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 Ana AnónimaParticipa en el tema Ana Anónima en el foro Discusiones Generales. |
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  Denunciante Leyenda  |  Ana Anónima
Calificación: de
5,00
Ana tiene la particularidad de que puede escribir su nombre al revés, no es largo y si fuera de otra parte, lo escribiría con dos enes, Anna. Sería como esas rusas que caminan por la plaza roja con un gorro de tela azul en el invierno, de la mano de un joven ruso con las mejillas coloradas y oliendo a vodka. Tambaleándose ante los ojos oscuros de los ancianos, hijos una vez de la patria y que ahora alimentan a las palomas. Ana le gusta tomarse fotos en cada esquina, en cada letrero y claro, a todo lo que va allegar a su estómago. Come de todo: papas sin pellejo, carne roja bien asada, pescado semi crudo, hígado encebollado, habichuelas al vapor, brócoli con aceite de oliva, pan recién horneado, huevos cocidos, vino tinto, helado de chispas de maní, arroz blanco con ajo y torta de manzana. No es gorda, más bien delgado. Su cuerpo consume tanto y tan rápido que no cena, porque se llena, aunque en las madrugadas busca jamón con mostaza y se lo come a escondidas en el baño. A ella le gusta las canciones de Dido y su favorita es Here With Me: No te escuché irte, Me pregunto cómo sigo aquí, Y no quiero mover nada, Podría cambiar mi memoria. Yo soy lo que soy, Haré lo que quiera, Pero no puedo esconderme, No iré, No voy a dormir, No puedo respirar, Hasta que estés descansando aquí conmigo, No me iré, No puedo esconderme, No puedo ser, Hasta que estés descansando aquí conmigo, No quiero llamar a mis amigos, Podrían despertarme de este sueño, Y no puedo dejar esta cama, Arriesgarse a olvidar todo lo que ha sido. Se la sabe de memoria. Si tuviera auto la pondría en el reproductor hasta el cansancio. Pero viaja en bus. Ve los paisajes de la ciudad por la ventana y más cuando llueve porque los charcos que se forman en el piso le recuerdan los caminos del pueblo de sus abuelos, que cuando era niña, visitaba con frecuencia. Ahora es una chica de ciudad. Vas recorriendo la ciudad, buscando algo de cordialidad. En los rincones de algún bar, dejas tus penas y tu soledad. Es que tú sabes que es mejor así, tienes razones por las que vivir. Y sonreír... Chica de la ciudad, aunque no pueda hacerte feliz. Con mi música intentaré, acercarme un poco más a ti. Te queda aún, algún lugar. Donde esconderte y poder soñar. Aunque la gente pase alrededor, tú sólo puedes ver el sol. Acá en la noche lo intentarás, con cualquier chico en cualquier lugar, de la gran ciudad. Chica de la ciudad, aunque no pueda hacerte feliz. Con mi música intentaré, acercarme un poco más a ti. Te buscaré sin descansar, y si algún día te puedo encontrar. Escucharé lo que quieras decir, todas tus penas se van a acabar. No tendrás nunca más la sensación, de vivir sola en la desolación de la gran ciudad. Chica de la ciudad, aunque no pueda hacerte feliz. Con mi música intentaré, acercarme un poco más a ti. Chica de la ciudad, aunque no pueda hacerte feliz. Con mi música intentaré, acercarme un poco más a ti. Chica de la ciudad... Ana fuma bastante, es su único vicio, lo hace desde los catorce años y no ha parado. Nunca dio explicaciones de porque lo hacía. Se sentía bien, podía ver incautos a través del humo y esconderse de todo. Fuma los cigarrillos más irritantes, apestosos y fuertes, de esos que amarillan los dientes y dañan la ropa. Tanto daño, tanto daño provocaste a toda la humanidad. Tantas vidas, tantas vidas de muchacho te fumaste... yo no sé. Apagando mi amargura en la borra del café hoy te canto, cigarrillo, mi verdad... Cigarrillo... compañero de esas noches, de mujeres y champagne. Muerte lenta... cada faso de tabaco es un año que se va... Che, purrete, escucha lo que te digo, no hagas caso a los demás. El tabaco es traicionero te destruye el cuerpo entero y te agrega más edad... El tabaco es traicionero, te destruye el cuerpo entero... ¡y qué! y esa tos te va a matar... Está aburrida y se está matando de a poco. No le importa quien sufre por ella o quien la llora en las noches, seguirá siendo la misma así su nombre se llene de enes. Busca lo que no se le ha perdido cada noche, y tiene tres anillos en sus dedos. No se los quita ni para dormir, y cuando se baña en la tina, se le hinchan los dedos y parece que el cobre se fuera a rompen. Vive sola y no le rinde cuentas a nadie, un día se tirará desde su balcón y lo último que viva en ella, será una colilla. Mientras ocurre eso, se desconoce así misma, es anónima, simplemente otra Ana, otra María u otra Luz. Sin identidad, que camina las calles de la ciudad y lee: Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio pelirrojo. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía éramos planas. Como si no fuera suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historias le habría gustado tener: un papá dueño de una librería. No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos; incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del papá. Para colmo, siempre era algún paisaje de Recife, la ciudad en donde vivíamos, con sus puentes más que vistos. Detrás escribía con letra elaboradísimas palabras como “fecha natalicia” y “recuerdos”. Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía de odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, delgadas, altas, de cabello libre. Conmigo ejercitó su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban. Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como por casualidad, me informó de que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato. Era un libro grueso, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría. Hasta el día siguiente, de la alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, nadaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro. Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, anduve brincando por las calles y no me caí una sola vez. Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviera al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el transcurso de la vida, el drama del “día siguiente” iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla. Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? No lo sé. Ella sabía que, mientras la hiel no se escurriese por completo de su cuerpo gordo, sería un tiempo indefinido. Yo había empezado a adivinar, es algo que adivino a veces, que me había elegido para que sufriera. Pero incluso sospechándolo, a veces lo acepto, como si el que me quiere hacer sufrir necesitara desesperadamente que yo sufra. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: “Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña”. Y yo, que no era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos. Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la mamá. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortada de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, esa mamá buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: “¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera quisiste leerlo!”. Y lo peor para esa mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos observaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: “Vas a prestar ahora mismo ese libro”. Y a mí: “Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras”. ¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubieran regalado el libro: “el tiempo que quieras” es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer. ¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Tomé el libro. No, no partí brincando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo. Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber en dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad habría de ser clandestina. Era como si ya lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire… Había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada. A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. Ya no era una niña más con un libro: era una mujer con su amante. C.L. Felicidade clandestina, 1971.  Última edición por ! Master !; 26-01-2021 a las 03:41:51 | |
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| SponSor  |  Re: Ana Anónima
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26-01-2021
, 16:31:10
| #2 |
 Denunciante Plata  | Respuesta: Ana Anónima
Para mi también la felicidad muchas veces ha sido clandestina; esa canción de Dido también me encanta.
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13-02-2021
, 19:23:30
| #3 |
| Denunciante Plata  |  Respuesta: Ana Anónima Y dos semanas después... me doy cuenta de esta joya. Gracias, Master. |
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