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El párroco que asesinó a su amante y su hija para ocultar su pecado

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Ocurrió en el departamento de Risaralda
El párroco que asesinó a su amante y su hija para ocultar su pecado

El padre del municipio de Mistrató, José Francey Díaz Toro, fue condenado el miércoles pasado a 45 años y diez meses de cárcel por el terrible crimen.


No satisfecho con su oculta vida marital, Díaz Toro salía a municipios vecinos en busca de nuevos romances. / La Patria

UNO. El 21 de noviembre de 2007, a plena luz del día, el CTI de la Fiscalía arrestó al párroco del municipio de Mistrató, José Francey Díaz Toro, por el doble homicidio de una mujer y una niña. Los cuerpos habían sido recuperados nueve meses atrás de un cafetal a orillas del río Guática, límite entre los municipios de Belén de Umbría (Risaralda) y Anserma (Caldas). La necropsia explicó que fueron asesinadas con golpes contundentes en la cabeza, empacadas en costales y rociadas con gasolina.

Un negativo fotográfico que no ardió con los cuerpos y con otros efectos personales reveló la imagen de Díaz Toro junto a sus dos víctimas. Este indicio le permitió a la Fiscalía investigar al cura hasta acopiar las pruebas y los testimonios con los que el juez promiscuo del Circuito de Belén de Umbría, Otto Gärtner Galvis, dictó la sentencia condenatoria en enero de 2008. Acogido a los cargos, el cura recibió una pena rebajada a la mitad: algo más de 23 años.

Meses después, en julio, el sepulturero del cementerio de Mistrató y mano derecha en la parroquia, José Antonio Morales Ramírez, también fue capturado, por coautoría en el doble homicidio. Aceptados los cargos, en septiembre de 2009 fue condenado a poco menos de 18 años.

Tras estos juicios, la opinión pública se enteró de las razones del crimen: las víctimas María del Carmen Arango Carmona (32 años) y María Camila Díaz Arango (5 años) eran la cónyuge y la hija de Díaz Toro. La relación sentimental entre el cura y María del Carmen venía desde 1995; en lugares donde no los conocían, se comportaban como una familia cualquiera —papá, mamá e hija—; pero en Mistrató y Belén de Umbría el cura hablaba de ellas como dos personas a las que él les estaba dando la mano empleándolas en la casa cural. Ellas, a su vez, en Pereira y Dosquebradas decían que Díaz Toro era un cuñado o un tío. La niña eludía la pregunta diciendo que su papá vivía en España. Esta relación era conocida por la mamá de María del Carmen y uno de sus hermanos.

No satisfecho con su oculta vida marital, Díaz Toro acostumbraba salir en las noches a municipios vecinos en busca de nuevos romances. En estos periplos lo secundaba el sepulturero. Hasta que María del Carmen se enteró de uno de esos romances y confrontó al cura. Lo presionó diciéndole que si no renunciaba al sacerdocio para desenmascarar la relación, lo denunciaría en la Diócesis. El cura, encolerizado, la mató, y luego a su hija, y con ayuda del sepulturero intentó borrar toda evidencia.

DOS. De unos 16.000 habitantes, Mistrató está situado a dos horas de Pereira, sobre el piedemonte de la cordillera Occidental. Habitado en su mayoría por colonos de ascendencia antioqueña, es el territorio del resguardo indígena embera chamí de Purembará.

Como es común en el Eje Cafetero, en este municipio predomina el catolicismo. Su parroquia —de dos torres con campanarios y un atrio elevado por escalinatas—, llamada San José, ha sido uno de los grandes orgullos de sus habitantes y visita obligada para los turistas. Adjunta a la parroquia queda la casa cural: edificación de tres plantas sin ningún acento especial.

Para algunos, Díaz Toro era un párroco como cualquier otro. No destacaba por misas excepcionales ni por haber emprendido obras de infraestructura. Una funcionaria de la Alcaldía me dijo: “Antes de que supiéramos de los crímenes, el padre nos parecía buena gente, cumplidor de su labor, pero no mucho más. Y luego de cometido el crimen, siguió celebrando las misas como si nada hubiera pasado. Al menos yo, que voy a la iglesia cada domingo, nunca noté nada extraño”.

Un vecino de Belén de Umbría agregó: “En ese 2007, un día cercano a la fecha en que lo capturaron, me encontré con él en una fiesta de quince años que una familia amiga estaba celebrando en su casita en la vereda de Peñas Blancas. Lo vi como cualquier padre: santificando la fiesta, conversando con las personas, aconsejando a la quinceañera. Después de que lo capturaron, me quedé helado porque recordé aquella fiesta y su aspecto de total normalidad. ¿Cómo había sido capaz de disimular todo eso?”.

