y la boca abierta incapaz de contener los
gritos. Pareda absolutamente entregada. La multitud bailaba y daba alaridos, alentándola
a seguir. Antes de que llegáramos al puesto de aseo, vi cómo arrojaban una lluvia de
monedas sobre la princesa, igual que a mí la noche anterior.
Mientras me lavaban, le tocó el turno a uno de los esclavos más apuestos que jamás
hubiera visto, el príncipe Dimitri, del castillo. Las mejillas me ardieron de vergüenza
ajena al verlo atado por las rodillas y el cuello, con las manos ligadas a la es palda,
mientras la multitud se mofaba de él. El príncipe sollozaba tras la mordaza de cuero, azu
zado por la pala.
Pero mi ama me había descubierto mirando a la plataforma giratoria y yo bajé la vista y
sentí una punzada de pánico.
Así la mantuve mientras emprendía la marcha de regreso a casa a lo largo de la calzada
posterior que llevaba hasta la mansión.
«Seguro que me tocará dormir en algún sombrío rincón de la casa pensé, atado y quizás
incluso amordazado. Es tarde, tengo el pene tieso como una vara de hierro y lo más
probable es que mi señor esté dormido.»
Pero mi ama me instaba a continuar por el pasillo. Vi luz debajo de la puerta. Llamó y
me miró sonnente:
Adiós, Tristán susurró, y antes de dejarme allí jugueteó un instante con un pequeño me
chón de mi cabello.
LAS INCLINACIONES DE LA SEÑORA LOCKLEY
Estaba casi oscuro cuando Bella se despertó.
Todavía había luz en el cielo, aunque ya se veían un puñado de diminutas estrellas. La
señora Lo ckley, sin duda vestida para la velada de aquella noche, de rojo y con
bordados en las abombadas mangas, estaba sentada sobre la hierba con la falda
extendida a su alrededor formando un vistoso cír culo. Tenía la pala de madera sujeta al
cinto de su delantal, medio enterrada entre los volantes de lino blanco. Chasqueó los
dedos para que los esclavos, que empezaban a despertarse, acudieran a ella. Una vez
reunidos en corro a su alrededor, de rodillas y con las escocidas nalgas apoyadas en los
talones, la señora Lockley sostuvo con sus dedos pedazos de fruta fresca, melocotones y
manzanas, y los acercó amablemente a las bocas de sus esclavos.
Buena chica dijo al tiempo que acariciaba la barbilla de una encantadora princesa de
cabello castaño a la que introducía un pedazo de manzana pelada en su ansiosa boca.
Luego pellizcó su pezón con delicadeza.
Bella se ruborizó, pero los otros esclavos no mostraron la más mínima sorpresa ante esta
muestra de repentino afecto.
Cuando la señora Lockley se quedó mirando directamente a Bella, la princesa, sin
excesiva con fianza, inclinó la cabeza hacia delante para recibir su pedazo de jugosa
fruta y se estremeció al sentir la caricia de los dedos de la mesonera sobre los irritados
pezones. Un repentino aluvión de sensaciones confusas le recordó cada detalle de la
severa experiencia que había padecido en la cocina.
Volvió a ruborizarse, casi con vergüenza, y dirigió una tímida ojeada al príncipe
Richard, que miraba impaciente a su dueña.
El bello rostro de la señora Lockley estaba sereno, su melena negra formaba una
profunda sombra detrás de sus hombros. Al besar al prínci pe Richard, las bocas
abiertas de ambos se acoplaron, y ella procedió a acariciar su pene erecto ya mecer sus
testículos. La breve historia del príncipe se había infiltrado en los sueños de Bella mien
tras ésta dormía tumbada en la hierba. La princesa no pudo evitar sentir una puñalada de
celos y excitación al contemplar la escena. La actitud del príncipe era casi alegre. Sus
ojos verdes estaban llenos de buen humor y su boca alargada, casi sen sual, resplandecía
con la humedad del trozo de melocotón que su dueña le introducía lentamente en la
boca.
Bella no sabía con exactitud por qué su corazón latía con tal violencia.
La señora Lockley jugueteó del mismo modo con todos los esclavos. Hizo carantoñas
entre las piernas a una rubia princesa hasta que ésta se retorció como el gato blanco de
la cocina y luego la obligó a abrir la boca para atrapar las uvas que le arrojaba. Besó al
príncipe Roger más dilatada mente incluso que a Richard, tirando mientras tanto de los
oscuros rizos púbicos que rodeaban su miembro y examinando sus testículos, lo que
provocó en él un rubor tan profundo como el de Bella.

esquimala
05-10-2011, 11:35:00
Luego la mesonera se sentó como si tratara de pensar. Bella tuvo entonces la impresión
de que los esclavos intentaban atraer la atención de su ama de distintas formas sutiles.
La princesa de pelo castaño incluso llegó a encorvarse y besar la punta del zapato de la
señora Lockley que asoma ba debajo de las enaguas de volantes blancos.
Pero una de las muchachas de la cocina se acercaba en ese momento con una gran
fuente pla na que depositó sobre la hierba. En cuanto la señora Lockley hizo chasquear
sus dedos, todo el mundo empezó a sorber a lametazos el delicioso vino tinto de aquel
recipiente. Bella nunca había saboreado algo tan dulce yexquisito.
Al vino siguió un denso caldo con pedazos de carne tierna fuertemente condimentados.
Luego, los esclavos volvieron a reunirse en corro. La señora Lockley señaló al príncipe
Richard ya Bella y les indicó la puerta de la posada.
Los otros les dirigieron miradas penetrantes, lle nas de hostilidad. «Pero ¿qué es lo que
sucede? », se preguntó Bella. Richard avanzó a cuatro patas, todo lo rápido que pudo,
aunque sin perder en ningún instante su ágil porte. Bella lo siguió pero se sintió torpe en
comparación con él.
La señora Lockley encabezó la ascensión por los estrechos escalones que subían por
detrás de la chimenea y seguidamente recorrió el pasillo, pasó de largo ante la puerta del
cuarto del capitán y siguió andando hasta otro dormitorio.
En cuanto se cerró la puerta y la señora encendió las velas, Bella se percató de que se
trataba de la alcoba de una mujer. La cama artesonada estaba guarnecida con coquetos
bordados de lino y de los colgadores de la pared pendían vestidos de mujer. También
había un gran espejo colocado en cima del hogar.
Richard besó los pies de su señora y alzó la vista hacia ella.
Sí, podéis quitármelas dijo, y mientras el príncipe empezaba a desatarle las botas, la
señora Lockley se soltó el corpiño y se lo pasó a Bella ordenándole que lo doblara
cuidadosamente y lo dejara sobre la mesa. Ante la visión de la blusa suelta de su ama,
sin la contención del pequeño jubón y la marca de los lazos que aún estrujaban el lino
arrugado, dentro de Bella se desató una tempestad. Los pechos le dolían como si aún la
estu vieran azotando sobre el tajo de la cocina. Bella ejecutó la orden de rodillas,
doblando el tejido con manos temblorosas.
Cuando se dio media vuelta, la señora Lo ckley se había quitado también la blanca blusa
de volantes. La visión de sus pechos era asombrosa.
Desató la pala de madera de su falda y luego se la desabrochó, sacándosela por los pies.
A continuación cayeron las enaguas, que Bella recogió, con el rostro encendido por un
nuevo sonrojo al vislum brar el suave y rizado vello negro del pubis y los grandes
pechos con oscuros y duros pezones apuntando hacia arriba.
Bella dobló las enaguas, las dejó sobre la mesa y se volvió tímidamente. La señora
Lockley, des nuda y probablemente tan hermosa como una es clava, con el pelo suelto
como un velo negro que le cubría la espalda, indicó con un gesto a sus dos esclavos que
se acercaran a ella.
La mesonera estiró la mano para alcanzar la cabeza de Bella y la atrajo lentamente hacia
sí. La respiración de la muchacha surgía ronca y ansiosa.
Su vista estaba fija en el triángulo de pelo que tenía ante ella, bajo el cual apenas eran
visibles los la bios de color rosado oscuro. Había visto cientos de princesas desnudas, en
todas las posiciones, pero aun así, la contemplación de esta señora des provista de ropas
la deslumbraba.
El rostro de Bella estaba empapado. Apretó espontáneamente la boca contra el brillante
vello y los labios púbicos que despuntaban en el centro, pero no pudo evitar retraerse,
como si se acercara a unas brasas ardiendo, y se llevó las manos a su enrojecido rostro,
con gesto de incertidumbre.
Luego se aproximó al sexo de su señora con la boca abierta, sintió los espesos rizos
pegados a su cara y los labios púbicos tan suaves y flexibles como nunca había sentido
antes otros.
La señora Lockley adelantó las caderas y cogió las manos de Bella para llevarlas a su
cintura, de modo que, de pronto, la muchacha tuvo a la mesonera entre sus brazos. Los
pechos de Bella palpitaban violentamente, como si fueran a reven tar por los pezones, y
su propio sexo sufría convulsiones incontenibles. La princesa abrió am pliamente la
boca, pasó la lengua bajo el grueso abombamiento de pliegues rojos y la introdujo
súbitamente entre los labios púbicos para sabo rear los fluidos almizcleños, salados.

esquimala
05-10-2011, 11:36:06
Con un pro fundo suspiro, abrazó a la señora Lockley, con fuerza. Bella era vagamente
consciente de que Richard se había puesto de pie detrás de la mujer y deslizaba los
brazos bajo la mesonera para soste nerla. Las manos de Richard, posadas sobre los
pechos de su ama, apretaban sus pezones.
Pero Bella estaba perdida en lo que tenía delante. La cálida seda del vello, los rollizos
labios mojados, la humedad que rezumaba hasta su len gua, provocaron el frenesí en la
muchacha.
Los suaves suspiros que llegaban de la mujer, aquellos jadeos de indefensión,
encendieron una nueva chispa en Bella. Empezó a lamer como una loca, lanzando
puñaladas con la lengua, como si la deliciosa carne salada fuera su único alimento.
Atrapó el duro y redondo clítoris con la punta de la lengua y lo chupó con toda la
presión que podía ejercer, bajo el húmedo vello que tapaba su boca y nariz,
empapándolas de la dulce fragancia almiz cleña, mientras jadeaba aún con más fuerza
que su ama. El diminuto tamaño del nódulo le impedía parar; era tan diferente a una
verga y no obstante tan parecido al pene, aquella pequeña almendra que Bella sabía que
era la fuente del arrebato de la mesonera. La princesa, entregada únicamente a aquel
rapto, chupó, lamió y mordisqueó hasta que la señora se quedó con las piernas
separadas, gi miendo intensamente y moviendo las caderas con rápidas fluctuaciones.
Todas las imágenes de la tortura en la cocina pasaron como un rayo por la mente de
Bella aquélla era la mujer que le había golpeado los pechos y devoró la vulva cada vez
con más vigor, casi mordiéndola, sorbiendo y ahondando en el sexo con la lengua y
balanceando sus propias caderas al compás del movimiento. Fi nalmente, la señora
Lockley gritó a pleno pulmón y sus caderas se congelaron en el aire a la vez que todo su
cuerpo se paralizó.
¡No! ¡Más, no! casi chilló la señora. Agarró la cabeza de Bella, luego la soltó poco a
poco y volvió a hundirse en los brazos del príncipe con la respiración entrecortada.
Bella se echó hacia atrás para sentarse de nuevo sobre sus talones. Cerró los ojos e
intentó no esperar ninguna satisfacción, no imaginarse otra vez el pubis oscuro y
reluciente, ni pensar en su suculento sabor. Pero no podía evitar tocarse el paladar con la
lengua, una y otra vez, como si aún estuviera lamiendo a la señora Lockley.
Finalmente, la mesonera se puso en pie y se dio la vuelta para rodear a Richard con los
brazos.
Lo besó y se restregó contra él agitando las caderas.
A Bella le resultaba doloroso observar pero no podía apartar la vista de las dos figuras
que se elevaban sobre ella. Richard tenía el rojo pelo caí do sobre la frente y con su
musculoso brazo acer caba hacia él la estrecha espalda de la mesonera.
Pero entonces la mujer se volvió y, cogiendo a
Bella por la mano, la acercó a la cama.
Poneos de rodillas sobre la cama y quedaos de cara a la pared ordenó, con las mejillas
en cendidas de un exquisito color. y separad bien esa preciosidad de piernas añadió. A
estas alturas no tendría que hacer falta que os dijeran esto.
Bella obedeció al instante y se desplazó a rastras hasta quedarse de cara a la pared en el
otro extremo de la cama, como le habían ordenado. Sen tía una pasión tan feroz que le
resultaba imposible detener sus caderas. Una vez más, las imágenes de las torturas que
había sufrido en la cocina aparecieron como un rayo en su mente: aquel rostro sonriente
y la pequeña lengua blanca de la correa que descargaba sus golpes sobre su pezón.
«Oh, perverso amor pensó, cuántos com ponentes inexpresables encierra.»
Pero la señora Lockley se estaba tumbando sobre la cama, colocada entre las piernas
estiradas de Bella, con el rostro vuelto hacia arriba. Entrelazó los muslos de su esclava
con los brazos e hizo que Bella descendiera hasta quedarse ahorcajadas encima de ella.
Bella fijó la vista en los ojos de la mesonera mientras estiraba las piernas para separarlas
aún más, hasta que su sexo quedó justo sobre el rostro de la señora Lockley. De pronto,
la boca roja que veía debajo le inspiró tanto miedo como la del gato blanco de la cocina.
Los ojos, grandes y vidriosos, eran como los del gato.
«Va a devorarme pensó. ¡Me va a comer viva! » Entretanto, su sexo se abría con
silenciosas y voraces convulsiones.
Richard, desde detrás, sostuvo a Bella con sus manos y tomó sus irritados pechos igual
que ha bía cogido los de la señora Lockley. Al mismo tiempo, la princesa notó un fuerte
impacto en la estructura de la cama y vio que la señora Lockley se ponía rígida y
cerraba los ojos.
Richard había penetrado a su ama. El príncipe estaba de pie junto a la cama, entre las
piernas separadas de la mesonera, y Bella sentía las convul siones del rápido e
impactante ritmo.

esquimala
05-10-2011, 11:37:15
Pero la ardiente y delicada lengua de la señora
Lockley había arremetido inmediatamente contra Bella. Chupaba con lametazos largos
y pronun ciados sus labios púbicos, obligándola a jadear ante la increíble dulzura de la
penetrante sensación.
Bella dio un brinco. Temía a aquella lengua mojada, a pesar del vehemente deseo que
sentía.
Los dientes de la señora Lockley habían atrapado su clítoris y lo mordisqueaban,
chupándolo y la miéndolo con un ardor que la asombró. La lengua la perforaba y la
llenaba, y los dientes la corroían.
Richard aguantaba todo el peso de Bella en sus brazos, alargados y poderosos, mientras
con sus embestidas sacudía la cama con un ritmo continuo y acompasado. «¡Oh, sabe
cómo hacerlo!», se dijo la muchacha, aunque pronto perdió el hilo de sus pensamientos.
Respiraba con exhalaciones pro longadas y graves, mientras las manos de Richard
masajeaban sus doloridos pechos y, por debajo, el rostro de la mujer continuaba metido
en su vagi na, invadiéndola con la lengua y adhiriendo los la bios a su boca inferior para
chuparla en una orgía de lametazos que hizo que un orgasmo abrasador se propagara por
todo su cuerpo.
El clímax se dispersó en oleadas radiantes que casi la obligaron a postrarse, mientras las
contundentes embestidas del príncipe continuaban cada vez más rápidas. La señora
Lockley gemía contra el pubis de Bella y Richard, desde detrás, soltaba los mismos
gritos profundos y guturales.
Bella se quedó colgando entre los fuertes brazos, totalmente extenuada.
Cuando quedó liberada, cayó lánguidamente A un lado y permaneció echada durante
largo rato acurrucada al lado de su señora. Richard también se había desplomado
formando un bulto sobre la cama. Bella estaba tumbada, medio dormida. Oía los
sonidos indistintos del piso inferior, las voces que llegaban del bar, los gritos
ocasionales de la plaza, los sonidos de la noche que descendía sobre el pueblo.
Cuando la princesa abrió los ojos, Richard estaba de rodillas, atando los lazos del
delantal de su ama, mientras la señora Lockley acariciaba ellargo pelo oscuro de su
esclavo.
En cuanto el ama chasqueó los dedos para indicar a Bella que se levantara, la muchacha
bajó apresuradamente de la cama y alisó rápidamente la colcha.
Se volvió y alzó la vista hacia su señora. Richard también se había arrodillado ante el
delantal blanco como la nieve de su dueña, Bella ocupó su lugar junto a él y la mesonera
les sonrió.
Durante unos instantes observó a sus dos esclavos, luego estiró la mano y estrechó el
sexo de Bella. Dejó allí su cálida mano hasta que poco a poco, los labios púbicos
aumentaron de tamaño, y la penetrante palpitación volvió a comenzar. Con la otra
mano, la mesonera despertó la verga del príncipe, le pellizcó la punta y apretó
juguetonamente, con suavidad, los testículos, al tiempo que le susurraba:
Venid aquí, joven, nada de descansar.
El príncipe soltó un débil gemido, pero su miembro era obediente. Los cálidos dedos de
la mujer también comprobaron la humedad de los labios congestionados de Bella.
Veis, esta buena muchachita ya está preparada para el servicio.
Entonces alzó las barbillas de ambos y les son rió. Bella sintió náuseas y debilidad.
Había perdido toda resistencia.
Se quedó mirando fija y sumisamente los en cantadores ojos oscuros de su señora. «y
por la mañana me azotará con la pala, so bre la barra del bar pensó Bella, como hace
con los demás.» Pero la debilidad aumentaba to davía más. La breve historia de Richard
se disolvía en ella con una claridad sensacional: el local de castigos, la plataforma
giratoria. El pueblo llameaba en su mente. Se sentía afligida y ofuscada, incapaz de
discernir si era buena o mala, o quizás ambas cosas.
Levantaos dijo la señora en voz baja con tono suave y marchad a toda prisa. Ya está os
curo y aún no os habéis lavado.
Bella se levantó, al igual que el príncipe, y soltó un gritito al notar que la pala de madera
alcan zaba sus nalgas con un chasquido.
Las rodillas altas dijo en un amable susu rroJovencito otro chasquido, ¿me oís?
Les azotó con fiereza mientras se apresuraban escalones abajo. Bella estaba temblando,
con el rostro enrojecido, estremecida por la pasión que la inflamaba de nuevo. Ambos
fueron conducidos hasta el patio donde ya estaba listo el barreño de madera en el que
iban a lavarles las muchachas de la cocina, quienes rápidamente se pusieron manos a la
obra ejerciendo rudos restregones con el cepillo y frotándolos después con la toalla.

luenga
10-10-2011, 14:42:27
ufffffffffffffffffffffffffffff como larguito noooo

esquimala
10-10-2011, 15:10:26
y lo que falta!!!!

