Sigifredo López es una víctima y hay que respetar sus sentimientos, pero olvida que un proceso de paz no se hace con monjitas de la caridad, ni tampoco es un juego del que más verdades dice, ni de que al final vamos a entrar al paraíso, todos redimidos bailando sobre las nubes.

Las partes que están sentadas en la mesa de diálogo han cometido delitos de lesa humanidad, han hecho de la violencia su razón de ser, han maltratado a la población colombiana, la han explotado, han escondido la verdad, han torturado, asesinado y desaparecido a miles de colombianos.

Aquí no estamos en un festival de buenos y malos. Estamos tratando de solucionar una tragedia de muchos años, en la que el Estado colombiano y la subversión tratan de cerrar un capítulo doloroso pagando un precio muy costoso. Nunca se va a conocer toda la verdad, ni tampoco las víctimas recibirán una total reparación.

Como en todos los procesos de paz que se han hecho en el mundo lo que se busca es parar el derramamiento de sangre, de dejar atrás las ruinas del pasado y del presente y edificar un nuevo futuro. Si se castigara a todos los que han tenido que ver con esta guerra, la mitad de Colombia iría a parar a las cárceles.

Aterricemos. Lo que se busca no es llorar el pasado sino edificar un nuevo futuro. Duele, es cierto, pero es la amarga realidad y la única posibilidad de que Colombia cambie el rumbo.