'Ahora tengo más zapatos que antes', afirma Imelda Marcos, ex primera dama de Filipinas

WeBMaSTeR_ShEvI · 14-03-2010 , 10:14:06

'Ahora tengo más zapatos que antes', afirma Imelda Marcos, ex primera dama de Filipinas

Imelda Marcos se hizo célebre por su colección de miles de zapatos. No los dejó fotografiar.

La viuda del ex dictador Ferdinand Marcos. Ícono de la frivolidad y el derroche que, sin embargo, sigue siendo muy popular.

El apartamento de Imelda Marcos es un museo sobre Imelda Marcos. Las paredes, las mesas y las sillas acumulan retratos, esculturas, bordados y estatuillas dedicados a sí misma. Imelda con Fidel Castro, Imelda con Ronald Reagan, Imelda con Mao Zedong, Imelda con Saddam Hussein, Imelda con Muhammar Gadafi, Imelda de joven, Imelda de espaldas, Imelda de perfil... Imelda Marcos regala a sus invitados una corbata marca Imelda y un vino peleón de las bodegas Imelda, en una botella de vidrio ilustrada con una acuarela en la que posa sonriente y 50 años más joven.
Imelda sospecha que el mundo se está olvidando de ella, a pesar de haber sido uno de los personajes más célebres del siglo XX. A sus 80 años, trata de desplegar los encantos que cautivaron a diplomáticos y periodistas de todo el mundo. Pero su brillo ha desaparecido para siempre y la puesta en escena chirría como una joya oxidada. La videoteca demuestra que no siempre fue así: su altura, su elegancia y su delicado exotismo marcaron el contrapunto perfecto a la dureza del dictador Ferdinand Marcos. La fama de la 'mariposa de hierro' creció hasta acabar eclipsando a su propio marido, especialmente en el extranjero.
Precisamente ella, la muchacha de provincias cuyo único gran mérito fue ganar un concurso de belleza local, que al parecer estuvo amañado. Meses después de aquello, un ambicioso abogado que se preparaba para triunfar en política se fijó en ella.
"Cuando entramos al palacio presidencial, Marcos me dijo que él construiría una casa robusta para los filipinos y que yo tenía que convertirla en un hogar", recuerda hoy Imelda, explicando su propio matrimonio a partir del mito genealógico filipino: "Malakas (masculino) y Maganda (femenino), la fuerza y la belleza que han de guiar al pueblo. Un gran romance", dice.
Además del romance, el matrimonio Marcos engendró lo que la organización Transparencia Internacional considera el segundo gobierno más corrupto de toda la historia moderna, sólo por detrás de lo que hizo en Indonesia un contemporáneo suyo, el general Suharto.

La 'madre de Filipinas'

Imelda insiste en que quiere pasar a la historia como la 'madre de Filipinas', pero en lo que se ha convertido es en un ícono universal de la frivolidad, la extravagancia y el derroche. La única anécdota mundialmente conocida de su compleja personalidad es su afición desmedida por los zapatos. Los manifestantes que tomaron al asalto y saquearon su palacio encontraron 3 mil pares de tacones en un armario.
"Me robaron, pero ahora tengo muchos más de 3 mil zapatos. Aquello fue mi mejor defensa porque en mi armario no encontraron cadáveres, sino zapatos preciosos. Y eso es un motivo de orgullo. Me he convertido en el sinónimo de los zapatos, incluso unos almacenes de Nueva York se anuncian diciendo que hay una pequeña Imelda en todos nosotros".
Por encima de sus otros excesos, Imelda justifica su pasión por la belleza. "He intentado ser lo más bella que he podido. Hay que ser una flor antes de dar frutos. Es de sentido común. Además, las flores no se pelean, ni causan guerras". La gran señora admite que no sólo aspira a ser bella, sino a rodearse de belleza. Así justifica las innumerables obras maestras del arte europeo (Velazquez, Canaletto, Goya, Picasso...) en las que gastó los impuestos de un país tercermundista, la impactante colección privada de joyas con la que intentó abandonar el país cuando salió al exilio, o su interminable catálogo de vestidos. "No hay nada por encima de la belleza, todos tenemos la obligación de perseguirla".
- ¿Pero no hace falta tener el resto de necesidades muy cubiertas para preocuparse tanto por la belleza? "No. Aunque seas muy pobre hay que aspirar a la belleza, no hay nada que te lo impida. Cuando era primera dama iba a las zonas rurales y reñía a los campesinos. ¡Cómo podían tener casas tan feas si viven en un país que es un paraíso! Ellos me decían: Oh, señora, es que somos muy pobres, sólo tenemos bambú y coco. Y yo para dar ejemplo mandé construir un palacio de coco y otro de bambú", reclama con desafiante orgullo.
Lo que no dice es que el palacio, ensamblado en un 70 por ciento con cocos y tratado por los mejores ebanistas del país, costó 37 millones de dólares, una verdadera fortuna hoy, pero todavía más en 1981. El papa Juan Pablo II, que debería haberlo inaugurado, se negó a pasar la noche allí, en un gesto de rechazo ante la frivolidad de sus huéspedes.
Lo público es privado
Resulta superfluo interrogar a Imelda sobre los excesos que cometió en el poder junto a su marido, a quien ayudó activamente a gobernar el país entre 1965 y 1986, especialmente en la segunda parte del régimen y durante los nueve años de ley marcial.
Fue gobernadora de Manila, ministra de Asentamientos Humanos y embajadora plenipotenciaria, llegando a controlar más de la mitad del presupuesto anual del Gobierno. El de los crímenes que se le imputan es un interrogatorio que ha respondido miles de veces y para el cual tiene un guión aprendido. "Mi marido no creía en la democracia, ni en las decisiones populares. No todo lo que es popular es bueno y no todo lo que es bueno es popular", insiste.
La 'gran señora' entiende que lo público es privado, literalmente. Y, sin pudor, considera legítimamente suyas todas las riquezas adquiridas durante sus dos décadas de Gobierno. "Mi marido me decía que él sabía cómo ganar dinero y yo cómo gastarlo, porque yo adquiría cosas bellas, que son cosas eternas".
Imelda se siente una persona "espiritual", se declara "una gran creyente católica" y se entretiene con todo tipo de misticismos, aunque su forma de entender la vida es de lo más mundana. "Para gobernar tienes que entretener a la gente. Fiestas, béisbol, conciertos. Me dicen que soy frívola, pero no es verdad, lo que pasa es que sé que hay que entretener a la gente para que no haga cosas malas".
Hablar abiertamente de este tipo de cosas en un país donde, aún hoy, la mitad de la población vive con menos de dos dólares al día, le ha costado a Imelda muchos