CANTI*
18-10-2011, 00:12:59
vea pues... no quedo el mensaje que puese la vez pasada.... pero bueno....
yo dije...
casi que no me adelanto....
esperando a ver que le pasa a bella.... sera que se escapa????
y pobre tristan!!!
bueno pobre cualquier pricipe....

esquimala
18-10-2011, 09:19:29
SECRETOS EN LA ALCOBA
INTERIOR
Tristán:
Cuando entré, el dormitorio de mi señor esta ba inmaculado, como la noche anterior. La
cama forrada de satén verde resplandecía a la luz de las velas.
Al ver a mi amo sentado al escritorio, con la pluma en la mano, atravesé el suelo de
roble puli mentado lo más silenciosamente que pude y besé sus botas, no de un modo
respetuoso, como hice antes, sino con gran cariño.
Temí que fuera a detenerme mientras yo lamía sus tobillos y me atrevía luego incluso a
besar el cuero liso que enfundaba sus pantorrillas, pero no fue así. Ni siquiera parecía
percatarse de mi pre sencla.
Me dolía el pene. La princesita de la tienda pública no había sido más que el entremés, y
el mero acto de entrar en la habitación de mi dueño inten sificó mi hambre. Pero, como
me había sucedido antes, no me atreví a rogar con ningún tipo de mo vimiento vulgar o
suplicante. Por nada del mundo hubiera contrariado a mi señor.
Lancé miradas furtivas hacia arriba, en direc ción a su rostro concentrado y envuelto de
pelo blanco que brillaba tenuemente. Entonces él se volvió, me miró y yo aparté
tímidamente la vista, aunque tuve que hacer un gran esfuerzo para conseguirlo.
¿Os han lavado bien? preguntó.
Asentí y volví a besarle las botas.
Subíos al lecho y sentaos al pie de la cama, en la esquina más próxima a la pared
ordenó.
Yo estaba embelesado. Intenté controlarme.
Al sentir la colcha de satén contra las erupciones de mi piel me pareció tan calmante
como el hielo.
Los dos días de azotes constantes habían conseguido que incluso la contracción de un
único músculo produjera interminables reverberaciones de dolor.
Supe que mi amo se estaba desvistiendo, aun que no me atreví a mirar. Luego apagó
todas las velas excepto las de la cabecera de la cama, donde había también una botella
de vino junto a dos co pas de metal con joyas incrustadas.
Pensé que debía de ser el hombre más rico del pueblo para disfrutar de tanto lujo. y
sentí el más puro orgullo que pueda experimentar un es clavo por tener un amo tan rico.
Cualquier atisbo del príncipe que fui en mi propia tierra había desa parecido de mi
mente.
Mi amo se encaramó a la cama y se acomodó contra los almohadones, con una rodilla
levantada y el brazo izquierdo apoyado en ella. Se estiró para llenar las dos copas y
luego me tendió una a mí.
Yo estaba desconcertado. ¿Acaso quería que bebiera de la copa igual que él? La cogí de
inmedia to y me recosté hacia atrás con la copa entre las manos. Entonces miré a mi
dueño sin ningún pudor; no me había ordenado no hacerlo. Vi su tórax duro y delgado,
con fragmentos de vello blanco rizado alrededor de los pezones, y mi mirada descendió
por el centro del pecho hasta su vientre, que captaba con primor la luz de las velas. Su
pene no estaba tan duro como el mío y quise remediarlo.
Podéis beber el vino igual que yo dijo como si me leyera el pensamiento. Completamen
te atónito, bebí como un hombre por primera vez en medio año y al hacerlo sentí cierta
torpeza.
Tragué demasiada cantidad y me vi obligado a de tenerme. Pero era un borgoña de
crianza como no recordaba haber degustado.
Tristán dijo mi amo en tono amistoso.
Le miré directamente a los ojos y bajé lenta mente la copa.
Ahora hablaréis para contestarme dijo.
Mi asombro era indescriptible.
Sí, amo repuse en voz baja.
¿Me odiasteis anoche cuando hice que os azotaran en la plataforma giratoria? preguntó.
Me sobresalté.
Dio otro trago de vino sin apartar la vista de mí. De pronto parecía siniestro, aunque yo
no sa bía por qué.
No, amo susurré.
Más alto me indicó. No os oigo.
No, amo respondí. Me ruboricé con más intensidad que nunca. No hacía ninguna falta
que me recordara la plataforma giratoria. En realidad no había dejado de pensar en ella
en ningún instante.
Además de «amo», también me podéis lla mar «señor» dijo. Me gustan ambos. ¿Odias
teis a Julia cuando os dilató el ano con el falo de la cola de caballo?
No, señor contesté. El rubor ardía cada vez más en mi rostro.
¿Me odiasteis cuando os enganché al tiro con el resto de corceles y os obligué a arrastrar
el carruaje hasta la casa solariega? No me refiero a hoy, que tan bien os habéis
comportado, sino a ayer cuando observasteis horrorizado los arneses.
No, señorprotesté.
Entonces, ¿qué fue lo que sentisteis cuando sucedieron todas esas cosas?
Yo estaba demasiado estupefacto para poder responder.
¿Qué quería hoy de vos cuando os até tras otro par de corceles, cuando taponé vuestra
boca y vuestro ano y os hice marchar con los pies des calzos? ,
Sumisión dije con la boca seca. Mi voz no me resultaba nada familiar.

esquimala
18-10-2011, 09:20:04
Y... ¿con más precisión?
Que... que marchara con brío. Que recorriera el pueblo... de aquella manera... yo estaba
temblando. Quise sostener la copa con la otra mano intentando que pareciera un gesto
despreo cupado.
¿De que manera? insistió.
Enjaezado, amordazado.
¿Sí...?
Atravesado por un falo y descalzo tragué saliva pero sin apartar la mirada de él.
¿Y qué es lo que quiero de vos ahora? preguntó.
Tuve que reflexionar por un momento.
No sé. Yo... Que conteste a vuestras preguntas.
Exactamente. Así que las contestaréis, completamente añadió en tono amable,
levantando ligeramente las cejas y con pasajes profunda mente descriptivos, sin ocultar
nada y sin engatu samientos. Me daréis respuestas largas. De hecho, prolongaréis las
respuestas hasta que yo plantee otra pregunta
Se estiró para alcanzar la botella y me llenó la copa.
Bebed todo el vino que os apetezca dijo, hay de sobras.
Gracias, señor murmuré yo, con la vista fija en la copa.
¡Eso está un poco mejor! dijo tomando nota de mi respuesta. Ahora, volvamos a em
pezar. Cuando visteis por primera vez el tiro de corceles y os disteis cuenta de que ibais
a formar parte de él, ¿qué se cruzó por vuestra mente? Per mitidme que os recuerde:
llevabais un grueso falo en el trasero con una buena cola de caballo sujeta a él. Luego
estaban las botas y el arnés. Os estáis sonrojando. ¿Qué pensasteis?
Que no podría soportarlo expliqué, sin atreverme a hacer una pausa, con voz trémula.
Que no podían obligarme a aquello. Que no lo conseguiría, que fallaría de algún modo.
Que no podían enjaezarme a un carruaje y obligarme a ti rar de él como un animal. y la
cola, parecía un adorno espantoso, un estigma. Me ardía el ros tro. Sorbí el vino pero él
continuaba en silencio, lo cual quería decir que yo tenía que seguir con la respuesta.
Creo que fue mejor cuando apreta ron los arneses y no pude escapar. Pero no hicisteis
ningún movimiento para escaparos antes de esto. Cuando os llevé a casa azotándoos por
la calle con la correa, estaba yo solo con vos, y entonces tampoco intentasteis sa lir
corriendo, ni siquiera cuando los rufianes del pueblo os fustigaron.
Oh, ¿de qué hubiera servido correr? pregunté consternado. ¡Me han enseñado ano
echarme a correr! Sólo hubiera servido para atar me con cuerdas a cualquier sitio y
golpearme, tal vez para azotarme la verga me detuve al oír mis propias palabras. O
quizá, sólo me hubieran atrapado para enjaezarme de nuevo y volver a trotar arrastrado
por los otros caballos. La mortifica ción hubiera sido mayor porque todos estarían al
corriente de mi miedo, sabrían que había perdido el control y que me encontraba allí a la
fuerza bebí de la copa y me aparté el pelo de los ojos.
No, ya que había que hacerlo, era mejor someterse; era algo ineludible, o sea que tenía
que aceptarlo.
Durante un segundo cerré los ojos con fuerza.
La vehemencia y el torrente de mis palabras me tenían asombrado.
Pero también os habían enseñado a somete ros a lord Stefan y sin embargo no lo
hicisteis replicó mi dueño.
¡Lo intenté! exploté. Pero lord Stefan...
¿Sí...?
El capitán lo describió correctamente balbucí. Mi voz sonaba frágil entonces. Las
palabras brotaban con demasiada precipitación. Antes había sido mi amante y en vez de
usar nuestra re lación íntima a su favor, como amo, permitió que ésta lo debilitara.
Qué exposición tan interesante. ¿Habló él con vos como estoy haciendo yo ahora
mismo?
¡No! ¡Nadie lo ha hecho nunca! me reí breve y secamente. Es decir, nunca me han per
mitido responder. Él me daba órdenes como cual quier noble del castillo. Me mandaba
ceremo niosamente pero no podía disimular su terrible estado de turbación. No se puede
expresar con palabras la excitación que le provocaba verme con una erección y
sometiéndome a sus deseos, pero aun así no era capaz de aguantarlo. Creo, bueno, a
veces creo que si el destino hubiera invertido nuestras posiciones, tal vez yo le hubiera
enseñado a hacerlo.

esquimala
18-10-2011, 09:21:10
Mi amo se rió, con una risa espontánea y rela jada. Bebió de su copa. Tenía el rostro
animado y un poco más afable.
Mi alma intuyó una terrible sensación de peli gro mientras lo miraba.
Probablemente tengáis mucha razón co mentó. A veces los mejores esclavos esconden a
los mejores señores. Pero posiblemente nunca ten dréis oportunidad de demostrarlo.
Esta tarde ha blé de vos con el capitán. He hecho todo tipo de indagaciones. Cuando
erais libre, años atrás, superabais a lord Stefan en todos los aspectos, ¿no es cierto?
Mejor jinete, mejor espadachín, arquero. y él os amaba y os admiraba.
Yo intenté destacar como esclavo suyo continué. Sufría jornadas interminables de
humillaciones extremas. El sendero para caballos, y los demás juegos de la noche de
fiesta en los jar dines de su majestad. En algunas ocasiones me convertía en el juguete
de la reina; lord Gregory, el señor de los esclavos, me inspiraba el más hondo temor.
Pero nunca complací a lord Stefan porque él mismo no sabía cómo quería que lo
complacie ran. No sabía llevar el mando. Eran siempre otros nobles los que atraían mi
atención.
Las palabras se me atascaron en la garganta.
¿Por qué tenía que contar estos secretos? ¿Por qué tenía que sacarlo todo a la luz y
ampliar las re velaciones que ya había hecho el capitán? Sin em bargo,mi dueño seguía
sin abrir la boca. De nue vo reinaba aquel silencio, y era yo quien debía llenarlo.
No dejo de pensar en el campamento de soldados continué, con el silencio palpitando en
mis oídos. No sentía ningún amor por lord Stefan. Miré a los ojos de mi amo. El azul no
era más que un matiz de azul, los oscuros centros pa recían enormes, casi fulgurantes.
»Uno tiene que amar a sus señores dije.
Incluso los esclavos de las casas más humildes del pueblo pueden llegar a amar a sus
rudos y trabaja dores amos, ¿o no? , como yo amaba... a los solda dos del campamento
que me azotaban a diario.
Como amé por un momento...
¿Sí? inquirió.
Como incluso amé al maestro de azotes la otra noche en la plataforma giratoria. Aquella
ma no que me levantaba la barbilla, que apretaba mis mejillas, aquella sonrisa
amenazadora sobre mí. El poder de aquel grueso brazo...
Yo temblaba tanto como la noche pasada.
Pero aquel silencio continuaba...
Incluso aquellos rufianes, como vos loS ha héis llamado, que me azotaron en la calle
bajo vuestra mirada dije alejándome de la imagen de la plataforma giratoria tenían su
forma de ruin encanto.
El rubor de antes no era nada comparado con el que sentía ahora. Me refresqué con el
vino y aclaré la voz, pero el silencio volvía a dilatarse mientras bebía.
Levanté la mano izquierda para protegerme los ojos.
Bajad la mano dijo él y decid me qué sentisteis antes de iniciar la marcha, cuando estu
visteis enjaezado correctamente.
La palabra «Correctamente» me perturbó.
Era lo que yo necesitaba repuse. Intentaha dejar de mirarlo, sin conseguirlo. Él tenía los
ojos muy abiertos y su rostro a la luz de la vela era casi demasiado perfecto para ser el
de un hombre, demasiado delicado. Sentí que un nudo se soltaba en mi pecho, se
desataba. Ya que..., bueno, ya que tenía que ser un esclavo, eso era lo que necesitaba. y
esta noche, cuando he vuelto a hacerlo, lo he hecho con orgullo. Sentía una vergüenza
extrema. El rostro me palpitaba.
¡Me gustó! susurré. Es decir, esta noche, cuando fuimos a la casa solariega, me gustó.
La temprana carrera descalzo por el pueblo me había enseñado que uno puede sentir
orgullo por trotar enjaezado de ese modo, en vez del otro. y quería satisfaceros. Me
complací en satisfaceros.
Apuré la copa y la bajé. Me sirvió más vino, y volvió a dejar la botella sobre la mesilla
sin apartar la vista.
Experimenté una sensación de caída libre. Me estaba abriendo con mis propias
confesiones co mo antes me habían abierto los falos.
Pero quizás ésa no sea toda la verdad seguí confesando, mirándolo con atención. Aun
que no hubiera dado ese paseo descalzo por el pueblo, seguramente me habrían gustado
de todos modos las guarniciones del tiro. y tal vez, a pesar de todo el dolor y miseria del
paseo descalzo por el pueblo, me gustó porque vos me conducíais y vos me observabais.
Sentí lástima por los esclavos que encontré a mi paso, a los que nadie parecía mirar.
En el pueblo siempre hay alguien mirando repuso él. Si os amarro a una pared en la
calle, y lo haré, siempre habrá quienes adviertan vuestra presencia. Los rufianes del
pueblo vendrán a atormentaros otra vez, agradecidos de encontrar un esclavo
desatendido al que poder torturar sin pagar por ello. Os azotarán y en menos de media
hora os dejarán en carne viva. Cuando un esclavo se queda solo siempre se entera
alguien, y viene a castigarlo. Y, como habéis dicho, es una forma de ruin encanto. Para
un esclavo bien adaptado, la más ordinaria fregona o el más miserable desholli nador
pueden tener un encanto demoledor si se dejan absorber por la disciplina.
«Absorber», repetí en mi mente. La palabra era perfecta.

