La brutalización

PEDROELGRANDE · 26-09-2014 , 21:34:17

Autor: GABRIEL QUIRICI
Fuente: Brecha

A cien años de la Gran Guerra

La Primera Guerra Mundial es un hito que parte las aguas de la historia, en principio la europea y luego la internacional. La profundidad de sus múltiples consecuencias impresionan como si se tratase de un portal hacia una nueva dimensión histórico-temporal. En ella se explican fenómenos tan importantes como la hegemonía estadounidense, la revolución rusa, los fascismos, la crisis de la economía regida por el "patrón oro" británico...  
Por todo lo anterior se entiende lo muy influyente, atractiva y popular que resulta la hipótesis cronológica divulgada por Eric Hobsbawm que titula al siglo xx como el "siglo corto" (1904-1991), inaugurando su periodización con el asesinato del archiduque en Sarajevo. Como docente, tengo la sensación de que la Primera Guerra Mundial muchas veces es conocida como un acontecimiento general que se explica por sus causas (junto con los mapas y los sistemas de alianzas), a las que se agregan las etapas y "novedades" (armas, trincheras, trabajo femenino, "estado de guerra"), y finalmente se mencionan el Tratado de Versailles junto a los 14 puntos de Wilson.  
Pero en sí misma la Gran Guerra aparece tanto como una consecuencia del imperialismo capitalista que como el "antecedente light" de todo lo que vendría después bajo el rótulo de "era de las catástrofes" (concepto también de Hobsbawm). Intuyo que encontramos "los males" del siglo pasado en Stalin o en Hitler y puede que nos estemos salteando el ingrediente original que los explica.  
Dicho de otra forma, reencontrar en la Primera Guerra el origen de las barbaries modernas evita la teoría de chivo expiatorio histórico que disculpaba a la sociedad europea de la creación de sus propios demonios y adjudicaba las razones del horror destructivo a liderazgos carismáticos y fundamentalismos ideológicos. Pero históricamente hablando, la brutalización se inició antes que ellos: justamente con la Gran Guerra. En diferentes ámbitos (académicos, periodísticos, políticos) la fascinación positiva o negativa frente a las catástrofes se reduce a los totalitarismos: ¿cómo explicamos la aceptación de un Hitler en Alemania?, ¿por qué el socialismo derivó en un régimen como el de Stalin? Pero poco se cuestiona –o al menos se lo hace en forma subordinada– cómo los europeos "civilizados" provocaron aquella Primera Guerra Mundial. Pareciera que el hecho de haber sido una guerra (y no la peor, pues la segunda conflagración fue cinco veces más mortífera) pusiera en segundo plano la necesidad de cuestionarse y entender cómo las sociedades llegan a tales grados de horror y destrucción. 
Por eso me parece que el centenario es una buena oportunidad para remarcar su relevancia histórica como génesis de las catástrofes que sobrevendrían.  
La guerra inició aquella era, no por ser un simple puente temporal entre la belle époque y el siglo xx, sino por transformar radicalmente los sentidos colectivos y culturales de millones de personas que, a partir de su vivencia-sufrimiento, tendrían sobre sus experiencias de vida una carga de emotividad política brutalizada por el miedo, la destrucción masiva e industrial pero también por la tentación dominadora de poder conquistarlo todo (la raza pura, el paraíso en la tierra) con los mismos medios.

POR QUÉ EN EUROPA. En su trabajo Memoria y conflicto. Las violencias del siglo xx, el historiador Enzo Traverso advierte que es necesario "dedicar algunas palabras a estas guerras totales del siglo xx, entendidas como 'laboratorios antropológicos', como experiencias fundadoras del siglo y experiencias históricas que moldearon y cambiaron el paisaje mental del mundo y, en particular, de Europa". Una afirmación clave de este autor es: "Las guerras totales también desvelaron una hipocresía (...) del contexto de civilización y de progreso que se había alcanzado en Europa en el siglo xix, en la medida en que estas guerras reproducían en el mundo occidental algunos rasgos de las guerras coloniales del siglo xix; unas guerras que siempre fueron concebidas como guerras de conquista y de exterminio, durante las cuales nunca se podía establecer una distinción entre combatientes y civiles". Vale recordar que entre los totalitarismos analizados por Hanna Arendt, además del nazismo y el estalinismo figura el imperialismo. Por lo que resulta interesante observar que la guerra significó la continuación del imperialismo "por otros medios", en una escala superior. Dice Traverso: "La gran novedad del siglo xx es, pues, que las características de las guerras coloniales se reprodujeron en el corazón mismo de Europa occidental, pero con unos medios técnicos de destrucción mucho más poderosos que los utilizados en el siglo anterior en Asia o en África".

