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Los que sobran y la nueva insurgencia popular Destacado

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Los que sobran y la nueva insurgencia popular

Autor:Carlos Fazio
País: México
Región: Norteamérica
Fuente: Brecha




Para mejor controlar a la sociedad civil, el Estado mexicano asume dos formas: pública y clandestina. La segunda es la que emerge con toda su crudeza en la masacre de Ayotzinapa, e incorpora formas no convencionales de dominación. El terror de Estado paraliza a través del crimen. El procurador general de esa república intentó disparar la "solución final" de carácter legal, sin éxito por la tremenda deslegitimación que sufren las instituciones.
Arde Guerrero. Cada día la lumbre devora edificios públicos, sedes partidarias y automóviles. Se multiplican las manifestaciones y los cortes de carreteras. El 10 de noviembre el aeropuerto de Acapulco fue bloqueado durante cuatro horas. Dos días antes, la ira, la rabia, el coraje social habían llegado a las propias puertas del Palacio Nacional, en la ciudad de México, y ardió la puerta Mariana, que data del siglo XIX. Todo México hierve. En una multitudinaria marcha en el Distrito Federal un grupo de jóvenes pintó en la explanada del Zócalo una consigna con letras blancas: "Fue el Estado". Desde un edificio alguien le tomó una foto. Circuló masivamente, causó gran impacto y la frase se volvió viral en las redes sociales. El hashtag #FueElEstado ha sido multiplicado miles de veces en Facebook, Twitter e Instagram y se convirtió en un lema unificador.
La insurgencia ciudadana va en ascenso. En su epicentro, Guerrero, la revuelta popular agrupa a los normalistas de Ayot*zinapa, policías comunitarios, maestros de la disidencia magisterial y organizaciones campesinas y urbanas. Y a un nuevo actor: los padres y las madres de los 43 estudiantes detenidos-desaparecidos, los lesionados y los tres ejecutados de manera sumaria extrajudicialmente.
El pantano de Iguala ha sumido en una profunda crisis al Estado mexicano. El 7 de noviembre, la víspera del viaje del presidente Enrique Peña Nieto a China para participar en el Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico, el informe del procurador general de la república, Jesús Murillo Karam, confirmando el peor de los escenarios (que los muchachos normalistas están muertos), enardeció más los ánimos. Los padres de las víctimas calificaron como farsa y un montaje la declaración del procurador; como un intento por querer darle "carpetazo" al caso. No obstante, por acción u omisión, la responsabilidad del Ejecutivo federal es ineludible.
UN ESTADO CON DOBLE FAZ. Según el Programa para la Seguridad Nacional 2014-2018, publicado en el Diario Oficial de la Federación el pasado 30 de abril, las fuerzas armadas, por sus características –"entrenamiento, disciplina, inteligencia, logística, espíritu de cuerpo, movilidad y capacidad de respuesta y de fuego"−, son el estamento "necesario" e "indispensable" para reducir la violencia y garantizar la paz social en México. Desde las 21 horas del 26 de setiembre el Gabinete de Seguridad Nacional recibió reportes y comunicaciones sobre qué estaba ocurriendo en Iguala. La detención y desaparición de los 43 normalistas ocurrió con el conocimiento, en tiempo real, de agentes de la Procuraduría General de la República y del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen, la policía secreta de la Secretaría de Gobernación), y de los mandos de la Secretaría de la Defensa Nacional. No se puede argüir fallas de inteligencia; tampoco dudar de la movilidad y capacidad de respuesta del Batallón de Infantería número 27, bastión de la contrainsurgencia acantonado en esa ciudad desde los años setenta. Y es previsible que alguien haya informado al responsable de la cadena de mando y comandante supremo, el presidente de la república.