esquimala
18-10-2011, 09:22:07
Se me empañó la vista. Empecé a subir de nue vo la mano para protegerme la cara pero
al darme cuenta la bajé.
Así que lo necesitabais dijo él. Necesitabais estar bien enjaezado, con la embocadura y
las herraduras, y arreado con firmeza.
Hice un gesto de asentimiento. Tenía la voz tan velada que no podía hablar.
¿Y queríais complacerme? dijo. ¿Por qué?
¡No lo sé!
¡Sí lo sabéis!
Porque... sois mi señor, mi dueño. Sois mi única esperanza.
¿Esperanza de qué? ¿De recibir el máximo castigo?
No lo sé.
¡Sí lo sabéis!
Mi única esperanza de un amor profundo, de entregarme perdidamente a alguien, no sim
plemente de perderme en todas esas batallas por romper mi resistencia y rehacerme,
sino de perderme ante alguien de una crueldad sublime, de una excelencia sublime a la
hora de imponerse.
Alguien que, de algún modo, sea capaz de ver, en tre el fuego vivo de mi sufrimiento, la
profundi dad de la sumisión, y de amarme también. Era admitir demasiado. Me detuve,
abrumado y segu ro de no poder seguir hablando.
Pero continué, lentamente.
Podría haber amado a muchos amos y seño ras, quizá, pero vos estáis dotado de una
belleza misteriosa que me debilita y me cautiva. Ilumináis los castigos. No..., no lo
entiendo.
¿Qué sentisteis cuando os percatasteis de que os encontrabais en la fila de la plataforma
gi ratoria, ¿cuando me implorasteis con todos aque llos besos en las botas y la multitud
se rió de vos ? Aquellas palabras me hirieron. Aquello también era demasiado real para
recordarlo. Tragué con fuerza.
Sentí pánico. Lloré, por ser castigado tan pronto y de esa manera después de haberme es
forzado con tanto esmero. Pensé que no podía ser castigado para espectáculo de una
multitud de gente vulgar; y vaya multitud, todos estaban allí para presidir mi penitencia.
Cuando me recrimi nasteis por suplicar, sentí... sentí tal vergüenza que creí que no
podría superarlo. Recordaba que no había hecho nada para recibir ese castigo. Me lo
había ganado por el hecho de estar aquí, por ser lo que soy. Luego sentí remordimientos
por haberos implorado. No volveré a hacerlo. Lo juro.
¿Y después? preguntó él. ¿Cuando os llevaron sobre el estrado y os subieron a la
plataforma sin grilletes? ¿Aprendisteis algo de aquello?
Sí, muchísimo solté otra risita grave y ronca, no más de una sílaba. Fue devastador.
Primero, cuando dijisteis al guardia que no utili zara grilletes conmigo, experimenté ese
miedo te rrible a perder el control.
Pero ¿por qué? ¿Qué habría sucedido si hubierais forcejeado?
Que me habrían atado a la plataforma. Esta noche he visto a un esclavo atado de ese
modo.
Anoche, sencillamente, asumí que sucedería de ese modo, y hubiera opuesto resistencia
con todo mi cuerpo, igual que el príncipe de esta noche, de batiéndome salvajemente,
despedazado por el te rror, inundado y luego vaciado por el pánico.
Hice una pausa. Era absorbente, sí, me había sumergido en ello.
Pero permanecí quieto dije. y cuando me di cuenta ya no intentaba zafarme bajo los gol
pes. Me liberé de toda tensión. Experimenté ese alborozo tan singular. Me ofrecían a la
muche dumbre y yo me sometía a ello. Acumulé en mí todo el frenesí de la multitud, y
la multitud au mentaba el castigo con su disfrute. Yo pertenecía a la multitud, a cientos
y cientos de amos y señoras.
Me rendía a su lascivia. No retenía nada, no me re sistía en absoluto.
Me detuve. Él asentía lentamente con la cabeza, sin hablar. El calor pulsaba
silenciosamente en mis sienes. Tragué el vino pensando en mis pro pias palabras.
Fue igual, en pequeña escala continué,cuando el capitán me azotó. Él me castigaba por
haber fallado después de su adiestramiento. Pero también me estaba poniendo aprueba,
para ver si estaba diciendo la verdad en lo referente a Stefan, para confirmar si lo que
necesitaba era subyuga ción. Intentaba desenmascararme. En realidad, decía: « yo os
voy a enseñar, ya veremos si podéis soportarlo.» y yo me ofrecí a su fusta, o al menos
eso pareció. Nunca pensé, ni en el campamento ni siquiera en el castillo, bajo la mirada
de los nobles y las damas, que podría danzar de ese modo bajo el látigo de un soldado
en una plaza de pueblo llena de viandantes, a plena luz del día. Los soldados
disciplinaron mi pene, me adiestraron, pero nunca lograron eso de mí. Pese a que me
aterroriza lo que queda por venir y temo incluso los arneses de corcel, ahora siento que
me entrego a todos los castigos en vez de intentar vencerlos con orgullo como en el
castillo. Estoy volviendo mi interior hacia fuera. Pertenezco al capitán, ya vos, a todos
los que observáis. Me estoy convirtiendo en mis castigos.
El se movió silenciosamente hacia mí, cogió la copa y la dejó a un lado. Luego me tomó
entre sus brazos y me besó.
Abrí la boca ampliamente y respondí con avi dez, pero él me puso de rodillas y se
inclinó para llevar su boca ami pene y envolverme las nalgas con los brazos. Lamió toda
la longitud de mi miembro de un modo casi salvaje, cubriéndolo con la ardorosa presión
húmeda de su lengua, mientras con los dedos me separaba las nalgas y me abría el ano.
Su cabeza continuaba moviéndo se adelante y atrás, absorbía toda mi verga, los labios
se apretaban en torno a ella y luego la solta ban para rodear la punta con la lengua.
Después reanudó los rápidos y casi enloquecidos lameta zs, mientras sus dedos
dilataban completamente mi ano. Por un momento se me aclaró la mente y susurré:
No puedo contenerme.

esquimala
18-10-2011, 09:23:06
Pero cuando él siguió todavía con más fuerza, con lametones más violentos, sujeté
firmemente con ambas manos su cabeza y vertí el potente chorro en él.
Aquella succión que parecía querer vaciarme me hizo gritar con ritmo entrecortado, a
ráfagas.
Cuando ya no pude aguantar más e intenté libe rarme suavemente de su cabeza, él se
incorporó y me echó boca abajo sobre la cama, levantó y sepa ró mis muslos de un
empujón y me aplastó contra las sábanas con las palma de la mano sobre el tra sero,
para echarse despues sobre mi e mtroducir me el pene con fuerza. Debajo de él, yo
parecía una rana. Los músculos de mis muslos ardieron con aquel delicioso dolor. Su
peso me comprimía contra la cama. Su boca se abría ligeramente sobre mi nuca. Luego
engancho mis rodillas retorcidas con sus manos para forzarlas a elevarse aún más.
Mi verga, exhausta, palpitaba doblada bajo mi cuerpo.
Mis nalgas se agitaban con ligeras convulsiones y la tensión me hacía gemir. Pero su
miembro, que estaba atravesando mi trasero completamente abierto, parecía un
instrumento inhumano. Me agrandaba, se apropiaba de mi núcleo, me vaciaba.
Eyaculé de nuevo con una serie de chorros re pentinos. Era incapaz de permanecer
pegado a la cama. Continué brincando debajo de él, y él me penetró aún más, hasta que
soltó ruidosamente el gemido grave del clímax.
Me quedé tumbado jadeando, sin atreverme a destrabar mis piernas dobladas y
aplastadas. Lue go noté que él me bajaba las rodillas y se echaba a mi lado. Me obligó a
volverme de cara a él y en ese intenso y exaltado momento de agotamiento, co menzó a
besarme.
Intenté desprenderme de la languidez del sue ño. Mi verga suplicaba un momento de
respiro, pero él había acercado de nuevo su mano a mi pelvis. Me estaba levantando, me
obligaba a arrodi llarme, y dirigía mis manos hasta un mango de madera que había
encima de nuestras cabezas colgado del techo artesonado de la cama. Mientras tanto,
palmoteaba mi miembro con las manos y se sentaba con las piernas cruzadas ante mí.
Observé cómo mi pene se congestionaba por los golpes, con un placer cada vez más
lento, pleno y atroz. Gemí en voz alta y, sin poder domi narme, me retorcí para escapar.
Pero él tiró de mí hacia delante, me envolvió los testículos con la mano izquierda,
pegándolos a mi verga y, con la otra mano, continuó con los crueles cachetes.
Mi cuerpo estaba en el caballete de torturas. y también mi mente. En ese instante me di
cuenta, mientras él me pellizcaba la punta del miembro, de que tenía la intención de
conseguirlo una vez más, aunque tuviera que utilizar todas las tretas que fueran
necesarias. La pellizcó, la acarició con sus dedos envolventes y luego la chupó con la
len gua, dejándome completamente frenético. Tomó el lubrificante del tarro que había
usado la noche anterior y se embadurnó la mano derecha. Acercó los dedos a mi verga y
la apretó como si fuera a acabar con ella. Yo gruñía con los dientes apretados,
balanceaba las caderas y, luego, una vez más, mi pene descargó hacia delante, con
violentos y repetidos chorros. Me quedé colgado del mango de madera, ofuscado y
verdaderamente vacío.
Aún había una vela encendida.
Al abrir los ojos, no supe cuánto tiempo había pasado. Pero debía de ser temprano. Los
carruajes aún rodaban por la calzada al otro lado de la ventana.
Caí en la cuenta de que mi amo ya se había vestido y andaba de un lado a otro con las
manos entrelazadas detrás de la espalda y el pelo enmara ñado. Llevaba el jubón de
terciopelo azul y la camisa blanca de lino, de largas mangas abombadas, ambos
desabrochados. De tanto en tanto giraba sobre sus talones, se detenía bruscamente, se
me saba el pelo y luego continuaba recorriendo la ha bitación a paso regular.
Cuando me incorporé sobre el codo, temien do que me ordenara marcharme, indicó con
un gesto la copa y dijo:
Podéis beber si os apetece.
Levanté la copa de inmediato y me recosté contra el artesonado de la cama,
observándole.
Mi señor contmuaba recornendo el cuarto de un lado a otro, luego se volvió y, con la
mirada fija en mí, dijo:
¡Estoy enamorado de vos! Se acercó un poco más para escudriñar mi mirada. ¡Enamo
rado de vos! No simplemente por el placer de castigaros, que por supuesto es lo que voy
a seguir haciendo, o por vuestro servilismo, que adoro y deseo vehementemente,
también. Estoy enamo rado de vos, de vuestra alma secreta, que es tan vulnerable como
vuestra carne enrojecida por la correa, y de toda la fuerza que acumuláis bajo nuestro
ejercicio conjunto del poder.
Yo me había quedado sin habla. Únicamente era capaz de mirarlo, perdido en la
vehemencia de su voz y la mirada de sus ojos. Pero mi alma se rea nimó de golpe.
Se apartó de la cama y, lanzándome miradas penetrantes, continuó paseando arriba y
abajo por la habitación.
Desde que la reina comenzó a importar es clavos desnudos para el placer dijo mirando
la alfombra que tenía bajo los pies, siempre me ha desconcertado qué es lo que lleva aun
príncipe fuerte, de ilustre cuna, a obedecer con una sumisión tan absoluta. Me he
devanado los sesos para comprenderlo. Hizo una pausa y luego conti nuó con los brazos
en jarras, levantando las ma nos de vez en cuando con naturalidad.

esquimala
18-10-2011, 09:23:55
Todos los que han contestado en el pasado me han dado respuestas tímidas,
avergonzadas. Vos habéis hablado de corazón y he comprendido que aceptáis vuestra
esclavitud con la misma facilidad que ellos. Por supuesto, la reina me ha expli cado que
todos los esclavos pasan un examen an tes de su selección. Sólo escogen los más aptos y
hermosos.
Me miró. No me había percatado antes de que había pasado un examen. Pero
inmediatamente recordé a los emisarios de la reina con los que tuve que reunirme en
una estancia del castillo de mi pa dre. Recordé que me ordenaron quitarme la ropa y me
habían tocado y observado mientras yo me quedaba quieto permitiendo que aquellos
dedos sondeadores actuaran. Yo no había exhibido ninguna pasión repentina pero quizá
sus ejercitadas miradas habían visto más de lo que yo mismo era capaz de ver. También
me habían friccionado la carne y luego me interrogaron y estudiaron mi rostro mientras
yo intentaba contestar con repen tino sonrojo.
Son raras las ocasiones, si se dan, en las que un esclavo se escapa continuó mi dueño. y
la mayoría de los que huyen lo hace con el deseo de ser atrapados. Eso es obvio. Lo que
les motiva es la provocación; su incentivo es el aburrimiento.
Los pocos fugitivos que se toman la molestia de robar alguna ropa a sus señores
culminan la huida con éxito.
Pero ¿la reina no monta en cólera contra los reinos de origen de los evadidos ? pregunté.
Mi propio padre me advirtió de que la reina era to dopoderosa y temible, que no era
posible negarse a su petición de ofrecer tributos de esclavitud.
Tonterías replicó él. La reina no va a enviar a la guerra a sus ejércitos por un esclavo
desnudo. Lo único que sucede es que el esclavo llega a su país natal deshonrado. Sus
padres reciben la petición de devolverlo y, si no lo hacen, el esclavo no obtiene ni un
penique de su nada des preciable retribución. Eso es todo. Se quedan sin la paga. Por
supuesto, a menudo los padres se avergüenzan de que su retoño se haya comporta do
como un blandengue y un inconstante. Una vez en casa, los hermanos y hermanas que
ya han prestado vasallaje se muestran agraviados por el desertor. Pero ¿qué es eso para
un joven y fuerte príncipe a quien el servicio le parece intolerable?
Se detuvo y me miró fijamente.
Ayer hubo una fuga dijo. Fue una princesa y, por lo visto, a estas horas casi han
abandonado la búsqueda. No han podido atraparla ni los campesinos leales ni en ningún
otro pueblo. Ha llegado al reino vecino del rey Lysius, donde los esclavos siempre
pueden cruzar la frontera sin riesgo.
¡Así que lo que había contado el esclavo corcel Jerard era cierto! Me senté, pasmado,
pensando en el poco efecto que tenían aquellas palabras sobre mí. Mi mente estaba
sumida en un caos.
Mi señor reanudó el recorrido por la habitación, lentamente, ensimismado en sus
pensamientos.
Por supuesto, hay esclavos que jamás se arriesgarían a correr ese peligro añadió de
repente. No pueden soportar la idea de los pelotones de persecución, la captura, la
humillación pública y otros castigos incluso peores. Una y otra vez, se estimula su
pasión, se alimenta, se estimula otra vez y se alimenta de tal manera que ya no pueden
distin guir el castigo del placer. Eso es lo que quiere la reina. y lo más probable es que
estos esclavos no pue dan aguantar la idea de llegar a su casa e intentar convencer a un
padre o una madre ignorantes de que el vasallaje en la corte de su majestad ha sido in
soportable. ¿Cómo describir lo que les han hecho? ¿Cómo explicar que aguantaron
tanto, o el placer que despertó inevitablemente en ellos? No obstan te, ¿por qué lo
aceptan con tan buena disposición? ¿Por qué hacen tal esfuerzo por complacer? ¿Por
qué están tan embelesados con la visión de la reina y las de sus amos y señoras?
La cabeza me daba vueltas. y no era el vino el causante.
Pero vos habéis arrojado mucha luz sobre los misterios de la mente del esclavo
continuó, mirándome otra vez, con el rostro serio, simple y hermoso a la luz de las
velas. Me habéis enseñado que para un esclavo de verdad, los rigores del castillo y del
pueblo se convierten en una gran aventura. En el verdadero esclavo hay algo innegable
que le hace adorar a los que ostentan incuestionablemente el poder. Ansía la perfección
incluso en su estado de esclavo, y ésta para un esclavo desnudo consiste en rendirse a
los castigos más extremos. El esclavo espiritualiza estas órdenes, no importa cuán
crudas y dolorosas sean. y todos los tormentos del pue blo, más incluso que las
humillaciones decorosas del castillo, van cayendo vertiginosamente uno so bre otro en
una corriente de excitación. Se acercó a la cama, y creo que detectó el temor en mi
rostro cuando alcé la vista.
¿Y quién entiende el poder y lo venera más que los que lo han poseído? inquirió. Vos
que lo habéis poseído lo entendisteis cuando os arrodillasteis a los pies de lord Stefan.
Me levanté y me cogió en sus brazos.
Tristán susurró, mi hermoso Tristán.
Aunque nos habíamos depurado de todo pla cer, nos besamos febrilmente,
abrazándonos con fuerza uno al otro, desbordantes de afecto.
Pero, hay más le susurré al oído mientras me besaba casi con ansiedad. En esta
pendiente descendente, es el señor quien crea el orden, el amo es quien saca al esclavo
del caos de abusos que le absorbe. Lo disciplina, lo refina, y continúa estimulándolo de
manera que los castigos aleato rios nunca podrían brindar. Es el señor, no los castigos,
quienes lo perfeccionan.
Entonces, no lo absorbe, sino que lo envuelve dijo, besándome con calma.
Nos encontramos perdidos, una vez tras otra dije yo y sólo nuestro amo nos puede
rescatar.
Pero incluso sin ese amor único y omnipo tente insistió, estáis atrapados en una matriz
de atención y placer implacables.
Sí convine. Asentí mientras le besaba la garganta y los labios. Pero es glorioso susurré
yo. Si uno adora a su amo, el misterio queda intensificado gracias a esa figura
irresistible que ocupa su centro.
Nuestro abrazo era rudo y dulce a la vez, no parecía posible superar tanta pasión.
Muy lentamente, con suavidad, retrocedió.
Levantaos ordenó. Sólo es medianoche y hace un cálido aire primaveral en el exterior.
Me apetece dar un paseo por el campo.

