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Shocked Socialismo venezolano: incompatible de nacimiento Calificación: de 5,00

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“Ser rico es malo…los ricos me atacan porque yo digo eso, pero yo digo que es malo”.
Hugo Chávez, 30 de abril de 2009
Prólogo
Desde hace 14 años, los actuales “líderes” de Venezuela han pregonado a los cuatro vientos las bondades del socialismo, así como su urgente aplicación en el país. No obstante, quien escribe considera que la implantación de este sistema es en el mejor de los casos muy difícil de instaurar, dada la idiosincrasia que ha imperado en el país desde tiempos remotos y que aún se mantiene, pese a todo. En las siguientes líneas comparto con ustedes mi reflexión acerca del porqué ese sistema fracasará en su aventura nacional, y la causa no la centro en basamentos ideológicos, sino en las características sociales que han imperado, e imperarán en Venezuela en los próximos tiempos.
No intento apoyar o defender las costumbres existentes, sólo traerlas a flote para exponer mi hipótesis.
Capítulo único
Desde el inicio de sus tiempos, Venezuela ha sido un lugar que como muchos otros, ha preferido lo bueno, lo exclusivo, lo diferenciador del resto. Siempre ha habido esa necesidad de surtirse o contar con productos y servicios que separen a sus dueños de las masas y creen esas barreras invisibles entre los habitantes del país.
Este tema no es nuevo, sino que se remonta hasta la colonia. Los añejos y románticos libros de historia escolar siempre nos hablaron de los blancos peninsulares y criollos, quienes siempre detentaron el poder político y económico, superando en privilegios y derechos a las demás clases sociales existentes. Por si se ha olvidado, Bolívar y Sucre provienen de ese sector, cuyas familias amasaron enormes fortunas al venirse al Nuevo Mundo.
Como clase social podían “sacar la gracia”, comprar indulgencias, tener esclavos, viajar a España u otros países, y vestir las mejores telas. Estos “derechos” no los tenían los pardos, indios, mulatos, zambos o demás grupos, aunque siempre existió en ellos ese deseo intrínseco de disfrutar de esos beneficios. Boves, Páez y hasta la ficticia Xica Da Silva en Brasil son ejemplo de esto.
El paso de las décadas no trajo grandes cambios a este esquema. Con la independencia instaurada, ya no se trató de españoles, esclavos y manumisos, sino de habitantes de una naciente república. No obstante, y como muy bien me explicó Juanita Buchholz (estadounidense de nacimiento pero venezolana por decisión, y la mejor enseñante de historia patria que he tenido en mi vida), no todos gozaban de los mismos derechos. Elías Pino Iturrieta, historiador, activista político, y sobrino de Amelia, hizo referencia a esto en uno de sus excelentes libros.
La ciudadanía venezolana se debía adquirir (no “adquerir” como dijo uno por ahí), y para ello era necesario tener dinero, y mucho. El deseo colectivo era formar parte de ese conglomerado de “venezolanos por papel”, los cuales gozaban de beneficios importantes y eran bien vistos por la sociedad. Por el contrario, quienes no contaban con esa condición, eran relegados a segundo plano y dejados a su suerte en caso de algún problema. No existían.
Para finales del siglo XIX estas diferencias, aunque menos sensibles, fueron intencionalmente conservadas por la clase dominante, a fin de preservar su poder, sus propiedades y sus ventajas. En esos tiempos, el afán por llenarse de elementos que aumentaran el abolengo, el refinamiento o la sintonía con las modas reinantes estaba a flor de piel.
En los gobiernos de Antonio Guzmán Blanco, tanto “El Ilustre Americano” como las clases dominantes crearon una ola de afrancesamiento nacional, donde todo lo originario de ese país europeo era absolutamente necesario.
Fusiles, carruajes, acabados arquitectónicos, telas, vestidos, y pinturas formaron parte de la adoración. Quien no tuviera algo “hecho en Francia” estaba hors (fuera). Durante esos días de frenesí galo (según el venezolano Ángel Rosenblat), Guzmán exigió de manera enfermiza a su servidumbre un cuidado especial de su pintura, creada por cierto paisajista parisino.