Al comenzar su mandato en diciembre de 2012 Peña Nieto cambió la narrativa sobre la violencia, pero no la esencia represiva del Estado y su gobierno. Huelga decir que la figura de la desaparición forzada, como instrumento y modalidad represiva del poder instituido, no es un exceso de grupos fuera de control sino una tecnología represiva adoptada racional y centralizadamente, que entre otras funciones persigue la diseminación del terror. El Estado terrorista encarna una filosofía que aparece cuando la normatividad pública autoimpuesta por los que mandan es incapaz de defender el orden social capitalista y contrarrestar con eficacia necesaria la contestación de los de abajo. Por ende, debe incorporarse una actividad permanente y paralela del Estado mediante una doble faz de actuación de sus ******os coercitivos: una pública y sometida a las leyes (que en México tampoco se cumple) y otra clandestina, al margen de toda legalidad formal.
Es un modelo de Estado público y clandestino. Como un Jano bifronte. Con un doble campo de actuación, que adquiere modos clandestinos estructurales e incorpora formas no convencionales (o irregulares) de lucha. Un instrumento clave del Estado clandestino es el terror como método. El crimen y el terror. Se trata de una concepción arbitraria pero no absurda. Responde a una necesidad imperiosa del imperialismo y de las clases dominantes. Aparece cuando el control discrecional de la coerción y de la subordinación de la sociedad civil ya no resulta eficaz, y el sistema necesita una reconversión. No tiene que ver con "fuerzas oscuras" enquistadas en los sótanos del viejo sistema autoritario. Tampoco con "grupos de incontrolados" o "algunas manzanas podridas" dentro del Ejército y la policía.
Tiene que ver, fundamentalmente, con la reconversión del modelo de concentración del capital monopólico y la imposición de políticas de transformación del ******o productivo acordes con la nueva división internacional del trabajo. Y con la imposición del paquete de contrarreformas neoliberales, que incluye la apropiación de la tierra por grandes latifundistas y corporaciones trasnacionales que profundizarán el saqueo de los recursos geoestratégicos de la nación.
Pero el terror del Estado es también una respuesta al ascenso de las luchas políticas y reivindicativas de las masas populares; a la protesta de los de abajo, como la de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, que agrupa a los jóvenes de las escuelas normales rurales. Frente a la resistencia y la contestación, los amos del país necesitan una adecuación del Estado represivo. Entonces aparece el terror como fuerza disuasoria; la otra faz del Estado, la clandestina, la que recurre a fuerzas paramilitares, a los escuadrones de la muerte, a los grupos de limpieza social y los sicarios, a la guerra sucia. A los fantasmas sin rostro que ejecutan operaciones encubiertas de los servicios de inteligencia del Estado, que gozan de una irrestricta impunidad fáctica y jurídica. Aparece la otra cara de un Estado que construye su poder militarizando la sociedad y desarticulándola mediante el miedo y el horror. De manera selectiva o masiva, según las circunstancias. Pero siempre con efectos expansivos; haciéndole sentir al conjunto social que ese terror puede alcanzarlo.
Iguala exhibe la cara oculta de un Estado que hace un uso sistemático, calculado y racional de la violencia, de acuerdo con una concepción y una ideología que se enseñan en las academias militares. Que forman parte de una doctrina de contrainsurgencia.
LA SOLUCIÓN FINAL. Durante el sexenio de Felipe Calderón la narrativa gubernamental fue que la violencia no afectaba de manera negativa a la economía del país. Los dos primeros años de Peña Nieto estuvieron dedicados a gestionar las contrarreformas estructurales, y su imagen de "reformador" y "estadista" creció en el exterior. La revista Time le dedicó una portada con el título "Saving México" (Salvador de México), que ahora, ante el incendio de edificios públicos y vehículos, resulta patética.
Ante los hechos de Iguala la revista británica The Economist dijo en una reciente edición que "México está lejos de ser un país de leyes". The Wa*shington Post describió la sierra de Iguala como un "basurero humano". El diario concluyó que eso "ha destrozado la campaña de relaciones públicas" de Peña Nieto, al desviar la atención internacional hacia los fracasos en materia de seguridad. Y sentenció: "Se ha pasado del Mexican moment al Mexican murder".