os. El último: aparecer retratada por la revista estadounidense Newsweek como una de las 11 celebridades más codiciosas de la historia, junto al conquistador mongol Gengis Khan, entre otros.

El timbre suena muchas veces

A lo largo de las tres horas y pico de entrevista, la ex primera dama reclama a sus criados constantemente. Riiiing, riiiing. Los sirvientes traen agua y Coca-Cola varias veces, además de una merienda a base de chocolate con churros y hamburguesas con papas fritas, que ella ni siquiera mira. Riing, riiing. Ordena subir el aire acondicionado, bajarlo, quitarlo, correr las cortinas, descorrerlas nuevamente... Riiing, riiing. Junto a la comida van apareciendo objetos y libros que enriquecen e ilustran sus explicaciones.
A mitad del encuentro, se instala un proyector informático en mitad de la sala y van pasando imágenes que apoyan una serie de teorías místicas y pseudocientíficas que ya dejó escritas en un libro (El círculo de la vida), en el que mezcla filosofía, religión, geografía, política e incluso varias referencias a 'Pacman', el comecocos: ese videojuego de los años 80 que consistía en engullir bolitas en un laberinto a oscuras y evitar que te cazaran los fantasmas.
Todas las presentaciones acaban con conclusiones parecidas a esta: "Si reciclamos toda la basura que un hombre produce, podemos hacer un mundo nuevo unidos y llevar el paraíso al infinito".
En Filipinas muchos añoran sus políticas populistas, sus discursos bañados en lágrimas y sus paseos solidarios por los barrios más pobres. Sin duda, la ex primera dama es hoy una figura popular, con la que mucha gente quiere tomarse fotos y a quien casi nadie niega una sonrisa. "Resulta divertido pero están obsesionados conmigo. Antes sólo me querían, ahora es una obsesión, me he convertido en un ídolo. A veces me da vergüenza", dice aparentando sonrojo.
Su candidatura para congresista por la región de Ilocos Norte (el histórico bastión marquista) podría devolverla al Parlamento este mismo año. "Mi intención, si gano, es ponerlo todo junto, mezclar todas las religiones, culturas, naturalezas e ideologías y crear con todo ello una gran familia. Filipinas es un país que necesita una madre".
Su hijo Bong Bong, con quien, se dice, mantiene una relación tensa, es un político consagrado, sostiene una candidatura al Senado y su partido podría llegar a formar gobierno en coalición. En un país donde las mismas familias llevan décadas repartiéndose la riqueza, hace falta mucho más que una revolución pacífica para sacar a los Marcos de escena.
Imelda Marcos se despide educadamente cambiando al español, idioma que chapurrea. Tiene que tomar un avión y no hay mucho tiempo. Mientras desaparece por el pasillo, uno de sus asistentes nos acompaña en silencio hasta el ascensor. En el rellano, más cuadros y una colección de muñecas artesanales marca Imelda, hechas con hojas de palma y bambú.
Una frase se viene a la cabeza durante el largo viaje de vuelta al primer piso, de vuelta a la tierra. "Soy lo suficientemente modesta para saber cuáles son mis limitaciones", dijo en algún momento de la entrevista. ¿Lo es? Hay pregunta.

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