La mención repetitiva del apellido del autor, Jean Baptiste Corot, sumada al desconocimiento de los menos favorecidos, provocó que éstos deformaran la palabra a “coroto”, término que hoy en día sigue siendo empleado para referirse a pertenencias, o a la Presidencia de la República.
La devoción por lo europeo y por contar con objetos cada vez más exclusivos y modernos llegó a límites insospechados, y la República se endeudó no sólo con Francia, sino con Alemania, Italia y otros países, haciendo que el comienzo del siglo XX fuese un episodio amargo debido a un bloqueo de las costas venezolanas en 1902. Sin embargo, este hecho no hizo mella en el afán del venezolano para buscar siempre lo mejor.
Vivir bien pese a todo
La dictadura de Juan Vicente Gómez fue un episodio donde la pobreza nacional más la dureza del régimen sofocaron gran parte de la salida del país y del deseo de comprar cuanto cachivache viniera de Europa o Norteamérica. Pese a esto, el deseo por llenarse de recursos y de diferenciarse de los demás sí se vio, pero en el “Benemérito”.
En 1935, el año final de su mandato, Gómez hizo alarde del dinero que tenía y obligó al cantante Carlos Gardel a que le cantara en su residencia de Maracay. Gardel, consciente de la dictadura que reinaba en Venezuela, no tuvo opción sino ir a la sede del tirano a dedicarle unos tangos. Sabedor de que a Gómez le gustaban las peleas de gallos, el “Morocho del Abasto” le dedicó “Pobre Gallo Bataraz”, que habla sobre la vejez y pérdida de aptitudes de pelea de dicho ejemplar alado. A Gómez no le gustó mucho la canción, la asumió como indirecta, pero igual se rió y sin temblarle el pulso le regaló al intérprete 10 mil bolívares, una fortuna para la época.
Para los 50, el fervor por mejorar del venezolano volvió a la carga de manos de Marcos Pérez Jiménez. Militar andino proveniente de una estirpe selecta, el dictador simplemente no toleró que la infraestructura nacional estuviese en el piso y destinó grandes sumas de dinero en obras que aún hoy se siguen usando. Carreteras, puentes, hospitales, conjuntos habitacionales, hoteles, teleféricos…todo para aumentar la calidad de vida del venezolano, al menos mientras no dijera nada contra el gobierno. Se enseñó a la población a vivir bajo un nuevo estándar, un estilo que llamó la atención de varios más allá de las fronteras.
Donde verdaderamente se vivió una orgía de gasto, que demostró el amor nacional por rodearse de artículos y objetos suntuosos vino en los 70. Con la nacionalización del petróleo en 1974, el país ingresó a una etapa conocida como la “Venezuela Saudita”.
Las ingentes cantidades de dinero que entraron al país despertaron en la población los sueños más visionarios o absurdos de satisfacer sus necesidades…o caprichos. Viajes reiterados a Estados Unidos y Europa, inversiones, compra de dólares, adquisición de viviendas en el país y en el norte, derroche en unos y planificación en otros. La era del “Ta barato dame dos” estaba en su apogeo.
Ahí fue donde se manifestó, ahora a escala general, el mismo amor por lo bueno, por el lujo, por diferenciarse, existente desde los días decimonónicos. Quien tenía el dinero para hacerse exclusivo no lo dudó, y quien no lo tenía, hizo todo a su alcance para formar parte del club. La Venezuela Saudita no duró mucho, y tras años de endeudarse y gastar, el país quedó con una economía deplorable, obligando a devaluar y a apretar el freno.
En varios de los gobernantes de la época, desde Pérez Jiménez hasta Rafael Caldera, todos se dejaron llevar por casos de corrupción y despilfarro. El “Viernes Negro”, la compra de los Jeeps, el peculado perezjimenista, la partida secreta de 250 millones de bolívares de los viejos, y la quiebra de varias instituciones financieras en los 90 son algunos ejemplos.
