Respuesta: El Coronel no tiene quien le escriba (Léelo acá no lo descargues) Don Sabas no soportó más. Levantó el rostro congestionado.
—Cierra la boca un minuto —ordenó a su mujer. Ella se llevó efectivamente las manos a la boca—. Tienes media hora de estar molestando a mi compadre con tus tonterías.
—De ninguna manera —protestó el coronel.
La mujer dio un portazo. Don Sabas se secó el cuello con un pañuelo impregnado de lavanda. El coronel se acercó a la ventana. Llovía implacablemente. Una gallina de largas patas amarillas atravesaba la plaza desierta.
—¿Es cierto que están inyectando al gallo?
—Es cierto —dijo el coronel—. Los entrenamientos empiezan la semana entrante.
—Es una temeridad —dijo don Sabas—. Usted no está para esas cosas.
—De acuerdo —dijo el coronel—. Pero ésa no es una razón para torcerle el pescuezo.
“Es una temeridad idiota”, dijo don Sabas dirigiéndose a la ventana. El coronel percibió una respiración de fuelle. Los ojos de su compadre le producían piedad.
—Siga mi consejo, compadre —dijo don Sabas—. Venda ese gallo antes que sea demasiado tarde.
—Nunca es demasiado tarde para nada —dijo el coronel.
—No sea irrazonable —insistió don Sabas—. Es un negocio de dos filos. Por un lado se quita de encima ese dolor de cabeza y por el otro se mete novecientos pesos en el bolsillo.
—Novecientos pesos —exclamó el coronel.
—Novecientos pesos.
El coronel concibió la cifra.
—¿Usted cree que darán ese dineral por el gallo?
—No es que lo crea —respondió don Sabas—. Es que estoy absolutamente seguro.
Era la cifra más alta que el coronel había tenido en su cabeza después de que restituyó los fondos de la revolución. Cuando salió de la oficina de don Sabas sentía una fuerte torcedura en las tripas, pero tenía conciencia de que esta vez no era a causa del tiempo. En la oficina de correos se dirigió directamente al administrador:
—Estoy esperando una carta urgente —dijo—. Es por avión. |