 Como un bumerán, la "misión civilizadora" del hombre blanco rebotó ante la incapacidad de seguir conquistando el mundo, pero con un voltaje de violencia y una carga nacionalista desconocidos para los habitantes europeos. Los medios masivos (prensa, telégrafo, cartelería y fotografía), que en un principio motivaron el patriotismo de clases medias urbanas ávidas de una "experiencia" de guerra (recordemos que desde la época napoleónica no había habido "guerras mundiales"), se volvieron armas de comunicación e información manipuladas en forma total por los estados. Los "estados de guerra" lo decidían todo, desde la vida de miles de desertores hasta el racionamiento de alimentos. Tanto que Lenin percibió con admiración la capacidad tecnológica del Estado alemán para organizar una economía de guerra y sostener dos frentes, y a partir de esa observación avistó las posibilidades de modificar las estructuras económicas desde la toma del poder político. 
Como señala François Furet, el inicio de la guerra significó el triunfo de la nación sobre la clase, debido al bajísimo cumplimiento de los compromisos de huelga general por parte de la mayoría de los partidos de la II Internacional. También triunfó inicialmente sobre las reivindicaciones femeninas, y los llamados a la "unión sagrada" miraron con desconfianza y postergaron las reivindicaciones sufragistas en pos de servir a la patria y cuidar a esposos y familiares. De esta forma, los avances económicos y de género en la construcción de una noción de ciudadanía más amplia se vieron abortados. Y la misma noción de "ciudadano" de cuño liberal fue transmutada en la de "patriota servil", perdiendo el individuo su condición de fin en sí mismo para convertirse en un medio más de la maquinaria militar exterminadora. Es que la guerra fue la expresión de una "barbarie moderna", de una violencia que no se puede concebir fuera de las estructuras y de los elementos constitutivos de la civilización industrial, técnica, occidental y moderna. Cito a Traverso nuevamente: "Todos los testigos de la Primera Guerra Mundial han descrito esa dimensión mecánica de la guerra. La batalla se transformó en una masacre planificada. Un ejemplo emblemático en este sentido es la batalla del Somme, en Francia (1916), donde el enemigo se deshumanizó porque era invisible detrás de las líneas del frente, y la muerte no era infligida por un enemigo de carne y hueso, viviente, sino que era causada por máquinas, por los bombardeos de los aviones y la artillería, por las ametralladoras, por las armas químicas de gas, etcétera. La muerte perdió su carácter épico". 

La ilusión inicial romántica de volver convertidos en "héroes de guerra" quedó sepultada bajo la emergencia de la simbología del "soldado desconocido". El paseo masivo de la muerte, aquella "gran igualadora", en palabras de Arendt, arrastró los pocos vestigios de civilización liberal decimonónica.  
Sostiene Traverso que "el lenguaje bélico, los medios de enfrentamiento de la guerra, se introdujeron en las sociedades europeas en general, y en particular en los países perdedores. Aparecieron partidos políticos con su propia milicia, y el lenguaje se brutalizó de una manera impresionante. En Alemania, por ejemplo, aparecieron palabras como Vernichtung ('exterminio') o Untermensch ('ser inferior'). Estos conceptos se utilizaban tanto en el lenguaje político como en la lengua corriente". Por ello la Primera Guerra Mundial fue también "un laboratorio del fascismo –a pesar de todo el debate historiográfico que existe sobre la cuestión hoy en día–, en la medida en que aparecieron movimientos nacionalistas con características nuevas y revolucionarias. Los líderes de estos movimientos que movilizaron a las masas –Mussolini en Italia y Hitler en Alemania– eran de orígenes 'plebeyos'; ya no eran aristócratas como lo habían sido los conservadores y los reaccionarios del siglo xix (De Mestre en Francia, Juan Donoso Cortés en España, o Friedrich Nietzsche). Estos nuevos líderes políticos surgían de un movimiento de masas, y por tanto necesitaban un contacto con ellas. No aspiraban a una regresión al pasado ni restablecer el Antiguo Régimen, sino que su objetivo era el establecimiento de un orden nuevo, si bien autoritario y nacionalista, que había pasado por la experiencia de la guerra y que idealizaba la técnica".  
Las sociedades europeas se acostumbraron a la muerte en masa y al exterminio. Los dispositivos concentracionarios ensayados a pequeña escala en la guerra de Cuba y en la de los Boers tuvieron su continuación en la práctica genocida también en la periferia europea, con la política exterminadora frente a los armenios llevada adelante por Turquía. Traverso concluye que "la Primera Guerra Mundial fue también un laboratorio de los totalitarismos modernos (ya que) se había producido un fenómeno muy original: una simbiosis entre, por un lado, un conjunto de valores heredados de la 'contra-Ilustración' –el planteamiento ideológico del conservadurismo tradicional, el rechazo a los valores de la Ilustración y a la filosofía de los derechos del hombre–, y, por el otro, un culto a la técnica y una idealización de la modernidad en el sentido técnico de la palabra, que es el rasgo de los fascismos modernos".

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