Los colombianos, con todos los defectos que tenemos, siempre tenemos por delante el "por favor" y luego el "gracias". Al leer esta crónica lo recordé porque por más lejos que estemos de nuestro país y enfrentemos a diario otras costumbres, otras lenguas, otras maneras de vivir, siempre saldrán a relucir nuestras raíces colombianas con esas infaltables reglas de cortesía.

Lo bueno de Falcao es que en su esencia sigue siendo un colombiano, trabajador y luchador, con la diferencia de que, en la cima, lo sigue siendo por una razón, desde pequeño se acostumbró al triunfo y de ahí que las victorias cotidianas no lo marean, son algo natural, por ello no responde al dicho aquel de que "el que no ha visto a Dios cuando lo ve se espanta", porque lo ha visto mucho.

Siempre me dijeron desde pequeño que entre más alto llegue uno más humilde debe ser, porque a medida que va uno escalando la montaña, su panorama se agranda y ve que el mundo es mucho más grande de lo que se imaginaba y que en esa inmensidad uno apenas es un ser minúsculo. Por eso, los que están abajo, que sólo conocen su pequeño entorno, son los más soberbios, los más vanidosos, los más intolerantes.

El Tigre, un ejemplo de vida y creo que no haya tampoco ningún colombiano (con lo envidiosos que también somos) que no reconozca su valía como persona y como deportista.