CANTI*
30-10-2011, 00:45:51
Seguimos con el relato!!!!
Esperando a ver que le pasa a bella!!!

esquimala
31-10-2011, 09:18:11
BAJO LAS ESTRELLAS
Tristán:
Se desabrochó los pantalones para meterse la camisa por dentro, ató las lazadas y luego
se anudó el jubón. Yo me apresuré a atarle las botas, pero él no hizo ningún gesto de
agradecimiento, sólo me indicó que volviera a levantarme y lo si gulera.
En cuestión de momentos estábamos en la ca lle. El aire nocturno era cálido y
caminamos silen ciosamente por el entramado de callejuelas, hacia el oeste, fuera del
pueblo.
Yo iba a su lado con las manos enlazadas a la espalda y, cada vez que nos cruzábamos
con otras figuras oscuras, la mayoría de ellas señores solita rios acompañados por un
único esclavo que mar chaba asolas, bajaba la vista, ya que parecía más respetuoso.
Había muchas luces encendidas en las apiña das casas de pequeñas ventanas y
encumbrados te jados. Al doblar por una amplia calle, vi a lo lejos, hacia el este, las
luces del mercado y oí el clamor de la multitud congregada en el lugar de castigo
público.
La sola visión del perfil de mi amo en la oscu ridad, la apagada luminosidad de su
cabello, me excitaba. Mi consumida verga estaba lista de nue vo para volver a la vida.
Un toque, incluso una orden, lo hubieran conseguido. Aquel estado de dis posición, en
la oscuridad, estimulaba todos mis sentidos.
En cuanto llegamos a la plaza de los mesones, de repente, una gran cantidad de luces
brillantes nos iluminaron. Las antorchas fulguraban por de bajo del elevado letrero
pintado del Signo del León ya través de la puerta abierta del local nos llegaba el clamor
de un numeroso gentío.
Seguí a mi amo hasta el umbral de la puerta.
Cuando entró hizo un gesto para que me pusiera de rodillas y esperara allí. Me apoyé
sobre mis talones y recorrí el lugar con la vista. Por todos lados había hombres que
reían, hablaban y bebían de sus jarras. Mi amo se había acercado al mostrador para
comprar un odre entero de vino que ya sostenía en sus manos mientras conversaba con
la hermosa mujer de cabello oscuro y falda ro ja que aquella mañana había visto
castigando a Bella.
Luego, en lo alto de la pared, detrás del mos trador, descubrí a Bella. Estaba atada, con
las ma nos amarradas por encima de la cabeza, el hermoso pelo dorado caído tras los
hombros y las piernas colocadas a horcajadas encima de un barril inmenso sobre el que
descansaba con los ojos ce rrados, sumida al parecer en un agradable sueño, con su
voluptuosa boca rosada medio abierta. A uno y otro lado había más esclavos, todos ellos
amodorrados como si estuvieran profundamente fatigados, en una actitud de resignación
desesperanzada.
Oh, si Bella y yo pudiéramos pasar a solas por lo menos un momento. Si pudiera hablar
con ella y explicarle lo que había aprendido y los sentimientos que se habían despertado
en mí.
Pero mi amo había vuelto y, tras ordenarme que me levantara, inició la marcha para
salir de la plaza. No tardamos en encontrarnos en las puertas occidentales del pueblo y
en cosa de nada andábamos por el camino que llevaba a la casa sola nega.
Me rodeó con el brazo y me ofreció el odre.
La sensación de tranquilidad era agradable bajo laalta bóveda de las estrellas.
Únicamente nos pasó un carruaje durante el paseo, como una visión a la luz de la luna.
Se trataba de un tiro de doce princesas que trotaba con brío ante el elegante coche.
Aquellas preciosidades iban enjaezadas en fila de a tres, con correas de cuero blanco
como la nieve, y el ca rruaje estaba bañado en oro. Para mi asombro, la que conducía el
carruaje junto aun hombre alto era mi señora Julia, y ambos saludaron a mi amo al pasar
junto a nosotros.
Éste es el alcalde del pueblo me indicó mi señor con voz pausada.
Torcimos antes de alcanzar la casa solariega pero yo ya intuía que nos encontrábamos
en las tierras de mi dueño. Caminamos sobre la hierba, entre los frutales, en dirección a
las cercanas colinas cubiertas por un denso bosque.
No sabía cuánto rato habíamos caminado, qui zás una hora. Finalmente nos
acomodamos en una alta ladera a medio camino de la cumbre de la coli na, con el valle
a nuestros pies. Estábamos en un claro lo bastante grande como para encender un fuego
y recostarnos sobre la hierba, con los altos árboles meciéndose sobre nosotros.
Mi señor se ocupó del fuego hasta que ardió con suficiente llama. Luego se tumbó de
espaldas.

esquimala
31-10-2011, 09:18:46
Yo estaba sentado con las piernas cruzadas, contemplando las torres y edificios altos del
pueblo.
Desde nuestra posición alcanzaba a ver el fulgor brillante del lugar de castigo público.
El vino me estaba dejando adormilado y mi amo se había esti rado con las manos en la
nuca y los ojos completa mente abiertos, fijos en el cielo azul oscuro ilumi nado por la
luz de la luna y en la gran extensión de las constelaciones, que brillaban sobre nosotros.
Nunca he querido a ningún esclavo como a vos dijo con calma.
Intenté dominarme. Durante un momento, quise oír únicamente mi corazón en la
quietud de la noche. Pero me apresuré a preguntar:
¿Me compraréis a la reina para que me que de en el pueblo?
¿Sabéis lo que decís? replicó él. No habéis aguantado aquí más que dos días.
¿Serviría de algo que os suplicara de rodillas, que besara vuestras botas y que me
postrara?
No es preciso contestó. A finales de semana iré a ver a la reina para presentarle mi infor
me habitual de las actividades de invierno del pue blo. Tan seguro como me llamo
Nicolás que haré una oferta a la reina para compraros, para quedar me con vos
definitivamente y defenderé mi peti ción con todo empeño.
Pero lord Stefan...
Dejad a lord Stefan para mí. Voy a haceros una predicción sobre lord Stefan: cada año,
la noche del solsticio de verano tiene lugar un extraño ritual. Todos los habitantes del
pueblo que desean convertirse en esclavos durante los siguientes doce meses se
presentan aun examen en privado. Con este motivo, se instalan tiendas en las que desnu
dan a los lugareños que quieren ser esclavos para realizarles una exploración cuidadosa
y minucio sa. Lo mismo sucede entre los nobles y damas del castillo. Nadie está del
todo seguro de quién se ha ofrecido a pasar el examen.
Pero a medianoche, el día del solsticio de ve rano, tanto en el castillo como desde lo alto
del es trado del mercado del pueblo, se anuncian los nombres de todos los que han sido
aceptados. Na turalmente, sólo son una pequeña proporción del total que se ha
presentado, los más hermosos, los de aspecto más aristocrático, los más fuertes.
Cada vez que se anuncia un nombre a gritos desde el estrado, la multitud se vuelve a
buscar al elegi do; aquí todo el mundo se conoce, como es natu ral, y el nuevo esclavo
es encontrado de inmediato para subirlo a toda prisa a la plataforma, donde lo desnudan.
Sin duda hay escenas de terror, arre pentimiento y un miedo nada despreciable en el
momento en que se cumple su deseo de un modo tan violento, despojados de toda la
ropa y con el pelo suelto, mientras la multitud disfruta tanto como en la subasta. Los
príncipes y princesas esclavos, y especialmente los que han recibido algún castigo del
nuevo esclavo del pueblo, gritan de jú bilo para manifestar su aprobación.
»Luego envían al castillo a las víctimas del pueblo, donde servirán en las tareas más
humildes durante un año glorioso, casi como los príncipes y princesas.
»Y en el pueblo recibimos a los nobles y da mas del castillo que se han ofrecido de
forma simi lar, a los que sus iguales han desnudado en los jar dines del placer del
castillo. A veces son tan pocos que no llegan más que tres. No podéis imaginar la
excitación que se vive esa noche cuando los traen para la subasta. Nobles y damas son
llevados a la plataforma de subastas, y los precios alcanzan cantidades desorbitadas. El
alcalde casi siempre compra uno, pues cada año tiene que renunciar de mala gana a la
adquisición del año anterior; A ve ces mi hermana, Julia, compra otro. Una vez lle garon
hasta cinco, el año pasado tuvimos tan sólo dos, y de vez en cuando hay que
conformarse con uno. El capitán de la guardia me ha dicho que este año todo el mundo
apuesta a que entre el grupo de exiliados del castillo estará lord Stefan.
Yo estaba demasiado encandilado y sorpren dido para contestar.
Por lo que habéis dicho, lord Stefan no sabe imponerse, y la reina está al corriente de
ello. Si se ofrece, será elegido.
Me reí para mis adentros.
¡No se puede ni imaginar lo que le espera! comenté con toda tranquilidad. Sacudí la
cabe za. y volví a reírme en voz baja, intentando repri mirme.
Nicolás volvió la cabeza para sonreírme.
Pronto seréis mío, mío para tres, quizá cua tro años y cuando se incorporó y se apoyó en
el codo yo me tendí a su lado y lo abracé. Sentía re nacer la pasión en mí pero él me
ordenaba estar tranquilo, así que permanecí quieto, intentando obedecer, con la cabeza
apoyada sobre su pecho y su mano sobre mi frente.
Después de un largo intervalo, pregunté:
Amo, ¿se otorga alguna vez una petición a un esclavo?
Casi nunca susurró, porque aun esclavo nunca se le permite pedir. Pero hacedlo. Permi
tiré al menos eso.

esquimala
31-10-2011, 09:19:24
¿Sería posible que me enterara de cómo le va a otra esclava, si es obediente y resignada
o si la castigan por rebelde?
¿Por qué?
Vine en el carro con la esclava del príncipe de la Corona. Se llama Bella. Era muy
fogosa. En el castillo causaba sensación por sus pasiones e incapacidad para ocultar
incluso las emociones más momentáneas. Cuando bajábamos en la carreta me hizo la
misma pregunta que vos: ¿Por qué obedecemos? Ahora está en el Signo del León. Es la
esclava que mencionó ayer el capitán junto al po zo después de que me azotara. ¿Hay
alguna mane ra de enterarse si ha descubierto la misma aceptación que yo? Sólo
preguntar, quizá... Sentí su mano que tiraba con ternura de mi pelo y los labios que me
besaban la frente. Habló enyoz baja:
Si queréis, os permitiré verla mañana y po dréis preguntárselo vos mismo.
¡Amo! estaba demasiado agradecido y ma ravillado para expresar lo que sentía con otras
pa labras. Permitió que le besara los labios. Luego me atreví a besarle las mejillas e
incluso los párpa dos.
Me dedicó la más sutil de las sonrisas y me re costó de nuevo sobre su pecho. Ya sabéis
que os espera un arduo y duro día
antes de que la podáis ver advirtió. Sí, señor respondí. Y ahora, a dormir dijo. Mañana
tenéis
mucho trabajo en los huertos de la granja antes de volver al pueblo. Luego, enjaezado a
una carretilla con un buen cesto lleno de fruta, tendréis que tirar de él de vuelta a la casa
del pueblo, y quiero acabar para el mediodía, para que os castiguen con la pla za
abarrotada de público en la plataforma gira toria.
Durante un momento, se apoderó de mí una pequeña oleada de pánico. Me apreté a él
un poco más y sentí que sus labios me rozaban con ternura la frente.
Luego se separó con suavidad y se puso boca abajo para dormir, con el rostro aun lado y
el bra zo izquierdo enrollado debajo del cuerpo.
Pasaréis la tarde en las cuadras públicas para ser alquilado como corceldijo. Trotaréis
por el camino para corceles de las cuadras, enjaezado y preparado, y espero oír que
mostraseteis tanto brío que os alquilaron de inmediato.
Mire su elegante silueta bajo la luz de la luna
El blanco reluciente de sus mangas, la forma perfecta de sus pantorrillas enfundadas en
el cuero flexible. Le pertenecía. Le pertenecía por com pleto.
Sí, amo respondí con un susurro.
Me puse de rodillas y me doblé en silencio so bre él para besarle la mano derecha que
reposaba sobre la hierba.
Gracias, amo.
Por la noche hablaré con el capitán para que nos envíen a Bella añadió.
Debía de haber pasado una hora.
El fuego se había extinguido.
Él estaba profundamente dormido, podía de tectarlo por su respiración. No llevaba
armas, ni siquiera una daga escondida bajo la ropa. Yo sabíaque podía subyugarlo con
facilidad. Él no tenía ni mi peso ni mi fuerza; además, seis meses en el cas tillo habían
tonificado mis músculos. Podría ha berle quitado las ropas, dejarlo atado y amordaza do
y emprender la huida hacia la tierra del rey Lysius. Incluso llevaba dinero en los
bolsillos.
Pero, con toda seguridad, él ya había tenido en cuenta todo esto antes de que saliéramos
del pueblo.
O bien me ponía a prueba o estaba tan seguro de mí que ni siquiera se le pasaba por la
imagina ción. Allí echado y despierto, en la oscuridad, yo tenía que aprender por mí
mismo lo que él ya sa bía. ¿Sería capaz de escaparme entonces, que tenía la
oportunidad?
La decisión no fue difícil. Pero cada vez que me decía a mí mismo que, por supuesto, no
iba a hacerlo, me encontraba pensando en ello. Escapar, volver a casa, enfrentarme a mi
padre, decirle que desenmascarara a la reina, o ir a otra tierra en busca de aventura.
Supongo que no hubiera sido un ser humano si al menos no hubiera considerado la
posibilidad de hacerlo.
También imaginé que me atrapaban los cam pesinos. Que me llevaban de regreso al
castillo, atado y desnudo, sobre la silla del capitán de la guardia, para recibir alguna
penitencia indescrip tible por lo que había hecho, y perder tal vez para siempre a mi
señor.
Pensé en otras posibilidades. Las consideré exhaustivamente y luego me di media vuelta
y me arrimé a mi amo. Deslicé el brazo con suavidad en torno a su cintura y apreté el
rostro contra el terciopelo de su jubón. Tenía que dormir un poco.

