Cualquiera que haya cometido ese crimen merece el repudio nacional, y no se descarta que lo hubieran hecho las FARC, pero el hecho mismo genera suspicacia. Cuando hay un acto de guerra se busca una ganancia: desmoralizar al enemigo, elevar la propia moral, disminuirle su fuerza combatiente, demostrar que se tiene capacidad de combate, en fin, siempre hay una razón contundente, pero ¿qué ganan las FARC con este hecho?

Secuestrar tiene una razón política, porque se convierte en un instrumento de negociación o de “pantallazo” al devolverlo sano y salvo con el consiguiente eco en los medios. Pero secuestrarlo para asesinarlo a sangre fría no hace otra cosa que aumentar su mala imagen y conspirar contra el proceso de paz que necesitan con urgencia para sobrevivir. ¿Por qué querrían clavarse el cuchillo? No es lógico.

Por ello, la primera hipótesis que debe hacer un investigador juicioso y objetivo para descubrir a los verdaderos responsables es preguntarse: ¿a quién beneficia este hecho infame? Es obvio que es una carga de profundidad al proceso de paz porque de inmediato les da gasolina a sus enemigos. No extrañaría que los autores estén en la otra orilla. Al fin y al cabo sus tesis de combatir la violencia con violencia sólo tienen razón de ser en la guerra. Terminada la guerra solo es cuestión de tiempo su extinción pues la era de los dinosaurios está llegando a su fin y Colombia, por fortuna, se dirige por buen camino a la era de los mamíferos.

Lo hicieron con los falsos positivos, lo hicieron con desapariciones, torturas y asesinatos, lo hicieron valiéndose de ejércitos privados, lo hicieron inventando desmovilizaciones, comprando conciencias, corrompiendo todo lo que tocaban, lo hicieron conspirando contra la justicia, lo hicieron asesinando defensores de derechos humanos, demostraron no tener límites para imponer sus tesis de terror, de autoritarismo, predicando la cultura del atajo en la que el fin justifica los medios, ¿por qué no podrían haber cometido también esta infamia?