Tiburones
Por: Andrés Hoyos
Tuve que leerlo dos veces. Según el Wall Street Journal de este viernes, Iván Glasenberg, el CEO de la recién fusionada gigante minera Glencore-Xstrata, “no ve diferencias entre países con volatilidad política que expropian activos y democracias estables que elevan impuestos”.
Traducción: una democracia donde impera la ley es lo mismo que una dictadura mientras el efecto sobre el P y G de mi compañía sea igual. Traducción bis: su país me importa un carajo. Los colombianos tenemos, pues, razones para estar nerviosos, pues este señor y su compañía son dueños del 30% del carbón del país. El lobo a veces sí viene.
Hablando hace poco con un experto internacional en temas mineros, me decía que en el medio hay de todo: desde operadores correctos, que no regalan nada pero tampoco saltan a la yugular, hasta tiburones blancos de los mares del sur que van directo al hígado de su presa. Catemos a Glencore en Zambia en 2000, donde mandaba el corrupto Frederick Chiluba, ya fallecido. El cobre había bajado a sus mínimos históricos y el país andaba con el agua al cuello. Entonces el tiburón, vestido de hada madrina, se ofreció a sacar a Zambia de la crisis comprando sus riquísimas minas. Dicho y hecho, las minas se vendieron a huevo. No quiero ni imaginarme lo que habrá sido la negociación del frío Glasenberg con el folclórico Chiluba y su combo, pero pienso en un cuchillo afilado que entra en una barra de mantequilla tibia. Aunque las dudas sobre la legalidad de una compra en semejantes circunstancias son legítimas, allá sigue Glencore, pagando los poquísimos impuestos que le gusta pagar a don Iván Glasenberg.
Conviene recordar, por si acaso, que Glencore nació con otro nombre. Se llamaba Marc Rich & Co. y fue durante años el vehículo por medio del cual Rich, un pirata sofisticado dedicado a la compraventa de commodities, se hizo billonario pasándose la ley por la faja. Tras una especulación fallida del pirata en zinc, Glasenberg y otros ejecutivos le compraron la compañía y, como lo primero, cambiaron el problemático nombre. Más adelante Rich fue procesado y condenado en Estados Unidos hasta que al final se benefició de una escandalosa amnistía otorgada por Bill Clinton en 2001, pese a la cual el precavido personaje nunca volvió a pisar suelo americano, por si las moscas.
Según todo lo anterior, la locomotora minera que tanto gusta a algunos aquí puede tener cara de tiburón. No quiero decir con esto que un Estado no pueda negociar con las Glencores de este mundo, las cuales poseen conocimientos tecnológicos muy avanzados, sino que es preciso encargar de la labor a un grupo de funcionarios endurecidos y duchos, que tengan el “no” a flor de labios. Por lo visto en Zambia, y también en Colombia, las privatizaciones al 100% son las peores. Sellada la venta total, el sésamo se cierra y la compañía compradora puede aplicar una contabilidad creativa con sus sucursales basada en los famosos precios de transferencia. Acto seguido las utilidades empiezan a evaporarse y con ellas los impuestos adeudados por la compañía. Las empresas mixtas, en cambio, en las que el Estado retiene una mayoría o por lo menos una minoría con dientes, son mucho más difíciles de manipular.
Fíjese el lector que en los discursos de los CEO de compañías como Glencore se habla mucho de los beneficios que trae la inversión extranjera a un país —empleo y demás—, pero nunca se mencionan los impuestos pagados allí. Por algo será.
Fuente El Espectador