esquimala
31-10-2011, 09:20:04
Al fin y al cabo, había mucho que hacer por la mañana. Casi podía ver a la multitud que
rodeaba la plataforma giratoria al mediodía.
En algún momento antes del amanecer, me des perté.
Creí haber oído algún ruido en el bosque.
Pero al escuchar con más atención, tumbado en la oscuridad, percibí únicamente el
murmullo habi tual de las criaturas de la noche. Nada perturbaba su paz. Miré hacia el
pueblo que dormía allá a lo lejos, bajo abombadas nubes luminosas, y creí de tectar
alguna alteración en su aspecto. Las puertas estaban cerradas. Pero quizá siempre
estaban cerradas a esta hora. No era problema mío. Seguro que por la
mañana estarían abiertas. Me puse boca abajo y me acurruqué otra vez junto a mi amo.
REVELACIONES Y MISTERIOS
En cuanto bañaron a Bella, con su larga melena limpia y seca, la señora Lockley la llevó
a pala zos a través de la concurrida posada hasta salir bajo el letrero del Signo del León
iluminado por la luz de las antorchas. Una vez allí le indicó que permaneciera sobre los
adoquines.
La plaza también estabá repleta de gente: hombres jóvenes que entraban y salían en
tropel de los diversos mesones, la mayoría de los comer ciantes del pueblo y unos pocos
soldados. La señora Lockley alisó el cabello de Bella, le ahuecó rudamente los rizos de
la entrepierna y le dijo que se irguiera y sacara pecho como era debido.
Casi al instante Bella oyó un caballo que se aproximaba y, al mirar a la derecha hacia el
extre mo más alejado de la plaza, vio las puertas abiertas del pueblo, la forma de la
campiña oscura bajo el cielo más claro y la figura negra de un alto soldado que se
aproximaba a caballo.
Los cascos repicaban sobre las piedras y resonaban en los muros mientras la montura
avanzaba pesadamente en dirección al Signo del León, hasta que el jinete tiró
bruscamente de las riendas al lle gar a su altura y se detuvo.
Como había esperado y soñado Bella, era el capitán, con su pelo reluciente como una
capa de oro a la luz de las antorchas.
La señora Lockley dio un empujoncito a Bella para alejarla de la puerta de la posada y
el capitán obligó a su caballo a rodear lentamente a la mu chacha, que permanecía de
pie, con la vista baja sobre sus pechos cimbreantes, movidos por aquel violento y
delicioso latir de su corazón.
La enorme espada del capitán centelleaba a la luz de las antorchas y el manto de
terciopelo caía tras él formando una sombra de un color rosa os curo. A Bella se le cortó
la respiración cuando vio la brillante y lustrosa bota del oficial y el costado poderoso del
animal que pasaba de nuevo ante ella. Luego, cuando el caballo se acercó
peligrosamente, casi obligándola a retroceder, sintió que el brazo del capitán la cogía y
la levantaba por los aires para posarla sobre el caballo, de cara a él, con las piernas
desnudas rodeándole la cintura, mien tras ella le arrojaba los brazos alrededor del cuello
para agarrarse con fuerza.
El caballo se encabritó y partió aceleradamen te. Salió de la plaza por las puertas de la
muralla y continuó corriendo por la carretera que atravesa ba los campos de cultivo.
Bella se movía arriba y abajo con las sacudi das, y su sexo se abría contra el frío latón
de la he billa del cinturón del capitán. Sus senos se apretaban contra el pecho de él, y su
cabeza caía hacia delante, apoyada contra su fuerte hombro. Casitas y campos pasaban
volando ante ella bajo la mortecina luna creciente, y luego divisó el perfil oscuro de una
elegante casa solariega.
El caballo penetró en la oscuridad más densa del bosque y continuó trotando mientras el
cielo se esfumaba sobre sus cabezas, la brisa levantaba el pelo de Bella y la mano del
capitán la abrazaba. Finalmente, divisaron unas luces, el resplan dor vacilante de las
hogueras de un campamento.
El capitán aminoró la marcha. Se aproximaron a un pequeño círculo formado por cuatro
tiendas blancas como la nieve donde Bella vislumbró a una veintena de hombres
reunidos en torno al gran fuego encendido en el centro del círculo.
El capitán desmontó y dejó a Bella postrada de rodillas junto a sus talones. Ella se
quedó allí, agazapada, sin atreverse a levantar la vista hacia los soldados. Los altos
árboles se elevaban sobre el campamento, delineados por el parpadeo espec tral de la
hoguera.
Bella se emocionó ante la espeluznante oscila ción de la luz, aunque esto le provocó un
profundo terror.
Luego, para su consternación, vio una tosca cruz de madera clavada en el suelo frente al
fuego, con un corto y grueso falo que se erguía desde el punto de unión de los dos
maderos. La cruz no al canzaba la altura de un hombre. La pieza transversal estaba
clavada a la parte delantera del otro madero, desde donde sobresalta el falo hacia arn ba
y hacia delante formando un leve ángulo.

esquimala
31-10-2011, 09:20:36
Bella sintió un nudo en la garganta al mirar fi jamente la cruz bajo la tétrica e
inconstante luz del fuego y rápidamente bajó la vista en dirección a la bota del capitán.
Bien, ¿han vuelto ya los patrulleros? le preguntaba el capitán a uno de sus hombres.
Bella vio los pies del soldado plantados ante ella. y vosotros, ¿no habéis tenido suerte?
Han regresado todos menos uno, señor di jo el hombre y hemos tenido suerte pero no
como esperábamos. La princesa no aparece por ningún lado. Es posible que haya
alcanzado la frontera.
El capitán soltó una imprecación de disgusto.
Pero a éste dijo el hombre lo cazamos al anochecer en el bosque, al otro lado de la
montaña.
Tímidamente, Bella alzó la vista y distinguió a un príncipe desnudo, alto y fornido, al
que empu jaron hacia la luz del fuego. Tenía el cuerpo lleno de polvo y los testículos
atados a su pene erecto con un par de pesos de hierro que colgaban de las correas.
La alargada y amplia maraña de pelo castaño estaba llena de trozos de hojas y tierra.
Sus piernas y su imponente torso exudaban poderío. Era uno de los esclayos más
grandes que había visto jamás. y miraba directamente al capitán con unos ojos marrones
que mostraban una mezcla de temor re sentido y excitación.
Laurent dijo el capitán en voz baja. El castillo aún no ha avisado de su desaparición.
No, señor. Ha recibido dos azotainas; tiene las nalgas en carne viva. Los hombres
también lo han castigado. Creí que era lo que querríais, nada de dejarlo tranquilo. Pero
esperamos vuestra or den para copular con él.
El capitán asintió con un gesto. Estaba estudiando al esclavo con evidente enfado.
El esclavo personal de lady Elvira dijo.
El soldado que sujetaba al príncipe por los brazos tiró de su cabellera hacia atrás y la luz
alcanzó el rostro del evadido, cuyos ojos se entrecerraron sin dejar de mantener la
mirada fija en el capitán.
¿Cuándo os escapasteis? preguntó el capitán. Dio dos largas zancadas hacia el príncipe
y le retorció la cabeza hacia atrás con más crueldad aún. Bella veía claramente a ambos
hombres re cortados contra la luz del fuego. El príncipe era más grande que el capitán y
su cuerpo temblaba bajo la mirada escudriñadora de éste.
Perdonad me; señor susurró el esclavo.
Ha sido a última hora de hoy cuando he escapado. Perdonad me.
¿No habéis ido muy lejos, eh, mi guapo príncipe? preguntó el capitán. Luego se volvió
al oficial: ¿Así que los hombres se han divertido con él?
Dos y tres veces cada uno, señor. Le han hecho correr y lo han flagelado a conciencia.
Está listo.
El capitán sacudió la cabeza lentamente y cogió al esclavo por el brazo.
El corazón de Bella se estremeció. Continuaba arrodillada en el suelo e intentaba
mantener las piernas separadas y disimular las miradas furtivas que lanzaba al príncipe
¿Planeasteis esta intentona con la princesa Lynette? inquirió el capitán empujando al es
clavo hacia la cruz.
No, señor, lo juro respondió el príncipe tropezando. Ni siquiera sabía que se hubiera
escapado. Mantenía las manos enlazadas tras la nuca pese a que estaba apunto de caerse.
Bella lo vio entonces de espaldas por primera vez, era una perfecta malla de marcas de
color rosado y erup ciones blancas que bajaban hasta sus tobillos.
Cuando le dieron la vuelta para que se queda ra de espaldas a la cruz, su pene se
convulsionó bajo las ataduras. Era enorme y rojo, con la punta húmeda. Su rostro estaba
cada vez más rubori zado.
Un excitado murmullo surgió de la compañía.

esquimala
31-10-2011, 09:21:32
Bella percibió el movimiento de los hombres que se agitaban en las sombras, detrás de
la luz del fue go, como si se acercaran un poco más, acechándolo.
El capitán indicó a sus hombres que levanta ran al príncipe.
Bella sintió un nudo en su seca garganta. Los soldados levantaron al esclavo y tiraron de
sus piernas, separándolas a ambos lados. Luego lo co locaron sobre el falo de madera.
La víctima soltó un gruñido ronco, y los sol dados mostraron su satisfacción con un
vítore apagado.
El príncipe gruñía cada vez con más fuerza mientras le doblaban las piernas
completamente hacia atrás, separadas, para atárselas al madero transversal. Aquello
provocó un fuerte dolor en los muslos de Bella sólo de mirar al príncipe que estaba
totalmente inmovilizado sobre la cruz, con las escocidas nalgas contra la madera que
tenía de bajo y el falo bien introducido en su interior.
Pero aquello aún no había acabado. Mientras ataban los brazos del príncipe detrás de la
cruz, le inclinaron la cabeza completamente hacia atrás, aplastándola sobre lo más alto
del madero verti cal, y la ataron con un largo cinto de cuero que sujetaron cubriendo su
bo.ca abierta y que luego amarraron a la madera por detrás de las orejas, mientras él
mantenía la vista desamparada y fija en el cielo. Bella vio el reluciente pelo enmarañado
del cautivo que caía por su espalda, y su garganta, que se ondulaba con silenciosas
boqueadas.
Peor aún era la exhibición de su sexo hinchado. Cuando le rompieron las traíllas que
sujeta ban la verga, se sacudió y tembló, tirando del peso que colgaba de él. Bella sintió
otra vez que su propio sexo se contraía y encogía.
Los hombres estaban alrededor de la cruz mientras el capitán inspeccionaba el trabajo.
El cuerpo del príncipe se estremecía de pies a cabeza, tenso sobre la cruz, y el peso de
hierro oscilaba colgado de su pene tumefacto. Bella vio que inclu so las nalgas se
alzaban y se contraían sobre el grueso falo de madera.
La figura completa no superaba la altura de un hombre bajo, y el capitán, que
permanecía a su lado, miraba despectivamente al príncipe. Le reti ró el pelo de los ojos
con brusquedad. Entonces
Bella alcanzó a ver el movimiento de los párpados y la boca del príncipe que se
esforzaba por cerrarse aunque la amplia tira de cuero la obligaba a per manecer abierta.
Mañana dijo el capitán, tal como estáis ahora, os subirán al carro para conduciros por
los campos hasta el pueblo. Los soldados marcharán delante y detrás al son del redoble
de tambores para atraer la atención del público. y haré saber a la reina que habéis sido
capturado. Quizá solicite veros, aunque tal vez no. Si lo hace, viajaréis del mismo modo
hasta el castillo, donde os colocarán en el jardín, expuesto hasta que ella tome una de
cisión. Si decide no veros, quedaréis sentenciado a pasar el resto de vuestra vida en el
pueblo, sin po sibilidad de recurso. Haré que os azoten por las calles, y luego os
subastarán. y ahora, os azotaré yo personalmente.
La compañía vitoreó una vez más.
El capitán cogió la correa de cuero que llevaba en la cintura, retrocedió para ganar
espacio suficiente y comenzó a azotarlo. No era una correa demasiado pesada ni muy
ancha, pero Bella dio un respingo y se cubrió la cara con las manos, escu driñando entre
los dedos para ver cómo descendía la plana tralla sobre la parte interior de los muslos
del príncipe, lo que provocó quejidos y gruñidos inmediatos.
El capitán golpeaba con fuerza, no perdonaba ni un centímetro de sus piernas. La correa
alcanzaba los costados de las pantorrillas, espinillas y tobillos. Golpeaba incluso las
plantas de los pies y luego el vientre desnudo del príncipe. La carne torneada temblaba y
palpitaba mientras la víctima gemía contra la mordaza, con el rostro surcado de lágrimas
y sus ojos abiertos con la vista fija en el cielo.
Todo su cuerpo parecía vibrar atado a la cruz.
Las nalgas subían y bajaban con espasmos y deja ban al descubierto la base del falo.
Cuando todo su cuerpo quedó convertido en una mancha oscura de color rosa, desde el
vello púbico hasta los tobillos, y su pecho y su estóma go quedaron cubiertos por un
enrejado de marcas hinchadas del mismo color, el capitán se adelantó hasta plantarse
junto a la cruz y, con tan sólo un palmo de correa fustigó la rolliza verga del esclavo.

esquimala
31-10-2011, 09:22:16
El
príncipe se ponía tenso y se agitaba con rápidos movimientos ascendentes y
descendentes, con el peso del hierro colgado de su miembro, que cada vez era más
enorme y casi de color púrpura.
Luego, el capitán se detuvo. Miró desde su altura a los ojos del esclavo y volvió a
apoyar la mano en su frente.
No ha estado tan mal esa zurra, ¿eh, Laurent? preguntó. El pecho del príncipe se
henchía, con evidente dificultad para respirar. Los hombres se reían en voz baja. Pero
tengo que deciros que volveréis a recibir otra igual al amane cer y otra más al mediodía
y también con el cre púsculo.
Sonó otra explosión de risas. El príncipe suspiró profundamente y las lágrimas le
cayeron por las mejillas.
Espero que la reina os entregue a mí aña dió en voz baja el capitán.
Chasqueó los dedos para que Bella le siguiera al interior de la tienda. Cuando la
muchacha se disponía a entrar arrastrándose a cuatro patas hacia la cálida luz que
llenaba el espacio bajo la lona blanca, un oficial la adelantó apresuradamente.
No quiero ver a nadie ahora le dijo el capitán al oficial.
Bella se hizo aun lado con gesto de sumisión.
Capitán dijo el oficial, bajando la voz.
No sé si esto podrá esperar. La última patrulla acaba de llegar hace un momento
mientras azotabais al fugitivo.
¿Sí?
Bien, no han encontrado a la princesa pero juran haber visto jinetes esta noche en el
bosque.
El capitán, que se había sentado frente aun pequeño escritorio con los codos apoyados
en la mesa, alzó la vista.
¿Qué? exclamó con incredulidad.
Señor, juran que los han visto y oído. Un grupo numeroso, según dicen. El soldado se
acercó un poco más a la mesa.
A través de la puerta, Bella vio las manos del príncipe cautivo que se retorcían bajo las
cuerdas en la parte posterior de la cruz y la agitación de sus nalgas que no dejaban de
moverse, como si no pudiera asimilar su castigo.
Señor añadió el oficial, el patrullero está casi seguro de que se trataba de incursores
enemigos.
Pero no se habrán atrevido a volver tan pronto. El capitán hizo un ademán de desdén. y
menos con luna llena. No puedo creerlo.
Pero, señor, sólo está en cuarto creciente, y el último ataque sorpresa fue hace dos años.
El centinela dice que también ha oído algo cerca del campamento hace un momento.
¿Habéis doblado la guardia?
Sí, señor, la he doblado al instante.
Los ojos del capitán se entrecerraron. Ladeó la cabeza.
Señor, guiaban los caballos por el bosque, según dicen los soldados, sin luz y sin hacer
ruido.
¡Tienen que ser ellos!
El capitán reflexionó.
De acuerdo, levantad el campamento. Subid al fugitivo al carro y dirigíos al pueblo.
Enviad mensajeros para que doblen la guardia en los to rreones. Pero no quiero que
cunda la alarma en el pueblo. Probablemente no será nada. Hizo una pausa, obviamente
considerando la situación. No tiene ningún sentido rastrear la costa esta noche añadió.
Sí, señor.
Casi es imposible rastrear todas esas ensenadas incluso a la luz del día. Pero saldremos
ma ñana.
Cuando el oficial se retiró, el capitán se puso en pie de mala gana. Chasqueó los dedos
para que Bella se acercara a él y, después de darle un apresurado beso, la cargó sobre su
hombro.
No hay tiempo para vos esta noche, hermo sa, al menos no aquí dijo y le estrujó la
cadera mientras se la llevaba.
Era medianoche cuando regresaron a la po sada cabalgando muy adelantados al resto
del grupo.
Bella pensaba en todo lo que había oído y visto, estimulada a su pesar por el sufrimiento
de
Laurent. Se moría de ganas de contar al príncipe Roger o a Richard lo que había oído
sobre los extraños jinetes nocturnos y quería preguntarles qué significaba todo aquello.
Pero no tuvo ocasión.

esquimala
31-10-2011, 09:22:55
Nada más entrar en el alegre alboroto del bar, el capitán la entregó a los soldados
instalados en la mesa más próxima a la puerta. y antes de que pu diera darse cuenta, se
encontró sentada y abierta de piernas sobre el regazo de un encantador y musculoso
joven de cabello cobrizo; sus caderas rebotaban sobre una atrayente verga de gran
grosor mientras un par de manos friccionaban los pe zones desde detrás.
Transcurrían las horas y el capitán mantenía la mirada atenta sobre ella, aunque a
menudo parti cipaba en alguna acalorada conversación con sus soldados. Las idas y
venidas de los numerosos hom bres se sucedían apresuradamente.
Cuando a Bella le entró sueño, el capitán la recogió para llevársela. La subió a lo alto de
un tonel situado ,contra la pared, y allí se quedó sentada, con el sexo comprimido contra
la áspera madera y las manos atadas por encima de la cabeza. Cuando volvió la cabeza
aun lado para dormir, su visión estaba empañada y el gentío brillaba tenuemente a sus
pies.
Bella pensó una y otra vez en los fugitivos. ¿Quién era la princesa Lynette que había
alcanzado la frontera? ¿La misma alta princesa rubia que años antes había atormentado
a su querido prínci pe Alexi durante la pequeña demostración circen se que realizó para
la corte del castillo? ¿y dónde estaría ahora? ¿Vestida ya salvo en otro reino?
Tendría que envidiarla, pensó, pero no podía. Ni siquiera era capaz de pensar en ello
con la suficiente concentración. Su mente regresaba una y otra vez, sin temor ni
prejuicio, sin pensar siquie ra, a la magnífica imagen del príncipe Laurent montado
sobre la cruz, con su imponente torso palpitante bajo los golpes de la correa y las nalgas
cabalgando sobre el falo de madera.
Se quedó dormida.
Sí, al parecer, algún momento antes de la ma ñana había visto a Tristán. Pero debió de
ser un sueño. El hermoso Tristán, de rodillas ante la puerta de la posada, estaba
observándola. El cabello dorado le caía casi hasta los hombros y sus grandes ojos azul
violeta la contemplaban con ab soluto cariño.
Tenía muchas ganas de hablar con él y contar le la extraña satisfacción que sentía. Pero
luego, la visión de Tristán se desvaneció, tal y como había llegado. Debía de haberlo
soñado.
A través de sus sueños le llegó la voz de la señora Lockley que hablaba en voz baja con
el capitán.
Lo siento por esa pobre princesa dijo si les que están ahí fuera. Pero tan pronto, casi no
puedo creer que se atrevan a intentarlo.
Lo sé respondió el capitán. Pero pueden venir en cualquier momento y caer sobre las
granjas y las casas solariegas y largarse antes de que el pueblo se entere. Eso es lo que
hicieron hace dos años. Por eso he doblado la guardia, y vigilaremos hasta que la
situación esté despejada.
Bella abrió los ojos, pero ellos se habían apartado del tonel y no pudo oírlos.

