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"¿Votar por Santos? Pero como"

El demócrata anhela recónditamente
no obedecer sino al que no
merezca mandar. ¿Qué otro principio de
selección explica los fallos del sufragio?
Nicolás Gómez Dávila.

Sostengo que para votar por Juan Manuel Santos es necesario, uno: padecer una suerte de trastorno clínico que anule la facultad de retrotraer a la memoria eventos acaecidos en un corto y mediano plazo; o dos: de plano ser un perfecto ignorante en cuestiones de actualidad política –acotando de paso que utilizo el término “política” a falta de un término más acorde para designar ese desbarajuste entre palabreros, insustanciales los más de ellos, que es el espectáculo ofrecido en lugar de un proceso electoral.-

Tildo, pues, de lisiados mentales o de ignorantes a los virtuales electores de Santos a partir de unas cuantas consideraciones. Consideremos, en primera instancia, que Santos representa la continuidad de la consabida Política de Seguridad Democrática (nada nuevo por lo demás) Pero tampoco es nuevo que la seguridad democrática, en cuanto plan de gobierno, acusa fisuras e incongruencias que, por un lado, desvirtúan la eficacia de dicho plan, y por otro, pone en entre dicho la pertinencia de porfiar por entronizar el mismo; no entraremos en detalles que ilustren las contradicciones del proyecto político de Uribe a lo largo de los últimos 8 años, solamente habremos de tener en cuenta algunos aspectos cuestionables de Juan Manuel Santos como funcionario a cargo de la cartera de defensa, pilar de la seguridad democrática. Olvidan los seguidores de santos (no los llamo “santistas” porque el sólo hecho de pensar en que algún día pueda existir algo como el “santismo” me hiela la sangre) que su adalid no ha dado cuenta, satisfactoriamente, de su participación en un caso de soborno que involucra a una multinacional que vendió unos barcos de guerra para la armada nacional y al ministerio de defensa que los compró, con Santos al mando. Olvidadizos o legos, los electores de Santos pasan por alto que los hijos del entonces ministro y sus amigos acostumbraban a departir en solaz compaña y a disfrutar de las delectaciones propias de la mocedad, de la salud y del peculio, lo cual no es ni mucho menos reprobable en sí mismo, salvo por el helicóptero adscrito a la fuerza aérea que los querubines utilizaban para su sano esparcimiento y con fines meramente recreativos. Sin embargo, la presunción de corrupción en el caso de las embarcaciones y la malversación de fondos públicos son frivolidades, comportamientos que ya hacen parte de la idiosincrasia del político colombiano, en otras palabras, son simples manifestaciones folklóricas comparadas con el caso de los crímenes de estado llamados cínica e irrespetuosamente “falsos positivos”; ¿acaso los electores de Santos no dimensionan la gravedad de este asunto que involucra directamente al ex ministro de defensa por ser el comandante de los hombres y de las guarniciones militares implicados en la desaparición y asesinato de jóvenes que posteriormente hicieron pasar por guerrilleros? ¿Acaso no entienden que una atrocidad semejante exige establecer las responsabilidades judiciales y políticas de los presuntos implicados? ¿Y que uno de los implicados en esta barbarie es el candidato uribista Juan Manuel Santos? ¿Acaso no comprenden que estas acciones descalifican el desempeño de Santos como funcionario público y que lo inhabilitan, desde el plano ético, para tan siquiera pensar en aspirar a un cargo público de las proporciones de la presidencia de la república? Es comprensible que este personaje pretenda ceñirse la banda presidencial: otros intereses, propios y ajenos, en todo caso diferentes a los intereses de la Nación, precisan de la participación como gobernante de un dócil monigote y Santos en este aspecto se perfila como uno de los mejores. Desde Bolívar hasta la fecha no ha sido de otra manera. Lo que resulta inconcebible es la intención de voto del electorado raso y de a pie que se identifica con esta clase de administrador, intención que implica pasar por alto los antecedentes como servidor público de Santos; en verdad que mueve a perplejidad el grado de analfabetismo político del que adolece la población colombiana. Al respecto cabe preguntarse: ¿qué noción de la realidad política podrá tener alguien que considere que el mejor gobernante que se puede dar es Juan Manuel Santos? Reitero, para votar por Santos es del todo necesario desligar, por ignorancia o por trastorno cerebral, da lo mismo, ciertos aspectos y ciertos acontecimientos que aunados dan cuenta de la incompetencia ética y operativa de este personaje como funcionario público. Interpelo a cualquier prosélito de Santos para que explique con argumentos cómo supera las contradicciones planteadas por avalar las aspiraciones de un candidato con tachas de proporciones criminales. Como difícilmente puede existir un argumento que justifique la participación de un personaje con tamaño palmarés en una contienda electoral decente, asumo que cualquier comentario a favor de Santos ha de provenir de la creencia y del desconocimiento, ambos, hijos legítimos de los medios de comunicación. Por otro lado, los procesos electorales en Colombia distan demasiado de ser decentes.

Puesto a elegir entre los electores de Santos y los idiotas –entendiendo a los idiotas como alguna vez lo hicieran los griegos- escojo estos últimos, por lo menos su indolencia los exime de participar en política y por consiguiente, de votar por Santos.

Fuente: Blog de Matador Cartoons

No soy el autor de este articulo, no me gusto los adjetivos :angry4: hacia los votantes o los que van a votar por Santos, pero tiene buenos argumentos.