Una chupada en una terraza

su mano lo aprendí a amar, ella me condujo por ese mundo vibrante, repleto de deseo, amor y confianza, y también temores, desconfianzas y ansiedad. En el sexo siempre fuimos los mismos, pero siempre éramos diferentes. Un día fue en una terraza desde donde veíamos las calles y casa vecinas. Ella se recostó contra el muro y la rodee con mis brazos, sentí sus pechos libres bajo la delgada camisa de algodón y los empecé a acariciar, lento y suave, y en un instante ya los palpaba sin barreras.

Cuando ella se inclinó hacia el vacío, bajé con mi boca por su espalda, arrastré sus calzones y hundí mi cara en sus nalgas. Su olor y sabor no los olvidaría desde entonces, se fijos en mi cerebro. Eran fuertes, invasores, profundos, y entre más lamía y olía, más quería ese cuerpo, más deseaba esa mujer. Empezó a gemir, a decirme y a decirse frases, cortas, incoherentes a veces, mientras movía su cadera y hacía que mi nariz y mi lengua se hundieran en sus dos agujeros. Su ritmo era fuerte, apenas podía sostener mis manos, que abrían esas nalgas para ver con más claridad donde atacar.

Como pude me sostuve allí, mi lengua exploraba de atrás a adelante, salía de su más pequeño orificio y se perdía gradualmente en la maraña de pelos negros gruesos y fuertes, bañados del sudor y de sus jugos que brotaban de la amplia gruta que empezaba a abrirse, y permitía llegar hasta su clítoris, que surgía enorme, brillante. Casi no logro alcanzarlo, pues estaba de rodillas detrás de ella, así que me volteé y, sentado, abrí sus labios y ahí lo pude ver en todo su esplendor, era un pequeño pene que vibraba casi imperceptible.

Arrimé la punta de mi lengua y lo lamí con suavidad al principio, pero en pocos segundos lo huindí en mi boca y empecé a chuparlo. Me pidió que pusiera un dedo en su culo. Primero lo lubriqué en su grieta y lo deslicé despacio, entró despacio en su oscuridad y estrechez, se abrió paso sin dificultades, en ese ambiente caliente, mientras su clítioris bailoteaba con mi lengua y se clavaba en mi mi boca. Pasaban los segundos y ella se agitaba con más fuerza, casi con rabia, doblada sobre el muro y con las piernas abiertas, dando más libertad a mi lengua y a mi dedo, al cual se unió pronto otro de ellos. Juntos abrían más ese culito, se hundían en el y salían hacia mi boca, donde los chupaba, para mezclar los dos aromas de esa mujer, de esa hembra entregada, y para volver con más fuerza a ese agujero, que los devoraba goloso.

De pronto empecé a sentir que se hacía más estrecho, que su culo se cerraba sobre los dos dedos que apenas lograban moverse, mientras empujaba su grupa hacia mi boca, la restregaba casi con rabia en mi frente, mi nariz, mi boca y escuché un gruñido que se levantó en medio del bullicio de la ciudad...