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Los mejores licores
petición de la jefa

Soraya, un alto cargo de una empresa, preocupada por los deseos sexuales de su hijo, decide pedir a la más dotada de sus subordinadas que lo seduzca para que lo calme…

El corazón de Fabiola latía con mucha más fuerza de la que estaba acostumbrada, hacía meses que no se sentía tan excitada y todo por culpa de su jefa que le había hecho un encargo especial que la supondría un sobresueldo más que apreciable en su nómina mensual.

Todo había comenzado la semana anterior, cuando Soraya, su superior en la oficina, la había hecho llamar a su despacho. Fabiola, lógicamente, se presentó ante su jefa tan pronto como la fue posible y esta comenzó a hablarle sobre el despertar sexual de su hijo. Soraya era una mujer de unos 40 años de piel clara y bien cuidada, que la hacía parecer que tenía unos cuantos años menos, además era una mujer bastante bella de buenas curvas y pelo largo y rubio.

La conversación se alargó por unos cuantos minutos, en los que Fabiola en todo momento pensó que lo que su jefa deseaba era su consejo, ya que ella tenía dos hijos de 18 y 19 años que ya habían pasado aquella fase, pero se sorprendió cuando de repente Soraya le dijo.

- ¿Tú no podrías hacer nada para calmarlo un poco?

- Bueno de estas cosas supongo que es mejor que hable con su padre, o con su madre- dijo Fabiola rápidamente, pero Soraya rio de manera musical.

- Precisamente lo que quiero no es que hables con él- le dijo la madre- sino ir un poco más lejos- Fabiola se puso un poco roja al oír la proposición que le estaba haciendo su jefa.

- Yo no puedo hacer eso, sabe que estoy casada- dijo automáticamente.

- Lo sé, como también sé que tienes algunos problemas económicos que yo te podría ayudar a resolver si haces este trabajito- dijo la mujer medio sonriendo- Si te acuestas con mi hijo pago las matrículas universitarias de tus dos hijos- dijo mirando fijamente a Fabiola, diciendo directamente lo que deseaba de su subordinada.

- Pero… ¿Por qué yo?- preguntó la mujer sin poder creer que pensase en ella para satisfacer los deseos sexuales de su hijo.

- Últimamente estoy viendo que está mirando anuncios de contactos, y no quiero que la primera vez con una mujer lo haga con una puta- dijo- Te elijo a ti por varios motivos; primero porque sé que le gustas, tendrías que ver como te mira con disimulo, además el otro día encontré en su cajón una foto tuya- la mujer se puso un poco roja al saber que el hijo de su jefa se excitaba imaginándola- y segundo porque sé que eres toda una experta en el sexo, te he oído alguna vez comentar con otras compañeras la fogosa relación que tienes con tu marido y creo que serás una estupenda maestra para que mi niño dé los primeros pasos.

- Supongamos que acepto- dijo Fabiola mirando a su jefa- ¿Qué pasaría si después de su primera vez se obsesiona conmigo y quiere repetir?

- Le dirás que eres una mujer ocupada y que no tienes tiempo… o que me lo dirás a mí… lo que te parezca- dijo la mujer con media sonriendo al ver lo fácil que estaba siendo convencer a su empleada- Aunque si persistiese te remuneraría para que lo hicieses con él una vez al mes.

- Acepto- dijo Fabiola ya que sabía que si lo pensaba demasiado podría rechazar la oferta y necesitaba el dinero de manera imperiosa para poder dar a sus dos hijos el acceso a la universidad.

Después de aceptar la proposición de su jefa esta sonrió ampliamente y la dijo que le informaría en los siguientes días sobre la forma en la que actuaría para que aquello pareciese lo más natural posible…

Y allí se encontraba en aquel momento, con un nudo en el estómago provocado por los nervios que sentía, vestida con su traje de la oficina: una blusa negra, una camisa blanca debajo, y una falda también oscura, todo ello bastante apretado, marcándose bastante su trasero y mucho sus voluminosos pechos, que eran bastante más grandes que la media y cuando se ponía escote era observada con deseo por los hombres y con envidia por las mujeres.

Pese a que Fabiola ya había cumplido los 43 años se sentía una mujer atractiva y confiaba en sus encantos, era de mediana estatura, de tez clara y suave, pelo largo y negro y rostro agradable que unido a las hermosas curvas anteriormente relatadas la hacían sentirse segura de su misma para lograr seducir al imberbe hijo de Soraya.

Tal y como había pactado con su jefa, la mujer subió las escalera de la casa y se metió en el baño del segundo piso, que era donde estaba más cerca de la habitación de Ernesto, que así era como se llamaba su objetivo.

Fabiola comenzó a desnudarse mientras que iba llenando la bañera de agua, para echarla un par de chorros de champú para que esta hiciese espuma y pudiese relajarse durante unos minutos antes de que llegase el muchacho.

La mujer no se resistió a mirarse desnuda ante el espejo que había en la habitación, para asegurarse de que estaba todo su cuerpo en orden. Sus pechos estaban suaves y tersos, ya que aquella misma mañana su propio esposo se había encargado de sobárselos con crema con la promesa de Fabiola de tener sexo aquella misma noche, a la mujer le dio un poco de reparo pensar en su marido en aquella situación, nunca le había sido infiel hasta el momento, ya que ambos disfrutaban de un sexo más que satisfactorio, pero la oferta de Soraya era demasiado buena como para dejarla pasar por no hacer algo que adoraba hacer, como era tener sexo.