Mientras tanto, la población siguió con el mismo software. Viajar en lo posible, comprar cosas nuevas, gastar las utilidades y el sueldo en electrodomésticos o ropa, y no descuidar la estrecha alianza con el elixir escocés que tanto aprecio genera en nosotros.
Algunas modas, como aquella del afrancesamiento guzmancista, aparecieron en la sociedad. Mientras que las clases más pudientes o media alta se guiaban por las hombreras, los artistas extranjeros o por tradiciones ajenas como Halloween, las menos beneficiadas no se quedaron atrás. Ejemplo de esto es la subcultura de los “Jordan”, enraizada en los barrios y zonas populares, donde sus habitantes gastaban considerables sumas para comprarse los zapatos originales de sus estrellas de basketball del momento: Michael Jordan, Patrick Ewing, Anthony Mason o Charles Barkley.
Sociológicamente era un caso interesante. Gente que vivía en zonas con grandes necesidades, pero que arriesgaban hasta su propia vida por tener el calzado. Y después de allí, venía la chaqueta/chamarra, la camiseta, los shorts, el peinado y el status.
Recuerdo que un ayudante que tuvo papá en el negocio de computación que manejaba en ese entonces fue uno de los casos. Vivía en una zona de clase media baja, donde hay delincuencia y pobreza. Pero un día llegó orgulloso y campante usando sus zapatos originales, réplicas de los de Anthony Mason. Había reunido por mucho tiempo, hasta pidió prestado, no había terminado los estudios, pero tenía los “pisos”.
Cada cierto tiempo del día los limpiaba, los revisaba por si les había caído agua, eliminaba cualquier mancha y si llovía afuera, se colocaba bolsas plásticas sobre los zapatos para que no se mojaran. Era como un padre con un recién nacido. Mientras los tuvo, según contó, gozó del reconocimiento de sus amigos, y hasta novia consiguió. Pero un día llegando a su casa, un malandro lo encañonó y le quitó los zapatos. Fue un duro golpe para él, pero volvió a reunir y al tiempo apareció con otros, menos caché, pero en la misma línea. En fin, ¿entienden lo que quiero decir?
Sin importar el panorama adverso, el venezolano cuenta con un gusanito de mejorar, y éste no se muere, sino que hiberna esperando una nueva oleada para hacer de las suyas. La conducta del gusanito depende de los valores y principios que tengamos. Igual todos lo tenemos dentro, y si faltan más pruebas, siga leyendo.

La robolución socealesta
La historia la conocemos todos. En un marco de depresión económica y estallidos sociales, el golpista liberado de la cárcel (tremenda vaina que nos echó Caldera) entendió, al menos entonces, que cumplir las leyes era mejor. Así que Hugo Chávez se lanzó a la Presidencia y en 1998 ganó las elecciones para el período 1999-2004 (¡qué inocentes fuimos al creer que dejaría el poder ese año!).
El basamento fundamental de Chávez era acabar con las “cúpulas podridas” y establecer una revolución bolivariana que terminara con esas “conductas malsanas” que agobiaban a los venezolanos. Todo moral, todo sano, todo mentira…
En los primeros dos años de gobierno, y vuelvo, dadas las características socioeconómicas que hemos tenido siempre, las costuras de los integrantes del MVR (Movimiento Quinta República) comenzaron a verse. Escándalos de corrupción en el Plan Bolívar 2000, 70 mil millones de bolívares desaparecidos en las Megaelecciones de 2000, y proyectos que nunca se concretaron fueron los casos iniciales.
El gobierno mostró los mismos vicios del pasado. Chávez mandó a comprar un avión nuevo, el “chupadólares” Airbus A319CJ, porque decía que el anterior, el “camastrón” Boeing 737, no era cómodo ni se adaptaba a sus necesidades. Trajes de Clemens, yuntas/mancuernillas de oro, corbatas de seda, y millones de dólares en comida y excentricidades fueron justificados porque “eran para la imagen del Presidente”.


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