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Shocked Un juicio a el siguiente programa muchos años después Calificación: de 5,00

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¿Cayeron Martín de Francisco y Santiago Moure en el sistema que tanto criticaron en La tele y El siguiente programa? ¿Es cierto que terminaron hastiados el uno del otro después de tanto éxito? ¿Cómo se ven hoy, uno como comentarista deportivo y el otro como actor?



Sobre todo tengo esta pregunta: ¿se vendieron al sistema Santiago Moure y Martín de Francisco después de haber juntado todas las pruebas necesarias para condenar a Colombia por arribista, por traidora, por mezquina? ¿Se convirtieron en las personas que más odiaban desde que dejaron atrás la pequeña contracultura que consiguieron montar en programas de televisión tan brillantes como La tele o la comedia animada El siguiente programa? ¿En dónde quedaron las críticas violentas a la farándula criolla, las caricaturas de nuestros líderes más escalofriantes, el adjetivo ‘chibchombiano’? ¿Todo liberal se vuelve conservador cuando reúne el dinero suficiente para hacerlo? Confío plenamente en ellos: en su humor negro, en su fragilidad, en su incorrección política. Sé que no van a eludirme. Tengo claro que su respuesta va a ser sincera: no se satiriza a la sociedad de semejante manera cuando se es uno de esos tipos autocomplacientes, seguros de sí mismos, que sonríen en el espejo cada vez que pueden.





¿Hoy en día, con todo lo que ha cambiado en el país y en sus propias vidas, convertidos en un actor y un comentarista de fútbol en la era uribista, podrían hacer El siguiente programa?, ¿se sienten con la misma libertad para hacerlo?


Santiago Moure: Podríamos hacerlo, claro, porque este país no ha dejado de ser la misma fuente inagotable de ridiculeces y de personajes siniestros. Tendríamos que partir, eso sí, de lo que somos ahora: repetirlo tal cual sería como quedarnos atrapados en la rebeldía de la adolescencia. Supongo que si habláramos de política hoy, si habláramos de los pocos políticos oscuros que se quedaron con todo en estos ochos años, tendríamos muchos más enemigos que antes. A todos se nos olvida que hacer humor en Colombia es tan peligroso como opinar. Y que el patrioterismo se ha exacerbado en los últimos tiempos.


Martín de Francisco: Alguna vez se pensó en arrancar donde quedamos, porque Colombia es todavía este cuerpo lleno de dolor que produce información a borbotones y nosotros aún tenemos esta tendencia a reconocer las derrotas en nuestras vidas cotidianas, pero la verdad es que habría que hacer un programa diferente. A mí me daría mucha pereza hacer lo mismo. Siempre he sido muy cobarde y muy paranoico. Y por esa época, que casábamos tantas guerras porque sí, sentía que me iban a hacer algo. Y esa crítica corrosiva contra todo el mundo me producía una culpa terrible. Querría tener las agallas para joder a la gente del poder, pero temo perder la paz que estoy logrando.


Santiago Moure: Yo me arrepiento de haber atacado al débil pero me pone orgulloso haber jodido al fuerte. Claro que sentíamos culpa. Claro que nos sentíamos ruines cuando veíamos los chistes fáciles que habíamos sido capaces de hacer contra un individuo, pero, como primero que todo nos dábamos durísimo a nosotros mismos, dormíamos algo en la noche. Y nos divertíamos cuando lográbamos desenmascarar a algún arribista o revelar para qué diablos quieren el poder los políticos que tenemos. La noche en la que llegó Poncho Rentería a darle en la jeta a Martín, en Gaira, por todo lo que le decíamos en el programa, es un buen ejemplo de lo que producíamos. Nos odiaba la gente que era. Y de vez en cuando lográbamos algo que me gustaría volver a hacer: convertirnos en adalides contra ese mundo corporativo que ha vuelto títeres hasta a los presidentes.






¿Podría hacerse en la Colombia de estos años, en la que se mira de reojo a la gente crítica, algo semejante a lo que hace Michael Moore en Estados Unidos?


Martín de Francisco: En Estados Unidos se puede tener un programa de crítica violenta como The Awful Truth o filmar un documental tan estremecedor como Sicko porque hay una verdadera cultura de la libertad de expresión. Allá está claro que nadie va a matarlo a uno. Aquí no. E igual, así alguien me garantizara la vida, tendría miedo de caer en el tono de adalid que dice Santiago: esa superioridad moral que comparten los gringos. Desde los presidentes que invaden los países hasta los superhéroes de los cómics, desde los tipos que compran escopetas porque sí hasta el mismo Michael Moore, que se roba el protagonismo de sus documentales. La norteamericana es una cultura de envidiosos con aureola. Y aquí no estamos tan lejos de ello.