Foto: AFP, Pedro Pardo
En la coyuntura, la envoltura fabricada durante los últimos años se desvaneció y emergió la verdadera consistencia de Peña Nieto. Entre contradicciones y lagunas, y bajo la presión internacional, sus hombres de confianza tuvieron que salir a hacer un de*sesperado "control de daños" centrado en refutar que se trató de un crimen de Estado. El 7 de noviembre asistimos a la puesta en escena de la "verdad oficial" sobre los crímenes de lesa humanidad de Iguala.
Mezcla de ficción y realidad, la representación mediática de Jesús Murillo Karam fue concebida por los estrategas del marketing político de Enrique Peña como una preparación para la "solución final" del régimen a la detención-desaparición forzada de los 43 estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos, de Ayotzinapa. En su papel de hechicero mayor de la aldea, Murillo anunció que los muchachos habían sido quemados y sus restos óseos triturados, lo que hará muy "difícil" la extracción de Adn para la identificación genética. Ergo, nunca aparecerá el cuerpo del delito de los 43 homicidios y se consumará la "segunda desaparición" de los desaparecidos, prolongando de manera indefinida la "tortura" (como la llamó Felipe de la Cruz) a los familiares, a quienes no se les permitirá hacer el trabajo de duelo.
Pensada para el consumo de masas, la novelesca actuación del procurador –con sus dislates histriónicos y el carpetazo del caso incluidos– remite al "Decreto noche y niebla" (Nacht-und-Nebel-Erlass) del Führer Adolfo Hitler, del 12 de diciembre de 1941, reconocido como el primer documento de Estado con órdenes para detener-desaparecer personas de manera furtiva o secreta, bajo el cobijo u ocultamiento de la oscuridad y la niebla. El decreto fue complementado por otros del mariscal Wilhelm Keitel, que especificaban cómo debían hacer desaparecer a personas sospechosas de resistir la ocupación nazi en Europa: sin dejar rastro de su paradero, ninguna pista, ningún atisbo de esperanza y "sin proporcionar información alguna" a sus parientes. El cadáver debía ser inhumado en el sitio de muerte y el lugar no sería dado a conocer. El objetivo, instruyó Keitel, era generar "un efecto aterrorizante" (abschreckende Wirkung) eficaz y perdurable sobre los familiares y la población, que debería permanecer con la "incertidumbre" sobre el destino de los detenidos.
En esos decretos que los ideólogos nazis preconizaban como "innovación básica en la organización de Estado", el propósito era "paralizar" a la población a través del "terror". Los desaparecidos eran un medio; el objetivo principal era desarticular cualquier forma de resistencia y mantener a la población en una incertidumbre duradera. Un esquema que parece repetirse en México a través de la simulación e instrumentalización de la búsqueda de los 43 desaparecidos, con el objetivo encubierto –pero hasta ahora no logrado– de aniquilar psíquicamente a los familiares y compañeros de las víctimas y a la población en general, e inhibir cualquier oposición o resistencia a la colonización, ocupación y despojo del territorio que habitan.
La finalidad del Estado terrorista es el disciplinamiento del cuerpo social. Ese "ocultar mostrando", perverso y deliberado (que no logra hacer desaparecer el negacionismo oficial), obedece a una técnica de sometimiento y dominación social. Como indican muchos análisis sobre prácticas de violencias extremas, hay un proceso previo de clasificación y simbolización que impregna a la sociedad y la divide en "ellos" y "nosotros". Es un proceso previo de deshumanización del "otro" a exterminar; de deshumanización y polarización extremas. Es necesario llevar al máximo las tensiones sociales para crear la sensación de que ningún proceso de diálogo es posible y lo único que cabe es una solución final que resuelva la cuestión. Porque al exterminio se llega. Se llega de manera premeditada a través de un proceso minuciosamente preparado, muchas veces por años. Y en eso los medios de difusión masiva tienen una función específica en la demonización y estigmatización del "grupo objetivo". En la fabricación de una víctima que, según la ideología de la criminalización del disenso (Vattimo), es clasificada como una "amenaza" social.
