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Antiguo 02-01-2013 , 22:00:10   #2
PEDROELGRANDE
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Predeterminado Respuesta: ¿Qué pensar un año después del 15-M y del resto de protestas ciudadanas en la calle?

Mi postura es justo la contraria: el capitalismo contemporáneo presenta todos los rasgos del capitalismo clásico. Se adecúa estrictamente a lo que se podría esperar de él puesto que su lógica ya no es rebatida por acciones de clase resueltas con éxito de forma local. Si tomamos, en relación con el futuro del Capital, todas las categorías predictivas de Marx veremos que es ahora cuando quedan plenamente demostradas. ¿No habló Marx del «mercado mundial»? Pero ¿qué era el mercado mundial en 1860 en comparación con lo que es hoy, eso a lo que hemos querido volver a nombrar, en vano, «globalización»? ¿No pensó Marx en el carácter insoslayable de la concentración del capital? ¿Cómo era esa concentración? ¿Cuál era el tamaño de las empresas y de las instituciones financieras en la época de esta predicción en comparación con los monstruos que surgen todos los días de las nuevas fusiones?

Durante mucho tiempo se ha objetado a Marx que la agricultura permaneciese en un régimen de explotación familiar mientras que anunciaba que la concentración alcanzaría con toda seguridad a la propiedad de la tierra. Sin embargo hoy sabemos que en realidad el porcentaje de la población que vive de la agricultura en los países llamados desarrollados (aquellos en los que el capitalismo imperial se estableció sin trabas), es por así decirlo, insignificante. Y ¿cuál es la extensión media de las propiedades raíces hoy en comparación con la que era cuando el campesinado representaba, en Francia, el 40% de la población total? Marx analizó con rigor el carácter inevitable de las crisis cíclicas, las cuales demostraban, entre otras cosas, la irracionalidad de base del capitalismo y el carácter obligatorio tanto de las actividades imperiales como de las guerras. Crisis muy graves han probado su existencia e incluso estos análisis y guerras coloniales e imperialistas lo han acabado de demostrar. Pero en cuanto a la cantidad de valor que se ha esfumado, todo esto no fue nada en comparación con la crisis de los años 1930 o de la crisis actual, y en comparación con las dos guerras mundiales del siglo XX, las feroces guerras coloniales o las «intervenciones» occidentales de hoy y de mañana. No ha sido hasta el empobrecimiento de enormes masas de la población, si tenemos en cuenta la situación en el mundo entero y no solo la de cada cual, que nos hemos dado cuenta de la evidencia.

En el fondo, el mundo actual es exactamente el que Marx, anticipándose de forma genial como en una especie de relato de ciencia ficción hecho realidad, anunció como desarrollo integral de las virtualidades irracionales, y en realidad monstruosas, del capitalismo.

El capitalismo confía el destino de los pueblos a los apetitos financieros de una minúscula oligarquía. En cierto sentido, se trata de un régimen de bandidos. ¿Cómo podemos aceptar que la ley del mundo esté regida por los voraces intereses de una camarilla de herederos y de nuevos ricos? ¿No es razonable llamar «bandidos» a quienes tienen como única norma el lucro, estando dispuestos, si es necesario, a pisotear a millones de personas amparándose en dicha norma? El hecho de que, en efecto, el destino de millones de personas dependa de los cálculos de tales bandidos es hoy tan obvio, tan visible, que la aceptación de esta «realidad», como dicen los plumíferos de los bandidos, es cada día más asombrosa. El espectáculo de los Estados patéticamente desconcertados porque una pequeña tropa anónima de evaluadores autoproclamados les ha puesto una mala nota, como haría un profesor de economía a sus estudiantes, es al mismo tiempo burlesco y muy preocupante. Por lo tanto, queridos electores, habéis instalado en el poder a gente que tiembla por las noches, como colegiales, al saber que por la mañanita los representantes del «mercado», es decir los especuladores y los parásitos del mundo de la propiedad y del patrimonio, les pueden haber puesto un AAB, en lugar de un AAA. ¿No resulta bárbara esta influencia consensuada de los maestros oficiosos sobre nuestros maestros oficiales, para quienes la única preocupación es conocer cuales son y serán los beneficios de la lotería en la que juegan sus millones? Por no hablar de que su angustioso sollozo se pagará con el cumplimiento de las órdenes de la mafia que siempre consisten en algo como: «Privaticen todo. Supriman la ayuda a los débiles, a los solitarios, a los enfermos, a los parados. Supriman toda ayuda a todos menos a los bancos. No asistan a los pobres, dejen morir a los viejos. Bajen el salario de los pobres y los impuestos a los ricos. Que todo el mundo trabaje hasta los 90 años. Enseñen matemáticas solo a los traders, a leer sólo a los grandes propietarios, historia sólo a los ideólogos a nuestro servicio.» Y la ejecución de estas órdenes arruinará en la práctica la vida de millones de personas.

