Isabel era una agradable compañera de mi mujer. La habíamos conocido hacía unos meses, cuando nos habíamos trasladado de ciudad. Sin saber siquiera movernos por la nueva urbe, ella se ofreció a acompañarnos para conocerla. Es más, nos ayudó a encontrar un piso donde vivir. Se había separado de su marido recientemente y, aunque tenía un niño, disfrutaba de bastante tiempo libre, ya que tenían la custodia compartida y él se quedaba bastantes veces con el crio.
Era una mujer alta y delgada, rubia y con el pelo corto. Siempre iba vestida muy discreta y tapada. No era de las que te das la vuelta cuando pasa. Su cortesía con nosotros pasó a amistad al estar cada vez más tiempo juntos los tres. Salíamos a almorzar o a cenar y prolongábamos nuestros encuentros hasta bastante tarde. Llegamos a ser como tres amigos de toda la vida. Inseparables.
Gracias a estas charlas, cada vez más frecuentes, empezó abrirse y a contar su traumático proceso de divorcio. Había tenido muchos problemas con su exmarido, que seguía portándose muy mal. Ella cada vez estaba más preocupada por el niño. Estaba muy nerviosa y apenas dormía.
Aprovechando que llegaba el buen tiempo, mi mujer y yo decidimos irnos un fin de semana a la playa. Antes de reservar el hotel, me preguntó si no me importaba que incluyéramos a Isabel en las minivacaciones, pues había hablado esa mañana con ella y estaba muy apenada. Aunque hacía mucho tiempo que queríamos una escapada solos, y no me hacía mucha gracia llevar exceso de equipaje, acepté. Cuando se lo comentamos, se negó. No quería ser un estorbo. Entre bromas, le prometimos disfrutar del viaje y que por las noches la dejaríamos dormir en nuestra cama. Rápidamente la convencimos entre carcajadas.
El viaje en automóvil duró tres horas. Yo conduciendo y ellas atrás cuchicheando. Me preguntaba de qué estarían hablando tanto tiempo.
Al llegar, subimos a las habitaciones a ponernos el bañador e ir a la piscina del hotel. Mientras nos cambiábamos, mi mujer me preguntó si había pensado en la propuesta que le habíamos hecho para convencerla del viaje. Me lo había imaginado unas cuantas veces por supuesto. La fantasía de cualquier hombre es acostarse con dos mujeres a la vez y más si una de ellas es la tuya propia. Ella también lo había pensado. Es más, lo habían estado hablando durante el viaje pero Isabel no se atrevía ni a pensarlo por si no me parecía bien. Que equivocada estaba.
Varias veces me había comentado lo atractiva que le parecía Isabel, a lo que yo respondía siempre igual: no me parecía gran cosa. Y, aunque era improbable que ocurriera algo, la ponía muy caliente pensar en esa situación.
“Estoy celosa y cachonda. Nunca me hubiera imaginado desear que te follaras a otra mujer“.
“¿Pero solo me la voy a follar yo? ¿Tú no? la contesté.
“Por supuesto. Ansío tener a esa mujer entre mis piernas, pero estoy deseando verte con ella y que la llenes todos sus agujeros. Me excitaría mucho espiaros”.
Me sorprendió la lujuria de sus palabras. Esa acumulación de pensamientos libidinosos explotó en ese momento. Nunca le había visto así.
Se lanzó a por mí como una posesa. Tórridos besos dieron paso a tocamientos desenfrenados. La senté sobre una mesa de la habitación. Sujeté sus los tobillos y comencé a besar sus piernas. Esa sonrisa picarona se había convertido en una mueca de lujuria. Con mi lengua trazaba círculos por la parte interior de sus muslos. Levanté sus piernas y me coloqué de rodillas. Subía y bajaba pero sin llegar a rozar siquiera su coño. Retozaba. Gemía. Me pedía por favor que se lo comiera. Yo sabía que para que le gustara más, debía hacerle esperar. Daba la sensación que mi lengua nunca llegaría allí donde ella quería. Seguí chupándola, repasando desde tus tobillos hasta su pelvis, frotando suavemente tu monte de Venus. Estaba extasiada. Me pedía penetración pero no se la quería dar. De vez en cuando su vulva rozaba en mi cara, lo que aún le excitaba más.
Le cogí una mano, ensalivé el dedo índice y lo dirigí a su ano. No quería penetrarla sino que lo hiciera ella. Primero despacio, luego más deprisa, ese dedo entraba y salía para mayor placer suyo.
Por fin metí mi cabeza entre sus piernas y me quede con la boca a unos centímetros de su clítoris. Se abalanzó hacia delante para dármelo. Endurecí mi lengua y penetré su coño hasta donde pude, teniendo la precaución de golpear con mi nariz su clítoris. Gritó. Saltó hacia atrás, clavándose más su dedo, y hacia delante. La follé varias veces con la lengua. La saqué y metí su clítoris en el interior de mi boca. Una vez dentro y haciendo presión con los labios, hice movimientos circulares con mi lengua. Estaba cada vez mas mojada. Iba a explotar. Yo la hacía retroceder y su dedo la empujaba hacia delante. Por la intensidad con la que lubricaba, parecía que tuviera un rio de flujo en su interior.
Retire mi cara y la penetré con un dedo. Comenzó un vaivén pélvico, penetrándola con mi dedo por delante y el suyo por detrás. Lo saqué dedo y lanzó un gemido de placer.
Me llevé una de sus manos hasta mi pantalón y, al notar mi dureza, aún se excitó más. Abrí la cremallera y la insertó dentro. Notaba como sus tensos dedos me daban un tremendo placer. Con gran destreza me bajo el pantalón y dejó mi dura verga al aire. Solo me tocó unos segundos.
Me soltó, me sujetó la cabeza y me la empujó con tanta fuerza hacía su clítoris que me hizo daño en los labios. Ya no quería penetración. Quería que acabara con la lengua. Y yo obediente la di placer oral.
Gritó como nunca había oído a una mujer. Al segundo, cayó hacia atrás mareada. Poco a poco la presión fue menor y retire mi boca. Mientras estaba medio inconsciente me masturbé mirándola. Y llegué al orgasmo sobre sus tetas, las que dejé bastante mojadas con mi corrida.