Celebré en su momento la elección de Eduardo Montealegre como Fiscal general, por ser uno de los más brillantes abogados penalistas del país, formado en el rigor intelectual y ético del Externado.

No me equivoqué. El paso que da para acabar con la corrupción de la Comisión de acusaciones de la Cámara de Representantes, muestra su talante.

Esperemos que la Sala de Casación Penal de la Corte Suprema no sea inferior a sus deberes y tome el toro por los cuernos.

Es la reivindicación de la justicia, venida a menos con los recientes escándalos de clientelismo, contubernio con la clase política y el aprovechamiento abusivo de los permisos.

Tenemos un fiscal valiente que, con argumentos jurídicos, le sale al paso a los abusos del poder, incluyendo el fundamentalismo medieval y el amaño delincuencial de la Comisión de acusaciones.