Respuesta: El Coronel no tiene quien le escriba (Léelo acá no lo descargues) Cruzó por la calle paralela al río, y también allí encontró la tumultuosa muchedumbre de los remotos domingos electorales. Observaban el descargue del circo. Desde el interior de una tienda una mujer gritó algo relacionado con el gallo. Él siguió absorto hasta su casa, todavía oyendo voces dispersas, como si lo persiguieran los desperdicios de la ovación de la gallera.
En la puerta se dirigió a los niños.
—Todos para su casa —dijo—. Al que entre lo saco a correazos.
Puso la tranca y se dirigió directamente a la cocina. Su mujer salió asfixiándose del dormitorio.
—Se lo llevaron a la fuerza —gritó—. Les dije que el gallo no saldría de esta casa mientras yo estuviera viva.
El coronel amarró el gallo al soporte de la hornilla. Cambió el agua al tarro, perseguido por la voz frenética de la mujer.
—Dijeron que se lo llevarían por encima de nuestros cadáveres —dijo—. Dijeron que el gallo no era nuestro, sino de todo el pueblo.
Sólo cuando terminó con el gallo el coronel se enfrentó al rostro trastornado de su mujer.
Descubrió sin asombro que no le producía remordimiento ni compasión.
—Hicieron bien —dijo calmadamente. Y luego, registrándose los bolsillos, agregó, con una especie de insondable dulzura—: El gallo no se vende.
Ella lo siguió hasta el dormitorio. Lo sintió completamente humano, pero inasible, como si lo estuviera viendo en la pantalla de un cine. El coronel extrajo del ropero un rollo de billetes, lo juntó al que tenía en los bolsillos, contó el total y lo guardó en el ropero.
—Ahí hay veintinueve pesos para devolvérselos a mi compadre Sabas —dijo—. El resto se le paga cuando venga la pensión.
—Y si no viene... —preguntó la mujer.
—Vendrá.
—Pero si no viene...
—Pues entonces no se le paga. |