CANTI*
11-11-2011, 20:57:50
Exelente....
Ahora llegaron mas personajes....
Me intrigan quienes seran....
Espero y sigas conel relato!!!

esquimala
12-11-2011, 08:55:47
PROCESIÓN PENITENCIAL
Cuando Bella se despertó ya era última hora de la tarde y estaba sola en la cama del
capitán.
Desde la plaza llegaba un sonoro clamor acompa ñado del lento y estremecedor redoble
de un tambor. A pesar de la alarma que provocó en su alma, pensó en las tareas que
debía hacer. Se incorporó invadida por el pánico.
Pero el príncipe Roger la calmó de inmediato con un sutil ademán.
El capitán ha dicho que durmáis hasta tarde le explicó. Aunque tenía la escoba en la
mano, estaba mirando por la ventana.
¿Qué sucede? preguntó Bella. Sentía la reverberación del tambor en el pecho. El ritmo
ininterrumpido la llenaba de temor. Al compro bar que no había nadie más en la
habitación se le vantó y se acercó al príncipe Roger.
Tan sólo se trata del príncipe fugitivo, Laurent explicó. Rodeó a Bella con el brazo y la
acercó a los gruesos cristales de la ventana. Lo están paseando en carro por el pueblo.
Bella apretó la frente contra el cristal. Abajo, entre la multitudinaria y disgregada
muchedum bre de lugareños, vio una enorme carreta de dos ruedas, tirada por esclavos
en vez de caballos, con sus embocaduras y arreos, que rodeaba el pozo.
El rostro enrojecido del príncipe Laurent, atado a la cruz con las piernas estiradas y su
promi nente sexo más endurecido que nunca, alzó la vista y miró fijamente a Bella. La
princesa vio aquellos inmensos y al parecer serenos ojos, la boca temblorosa detrás de la
gruesa tira de cuero que mantenía la cabeza sujeta a lo alto del madero, y las piernas
amarradas, estremecidas por el movi miento irregular de la carreta.
Desde esta nueva perspectiva, la imagen del príncipe maniatado cautivó a la muchacha
con más intensidad que la noche anterior. Observó la lenta progresión de la carreta y
escrutó la expresión singular del rostro del príncipe, totalmente exenta de pánico. El
griterío de la multitud era tan estridente como el de la subasta. Mientras la carre ta
rodeaba el pozo y reemprendía la marcha en di rección al Signo del León, Bella apreció
a la víctima completamente de frente. Dio un respingo al comprobar las erupciones de la
piel y las marcas enrojecidas que cubrían la zona interior de las piernas, el pecho y el
vientre. Ya había recibido dos palizas más, y le habían prometido otra.
Pero otra visión aún más inquietante captó su atención; uno de los seis esclavos
enjaezados a la carreta era Tristán. En ese momento pasaban otra vez justo bajo la
posada y no cabía la menor duda de que se trataba de él, con la espesa melena dora da
brillando tenuemente al sol y la cabeza estirada hacia atrás por la embocadura que
llevaba entre los dientes, mientras marcaba el paso levantando las rodillas. De la
hendidura de su atractivo trasero brotaba una cola de caballo de pelo negro, liso y
brillante. No hacía falta que nadie le explicara cómo se mantenía en su sitio. Adivinó el
falo que le habían introducido.
Bella se cubrió el rostro con las manoS pero, entre sus piernas, notó aquella conocida
secreción, el primer clarín de los tormentos y éxtasis del día.
No os aflijáis, tontina dijo el príncipe Roger. El príncipe fugitivo se lo merece. Además,
el castigo no ha hecho más que empezar. La reina se ha negado a verlo y lo ha
sentenciado a cuatro años en el pueblo.
Bella estaba pensando en Tristán. Imaginó su verga dentro de ella y experimentó una
fascina ción demencial al verlo allí atado, tirando de la ca rreta y, sobre todo, con
aquella pasmosa cola de caballo que colgaba de su ano. La visión la confundió y le
provocó un sentimiento de culpa, como si le hubiera traicionado.
Bien, tal vez eso es lo que deseaba el fugitivo dijo Bella con un suspiro, refiriéndose a
Laurent. No obstante, anoche se había arrepen tido suficientemente.
O quizás es lo que creía que deseaba añadió Roger. Ahora tendrá que sufrir en la
plataforma giratoria, luego lo pasearán una vez más por la plaza, para volver a la
plataforma giratoria antes de que lo entreguen al capitán.
La procesión seguía dando vueltas alrededor del pozo sin que el tambor dejara de sonar,
cris pando los nervios de Bella. Otra vez veía a Tristán marchando casi orgulloso a la
cabeza del tiro. La visión de sus genitales, los pesos que colgaban de sus pezones y su
hermoso rostro levantado por la embocadura de cuero provocó un pequeño to rrente de
pasión en su interior.
Normalmente los soldados abren y cierran la marcha le explicó el príncipe Roger, que
vol vió a coger la escoba. Me pregunto dónde esta rán hoy.
«Buscando invasores ocultos», pensó ella, aun que no dijo nada. Estaba a solas con
Roger y podía preguntarle sobre esas cosas, pero la procesión la había dejado demasiado
hechizada.

esquimala
12-11-2011, 08:56:36
Tenéis que bajar al patio y descansar sobre la hierba le dijo el príncipe.
¿Otra vez?
El capitán no os hará trabajar hoy, y por la noche os va a alquilar a Nicolás, el cronista
de la rema.
¡El amo de Tristán! exclamó Bella en un susurro. ¿Ha requerido mi presencia?
Ha pagado por vos con buenas monedas del reino añadió Roger, que había reanudado su
ta rea. Bajad ahora le recordó. Con el corazón desbocado, Bella observó el lento avance
de la procesión que tomaba la amplia calleja en dirección al otro extremo del pueblo.
TRISTÁN Y BELLA
Bella no podía esperar a que fuera de noche.
Las horas se le hacían interminables mientras la bañaban, peinaban y embadurnaban
completa mente con aceites, aunque sin tanto miramiento como en el castillo. Por
supuesto, cabía la posibi lidad de que no pudiera ver a Tristán aquella noche. ¡Pero iba a
ir al lugar donde vivía! No podía dominar su emoción.
Finalmente, llegó la noche.
El príncipe Richard, el «buen chico», pensó Bella con una sonrisa, recibió órdenes de
llevarla a casa de Nicolás, el cronista.
El mesón estaba curiosamente vacío aunque, por lo demás, todo parecía normal bajo el
cada vez más oscuro crepúsculo. Las luces vacilaban en las pequeñas y bonitas ventanas
que se sucedían a lo largo de las estrechas callejuelas. El aire primaveral era fragante y
dulce. El príncipe Richard le permitía marchar con cierta lentitud, únicamente le
indicaba de vez en cuando que mostrara más brío, pues si no ambos se llevarían una
zurra. Él caminaba tras Bella con la correa en la mano, y la azotaba alguna que otra vez.
A través de las bajas ventanas, Bella vio esposas y maridos sentados a las mesas y
esclavos des nudos que se levantaban con movimientos apre surados de su posición
arrodillada para dejar fuentes o jarras ante sus señores.
Los esclavos amarrados a las paredes gemían mientras se retorcían con inútiles
movimientos ascendentes y descendentes.
Algo ha cambiado dijo Bella en voz alta cuando entraron en una calle más ancha llena
de elegantes casas, casi todas con su esclavo maniatado, colgado de algún puntal de
hierro en la fachada.
Algunos de ellos estaban fuertemente amor dazados y amarrados, otros simplemente
perma necían quietos en una actitud de absoluta sumi sión.
No hay soldados susurró Richard. Por favor, guardad silencio. A vos no os corresponde
hablar. Vamos a acabar los dos en el establecimiento de castigo.
Pero, ¿dónde están? preguntó Bella.
¿Queréis recibir una azotaina? la amenazó el príncipe. Han salido a rastrear la costa y el
bosque. en busca de algún supuesto destacamento incursor. No sé qué quiere decir eso
exactamente pero no se os ocurra abrir la boca. Es secreto.
Ya habían llegado ante la puerta de la casa de Nicolás. Richard la dejó allí. Una
doncella la recibió y le ordenó que se pusiera a cuatro patas. Excitada por la
expectación, Bella fue conducida a través de una elegante casita y por un estrecho
corredor lateral.
Abrieron una puerta ante ella y la doncella le ordenó que entrara, cerró la puerta y la
dejó allí.
Bella casi no pudo creer lo que veía cuando al alzar la vista descubrió a Tristán ante
ella. El príncipe alzó los brazos y la levantó del suelo. A su lado estaba la alta figura de
su amo, Nicolás, a quien Bella recordaba de la subasta.
El rostro de la muchacha se puso como la gra na al mirar al hombre ya que ella y Tristán
se esta ban abrazando de pie en medio de la habitación.
Calmaos, princesa dijo con voz casi acariciadora. Podéis estar con mi esclavo cuanto
queráis, y mientras permanezcáis en los confines de esta habitación, seréis libres de
gozar a vuestras anchas. Regresaréis a vuestra servidumbre habitual cuando abandonéis
mi casa.
Oh, mi señor susurró Bella y se dejó caer de rodillas para besarle las botas.
El cronista de la reina permitió aquella corte sía ya continuación los dejó a solas. Bella
se levantó y voló a los brazos de Tristán, cuya boca abierta empezó a devorar los besos
de ella con vo racidad.
Dulce tesoro, preciosa mía decía Tristán, que recorría con sus labios la garganta y el
rostro de la muchacha mientras empujaba su miembro contra el vientre desnudo de ella.
A la luz mortecina de las velas, el cuerpo del príncipe parecía casi pulido y su pelo
relucía radiante. Bella alzó la vista para mirar aquellos ojos de un azul violáceo y
seguidamente se puso de puntillas para montarse sobre el miembro del príncipe, como
había hecho en el carretón de es clavos.

esquimala
12-11-2011, 08:58:58
Enlazó los brazos alrededor del cuello de Tristán y acomodó el sexo sobre la verga
erecta. Sintió que el cuerpo de su compañero sellaba el suyo. Tristán se dejó caer
lentamente sobre la colcha de satén verde de la pequeña cama artesonada de ro ble y,
tumbándose sobre los almohadones, echó la cabeza hacia atrás mientras ella cabalgaba
sobre él.
El príncipe levantaba los pechos de Bella con las manos, le pellizcaba los pezones para
que continuaran palpitando mientras ella sacudía y salta ba sobre su miembro, para
luego caer con todo su peso y comérselo a besos.
Tristán gemía y su rostro estaba cada vez más rojo. Bella sintió la erupción de él bajo su
cuerpo y se corrió al mismo tiempo, ralentizando las sa cudidas hasta quedarse inmóvil,
con las piernas es tiradas, temblando levemente con las últimas con vulsiones de placer.
Permanecieron abrazados, tumbados uno junto al otro, y él le apartó cuidadosamente el
pelo de la cara.
Mi querida Bella le susurró entre besos. Tristán, ¿por qué nos deja hacer esto vuestro
amo? preguntó. Se encontraba en un dulce estado de modorra, y en realidad no le
importaba.
Sobre la mesilla que había junto a la cama ardían varias velas. La llama se abultaba y
borraba los objetos de la habitación excepto la superficie dorada de un gran espejo.
Es un hombre lleno de misterios y secretos, de una extraña intensidad dijo Tristán. Hará
exactamente lo que le plazca. y ahora le apetece permitirme que os vea; mañana,
probablemente, le apetecerá azotarme por todo el pueblo. y posi blemente creerá que
una cosa acrecentará el tormento de la otra.
El recuerdo de Tristán enjaezado y con la cola de caballo volvió de inmediato a la mente
de Bella.
Os he visto en la procesión susurró, y de pronto se sonrojó.
¿Tan terrible parecía? le respondió intentando consolarla con más besos. En las mejillas
de él apareció también un débil rubor que en un ros tro tan varonil resultaba irresistible.
Estaba estupefacta.
¿A vos no os pareció terrible? preguntó la princesa.
De lo profundo del pecho de Tristán surgió una risa grave. La muchacha tiró del vello
dorado que ascendía formando rizos desde el miembro hasta el vientre.
Sí, querida mía respondió. ¡Era deli ciosamente terrible!
Bella se rió mientras lo miraba fijamente y volvió a besarle con pasión. Se acomodó
sobre él para mordisquearle y besarle los pezones.
Me excitó verlo confesó la muchacha con una voz gutural extraña en ella. Únicamente
rezaba para que, de alguna manera, os resignarais...
Estoy más que resignado, amor mío di jo, besando la frente de la rubia cabeza mientras
continuaba tumbado y recibía los mordiscos ca riñosos de la muchacha. Bella se montó
sobre el muslo izquierdo de Tristán y apretó su sexo con tra él. El príncipe jadeaba
mientras ella le mordía un pezón y le pellizcaba el otro con leves tirones.
Luego la echó de espaldas sobre las sábanas y le abrió la boca con la lengua una vez
más.
Pero, decidme insistió ella. Detuvo su beso por un momento mientras la verga le rozaba
el monte de Venus tirando suavemente a contrapelo de su espeso vello rizado, debíais...
bajó la voz hasta convertirla en un murmullo. ¿Cómo podíais...? Los arneses, la
embocadura y la cola de caballo... ¿Cómo habéis llegado a esto, a tal aceptación? No
hacía falta que él le dijera que estaba resignado; era evidente, se notaba, lo había visto
durante la procesión. Pero lo recordaba en la ca rreta cuando bajaban del castillo y Bella
intuyó el miedo que él sentía entonces y que su orgullo im pedía revelar con libertad.
He encontrado a mi amo, el que me hace estar en armonía con todos los castigos explicó
Tristán. Pero, por si os interesa empezó otra vez a besarla ya abrir sus labios púbicos
con el pene, que también le presionaba el clítoris, era y siempre será la mortificación
más absoluta.

