Ibargüen, la sonrisa de saltar a la gloria

IBARGÜEN, LA SONRISA DE SALTAR A LA GLORIA


La atleta colombiana espera seguir preparándose para participar en Río-2016.

Cuando fue ovacionada el domingo pasado en el estadio olímpico y una vez reposaba sobre su pecho la medalla de plata que ganó en el triple salto de los Juegos, Catherine Ibargüen no pudo evitar hacer un breve repaso de todo el camino que tuvo que recorrer para llegar a semejante trofeo.

La memoria fue exigida en medio de la emoción, pero una cuenta simple la desatoró de la duda: la mitad de su vida se la ha dedicado al deporte. De sus 28 años, 14 han sido literalmente a las carreras.

Faltaban 12 meses para convertirse en quinceañera cuando, en el colegio San Francisco de Asís de Apartadó (Antioquia), el profesor de educación física Wílder Zapata notó que tenía condiciones que la llevaban a sobresalir entre sus compañeros y, lo mejor, sin mayor esfuerzo.

En pocas zancadas dejaba regado al resto del grupo, que casi siempre tenía que pedirle, a manera de súplica, un poco de mesura en el ritmo para evitarles una mala nota a los demás.

Por eso, un buen día el 'profe' Zapata invitó a Catherine a la destartalada pista de atletismo, donde nació este diamante que a través de los años se fue puliendo y hoy ya puede decir con orgullo que es medallista olímpica y firme opción al oro dentro de cuatro años, en Río-2016.

De solo pensarlo, suelta esa sonrisa, entre pícara y desprevenida, que es casi su sello personal. Es alegre, sin duda, pero la antioqueña es otro de tantos ejemplos de deportistas que tuvieron que probar lo amargo, para luego saborear lo dulce.

Catherine sufrió en su infancia. Nació en una familia humilde y, en el hogar Ibargüen, sus padres, William y Francisca, tuvieron que luchar muy duro para sacarla adelante, junto con su hermano, Luis Alberto.

La violencia separó a sus progenitores: él se fue para Venezuela en busca de un mejor destino y ella tomó rumbo a Turbo, donde le tocó trabajar en oficios varios. Esa separación forzada terminaría por distanciarlos un poco de los hijos, ya que Catherine y Luis Alberto permanecieron en Apartadó, donde quedaron al cuidado de la abuela, doña Ayola Rivas, que se encargaría de criarlos, aunque en medio de dificultades. Algunas veces faltaba la comida y el colegio era un lujo. Sin embargo, la matrona se las ingenió para que ellos no faltaran a las aulas de clase.

Fue así como Catherine pudo mezclar estudio y atletismo. Empezó a destacarse como atleta, entre saltos y colchonetas fue creciendo deportivamente, y su pequeño cuarto se llenó de medallas. Sus éxitos sirvieron para que le ofrecieran irse a vivir a Medellín, en la villa deportiva Antonio Roldán, donde también le daban la comida y la ponían bajo las órdenes de un entrenador. Ella aceptó, pues en la capital antioqueña "había mejor futuro y así podía ayudarle a la familia", recuerda la medallista olímpica.

Catherine vio que tenía cómo vivir del deporte y por eso se dedicó a él. Hace cuatro años conoció a Ubaldo Duany, su actual entrenador, quien la convenció de dedicarse al salto triple solamente.

Comenzó un trabajo arduo, que hoy da sus frutos. Pero el sacrificio de la atleta colombiana, de 71 kilos y 1 m 80 c de estatura, fue mucho más grande. Se vio obligada a irse del país en busca de mejorar sus condiciones deportivas y personales. Ya va a cumplir cuatro años en Puerto Rico, donde alterna los estudios de enfermería con el atletismo. Otro atleta, Alexánder Ramos, es su novio y gran apoyo. Juntos celebraron el magnífico 2011 que tuvo Ibargüen, en el que ganó bronce en el Mundial de Daegu (Corea) y se bañó en oro en los Panamericanos de Guadalajara.

Ahora le sumó a ese palmarés una medalla de plata olímpica, que ya luce orgullosa en su natal Apartadó, pero que la acompañará luego en Puerto Rico, donde seguirá entrenando y estudiando. Una vez se gradúe quiere casarse, tener hijos y ayudarles a los más necesitados, en los que siempre se verá reflejada porque para subir al podio, es necesario empezar desde abajo.

Del Enviado Especial