una puta en mi casa

Desde el primer día supe que tendría una auténtica puta en mi casa y que acabaría follándola todo lo que quisiera.


Me la presentó mi mujer cuando llegué a comer a casa:
– “Cariño, te presento a Iridia, la nueva asistenta. Es de Serbia. Este es mi marido Iridia, no le verás mucho porque se pasa el día trabajando, pero ten preparado el desayuno por las mañanas sobre las 7 y media que se levanta antes de marchar”.
Lo primero que vi fue una mujer de unos 30 años, castaña con ojos azules, bastante alta y con unos pechos muy prometedores debajo del uniforme. Según seguí mirando hacia abajo pude ver claramente como se le transparentaba un tanga negro debajo del uniforme y unas piernas preciosas. Supe que sería una auténtica puta cuando la volví a mirar a los ojos y observé que me miraba directamente con misterio.


Los primeros días fueron poco a poco dejando paso a la rutina. Yo me levantaba para ir al trabajo pronto, Iridia me preparaba el desayuno, me despedía y no volvía hasta por la noche. Mi mujer también trabaja así es que la asistenta se encargaba todo el día de la casa y de cuidar de nuestro pequeña hija. Yo poco a poco empecé a tomarme confianzas con Iridia por las mañanas sobre todo después de ver cómo siempre dejaba transparentar sus bragas y pechos por debajo del uniforme.


Como a las dos semanas de que estuviera trabajando allí empecé a mirarla por las mañanas sin ningún tapujo los pechos y culo cada vez que me daba la gana. Ella se daba cuenta perfectamente y de hecho facilitaba mi visión cada vez que podía. Cuando me servía el café bajaba los pechos hasta la altura de mi cara para que los viera bien o ponía el culo en pompa cada vez que tenía que acercar algo.


Como nunca he sido hombre de muchas palabras, una mañana me levanté, bajé a desayunar en pijama y cuando me la encontré preparando el desayuno me coloqué a su lado y empecé a magrearle el culo suavemente por encima del uniforme. Qué culo tenía la muy puta. Espectacular. Redondo y duro como una adolescente. Lo que más me sorprendió fue que ni se inmutó. Le estuve tocando el culo un buen rato hasta que me decidí meterle mano directamente, le levanté el uniforme y le acaricié directamente el culo y el tanga negro que llevaba esa mañana.


A ella le gustaba porque de vez en cuando hacía pequeños movimientos de placer hacia atrás para pegarse aún más a mi mano. Fue cuando decidí meterle el primer dedo por debajo del tanga y acariciarle el culo desde el agujero hasta el coño que estaba encharcado. En ese momento se giró y le dije:
– “¿Te gusta que tu señor te meta mano en culo y coño Iridia? Estás encharcada zorrita”.
No contestó, asintió con la cabeza y dirigió su mano hacia el bulto que marcaba mi pijama. Me sacó la polla, se dio la vuelta apoyando su culo contra la encimera y mientras subía su mano de arriba debajo de mi polla me dediqué a meterle mano en su coño. Yo estaba encantando con la situación: la asistenta con las bragas bajadas mientras le metía mano en el coño y ella me masturbaba la polla. Con la mano que ella tenía libre, se sacó uno de los pechos del sujetador y no dudé en dirigir mi boca hacia los pezones para chupar. Empezó a moverse cada vez más violentamente y supe que en ese momento tenía que acabar de disfrutar.