esquimala
12-11-2011, 09:00:08
Bella alzó las caderas para recibirlo. Se balancearon al unísono, Tristán se elevó sobre
ella y la contempló apoyado sobre los brazos, que sopor taban como pilares sus
poderosos hombros. Ella levantó la cabeza para besarle los pezones, mientras le
pellizcaba y separaba las nalgas. Palpó las duras y deliciosas heridas, que midió y
compri mió mientras se acercaba al labio sedoso y arrugado del ano. Los movimientos
de Tristán se hicie ron cada vez más rápidos, bruscos y agitados mientras ella
continuaba con sus sondeos. De pronto, Bella estiró el brazo hasta la mesilla conti gua y
cogió una de las gruesas velas de cera de su soporte de plata, apagó la llama y apretó la
punta fundida con los dedos. Entonces se la hundió, introduciéndola con firmeza en el
ano. Tristán cerró los ojos con fuerza. El propio sexo de Bella se convirtió en una tensa
vaina pegada al miembro de él y el clítoris se endureció. Estaba a punto de explotar, y,
mientras hacía girar la vela como una manivela, Bella gritó cuando sintió el ardiente
fluido de Tristán que se derramaba en su interior.
Se quedaron quietos, tumbados, con la vela a un lado. Bella se preguntaba sobre lo que
había hecho, pero Tristán se limitaba a besarla.
El príncipe se levantó, sirvió un vaso de vino y lo acercó a los labios de Bella. La
muchacha, perpleja, lo cogió y lo bebió como hubiera hecho una dama, admirada ante
aquella curiosa sensación.
Pero, decidme, ¿cómo os ha ido en el pue blo, Bella? preguntó Tristán. ¿Habéis sido
rebelde? Contad me.
La muchacha sacudió la cabeza.
He caído en manos de un amo y una señora duros y perversos se rió solapadamente.
Describió los castigos de la señora Lockley en la cocina, la forma en que actuaba el
capitán con ella y las noches que pasaba con los soldados, pro longándose en describir
la belleza física de sus dos verdugos.
Tristán la escuchaba con expresión grave. Bella le habló del fugitivo, del príncipe
Laurent.
Ahora sé que si alguna vez me escapo será con la idea de que me atrapen, de que me
casti guen igual que a él y de pasar toda mi vida en el pueblo dijo. Tristán, ¿pensáis que
soy horrible por desear eso? Preferíría escaparme antes que volver al castillo.
Pero si os escapáis quizás os aparten del capitán y de la señora Lockley replicó él y tal
vez os vendan a otra persona para hacer trabajos y servicios más duros.
Eso no importa dijo. En realidad no son los amos quienes consiguen mi armonía con el
castigo, por usar vuestras mismas palabras; simplemente es la dureza, la frialdad y la
inexorabilidad. Quiero sentirme abatida, perdida entre los castigos. Adoro al capitán ya
la señora pero en el pueblo probablemente habrá otros amos más duros.
Ah, me sorprendéis dijo él ofreciéndole más vino. Yo estoy tan absolutamente enamo
rado de Nicolás que no puedo oponerme a él.
Tristán explicó entonces las cosas que le habían sucedido, cómo él y Nicolás habían
hecho el amor y conversado, su paseo por la colina.
La segunda vez que he pasado por la plataforma pública, hoy al mediodía explicó, me
he sentido extasiado. No he dejado de sentir mie do en ningún momento. Mientras me
subían por los escalones, ha sido peor que la primera vez, porque ya sabía lo que iba a
suceder. Pero he visto todo el lugar de castigo público con más claridad a la intensa luz
del sol que a la de las antorchas, y no me refiero a ver con más precisión las cosas. He
comprendido el gran esquema del que formaba parte y, mientras sufría el contundente
castigo, mi alma cedió y se abrió por completo. Ahora, toda mi existencia, sea en la
plataforma giratoria, en el arnés o en brazos de mi amo, es una súplica por ser utilizado
como se usa el calor del fuego, por disolverme en la voluntad de los demás. La volun
tad de mi amo es mi guía y, a través de él, me entrego a todos los que son testigos de mi
presencia
o me desean. Bella permanecía observándolo en silencio. Entonces habéis entregado
vuestra alma le
dijo. Se la habéis entregado a vuestro amo. Yo no he hecho eso, Tristán. Mi alma sigue
pertene ciéndome. Es lo único que puede poseer un escla vo, y no estoy dispuesta a
entregarla. Entrego todo mi cuerpo al capitán, a los soldados ya la se ñora Lockley. Pero
en el fondo de mi alma, sigo pensando que no pertenezco a nadie. No dejé el castillo
para buscar el amor que no había encon trado allí. Lo abandoné para que unos dueños
más severos e indiferentes me sacudieran y doble garan.
¿Y vos sois indiferente a ellos? preguntó Tristán.
Me interesan tanto como yo a ellos con testó tras reflexionar. Ni más ni menos. Pero, tal
vez mi alma cambie con el tiempo. Quizá sea porque aún no he conocido a Nicolás, el
cronista. Entonces Bella pensó en el príncipe de la Corona. Le hizo sonreír.
Lady Juliana la asustaba y molestaba. El capi tán la emocionaba, agotaba y sorprendía.
La seño ra Lockley le gustaba en secreto, por el terror que le inspiraba. Pero hasta ahí
llegaban las cosas. No les amaba. Eso era el pueblo para ella, junto con la gloria y la
excitación de pertenecer a un gran «esquema», según decía Tristán.

esquimala
12-11-2011, 09:01:08
Somos dos esclavos diferentes dijo ella incorporándose para coger el vino y dar largos
tragos, y ambos somos felices.
¡Me gustaría entenderos! susurró él. ¿No anheláis ser amada y que el dolor se mezcle
con la ternura?
No hace falta que me entendáis, amor mío. y sí que hay ternura. Pero hizo una pausa
para imaginarse el trato íntimo que existía entre Tristán y Nicolás.
Mi amo me descubrirá nuevas revelaciones dijo Tristán.
Mi destino también tendrá su propio im pulso le respondió ella. Cuando hoy he visto al
pobre príncipe Laurent castigado, le he envidiado. Él no tenía ningún dueño amoroso
que lo guiara.
Tristán contuvo el aliento sin dejar de obser var a la muchacha.
Sois una esclava magnífica admitió. Quizá sepáis más que yo.
No, en cierta forma soy una esclava más simple. Vuestro destino se asocia a una mayor
re nuncia. Bella se apoyó sobre su codo y besó a Tristán. Los labios del príncipe estaban
teñidos de rojo a causa del vino y tenía los ojos inusualmente grandes y vidriosos. No se
podía negar que su aspecto era espléndido. A Bella se le ocurrieron ideas dementes, se
imaginó atándolo ella misma al arnés...
No debemos perdernos el uno al otro, pase lo que pase dijo él. Aprovechemos los mo
mentos furtivos que se nos presenten para contar nos confidencias. No siempre nos lo
permitirán...
Con un amo tan loco como el vuestro quizá dispongamos de muchas, muchísimas
oportuni dades replicó Bella.
Tristán sonrió. Pero de pronto su mirada se empañó, como si algún pensamiento lo
distrajera.
Se quedó escuchando.
¿Qué sucede?
No hay nadie en la calle respondió. El silencio es absoluto. A estas horas siempre pasan
carros por esta calzada.
Todas las puertas están cerradas explicó Bella. y los soldados se han ido.
Pero ¿por qué?
No lo sé, corren muchos rumores sobre ras treos de la costa en busca de invasores.
En ese instante, el príncipe le pareció tan hermoso que deseó amarlo de nuevo. Se
incorporó sobre la cama, se sentó sobre los talones yobservó el pene de Tristán, que
cobraba vida una vez más; luego contempló su propio reflejo en el distante espejo. Le
encantaba contemplar la visión de los dos juntos en el espejo. Mientras miraba, distin
guió otra figura espectral. Vio aun hombre de pelo blanco, con los brazos cruzados, ¡que
la estaba observando!
Soltó un chillido. Tristán se sentó con la mira da fija hacia delante. Pero ella ya había
compren dido lo que sucedía. El espejo era de doble sentido, uno de esos antiguos
trucos de los que había oído hablar cuando era niña. El amo de Tristán había estado
observándoles todo el rato. Su oscuro rostro tenía una nitidez asombrosa, el pelo blanco
casi relucía, las cejas estaban fruncidas con un mohín de seriedad.
Tristán esbozó una trémula sonrisa. Una ex traña sensación de desnudez debilitó a
Bella.
Pero el amo se había desvanecido tras ellóbrego espejo. Luego, la puerta de la
habitación se abrió.
El elegante hombre con mangas de terciopelo abombadas se acercó a la cama y cogió a
Bella por los hombros para volverla hacia él.
Repetidme lo que habéis dicho, todo cuan to habéis oído sobre los soldados y esos
invasores.
Bella se ruborizó.
¡Por favor, no se lo digáis al capitán! suplicó. El cronista asintió y Bella procedió a
contar inmediatamente cuanto sabía.
Nicolás permaneció quieto durante un mo mento, pensando.
Venid dijo, y levantó a la muchacha de la cama. Debo llevar inmediatamente a Bella de
regreso al mesón.
¿Puedo ir yo, por favor, amo? preguntó Tristán.
Pero el amo Nicolás estaba distraído. No pa reció oír la pregunta.
Se dio media vuelta y, con un gesto, les ordenó que lo siguieran. Los dos esclavos
caminaron a toda prisa por el pasillo y salieron por la puerta posterior de la casa. El amo
Nicolás les indicó que esperaran mientras él se encaminaba hacia las al menas.
Desde la muralla, miró durante un largo mo mento de un extremo a otro del gran muro.
El si lencio empezó a amilanar a Bella.
Esto es una locura susurró cuando regresó. Parece que hayan dejado el pueblo sin de
fensa alguna.
El capitán cree que primero atacarán las granjas y las casas solariegas, fuera de las
murallas dijo Bella. y seguro que hay alguna guardia apostada.
El amo Nicolás sacudió la cabeza con gesto de desaprobación. Luego cerró la puerta de
la casa.
Pero, señor dijo Tristán, ¿quiénes son estos incursores? Su semblante estaba serio, y sus
maneras no eran en absoluto las de un esclavo.
Eso ahora no tiene la menor importancia espetó Nicolás con firmeza mientras
emprendía la marcha delante de ellos. Llevaremos a Bella de vuelta con su señora.
Vamos, rápido.

esquimala
12-11-2011, 09:16:07
DESASTRE
Nicolás encabezaba la marcha a buen paso a través del laberinto de callejuelas y
permitía que
Tristán y Bella caminaran juntos tras él. El príncipe rodeaba a la muchacha con el brazo,
la besaba y la acariciaba. El pueblo, a estas altas horas de la noche, parecía muy
tranquilo. Sus habitantes no eran conscientes del peligro.
De pronto, cuando ya llegaban a la plaza de los mesones, se oyó muy a lo lejos un
terrible al boroto, agudos chillidos y el estruendo provocado por el choque de madera
contra madera, el so nido inconfundible de un gigantesco ariete. Inmediatamente
comenzaron a tañer las campanas de todas las torres del pueblo y las puertas de todas las
casas se abrieron.
Corred, deprisa ordenó Nicolás volviéndose para tenderles la mano.
Por todas partes aparecía gente alborotada y dando gritos. Las contraventanas se
cerraban de golpe y los hombres corrían a buscar a sus esclavos maniatados. A través de
la puerta débilmente iluminada de la taberna del establecimiento de castigo, príncipes y
princesas desnudos salían corriendo, disparados como flechas.
Bella y Tristán corrían a toda prisa en dirección a la plaza cuando oyeron el sonido del
gran ariete que despedazaba la puerta de la muralla.
Más allá de la plaza, Bella vio ampliarse el cielo nocturno justo cuando las puertas
orientales de la ciudad cedían mientras el aire se llenaba de ruido sos gritos y aullidos
pronunciados en una lengua extranjera.
¡Batida de esclavos! El grito se oyó desde todas direcciones.
Tristán cogió a Bella en brazos y siguió corriendo sobre los adoquines en dirección a la
posada junto a Nicolás. Una turbamulta de jinetes tocados con turbantes entró con un
gran estruendo en la plaza. Bella soltó un grito aterrador al descubrir que las puertas y
ventanas de todas las posadas ya estaban cerradas a cal y canto.
Por encima de ella vio aun jinete de rostro moreno y vestimenta ondeante, cuyo alfanje
relu ció en su costado cuando avanzaba amenazadora mente sobre ella. Tristán intentó
esquivar el caba llo, pero un brazo poderoso agarró a Bella y arrojó al suelo a Tristán,
que cayó bajo los cascos del caballo encabritado. Jinete y caballo dieron media vuelta,
llevándose a Bella sobre la silla.
La princesa esclava gritaba sin parar. Se retorcía bajo la poderosa mano que la sujetaba
y levan taba la cabeza para ver a Tristán y Nicolás, que corrían hacia ella. Pero otro
jinete de piel oscura había aparecido como un rayo, y luego otro. Tras una veloz
secuencia en la que sólo se percibían extremidades blancas agitándose, Bella vio a
Tristán sostenido entre dos jinetes ya Nicolás arrojado por el suelo, rodando .para
apartarse de los peligrosos cascos de los caballos y cubriéndose la cabeza con los brazos
para protegerse. Luego Tristán fue lanzado sobre el caballo de uno de los jinetes con la
ayuda del otro.
Clamorosos gritos llenaban el aire, chillidos penetrantes y estremecedores como Bella
nunca había oído antes. El secuestrador detuvo el caballo para rodear los hombros de la
muchacha con un lazo que apretó y aseguró a la silla sin que ella, entre sollozos y
lamentos, dejara de patalear fu riosa e inútilmente. El caballo continuó galopan do para
salir de la plaza y alcanzar las puertas del pueblo.
Los jinetes ocupaban todo el pueblo. Pasaban precipitadamente con sus prendas
flotando al vien to, y los traseros de esclavos desnudos agitándose desamparadamente
en el aire.
En cuestión de segundos estaban cabalgando por un camino llano desde el que el tañido
de las campanas del pueblo se hacía cada vez más dis tante.
Continuaron avanzando a través de la noche, cruzando sembrados, irrumpiendo sobre
arroyos y sotos, blandiendo los grandes y relucientes alfanjes en el aire para atajar el
follaje que se interponía en su camino.

esquimala
12-11-2011, 09:17:15
Bella no era capaz de decir cuán numeroso era el grupo que parecía prolongarse sin fin
por detrás de su jinete. Aquellos gritos moderados, pronun ciados en una lengua
extranjera, llenaban sus oí dos, junto con los sollozos y gemidos de los prín cipes y
princesas capturados.
El destacamento continuó avanzando por las colinas a la misma velocidad desesperada,
ascen diendo por peligrosos senderos y bajando por va lles arbolados. Luego galoparon
a través de un elevado desfiladero que parecía un tunel sin final.
Finalmente, Bella detectó el olor a mar y, al levantar la cabeza, descubrió ante sí el débil
resplandor uniforme del agua a la luz de la luna, y la sombra de un gran buque anclado
en una ense nada, sin una sola luz que indicara su siniestra presencia.
Entre frenéticos jadeos, mientras los caballos descendían hacia la orilla y atravesaban
las profundas olas, Bella se desvaneció.
MERCANCÍA EXÓTICA
Cuando Bella se despertó estaba tumbada y sumida en un fuerte sopor. Permaneció
quieta, casi incapaz de abrir los ojos, y entonces percibió el pesado balanceo del barco,
una sensación que había conocido sólo en sueños cuando todavía era una muchacha y
vivía en el castillo de su padre.
Aterrorizada, intentó incorporarse y, de repente, la silueta de un rostro de piel
aceitunada apareció sobre ella.
La observaban un par de ojos negros como el azabache, de exquisita forma almendrada,
enmar cados en un semblante joven y casi perfecto. Una rizada cabellera negra
completaba aquella imagen casi angelical. También vio un dedo que le acucia ba a
mantener el más absoluto silencio. Quien le hacía este gesto era un joven alto que estaba
de pie ante ella, ataviado con una reluciente túnica de seda dorada atada con un cinturón
plateado sobre unos livianos pantalones largos del mismo tejido.
Luego él la cogió por las manos con unos de dos oscuros y extraordinariamente suaves,
la ayudó a sentarse y, al ver que ella obedecía, sonrió, asintiendo vigorosamente con la
cabeza. A conti nuación le acarició el cabello y gesticuló efusivamente para
comunicarle que la encontraba her mosa.
Bella abrió la boca para hablar, pero el encantador muchacho le colocó inmediatamente
un dedo sobre los labios. El rostro del joven reflejó un gran temor y sus cejas se
fruncieron mientras meneaba la cabeza. Bella guardó silencio.
El joven metió la mano entre sus prendas y de un bolsillo sacó un peine alargado con el
que ordenó el cabello de la princesa. Bella bajó la vista, aún amodorrada, y descubrió
que la habían lava do y perfumado. Sentía cierta embriaguez. Ha bían untado todo su
cuerpo con algún aroma dulzón que no le era desconocido. Su piel resplan decía. La
habían embadurnado con un pigmento dorado y fragante. ¡La fragancia era canela! Qué
agradable, pensó Bella. Notó el sabor de bayas frescas en sus labios. ¡Pero tenía tanto
sueño! Casi no podía mantener los ojos abiertos. Por todos lados, a su alrededor, varios
príncipes y princesas dormían en ese mismo pequeño cuarto, débilmente iluminado. ¡Y
allí estaba Tris tán! Con una perezosa oleada de excitación intentó acercarse a él, pero el
asistente de piel oscura se lo impidió con una gracia felina. Sus gestos urgen tes y las
expresiones de su rostro hicieron saber a Bella que debía permanecer muy quieta y ser
bue na. Con un mohín exagerado y moviendo el dedo, la regañó. Luego echó una ojeada
al dormido príncipe Tristán y, con la misma ternura exquisita, aquel joven acarició el
sexo desnudo de Bella dán dole una palmadita, mientras él asentía sonriendo.
Bella estaba demasiado cansada para hacer otra cosa que observar la escena llena de
admiración.
Todos los esclavos estaban perfumados y emba durnados con perfume. Parecían
esculturas dora das sobre sus lechos de satén.
El muchacho peinó la melena de Bella con tal cuidado que la princesa no sintió el
menor tirón ni enredo. Le cogió el rostro entre las manos y lo acunó como si se tratara
de un objeto precioso.
Luego volvió a acariciarle el sexo del mismo modo amoroso, con palmaditas, y esta vez
lo desper tó y sonrió alegremente a Bella con el pulgar pe gado a los labios de ésta como
si quisiera decirle:
«Sed buena, pequeña.»

