Cuando era niña, contemplaba la luna, pensaba que un gran ojo que me observaba que me guiaba, luego pensé que haya vivía una señora, una dama, alguien parecida a mí, solo que mayor y más hermosa, con sus cabellos rizados y sus labios gruesos, alta y esbelta, que me sonreía y hablaba a mi mente; porque siempre la luna ha sido mágica, mística y misteriosa, como yo, por eso me gusta, me agrada, yo soy ella y me da lástima saber que nunca podré visitarla, no importa que tan alto vuele o que tanto estire mis brazos, no llegaré allá; pero en mis sueños viajaré, y lo he hecho, ya en mi cama me tiendo y mi alma vuela hacía ella, no necesito mi traje de astronauta, solo mi pijama; entonces me elevo y veo mi casa alejarse, mi ciudad, mi país, mi planeta, y al llegar a la luna, mis pies descalzos se hunden en la arena blanca y brillante, corro, salto, juego, rio a carcajadas y bailo, bailo como una bailarina, la mejor de todas, aunque me canso y me da sueño, me da sueño en mi sueño, y me acuesto en un cráter porque estoy cansada, y cubro mi cuerpo con la arena, que esta tan tibia como mi cama y ella misma me forma una almohada, y desde ahí contemplo la Tierra, mi planeta, mi hogar, y sonrío, y lloro, y duermo, duermo y duermo; y al despertar estoy ya en casa, pero quiero seguir durmiendo, quiero seguir en la luna, y me doy cuenta que he crecido, no soy una niña.
Cuando camino por la calle a veces llegan esos recuerdos y sonrío, y de repente corro, salto, juego, rio a carcajadas y bailo, bailo como una bailarina, la mejor de todas, y no importa cuántos años tenga siempre seré la niña de la luna.