Llegamos tarde y sin claridad a ver qué hacer con la inteligencia artificial

¿Y ahora qué?

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Llegamos tarde y sin claridad a ver qué hacer con la inteligencia artificial Editorial de El Espectador "A pesar de la necesaria atención global sobre la inteligencia artificial, los avances vertiginosos de los desarrollos tecnológicos dejaron las regulaciones en la obsolescencia”. © Getty Images El mundo empezó a hablar en serio sobre inteligencia artificial (IA), pero las respuestas hasta ahora no son alentadoras. A finales de octubre la Unesco, el Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe (CAF) y el Ministerio de Ciencia de Chile organizaron el foro sobre la ética de la inteligencia artificial en América Latina y el Caribe, para dar pistas sobre cómo puede crearse una regulación para la región. Luego, a principios de noviembre, se llevó a cabo una cumbre de alto nivel sobre “Seguridad en la IA”, con sede en Reino Unido y la participación de altos representantes de la ONU, la Unión Europea, Estados Unidos y hasta Elon Musk. El problema es que, a pesar de la necesaria atención global sobre el tema, los avances vertiginosos de los desarrollos tecnológicos dejaron las regulaciones en la obsolescencia. El principal reto es que no sabemos muy bien de qué hablamos cuando nos referimos a la IA. La mayoría de las personas han tenido contacto con la tecnología al hablar de ChatGPT, construido por Open AI y financiado en parte por Microsoft, o la competencia que lanzó hace poco Google, llamada Bard. Sin embargo, el desarrollo de tecnologías de la IA está en todas partes, desde el reconocimiento facial, pasando por el diagnóstico médico, hasta la modificación de las cadenas de producción de bienes de alto valor. Y esa confusión se ve en lo normativo: mientras en China hay una serie de medidas que buscan restringir el uso de las herramientas de IA y garantizar que cualquier desarrollo pase por el control del partido de gobierno, la Unión Europea está en proceso de adoptar normativas generales, y Estados Unidos no se queda atrás. Corremos el riesgo de que ocurra lo mismo que pasó con las redes sociales: ante la imposibilidad de regular las partes más nocivas, los daños ocurrieron mucho antes de que llegaran las autoridades a ver qué hacer. En Colombia pasa algo curioso: contamos con una amplia regulación, pero se hizo sin dar cuenta de los debates profundos que hay detrás de la IA, y además se puso en marcha mucho antes de que contáramos con la información que hoy tenemos sobre la misma. Como escribió la experta en tecnología Carolina Botero en El Espectador, “aunque en el papel Colombia aparece preparada y a la vanguardia de la política pública de IA en el sector público, en la práctica los documentos son buenos para enmarcar”. No hemos tenido procesos de participación ciudadana abiertos ni discusiones complejas sobre las necesidades de regulación en un país que parece alejado de todas estas discusiones. Lo claro es que el mundo está corriendo a regular, con la influencia de las grandes empresas tecnológicas buscando intervenir. El problema es que las implicaciones en juego son difíciles de medir: ¿cuántos empleos se perderán? ¿Cómo operará el debate sobre privacidad? ¿De qué manera podemos garantizar la seguridad de toda la información que se seguirá recolectando? ¿Y la de la democracia, tan golpeada por las peores versiones de la ciudadanía volcada a las redes sociales? ¿Cómo se modificarán los procesos de educación, desde el colegio hasta las universidades, para preparar a las personas para el nuevo mundo que está en rápida construcción? Esos son los dilemas y llegamos tarde al debate, pero debemos tratarlos con urgencia.

Fuente: El Espectador