Paré de golpe mis caricias, la giré de golpe poniéndola de espaldas a mí contra la encimera, le bajé las bragas hasta las rodillas y coloqué mi polla en la entrada de su coño. Le azoté en el culo una y dos veces, cada vez que intentaba meterse la polla. Le susurré al oído:
– “¿Te gustaría que tu señor te follara este coñito de zorra?”.
– Ella también en voz baja: “Siiiii, por favor, fóllame ya y todas las mañanas. No puedo más, vaya polla que tiene señor”.
Se la metí de golpe y no pudo evitar un grito en ese momento que casi despierta a toda la casa. Se la metía todo lo fuerte que podía, hasta que tras pocas embestidas violentas noté cómo se corría entre espasmos. Agarró la encimera, se pegó a mi cuerpo y se convulsionó como una loca mientras decía:
– “Olik, oliiiiiik”. Más tarde supe que significaba joder. “Síiiiii, qué gaaaanaaaaaaaaaaaaaaaaas, nunca me había follado mi marido asíiiiiiiiiiiii.” Ahí me enteré que estaba casada.
Seguí follándola mientras se corría hasta también al poco me corrí con gusto dentro de ella. Vaya polvo más glorioso por la mañana que acababa de echar y los que me iba a echar a partir de ahora. Me salí de ella, le di media vuelta, le bajé la cabeza y no hizo falta que le dijera lo que tenía que hacer. Allí debajo, con las bragas todavía por las rodillas me limpió la polla tan bien que en seguida se me puso de nuevo dura.
– “Has visto cómo me has puesto otra vez putita, súbete a la encimera”. Le ordené.
Ella sonrió, se levantó y se sentó justo delante mi polla en la encimera. Se la puse de nuevo en la entrada de su coñito, la miré a los ojos y le dije:
– “Criada, a partir de ahora te follaré cómo y cuándo yo quiera, ¿entiendes?”
– “Sí, seré tu puta en casa señor, pero fólleme yaaaaaaaa!”.
Se la metí y volvió a gemir. Me rodeó con las piernas, apoyó sus brazos atrás, le saqué los pechos y me la follé y follé mientras le comía las tetas sin parar. Cuando noté que se estaba volviendo a correr, la pincé con fuerza los pezones, gimió de dolor y placer pero me sonrió para que siguiera y se corrió como antes entre convulsiones. La muy zorra sabía cómo ponerme a cien y al poco sentí ganas de correrme. Me salí de ella y me corrí encima de su vientre poniéndola perdida.


En ese momento, oímos cómo mi mujer se despertaba y bajaba de la planta de arriba. Me sorprendió y excitó que ella se bajara de la encimera pero muy lentamente sin prisa ni sobresalto. Todavía con las bragas bajadas se extendió mi semen por su cuerpo, chupó los restos que quedaban en sus dedos y tras darme un lengüetazo a la polla para limpiarla me la guardó de nuevo en el pijama justo momentos antes de que mi mujer entrara en la cocina y me viera ya con el café en la mano.
– “Buenos días cariño, ¿qué tal el desayuno?” Preguntó ingenuamente.
– “Bien cariño, le decía a Iridia lo bien que prepara el café con leche por las mañanas”.
– “Sí Iridia, ponme a mi también uno y un zumo”.
No volví a casa hasta por la noche y me encontré a Iridia en la sala de lavadora planchando. Le pregunté dónde estaba mi mujer:
– “La señora está en la ducha” Me dijo mientras se levantaba el uniforme y bajaba hasta las rodillas sus bragas. Se agachó, me sacó la polla del pantalón, me la escupió y chupó sólo un par de veces con verdaderas ganas. Se dio la vuelta y puso su culo a mi disposición. “Por favor, llevo todo el día echando tu polla de menos, sintiéndola en el culo, dame ya”.
La enculé sin preámbulos todo lo fuerte que pude y gritó, sólo una vez, pero gritó fuerte:
– “Síiiiiiiiiiiiiiii”. Cerró la boca, y empujó su culo fuerte contra mí.
Dios, esta zorra me encantaba. Supe que me la follaría en el momento que la vi, pero no que tuviera tanta devoción por follar. La visión de pelo recogido en coleta hacia un lado del cuello, doblada contra la mesa de la plancha, el uniforme por la cintura, las piernas juntas y las bragas por las rodillas era gloriosa. Tenía un culo estrecho, blanco en comparación con piernas y cintura y un coñito rosado perfectamente marcado entre las piernas. La palpé el coño y comprobé cómo chorreaba....(continuará)