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proyectofenix
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Predeterminado Respuesta: Joyas malditas

• GRAN DIAMANTE... ¿GRAN GAFE?
Otra joya con muy mala reputación es el diamante Hope. Como en los casos anteriores, la leyenda cuenta que un gran diamante azul de 112 quilates fue robado de una estatua de la diosa Sita y acabó en las manos de un tratante de joyas francés llamado Jean-Baptiste Tavernier, quien lo vendió en 1668 al rey Luis XIV. Se dice que Tavernier acabó sus días en Rusia, arruinado y devorado por una manada de perros salvajes, y que su muerte fue la primera de una serie de tragedias que afectaron a diferentes miembros de la Corte francesa hasta culminar en la Revolución Francesa y la desaparición de la monarquía. En algún momento de septiembre de 1792 el diamante y la mayoría de las joyas de la Corona fueron robados del Garde-Meuble, donde habían sido depositados por los revolucionarios. El diamante azul fue llevado a Londres, donde, para evitar su identificación, fue cortado por un joyero holandés llamado Wilhelm Fals, cuyo hijo, Hendrick, se lo robó, causándole tal pesar que murió poco después deprimido y arruinado. Hendrick se lo vendió a un tal Francois Beaulieu y acabó suicidándose en 1830 a causa de los remordimientos. A su vez, Beaulieu se lo ofreció a un joyero llamado Daniel Eliason y acabó sus días muriendo de hambre en un cuartucho del Soho. El 19 de septiembre de 1812 el joyero londinense John I-'rancillion redactó una memoria en la que se documentaba la presencia en la ciudad de un diamante azul de 45,52 quilates y se establecía que Eliason era su propietario legal. Curiosamente, la fecha de redacción era posterior en veinte años y dos días al momento en el que se había denunciado el robo de las joyas francesas ante la Asamblea Nacional, y es que, según sus leyes, el delito ya habría prescrito, algo que seguramente conocían muy bien los dos avispados tratantes. De ese mismo año es un documento firmado por Eliason en el que se deja constancia de su venta al rey Jorge IV, un hombre ciertamente desdichado: fue obligado a casarse con Carolina de Brunswick, una prima a la que detestaba, y acabó sus días convertido en un adicto al láudano y el alcohol, y lleno de deudas. Para pagarlas, el diamante fue vendido en 1830 al banquero Henry Philip Hope, de quien tomó el nombre. Después de su inesperada muerte en 1839 pasó a su sobrino Henry Thomas, un político fracasado que murió en 1862 con tan solo 54 años y que asumió la responsabilidad financiera de la construcción del Great Eastem, el más maldito de los barcos, al que también pareció afectar la funesta influencia del diamante. Después lo heredó su hija, Hen-ríetta, una mujer que tuvo que sufrir a su marido, el Conde de Lincoln, "jugador y de una familia de borrachos, drogadictos, vividores y extraños travestidos".
A su muerte pasó a su hijo, lord Francis Hope, que dilapidó la fortuna familiar en el juego y tuvo que soportar la vergüenza de ver cómo su mujer -una actriz llamada May Yohe- lo abandonaba en 1902 por el millonario Putnam Strong. Intentando rentabilizar la maldición, Yohe contrató en 1920 a Henry Leyford Gates para que la ayudara a escribir el guión de una película que fue exhibida en forma de un serial de 15 episodios titulado Tfie Hope Diamond Mistery, en el que ella misma interpretaba a lady Hope. Como no podía ser de otra forma, fue un rotundo fracaso. También publicó un libro con el mismo título que salió -» en diferentes periódicos en forma de entregas y que contribuyó a popularizar la historia del diamante maldito. Después de varios fracasos sentimentales y de tener que desempeñar trabajos tan impropios de su pasado como los de fregona, ama de llaves, portera y, en sus últimos días, encuestadora para una agencia estatal de desempleados por 16,50 dólares a la semana, May Yohe murió en Boston el 28 de agosto de 1938.

Lord Francis vendió el diamante a Simón Frankel, de Joseph Frankel's and Son, de Nueva York. La firma atravesó serias dificultades financieras y tuvo que deshacerse de la piedra, que pasó a manos de Jacques Colot, que se suicidó en el curso de una experiencia aluci-natoria con absenta. Su siguiente dueño fue el príncipe ruso Iván Kanitovski, que se lo prestó a su amante, una bailarina del Folies-Bergéres llamada Lorens Ladue a la que, en un arrebato de celos, mató su pareja, Emil Etard, disparándola mientras bailaba en el escenario con el diamante brillando entre sus senos desnudos.
Poco después de recuperar la gema, el príncipe murió a manos de un grupo de anarquistas. Su nuevo dueño fue el joyero griego Simón Maoncharídes, que murió en compañía de su mujer y su hija tras caer su coche por un precipicio. El diamante fue entonces adquirido por el sultán turco Abdul Hamid II, quien se lo regaló a su favorita, Subaya. La mujer murió apuñalada y el sultán fue derrocado el 27 de abril de 1909.
Dos años más tarde el diamante se convirtió en propiedad del famoso joyero Fierre Cartier. Este se lo ofreció a la millonaria heredera Evalyn Walsh McLean, que se había encaprichado de él después de verlo en el palacio del sultán en Constantinopla y que en aquellos momentos se encontraba en París en viaje de bodas. Cartier le advirtió sobre la maldición, así que lo primero que hizo Evalyn Walsh fue ordenar que lo bendijeran, lo cual no sirvió de mucho. Su hijo mayor, Vinson, murió a los nueve años en un accidente de coche; su esposo, Ned, la engañó con otra mujer, dilapidó su fortuna y murió en un sanatorio mental a causa de su alcoholismo; se vio obligada a vender el periódico familiar, The Washington Post y, en 1946, a los 25 años, su hija murió de una sobredosis de somníferos. Ella misma se volvió adicta a la morfina. Cuando falleció, en 1947, el diamante y toda su fabulosa colección de joyas fueron puestos a la venta para pagar sus enormes deudas. Dos años más tarde fueron adquiridos por el joyero neoyorquino Harry Winston. En 1958 donó el diamante Hope al Museo Smithsonian de Historia Natural de Washington D.C., donde puede verse en la actualidad.
Según declaró Winston, no creía en la maldición ni deseaba librarse de él, sino iniciar una colección nacional de joyas al estilo de la de la Corona británica. Sin embargo, no lo llevó en persona: ¡lo envió por correo aéreo! Y es que en el caso de las joyas malditas, toda precaución es poca...

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