Reproductores y amplificadores de la violencia simbólica (Bourdieu) y todo un sistema de mentiras clasista y racista, los medios son usados para acelerar el proceso de deshumanización y des-individualización del otro, considerado enemigo; para la manipulación de la información y la simbolización de la violencia asimétrica –invisible, implícita o subterránea– del poder y la organización del exterminio. Y luego, para la negación. En general, y más allá del outsourcing o subrogación de la violencia oficial en boga con fines exculpatorios, los responsables de las desapariciones forzadas son los ******os estatales. Es el mismo Estado, que lo puede hacer de modo directo o indirecto, como ocurrió en Iguala y antes en Oaxaca, Acteal, Aguas Blancas, Tlatelolco y un largo etcétera.
EL TERROR DE ESTADO Y LOS MATABLES. Los estudiantes de Ayotzinapa fueron baleados por agentes del Estado y luego entregados a personal tercerizado. A Julio César Mondragón lo detuvieron, lo torturaron y ejecutaron. Lo desollaron y vaciaron las cuencas de sus ojos. El cuerpo no fue ocultado sino expuesto, abandonado en una calle de Iguala. La técnica utilizada se planificó y ejecutó para ser vista. Los torturadores quisieron enviar un mensaje, un mensaje de terror.
En México se libra una guerra contra los que sobran, los jóvenes. Agamben los llamó "matables" (uccidibiles), como se dice en Colombia. El pretexto es la lucha contra las drogas. Su destino: la fosa común, clandestina, sin nombre. Los jóvenes sobran, el sistema del Estado los descarta. Vivimos la sociedad del descarte guiada por su razón cartesiana: descartar lo que sobra. Artaud señaló que Hitler haría lo que hoy hacen los cárteles tercerizados del Estado: el capitalismo produce sobras y ellos los eliminan por su goce herético. No se soporta el estilo de vida de los jóvenes de la Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa y se los elimina con la anuencia de la clase política, sus partidos e intelectuales orgánicos.
Viene luego la etapa de la negación, de la mentira y las manipulaciones. Negacionismo como expresión de un mundo turbio donde lo verdadero y lo falso se confunden, donde el sentido de las palabras se transforma o se invierte. En el caso de Iguala, la esquizoide negación gubernamental ha estado dirigida desde un principio a intentar eludir toda responsabilidad en lo que ha sido calificado como un crimen de Estado. De allí que en la fabricación de la solución final del caso Iguala-Ayotzinapa la única hipótesis en las investigaciones haya estado dirigida a fortalecer la unión "crimen organizado-fosas comunes", complementada con otro mecanismo perverso, luego desechado: la inversión de la acusación. Esto es, las pretendidas víctimas (los normalistas asesinados, lesionados y desaparecidos) eran "culpables", ya que en el expediente se los quería presentar como "parte" o "auxiliares" de un grupo criminal. Esa inversión de la acusación es el argumento más cínico de la negación.
México configura hoy un Estado macabro, donde la imbricación de violencia, corporaciones que devastan y despojan, y grupos de la economía criminal, empuja para que nada se aclare, para que todo se sumerja en un no lugar y en un no tiempo coludidos contra la esperanza de la gente. El Estado y sus instituciones se han convertido en baluarte del crimen, la decadencia y el espanto, donde lo bárbaro y sus atrocidades reinan. Dice el poeta Javier Sicilia que México se parece cada vez más a un rastro, a una inmensa fosa clandestina, a un campo de concentración al aire libre.
En ese contexto, debemos recordar que un Estado perpetrador de crímenes contra la humanidad rechaza siempre reconocer su evidencia. Desvanece datos, fabrica testimonios, disimula hechos a la justicia y sustrae criminales a una sanción; por eso es un delito. Además, el negacionismo es un acto deliberado de destrucción de la memoria y una ofensa a las víctimas, a los sobrevivientes y sus familias. Enfrentar la realidad implica aceptarla en toda su crudeza, y con Georges Bernanos podríamos decir que la verdadera esperanza comienza cuando hemos aprendido a desesperar de todo.

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