Santiago Moure: Moore no está muerto porque no tiene ningún poder: ya no hay que matarlo porque ya está muerto. Estados Unidos deja que de vez en cuando llegue a la Casa Blanca un tipo como Obama, que agite las banderas progresistas, pero en el fondo está gobernado siempre por los mismos personajes: por las mismas “fuerzas oscuras” que nos gobiernan a nosotros. Me preocuparía, de hacer un programa como The Awful Truth, no tener el respaldo periodístico para no salir con chorros de babas. En estos ocho años, por ejemplo, en los que a tantos les faltó la información para dejar de defender a Uribe a ultranza, hubiera sido genial probar en la televisión abierta que un grupito se estaba beneficiando de nuestra ignorancia: demostrar que la frase “por lo pronto, vamos a contribuir al éxito del gobierno Santos” es una amenaza velada.


Martín de Francisco: Sería genial exponer a “las fuerzas oscuras”, claro, ir mostrando cómo se va pasando Uribe a la oposición con esa pose de frentero con la que pasó una reelección ilegal en vivo y en directo e hizo la llamada de “le voy a dar en la jeta, marica”, pero si me preguntas hoy, aquí y ahora, creo que estamos lejos de desmontar esa obra de teatro. Este país, que no está habitado por ecuatorianos furiosos, sino por colombianos resignados a su suerte, está diseñado para que jamás se sepa la verdad. Nunca se llegarán a saber, por ejemplo, los nombres de los que pensaron el exterminio de la UP. Y que aniquilaron a los interlocutores inteligentes para que no se pueda dar una negociación con la guerrilla.


Santiago Moure: La frase de Hitler, que era tan colombiano, era esta: “Cuanto más grande sea la mentira, más gente la creerá”. Y aquí estamos. Todo el mundo sabe qué pasa, pero muy pocos quieren creerlo. ¿Y quién puede culparnos? Tenemos, como todos los seres humanos, la necesidad de vivir tranquilos. Nos sentimos conformes de estar vivos. Damos las gracias por estar enterrados solo hasta acá. Estoy seguro de que, sin embargo, si nos llegara la verdad nos pasaríamos la vida indignados.






Supongamos todo a favor: que se da lo que tiene que darse para hacer un programa diferente, crítico y documentado, que los deje a los dos con la conciencia tranquila. Vendría entonces el problema de dónde transmitirlo. Los canales no están ya para esos trotes. Y ustedes dos, que reciben sueldos de parte de los grandes grupos económicos del país, ya no son tan libres.


Santiago Moure: Es claro que pudimos hacer los programas que hicimos porque trabajábamos en una programadora independiente. Tratamos de hacer algo como El siguiente programa en los canales privados, pero no duramos ni tres semanas: pisábamos los callos de ese mundo corporativo que se traga todo y está lleno de vasos comunicantes con los políticos y los empresarios. Nuestra sociedad es un eco de sociedades más evolucionadas. Está siempre a la penúltima moda. Y un día, de pronto, la televisión colombiana quedó reducida a telenovelas mexicanizadas que traicionaban los temas diferentes por los que nos habían reconocido en el mundo. Y toda la sátira de la sociedad quedó en manos de las columnas de Daniel Samper Ospina o de los programas que Pirry hace a espaldas de RCN. Toda la crítica a nuestro desastre quedó reducida a lo que se pueda hacer, gratis, en internet. Pronto se darán cuenta de que la gente está accediendo a la verdad por esa vía. Pero, por ahora, internet sería el camino si quisiéramos hacer algo.


Martín de Francisco: El negocio de la televisión, que de entrada subestima al público, está planteado para que la creatividad no sea remunerada. El mensaje es: aquí no me traigan ideas originales que esas no venden y aquí no esperen que los reconozcamos como creadores. Y como los libretistas se dan cuenta de que se persiguen esas tramas mediocres, y a fin de cuentas tienen que vivir de algo, se pliegan a unas fórmulas que nos igualan a las demás televisiones por lo bajo. Se copió lo más malo de afuera cuando ya habíamos alcanzado un lenguaje propio que partía de nosotros mismos. Santiago reivindica la crítica a la colombianidad en A corazón abierto, es el tipo de los papeleos, las leguleyadas y los atajos, pero no hay mucho más que eso hoy en día.








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Última edición por Malamadre; 09-09-2013 a las 17:12:45
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