esquimala
12-11-2011, 09:18:17
De pronto aparecieron más ángeles. Media docena de esbeltos jóvenes de piel
aceitunada y con las mismas sonrisas corteses se acercaron a Bella, le levantaron los
brazos por encima de la ca beza, obligándola a juntar los dedos, la pusieron en pie y la
tumbaron para llevársela. Notó aque llos dedos sedosos sosteniéndola por los codos
hasta levantarla y, mirando vagamente los bajos techos de madera, sintió que la subían
por una es calera hasta otra habitación donde resonaba la charla de voces extranjeras.
Por encima de ella, vio un tejido brillante dies tramente adornado con colgaduras y
formado por una franja de color rojo intenso que estaba cubier ta de pequeños e
intrincados pedazos de oro y cristal. Percibió también un intenso aroma a in clenso.
De pronto la instalaron sobre un almohadón de satén mucho más grande y mullido,
estirándole los brazos por encima de la cabeza hasta donde llegaban sus dedos.
Hizo un mínimo ruido que provocó el pánico en sus angelicales capturadores, quienes
una vez más se llevaron sus dedos a los labios mientras sa cudían la cabeza como señal
de advertencia ominosa.
Entonces se retiraron y Bella descubrió ante sí un círculo de rostros masculinos, con las
cabezas envueltas en turbantes de seda de brillantes colo res y las manos enjoyadas.
Todos ellos gesticula ban mientras hablaban entre sí, al parecer discu tían y regateaban.
Alguien le levantó la cabeza, la cogió del pelo y la examinó con dedos cuidadosos,
pellizcándole suavemente los pechos antes de palmotearlos. Otras manos le separaron
las piernas y, con idén tico esmero y unos modales casi delicados, unos dedos abrieron
los labios púbicos e hicieron girar el clítoris como si se tratara de un cascabel o una uva,
mientras a su alrededor continuaba la ani mada conversación. Bella intentaba
mantenerse quieta, observaba los rostros barbudos, las rápidas miradas negras mientras
las manos seguían examinándola como si tuviera un objeto suma mente valioso y muy
frágil.
Pero la vagina bien enseñada de la muchacha se contrajo, segregó sus fluidos y los
dedos recogieron la humedad que brotaba del interior de su cuerpo. Le azotaron los
pechos otra vez y gimió, aunque tuvo la precaución de no abrir la boca.
Cerró los ojos mientras le sondeaban incluso los oídos y el ombligo, y le examinaban
los pies y los 4 dedos.
Cuando le separaron los labios y le abrieron la boca se sobresaltó y dejó escapar un
suspiro. Parpadeó, y de nuevo sintió un fuerte sopor. La estaban volviendo boca abajo.
Las voces parecían hablar más fuerte, mientras media docena de manos le apretaban las
ronchas y la intrincada maraña de marcas rosadas que con toda seguridad le cubría las
nalgas. Por supuesto, iban a abrirle el ano. Entonces se debatió un poco, cerrando de
nuevo los ojos con la mejilla apoyada sobre el delicioso sa tén. Unos pocos cachetes
hicieron que se espabilara de nuevo.
Cuando volvieron a ponerla boca arriba vio los gestos de beneplácito. El hombre
situado en el centro, a su derecha, le sonrió y palmeó su sexo en señal de aprobación.
Luego, los muchachos ange licales la levantaron otra vez.
«He pasado algún tipo de examen», pensó.

esquimala
12-11-2011, 09:18:54
Pero estaba más desconcertada que asustada. Se sentía sedada, casi incapaz de recordar
sus propios pensamientos. El placer reverberaba zumbando en su cabeza como el eco de
una cuerda de laúd al ser pulsada.
La habitación a la que la llevaron en esta ocasión era diferente.
¡Qué cosa tan extraña y maravillosa! La ocu paban seis largas jaulas de oro. En el
extremo de cada una había un gancho del que colgaba una pala dorada, delicadamente
esmaltada, con ellar go mango entretejido con hilo de seda. El colchón que había en el
interior de cada jaula estaba forrado de satén celeste. Mientras la introducían en uno de
estos recintos se percató de que el lecho estaba cubierto de pétalos de rosa, que
desprendían un penetrante perfume. La jaula era lo suficientemente alta como para
sentarse, si es que era capaz de recuperar el vigor. Sería mejor dormir, como le
indicaban los asistentes. Por supuesto, compren dió el motivo de que le ajustaran una
preciosísima malla dorada sobre la vagina, con la que fajaron el húmedo clítoris y los
labios púbicos. Luego le su jetaron la prenda alrededor de los muslos y cade ras con
delicadas cadenas doradas. No podía tocarse el sexo. No, no debía hacerlo. Nunca se lo
habían permitido, ni en el castillo ni en el pueblo.
La puerta de su aposento se cerró con un tintineo y la llave giró en la cerradura. Bella,
bañada en un calor sumamente sensual, dejó caer los párpados de nuevo.
Más tarde, en algún momento, abrió los ojos, aunque no podía moverse en absoluto. Vio
que introducían a Tristán en la jaula que se prolongaba formando un ángulo desde los
pies de la suya; aquellos encantadores hombres eran hombres, no muchachos, tan
pequeños y delicados daban palmaditas a los testículos y el miembro de Tristán con sus
oscuros y lánguidos dedos. Le ajustaron a su vez una de aquellas preciosas mallas de
protec ción, y ¡qué grande era! Luego vislumbró por un instante el rostro de Tristán,
totalmente relajado, dormido e incomparablemente hermoso.

CANTI*
12-11-2011, 12:15:10
exelente..... el rencuentro con tristan....
bella me sorprendio con su respuesta que le gusta que la maltraten cada vez mas....
cosa tan extraña de ella....
esperemos a ver que sigue pasando con este relato....

y esquimala??? por que te cambiaste el nombre???
buen avatar.... ahora trabaja en la firma...
hay un taller de firmas en donde te enseñan a hacerla o te la hacen....
cuidate

CANTI*
12-11-2011, 12:32:10
ok....me falto leer esta ultima pagina....jejejej...
pero vea pues........
quienes seran estos hombres....
estoy mas intrigado que nunca con este relato...
que pasara de ahora en adelante....
como sera la vida con estos nuevos personajes????
esperando mas del relato

aaahh y ya vi tu firma...jejeje...
solo me faltaba actualizar ...jejeje
cuidate y un abrazo...

esquimala
15-11-2011, 10:01:22
Gracias Canti por todos tus comentarios.
Me alegra que te gute el libro
Me alegra que te guste el avatar
Me alegra que te guste la firma... jejejeje
Te dejo otro poquito... que lo disfrutes.... jajajaja

esquimala
15-11-2011, 10:03:06
OTRA VUELTA DE TUERCA
Tristán:
Vi que Bella se debatía en sueños, pero no se despertó.
Yo estaba sentado en mi jaula, totalmente con centrado, con las piernas cruzadas y los
ojos fijos en el techo de la sala.
Media hora antes, un barco nos había hecho señales para que nos detuviéramos, estaba
seguro de ello. Habíamos echado el ancla y alguien que hablaba nuestra lengua subió
abordo.
No fui capaz de entender las palabras, aunque identifiqué la familiaridad de su tono e
inflexión.
Cuanto más escuchaba la conversación, más con vencido estaba de que no había ningún
intérprete.
Tenía que tratarse de un hombre de la reina, que a su vez conocía el idioma de los
piratas.
Bella se incorporó por fin. Se estiró como un gatito y al reparar en el pequeño triángulo
de me tal que tenía entre las piernas, pareció recordarlo todo. Se movió con gestos
inusualmente lentos, se apartó el largo pelo liso y se aclaró la vista, parpadeando ante la
única linterna que colgaba del bajo techo. Luego me descubrió:
Tristán susurró. Se sentó y se agarró a las barras de la jaula.
¡Chist! Señalé el techo de madera. En un susurro apresurado le expliqué lo del barco
que había abarloado y el hombre que había subido a bordo.
Estaba segura de que nos alejábamos de la costa dijo ella.
En la jaula situada debajo de Bella, el príncipe Laurent, el pobre fugitivo, continuaba
durmien do, y en la de arriba dormía el príncipe Dimitri, un esclavo del castillo que
habían mandado al pueblo el mismo día que a nosotros.
Pero ¿quién ha venido a bordo? preguntó
Bella entre susurros.
¡No habléis, Bella! le volví a advertir.
Pero no servía de nada. Yo no conseguía descifrar lo que estaba sucediendo, excepto
que pasaba algo que creaba tensión.
La expresión del rostro de Bella era de lo más inocente, la loción coloreada de oro
resaltaba seductoramente cada detalle de sus formas. Parecía más menuda, redonda y
más próxima a la perfec ción. Acurrucada en la jaula, semejaba una exótica criatura
importada de un tierra lejana cuyo desti no fuera embellecer un jardín de placer. De
hecho, todos debíamos de parecerlo.
¡Quizás haya alguna posibilidad de que nos rescaten! exclamó Bella llena de inquietud.
No sé respondí. ¿Por qué no había ningún soldado? ¿Por qué se oía sólo aquella única
voz? No podía asustarla diciéndole que entonces éramos cautivos de verdad, en vez de
valiosos tri butos protegidos por la reina.
Laurent estaba volviendo por fin en sí y se incorporó lentamente a causa de las heridas
que cu brían todo su cuerpo. Su aspecto, con el ungüento dorado, era tan espléndido
como el de Bella. De hecho, constituía un espectáculo verdaderamente singular: todas
aquellas magulladuras y cardenales resaltados por el color dorado hasta convertirlos casi
en algo puramente ornamental. Tal vez nuestras propias erupciones y cardenales no
habían sido otra cosa que puros ornamentos. El cabello, que cuando estaba en la cruz de
castigo se veía tan descuidado, aparecía arreglado y formaba espléndidos rizos castaño
oscuro. Parpadeó varias veces al dirigir la vista hacia mí, intentando despertar del sueño
narcotizado.
Le puse rápidamente al corriente de lo que es taba sucediendo y señalé el techo. Los tres
nos quedamos escuchando aquella voz, aunque no creo que ninguno de ellos la oyera
con más clari dad que yo.
Laurent sacudió la cabeza y se recostó.
¡Vaya aventura! dijo lentamente, casi con indiferencia.
Bella sonrió sin querer al oír sus palabras y lo miró tímidamente. Yo estaba demasiado
furioso para hablar. Me sentía impotente.
Callad advertí. Me arrodillé y me aferré a los barrotes. Alguien viene. A través de la
bodega llegaba una vibración sorda.
La puerta se abrió y dos de los muchachos vestidos de seda que se habían ocupado de
noso tros entraron en la habitación. Traían unas pequeñas lámparas de cobre con forma
de barquitos.
Entre los dos jóvenes se encontraba un noble alto, de cabello gris y edad avanzada,
vestido con jubón y polainas, con la espada a un lado y la daga sujeta al grueso cinturón
de cuero. Recorrió con la vista la habitación, casi enfurecido.
El más alto de los dos muchachos trasmitió al noble un torrente de palabras extranjeras
expresadas en voz baja y él asintió mientras señalaba con expresión de enfado:
Tristán y Bella exclamó adelantándose y caminando por la habitación, y también
Laurent.
En ese momento, los muchachos de piel aceitunada mostraron inmediatamente su
desconcierto. Apartaron la vista y dejaron al noble a solas. Al salir, los esclavos
cerraron la puerta tras ellos.
Me lo temía dijo el lord de pelo gris. y
Elena, Rosalynd y Dimitri. Los mejores esclavos del castillo. Estos ladrones tienen buen
ojo. Liberaron a los demás en la costa en cuanto seleccionaron los buenos botines.
¿Qué va a sucedernos, milord? quise saber. Estaba claro que su actitud era de
exasperación.

esquimala
15-11-2011, 10:04:07
Eso, mi querido Tristán está en manos de vuestro amo, el sultán respondió el lord.
Bella soltó un grito sofocado.
Sentí que mi rostro se endurecía. La rabia me inundó y me silenció por un momento en
que miré fijamente al noble.
Milord pregunté con voz temblorosa de furor, ¿ni siquiera vais a intentar salvarnos?
En mi imaginación apareció la figura de mi señor, Nicolás, arrojado sobre las piedras de
la plaza, mientras el caballo nos llevaba lejos sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo.
Pero eso no representaba ni la mitad de mis inquietudes. ¿Qué nos deparaba el futuro?
He hecho todo lo que está en mis manos respondió el noble acercándose a mi jaula.
He exigido una enorme compensación por cada uno de vosotros, pero el sultán está
dispuesto a pagar lo que sea por esclavos de la reina con buenas curvas, piel suave y que
estén bien adiestrados; aunque también es cierto que le gusta su oro como a cualquiera.
En el plazo de dos años os devolverá bien alimentados, en buen estado de salud y sin
mancillar, o perderá para siempre de vista su oro. Creedme, príncipe, se ha hecho
cientos de ve ces anteriormente. Si no hubiera interceptado su embarcación, sus
emisarios y los. nuestros tam bién se hubieran entrevistado. No quiere enfrentamientos
con su majestad. No corréis peligro.
¡Peligro! protesté. Vamos de camino a una tierra extranjera donde...
Silencio, Tristán ordenó el noble con firmeza. Fue el sultán quien inspiró en nuestra
reina la pasión por las víctimas del placer. Fue él quien envió los primeros esclavos a la
reina y le explicó los cuidados con que había que tratarlos.
No sufriréis ningún daño grave. Aunque, naturalmente... naturalmente...
Naturalmente, ¿qué? exigí saber.
Seréis más abyecto prosiguió el lord con un leve encogimiento de hombros que denota
ba inquietud, como si no pudiera explicarlo del todo. En el palacio del sultán ocuparéis
una posición muy inferior. Por supuesto, seréis los ju guetes de vuestros amos, pero
juguetes muy pre ciados. A partir de ahora no os tratarán como seres inteligentes sino
que os adiestrarán como si fueseis valiosos animales. Por Dios, jamás habléis ni
mostréis otra cosa que el más simple de los en tendimientos.
Milord interrumpí.
Como veis continuó él los ayudantes ni siquiera permanecen en la habitación si alguien
os habla como seres racionales. Les parece demasiado incongruente e impropio. Se
retiran por no presenciar la desagradable visión de un esclavo al que se trata como...
como aun ser humano susurró Bella.
Le temblaba el labio inferior y apretaba con fuer za sus pequeños puños en torno a las
barras, pero no lloraba.
Sí, exactamente, princesa.
Milord entonces yo ya estaba furioso. Vuestro deber es rescatarnos, estamos bajo la
protección de su majestad! ¡Esto vulnera todo pacto!
Inaceptable, querido príncipe. En la complejidad de los intercambios entre grandes
poten cias deben sacrificarse ciertas cosas. Os enviaron a servir, y es lo que haréis en el
palacio del sultán.
No dudéis en ningún momento de que vuestros nuevos señores os guardarán como un
tesoro.
Aunque el sultán tenga muchos esclavos de su propia tierra, los príncipes y princesas
cautivos son para él una especie de lujo especial, una gran curiosidad.
Me sentía demasiado indignado y frustrado para seguir hablando. Era inútil. Nada de lo
que dijera iba a cambiar la situación. Estaba preso como una criatura salvaje y mi mente
se quedó blo queada en un miserable silencio.
He hecho cuanto he podido dijo el lord retrocediendo unos pasos para dirigirse también
a los demás esclavos.
Dimitri se había despertado y permanecía apoyado en el codo, escuchando atentamente.
Me ordenaron que obtuviera una disculpa por el ataque continuó ellord y una elevada
compensación. He conseguido más oro del que esperaba. Se acercó a la puerta y apoyó
la mano en el picaporte. Dos años, príncipe, no es tanto.
Cuando regreséis, vuestro conocimiento y expe riencia tendrá un valor incalculable en
el castillo.
¡Mi amo! exclamé de pronto. Nicolás, el cronista de la reina, decidme al menos si sufrió
algún daño durante el ataque.
Está vivo y, con toda probabilidad, enfrascado en su trabajo, preparando para su
majestad el relato escrito del ataque. Se lamenta amargamente por vos. Pero no se puede
hacer nada. Ahora debo dejaros. Sed valientes y listos, listos sobre todo para fingir que
no sois listos, que no sois más que un abyecto montón de pasión siempre dispuesto a
manifestarla.
Salió a toda prisa.