El gobernador que entregó su vida por la paz

De acuerdo. El perdón es un acto individual y voluntario. Lo que se resalta en estos momentos es que unas víctimas (no todas) han perdonado a sus victimarios. Es un ejemplo de que se puede construir la paz partiendo de lo que piensan, sienten y viven los que sufrieron en carne propia los horrores de la guerra.

Si el perdón fuera automático y colectivo, la paz llegaría en un abrir y cerrar de ojos y entraríamos de lleno al paraíso con sus ríos de leche y miel. Pero no. Es un proceso largo que viven las sociedades signadas por la violencia y demora generaciones, incluso siglos y hasta milenios.

La guerra con las Farc terminó (sigue la violencia aunque disminuida) pero sus efectos permanecerán por mucho tiempo, tanto que quizás se nos vaya todo este siglo tratando de olvidar lo que pasó y convenciéndonos de que un mejor futuro es posible si en vez de mirar hacia atrás lo hacemos hacia adelante.

Fíjese que nos demoramos un montón en superar el odio entre liberales y conservadores que dio origen a la guerra de mediados del siglo pasado, aunque sirvió de combustible para la guerra que hoy queremos dejar atrás.

Olvidar lo que guerrilla, paramilitares y agentes del Estado hicieron en este medio siglo es muy difícil. Pero un primer paso, el de dejarnos de matar, está tratando de darse. Esperemos que en estos próximos años al menos consigamos esto.

"Le style c"est l"homme même" (El estilo es el hombre), dijo hace mucho Georges-Louis Leclerc uno de los beneméritos de la Academia Francesa. Cuánta razón tenía.

Hay unos directos al escribir, hay otros ambiguos, unos satíricos y no faltan los de buen humor, los rígidos, los emocionales y los serios, con su carga de racionalidad a cuestas.

En lo personal, no sólo me divierte escribir como lo hago sino las reacciones de mis ocasionales lectores. Últimamente he sido declarado "comunista" y hoy, "llorón". Gracias por la sonrisa que me provocó.

Hace frío, el otoño está por terminar, pero el día gris de hoy ha sido agradable gracias a Denunciando y mis amables contradictores.

Alejémonos un poco, César, del bosque de epítetos e insultos. Hay que entenderlos. Desde que nacieron han escuchado que el mejor enemigo es el que está muerto y ahora cambiarles el chip es bien complicado. Enfundar el arma y extender la mano desnuda les da miedo. La desconfianza es su evangelio y sospechan hasta de su sombra.

Pensemos más bien en Guillermo Gaviria. En 2017, hablar de paz, pese a las agresiones de muchos, encuentra el respaldo en otros tantos, pero en tiempos de Gaviria, la guerra era el único camino y por ello, marchar por la concordia, era una soberana estupidez. Sin embargo lo hizo, contra viento y marea, e infortunadamente, se convirtió en una víctima más de la guerra.

Hoy, ocho años después, sus sueños no se antojan imposibles. Las Farc se desarmaron y la violencia disminuyó. Y es en este momento cuando la figura y el ejemplo de Gaviria nos invitan a persistir en el empeño de no cejar en la construcción de la paz, comenzando por nosotros mismos, en nuestro entorno, enseñando a nuestros hijos la tolerancia a las ideas ajenas.

No es fácil, pero como la gota de agua sobre la piedra, al final se pondrá a buen recaudo el odio y respetando nuestras diferencias construiremos un país donde matar sea una excepción y la inteligencia prevalezca sobre la fuerza bruta. Gaviria es nuestro ejemplo.

A diferencia suya yo si hablo con todo el mundo porque de cada quien aprendo. Y fíjese, tengo amigos uribistas y comunistas. Cada quien en su ley defienden a capa y espada su ideología. Yo los escucho con paciencia porque tenemos algo en común, Colombia.

Quizás, si estuviéramos en Colombia, seríamos más radicales, pero tenemos el privilegio (o la desventaja) de mirar los toros desde la barrera. La distancia nos sirve para ser tolerantes así de vez en cuando se suba la temperatura. Nos salva un pacto tácito que tenemos, discutir sin ofender porque la amistad prima.

Al amigo uribista le acepto que gracias a su líder las Farc perdieron el sueño de llegar al poder y debilitadas al extremo les tocó sentarse a conversar. La historia le reconocerá al hoy senador este logro histórico.

A mi amigo comunista igualmente le acepto que sin justicia social no se puede construir un buen país. Todos merecen tener oportunidades de progresar. Salud, educación, trabajo, son frentes que deben ser priorizados por los gobiernos para mejorar la calidad de vida de los más necesitados.

Pero difiero de ambos en el autoritarismo de sus ideologías. Creo que hay que profundizar la democracia y defender las libertades individuales del acoso estatal. Es difícil, lo sé, pero soy de los que creo que en nuestra querida Colombia todos cabemos.

Un saludo, apreciado sargento, no sin antes agradecer sus amables palabras que aunque tienen tintes castrenses, las respeto porque tanto usted como yo queremos lo mejor para este país. Diferimos en la fórmula, pero deseamos que el enfermo mejore como el propio Gaviria quería.