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Los mejores licores
Natalia no es enfermera, pero eso no impide que se pase bastante a menudo por el hospital. Tampoco tiene ningún pariente enfermo ni es voluntaria. ¿Entonces? Digamos que le gustan los desconocidos; para ser más exactos, las pollas de los desconocidos.



Antes de sus visitas se repite siempre el mismo ritual: recoge su largo y sedoso cabello moreno en una cola de caballo y se maquilla con esmero. Se coloca algún diminuto tanga rojo o negro que tapa lo justo y se cuela entre sus nalgas duras, firmes y redonditas. Medias blancas con ligueros y sujetador con push-up a juego con las braguitas. Por encima se coloca una bata blanca cortita, bajo la que asoman tímidamente los adornos de sus medias. Dos o tres botones desabrochados, que muestran los pechos tersos y enormes apretándose uno contra otro, elevados y enarcados por un escote amplio, generoso y nada discreto. La vestimenta se complementa con una pequeña cofia y unos incómodos, aunque sensuales, tacones de aguja combinados con la bata.


Se cuela en el hospital y deambula por los pasillos. ¿Qué busca? Una mirada encendida, unos ojos lujuriosos que recorran su cuerpo y se claven en los suyos provocándole descargas eléctricas, un cuerpo que sea capaz de hacerla temblar con sólo mirarlo. Los hombres la miran, devorándola mentalmente. Las mujeres lo hacen con cara de desaprobación y, quizás, algo de envidia. Un celador, una abuelita, un par de adolescentes salidos… Sigue caminando, moviendo su trasero con bamboleos circulares y amplios de sus caderas y haciendo que los senos boten con cada paso que resuena haciendo eco a lo largo del pasillo.


Alguien la mira de forma insolente, deteniéndose con gran interés sobre su escote. Cuerpo trabajado, músculos fuertes, buen paquete, seguro de si mismo. Sonríe insinuante. Natalia lo toma de la muñeca, mira a un lado y al otro y lo arrastra hacia un cuarto de baño. Cierra la puerta con pestillo y se abalanza sobre él. Los brazos alrededor de su cuello, las piernas abrazándole la cintura. Se besan con pasión, se frotan con lujuria, se tocan y se acarician. Ella vuelve a poner los pies en el suelo, desabrocha la bata para exhibir su precioso cuerpo y le acaricia el paquete mientras continúan besándose, mordiéndose y jugando con sus lenguas traviesas. El le agarra el trasero, apretando esas nalgas firmes, disfrutando de su suave tacto, mientras se excita más y más. Le besa los senos, los saca del sostén y lame los pezones. Ella juega con su pelo, manteniendo prisionera su cabeza junto a sus majestuosos pechos.


Natalia desliza su mano suavemente dentro de los pantalones del desconocido. Nota la verga dura entre sus dedos. La acaricia, la agarra, la recorre, contagiándose de su calor. Se deshace rápidamente de la ropa que se interpone entre ella y su golosina. Se arrodilla y lo mira a los ojos. Él sonríe, ella se relame. Lame lentamente la punta y tira con cuidado de la piel que la cubre, dejando al descubierto un glande gordo y redondeado. Lo besa lentamente y sigue lamiendo despacito de arriba abajo y de abajo arriba con la punta de la lengua. Él se estremece y ella sonríe maliciosa; el miembro se hincha y termina de crecer. Es una buena polla: larga, gorda, jugosa, cabezona y con las venas bien marcadas. La rodea con sus labios y presiona, haciendo fuerza mientras empuja su boca hacia abajo, aproximándose lenta pero segura hacia los testículos. Deshace el camino andado dirigiéndose al capullo de nuevo. La boca hace más fuerza cada vez y los paseos se repiten, aumentando poco a poco la intensidad y la velocidad.


La cabeza sube y baja a un ritmo frenético. El pelo se alborota. Las respiraciones se entrecortan. Los labios echan humo. Él coloca las manos a ambos lados de su cabeza. Ella lucha por tragarse toda esa porción gruesa de carne caliente y apetitosa. La boca está llega y no hay suficiente espacio para todo el miembro. Ella sabe como hacerlo: abre la glotis, su cuello y su papo se hinchan. Los ojos quieren llorar. Pero finalmente todo el miembro entra y ella lo retiene en su garganta, aprisionándolo entre sus paredes.


Aguanta hasta no poder más, y libera a la prisionera para poder respirar. Sale al exterior entre un río de babas con un sonoro jadeo. Ella continúa chupando y chupando a un ritmo más alocado que antes. La boca resbala perfectamente a lo largo del miembro ensalivado mientras él se retuerce de auténtico placer. Cuando las comisuras se resienten debido a la fricción deja que sea su mano la que de placer al hombre. Se cierra sobre el falo y aprieta, recorriéndolo velozmente, mientras sus pechos saltan y botan. Lo masturba con gran rapidez, mirándolo a los ojos y emite pequeños gemiditos con voz aguda y sexy. Ronronea, jadea y resopla. Agarra el pene con las dos manos, moviendo sus muñecas en círculos y tirando con fuerza del grueso miembro. Vuelve a acariciarlo con la lengua y se mete el capullo en la boca, sin dejar de pajearlo con una mano. Succiona, chupa, mama con ganas, con fuerza y con entrega absoluta.


El cuerpo del desconocido se contrae. Todos los músculos se tensan con fuerza y contiene la respiración. Natalia saca el pene de la boca y lo masajea con dedicación. Él expira, resoplando con fuerza mientras se relaja. Ella continúa recorriendo la polla con su mano, haciendo fuerza. Sale la leche. La verga escupe con furia semen caliente a presión. La falsa enfermera abre la boca. Un chorro dentro, otro en los labios, otro sobre una mejilla. Sigue sacudiendo esa cosa dura y algunas gotas más caen sobre sus pechos.


Pone su boca en la puntita y chupa para limpiar los restos de la corrida. La succiona hasta dejarla limpia por completo. Sonríe a su compañero de juegos mientras deja salir la leche entre sus labios mezclada con su saliva. Se coloca el sostén y se abrocha la bata. Limpia la lefa de su boca y se va

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