Cojea, pero...
Más allá del drama personal de un hombre enfermo enfrentado a las consecuencias de su pasado corrupto, la imagen del tantas veces intocable concejal de Bogotá Hipólito Moreno entrando a la audiencia de imputación de cargos por el carrusel de la contratación en la capital parecía imposible de creer. Muchos creímos que no la veríamos jamás.
Por: Elespectador
Suele suceder —y los años pasados en los diferentes procesos judiciales alrededor de esta descarada apropiación de nuestros recursos en la capital no hacía más que confirmarlo— que los grandes escándalos de corrupción de este país se queden en los titulares de prensa, un par de chivos expiatorios y muchos responsables gozando de sus ganancias millonarias. Es lo usual.
Por eso el titular de este periódico en su portada del día siguiente a la audiencia, el miércoles pasado, que algunos criticaron por insensible con un hombre enfermo, no podía ser más certero. “Cojea, pero...”, decía, con la fotografía de Moreno apoyado en sus muletas. Eso, ni más ni menos, es lo que sentimos los ciudadanos ahora que se despliega el capítulo político del desfalco: una renovada esperanza de que este escándalo multimillonario y con mil cabezas puede, después de mucho cojear, llevar a los responsables, a todos los responsables, ante la justicia.
¿Por qué la esperanza? Bueno, porque se ve una actitud diferente. Hasta no hace mucho, cada colaboración con la justicia y sus correspondientes beneficios parecían casi una burla, cuando no una profundización del descalabro. Por un par de declaraciones o incriminaciones se otorgaban inusitados beneficios o, por el contrario, se restringían los acuerdos cuando dichas incriminaciones apuntaban a quienes no convenía. Cambios de fiscales, de investigadores, según conveniencia, eran la norma. Y al final, confusión, datos periodísticos, poco avance en los casos...
De un tiempo para acá, sin embargo, con la correcta instrucción del fiscal Montealegre de evitar concentrarse en los casos particulares para establecer el mapa amplio criminal, este escándalo ha parecido enderezar su rumbo. Hoy las colaboraciones sí parecen efectivas y los intocables caen poco a poco, o tiemblan de susto por la suerte que ven cerca. Y que merecen.
Decía el alcalde Gustavo Petro la semana pasada, en entrevista también con este periódico, que el carrusel sigue vivo. “La corrupción no es un episodio, es una cultura que está anclada dentro de las estructuras administrativas y en la sociedad”, afirmaba. Solamente ver que estos parásitos de la contratación y los porcentajes pagan cara su osadía puede desmoronar esa cultura. Y, sí, puede ser prematuro cantar victoria, faltan muchos responsables por caer y muchos procesos en marcha por enderezar. Pero la esperanza de que se puede desentrañar toda esta empresa criminal alrededor de la contratación de Bogotá —y por qué no, aspirar a que también se desvele la nacional, pues en esencia los actores son los mismos— es hoy tangible.
Y conforme vayan cayendo, quienes prefirieron mirar a otro lado, o beneficiarse indirectamente bajo el facilista “así siempre ha sido, así es como funcionan las cosas”, terminarán entendiendo que son parte de la carroña. Salen hoy los partidos políticos, ahora sí, a expulsar a los acusados. Algunos, incluso, piden perdones tardíos. Nunca es tarde, bien, pero sólo si esas expulsiones y ese perdón se convierten en enseñanza para actuar diferente. En reconocimiento de que así no es como funcionan las cosas. En conciencia de que mirar a otro lado puede traer beneficios económicos y electorales inmediatos, pero no de largo plazo.
Es mucho lo que nos queda por avanzar, sí, pero quisiéramos creer que, al menos en este caso emblemático, se comienza a caminar el sendero correcto.
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