Una vez más, el pronóstico de Marx es confirmado, incluso superado, por la realidad. Marx calificó a los gobiernos de los años 1840-1850 de «fundamentos del poder del Capital» lo que revela la clave del misterio: gobernantes y bandidos de las finanzas pertenecen al mismo mundo. La fórmula «fundamentos del poder del Capital» no ha sido exacta del todo hasta hoy, cuando no existe ya ninguna diferencia a este respecto entre los gobiernos de derechas, Sarkozy o Merkel y los de «izquierdas», Obama, Zapatero o Papandreou.

Por lo tanto estamos siendo testigos de un cumplimiento retrógrado de la esencia del capitalismo, de un retorno al espíritu del año 1850 que ha llegado tras la restauración de las ideas reaccionarias que siguieron a los «años rojos» (1960-1980), del mismo modo que los años 1850 fueron posibles por la Restauración contrarrevolucionaria de los años 1815-1840, tras las Gran Revolución de 1792-1794.

Sin duda, Marx pensaba que la revolución proletaria, bajo la bandera del comunismo, impediría este despliegue integral de horror que lúcidamente previó. Para él estaba claro, comunismo o barbarie. Los formidables intentos para darle la razón sobre este punto durante los dos primeros tercios del siglo XX hicieron frenar considerablemente y desviar la lógica capitalista, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial. Desde hace aproximadamente treinta años, tras el hundimiento de los Estados socialistas como figuras alternativas viables (el caso de la URSS) o su subversión por un virulento capitalismo de Estado tras el fracaso de un movimiento de masas explícitamente comunista (el caso de la china de los años 1965-196, hemos tenido el dudable privilegio de asistir por fin a la verificación de todas las predicciones de Marx relativas a la esencia real del capitalismo y de las sociedades regidas por él. Estamos metidos de lleno en la barbarie y nos vamos a hundir en ella. Y es que esta es conforme hasta en el más mínimo detalle con aquello que Marx esperaba que la fuerza del proletariado organizado impidiese.

El capitalismo contemporáneo, por lo tanto, no es en absoluto creador o posmoderno: creyendo haberse librado de sus enemigos comunistas, marcha por el camino que Marx trazó, continuando la obra de los economistas clásicos desde una perspectiva crítica, de forma general. Desde luego, ni el capitalismo ni sus siervos políticos son quienes despiertan a la Historia, si entendemos por «despertar» el surgimiento de una capacidad a la vez destructora y creadora que de verdad pretende salir del orden establecido. En este sentido, Fukuyama no estaba equivocado: el mundo moderno, habiendo llegado a su completo desarrollo y consciente de que debe morir –probablemente es lo que por desgracia ocurre en los episodios de violencia suicida– solo puede pensar en el «final de la Historia», del mismo modo que Wotan, en el segundo acto de la Walkiria de Wagner, dice a su hija Brunilda que sólo desea el fin.

Si hay un despertar de la Historia, no corresponde al conservadurismo bárbaro del capitalismo ni al empeño de los ******os del Estado conservar el aspecto impetuoso que hay que procurarle. El único despertar posible es el de la iniciativa popular en la que radicará la fuerza de una Idea.

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