Hummer*mania

hummer es la nueva sensacion en china Hasta en un mundo que ya no se sorprende ante las ironías de la globalización, un acontecimiento reciente logró generar algo nuevo y asombroso: General Motors, que se encuentra en quiebra y lucha por reunir efectivo, acordó vender su división Hummer a una firma china.



Puede parecer incongruente que este guerrero de las rutas estadounidenses pase a un país en el que alguna vez mandaron las bicicletas y el colectivismo fue un principio
organizador. Sin embargo, sólo lo es hasta que se contemplan las realidades de la China moderna, donde los nuevos ricos de los crecientes suburbios instalan muebles de jardín en el interior de complejos inmobiliarios cercados y manejan autos de lujo. China parece decidida a alentar los mismos tipos de paisaje y de actitudes de consumo que crearon
el Hummer.



Más que un mero acontecimiento económico –el último indicio del ascenso de China y los problemas de los EE.UU.–, el acuerdo implica un momento cultural. No es casual
que una empresa china tome posesión de Hummer. Dado que China rompió consu pasado ideológico y llevó a cabo una notable modernización de sus ciudades, habría sido
razonable esperar que tomara a Europa o a Japón como modelos de planeamiento urbano.

Como Japón –que cuenta con una de las redes ferroviarias más sofisticadas del mundo–
China tiene una gran densidad demográfica y depende de la importación de petróleo. Al
igual que en Europa, las grandes ciudades de China están rodeadas por tierras agrícolas productivas, lo que indica que es prudente impulsar un crecimiento muy concentrado.

En lugar de ello, como los estadounidenses, China hizo del automóvil el centro de la
vida contemporánea. Las aspiraciones de muchos chinos pasan ahora por la propiedad de un auto. En un país donde tanta gente recuerda con amargura los días disciplinados
del maoísmo y donde el transporte público sigue significando hacinarse en omnibús y trenes, el auto se convirtió en un vehículo para los sueños.

“¿Por qué quieren un auto?”
le pregunté en 2002 a una pareja de profesionales jóvenes en una concesionaria de Pekín. La pregunta hizo que la mujer me mirara con irritación, como si yo estuviera adoptando una actitud condescendiente. “Por lo mismo que ustedes quieren un auto”, dijo. “Queremos lo mismo que ustedes.” En momentos en que manejar dejó de ser sólo una manera de llegar a un lugar y se convirtió en una forma de vida, la venta de autos en China creció entre un 20 por ciento y un 30 por ciento por año desde 2005. Por primera vez en la historia, en enero las ventas mensuales de vehículos en China superaron a las de EE.UU. De todos modos, sería un error –aunque tentador– considerar que China es una especie de reedición
de los suburbios estadounidenses de la década de 1950, la época anterior a que nos habituáramos a términos como “cambio climático” y “recurso no renovable”. China
se dispone a imponer normas de eficiencia de combustible más estrictas que las de los EE.UU., así como a desarrollar autos híbridos.

La mayor parte de los propietarios de autos se inclina por modelos más chicos y baratos. El auto, sin embargo, se transformó en un símbolo de estatus y lo hizo de una forma que choca con la historia antiimperialista del país: el Cadillac, ese emblema del éxito capitalista estadounidense, ahora se fabrica en China, así como también el Audi y el Buick. En la nueva división social china, la clase media prefiere los vehículos económicos de motor chico, mientas que los ricos tienen control de clima automático en sus
autos de lujo.



Todo eso hace que, en realidad, parezca muy adecuado que Hummer se convierta en una
marca china. Es un vehículo de alto consumo y bajo rendimiento, que sólo sirve como pasatiempo, por lo que EE.UU. lo fue abandonando por considerarlo un signo de decadencia. China, donde se impulsa el consumo y hace mucho que se abandonó la prudencia colectiva, tratará de ganar dinero con la venta de esas bestias enormes.

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fuente: the new york times

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