Otra habitante de Mistrató me dijo que la captura de Díaz Toro entristeció mucho a la mayoría de los habitantes del pueblo. “Todo este municipio ha girado alrededor del párroco. Por eso quedamos tan decepcionados: si el párroco había sido capaz de semejantes asesinatos, ¿en quién podíamos confiar entonces? Perder al párroco de esa manera fue como haber perdido a un ser querido”. Y añadió que le tenían tanto respeto que luego de arrestado, un grupo de oración que él lideraba, llamado Prodine, comenzó a recoger dinero e implementos de aseo para llevárselos a la cárcel. “Todos los seres humanos somos débiles —decían— y a los presos hay que visitarlos y perdonarlos”.

“Una sola vez vi al padre como pensativo —continuó el habitante de Belén de Umbría—, era un domingo, había una campaña política en la plaza de Mistrató con carpas, un bazar de comida, música a todo volumen y mucha gente en la plaza. Hubo un momento que yo miré hacia la iglesia y vi al padre sentado en las escalinatas de la entrada, solo, nadie lo rodeaba, y con la cabeza agachada. Me pareció muy raro, porque en ese momento era para que hubiera estado rodeado de personas. Cada que el padre salía de la parroquia, la gente se le pegaba y le hablaba. Pero en ese momento no”.

Uno de los reporteros del canal local de Belén de Umbría, Alirio Murillo Hoyos, estuvo presente en ese juicio de 2008. “La familia de la mujer y de la niña estuvo ahí. Y todo el tiempo que duró el juicio, el cura mantuvo la cabeza agachada, tapándose la cara con las dos manos. Y cada vez que alguno de los que estaban hablando (el juez, la fiscalía o la defensa) hacía una pausa y la sala se quedaba en silencio, la familia de las víctimas insultaba al cura; lo insultaban con dolor, con odio, con rabia. La mamá, llorando, le reclamaba: ‘Cómo me fue a matar a mi muchacha y a mi niña…’. Cuando el cura se paró, pidió perdón a la familia, a la Iglesia y al pueblo de Mistrató. Fue un juicio terrible”.

TRES. Emitida en Derecho, la sentencia fue recibida con resignación por la familia. Esos 23 años les parecieron una pena baja en proporción con la atrocidad del doble homicidio. Transcurridos unos meses, la sala penal del Tribunal Superior de Pereira anuló la sentencia. El argumento para ello fue que la interpretación del caso no había tenido en cuenta que el crimen de María Camila, la niña de 5 años, debía juzgarse desde el marco de la Ley de Infancia y Adolescencia, y esta ley —sancionada a mediados de 2006— había eliminado la rebaja de penas y los acuerdos previos a la sentencia cuando la víctima fuera un menor de edad.

Por eso, el pasado 5 de junio de 2013, José Francey Díaz Toro debió presentarse en el juzgado y escuchar su nueva condena. Esta vez estuvo en manos de la juez promiscua del Circuito de Quinchía, doctora Marly Alderis Pérez Pérez, quien fue trasladada temporalmente a Belén de Umbría —donde siempre ha reposado el expediente— porque el primer juez del caso, el doctor Gärtner Galvis, se declaró impedido. La pena impuesta para Díaz Toro fue de 45 años y 10 meses de prisión. Este resultado tampoco dejó contentas a las partes: el abogado defensor prometió una apelación. Y la Fiscalía dijo que trabajaría por que la condena final fuera de 60 años.

De todo este caso, hay un elemento que para algunos penalistas y funcionarios de la justicia con los que he conversado puede tener consecuencias en el futuro: en aquella condena inicial, proferida en enero de 2008, el juez Gärtner Galvis también consideró que la Iglesia católica —en cabeza de la Conferencia Episcopal, Diócesis de Pereira y parroquia de Mistrató— tenía una responsabilidad extracontractual. “La Iglesia tiene derechos y obligaciones —argumentó el juez—. Ese crimen se dio por falta de cuidado o de dirección”. Y le ordenó indemnizar a la familia de las víctimas con 600 millones de pesos. En la interpretación del juez, el celibato impuesto dogmáticamente en la formación del sacerdocio fue determinante para que Díaz Toro alimentara esa doble vida y terminara matando a su mujer y a su hija.

Habrá que ver en la futura segunda instancia qué rumbo toma este caso.

* Autor del libro ‘Balas por encargo’, sobre el sicariato en el Eje Cafetero y el norte del Valle (Rey Naranjo Editores).
Por: Juan Miguel Álvarez



Fuente El Espectador

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