Algunos piensan que el debate de Iván Cepeda en el Congreso de la República sobre paramilitarismo fue inútil, que no hizo nada salvo daño, que no aportó textos o testimonios nuevos, y que sólo sirvió para ventilar rencores y abrir heridas viejas, pues nadie cambió de opinión ni modificó su posición original.
Discrepo. Pienso que el debate fue necesario y además útil, pues sirvió para asomarnos a una ventana (e incluso varias) y entrever el alma del país.
En efecto, a través de una primera ventana pudimos vislumbrar el fracaso colosal de la justicia en Colombia. En este debate del Congreso se recordaron, de una manera u otra, cada uno de los eventos más traumáticos que nos han sacudido en las últimas décadas: los crímenes de la guerrilla, la masacre del Palacio de Justicia, el origen de las autodefensas, el proceso 8.000, los homicidios del narcotráfico, sus tentáculos de amenazas y sobornos, la corrupción y la alianza de varios sectores de la sociedad, y las atrocidades de los paramilitares. Y lo que más sobresale de todos esos hechos es su absoluta falta de claridad jurídica, la escandalosa impunidad que los ha rodeado y la ausencia de una decisión cristalina y concluyente, de parte de la justicia, por esclarecer esos hechos, exonerar a los inocentes, castigar a los culpables y reparar a las víctimas. Existen pocas condenas en torno a esa vasta cantidad de crímenes, mientras la gran mayoría acumula polvo en los despachos judiciales, y por eso no hay claridad acerca de ninguno de los temas que se vieron en el debate. En una palabra: no ha habido justicia.
El debate también ofreció una segunda ventana para escudriñar la escalofriante violencia de nuestro pasado. Empezando por un detalle que en cualquier lugar civilizado resultaría asombroso: buena parte de quienes hablaron son víctimas directas de la violencia, ya sea guerrillera, paramilitar o fruto del narcotráfico. Nuestro pasado está bañado en sangre. Y peor: sangre inocente. Iván Cepeda, Álvaro Uribe, Yesid Reyes, Juan Fernando Cristo, los hermanos Galán y Rodrigo Lara son todos hijos de padres asesinados por la guerrilla, los paras o el narcotráfico. Sin embargo, a pesar de esas tragedias, hay un aspecto casi fecundo de esa situación: en otros países los legisladores tienen vivencias diferentes al grueso de la población. En Colombia, estas personas no son ajenas a la violencia que azota al resto del país. Más aún: son fruto de ella.
Por último, el debate nos brindó una ventana al alma del expresidente Uribe y pudimos ver sus auténticas convicciones. Él se define como un demócrata, pero en realidad él cree que está por encima de las reglas de la democracia. Uribe tiene muchas cualidades, como ya lo anoté en una columna anterior, pero a la vez tiene un defecto que pesa más que todas sus virtudes juntas: no es respetuoso del Estado de derecho. Eso se vio con claridad en el debate. El hecho de que él cree que puede hablar y no oír; que puede acusar, señalar y fustigar a los demás, pero, cuando debe escuchar, tiene derecho de irse del recinto, confirma que él carece de tolerancia, autocrítica y, en breve, espíritu democrático. En fin, el debate sirvió mucho, y más vale que miremos bien a través de estas ventanas para tratar de evitar repetir tanta injusticia, y tanta barbarie.