Una vez comprobó que su firme trasero tenía un aspecto y tacto agradable y su vagina estaba perfectamente depilada, a excepción de una rayita pelo oscuro que se alojaba encima de su sexo, perfectamente recortado, y que tan solo conservaba porque a su esposo le hacía unas agradables cosquillas mientras la penetraba.

Fabiola cogió la ducha una vez estuvo sentada cómodamente en la bañera, y recibió con placer un chorro de agua tibia sobre su cabeza. El contacto de aquella agua en la temperatura ideal hizo que la mujer gimiese de placer y acercase su mano a su sexo para calentarse: necesitaba estar muy excitada para hacer lo que se disponía a hacer en tan solo unos minutos.

Una vez consideró ya estar lo suficientemente caliente como para enfrentar la situación, salió de la ducha, contrastando la calidez del interior de la bañara con el frescor que se sentía una vez fuera. Aquel cuarto de baño no era como el de su casa, que después de darse una ducha todo se llenaba de vaho, este era tan grande que el vapor formando apenas llegaba a empañar el espejo, en que la mujer observó como sus pezones se habían puesto erectos.

A Fabiola le encantaba que sus pezones fuesen tan sensibles y se pudieran duros con tanta facilidad, motivo por el que no pudo resistirse a pasar sus dedos índices sobre las puntitas de sus pezones, haciendo pequeños círculos que repitió una y otra vez hasta que se detuvo en seco cuando escuchó las pisadas de alguien en la casa: no podía ser otro que Ernesto, el hijo de su jefa.

La mujer, que había dejado el pestillo sin echar, con la esperanza de ser pillada desnuda por el muchacho y así comenzar a tratar de seducirlo, caminó de puntillas sobre la alfombrilla del baño hasta que se sentó en el retrete y cogió su neceser para tenerlo entre las manos y hacer parecer que aquella situación era casual.

La mujer esperó sin hacer ruido a que la puerta del baño se abriese, estaba convencida de que si hacía alguna otra cosa, como secarse el pelo, que haría mucho ruido, el muchacho pensaría que era su madre y así el malentendido nunca podría darse.

Finalmente, después de unos minutos así, la mujer acabó por perder la paciencia y tirar por el plan B. Fabiola se sentó sobre el suelo del baño, con la espalda aún húmeda sobre la pared y gritó.

- ¡Ayuda! ¿ahí alguien en casa?- preguntó la mujer a voz en grito.

La mujer tuvo que repetirlo un par de veces hasta que finalmente escuchó las pisadas de Ernesto: sin duda alguna aquella era una casa muy grande, poco propicia para los malentendidos.

El muchacho, cuando llegó hasta la puerta del baño, y sin reconocer aquella voz como la de su madre, llamó a la puerta y pidió permiso antes de entrar.

Una vez Fabiola le dio permiso, el chico pasó, encontrándose a la madura y voluptuosa ayudante de su madre desnuda y sentada en el suelo. Ernesto era un chico algo más alto que la media, de piel algo bronceada, pelo corto y negro y de complexión normal, pero sus ojos le delataron cuando vieron a la mujer, era evidente que la dueña de la casa no le había mentido y su hijo realmente no había tenido experiencias con otras mujeres.

- Fabiola ¿qué te ha pasado?- a la mujer, que se cubría los pechos con las manos, le agradó que el muchacho supiera su nombre y no solo estuviese interesado en su cuerpo.

- Me dio un mareo y me senté para no hacerme daño- dijo la mujer mirando al muchacho fingiendo estar un poco desorientada- ¿me ayudas?

El muchacho cogió una toalla grande y envolvió con ella el cuerpo de la mujer, siendo esta un poco corta, Fabiola así lo había decidido para que Ernesto no pudiese resistirse a dejar de mirar su cuerpo en todo momento y con aquella toalla puesta lo iba a conseguir ya que solo cubría desde la mitad de los pechos hasta unos pocos centímetros por debajo de trasero.

Con la toalla tapando mínimamente las zonas más seductoras de su cuerpo, la mujer se dejó ayudar por Ernesto que tuvo más cuidado, con donde ponía las manos, de lo que la mujer esperaba, ya que en lugar de lanzar alguna de sus manos a sus pechos fue directamente a la zona lumbar de Fabiola, para con la otra mano agarrar el brazo derecho de la mujer y ayudarla a incorporarse con facilidad.

La mujer le susurró un gracias perfectamente audible para a continuación rodear con su brazo derecho la espalda del chico, pegando sus pechos a los pectorales de Ernesto.

- Perdona- se disculpó la mujer alzando la vista y encontrándose con la mirada del muchacho que evidentemente había clavado su vista sobre sus grandes y redondos pechos- es que no querría caerme - dijo fingiendo sentirse aún un poco mareada.

- No pasa nada- respondió el chico agarrando con firmeza las caderas de la mujer,- no dejaré que te caigas.

Fabiola sonrió agradecida y se dejó llevar por su anfitrión hasta la habitación del muchacho. El lugar estaba bastante desordenado, con algo de ropa sucia sobre una silla, un escritorio lleno de papeles y libros de texto, la cama medio hecha…

La mujer, que esperaba que el chico, ya dentro de su habitación se convirtiese en un muchacho más lanzado sorprendido de forma poco grata Fabiola, cuando salió fuera para ir a por su ropa, que había quedado en el baño.



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