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My Custom Emoticon Enterista :'El que no encuentra tiempo para leer, peor para él': Umberto Eco Calificación: de 5,00

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Por: DIEGO MAZZEI 27 de Octubre del 2012




Eco, en la biblioteca de su casa, en Milán. Es ese el lugar en el que se siente más feliz. Allí conserva algunos libros incunables.Foto: Daniel Merle / La Nación / GDA


El autor de la célebre novela 'El nombre de la rosa' habla sobre lo divino y lo humano.

Desde la plaza del Duomo, por la Via Dante, peatonal de negocios y cafés del centro de Milán, se llega al Castello Sforzesco, una fortaleza que los Visconti construyeron en el siglo XIV y que hoy alberga varios museos y hasta un evento de moda. Con vista a la historia, un edificio antiguo de interior restaurado muestra una puerta eléctrica. 'U.E.', dice el timbre, y la voz que contesta guía: "Segundo piso a la izquierda". La misma voz áspera recibe detrás de una sonrisa. Umberto Eco se anticipa e indaga en el idioma para dialogar. "¿Inglés o italiano? Mi español no es bueno", se excusa. Tiene un suéter fino color ladrillo; debajo, una camisa blanca a rayas y unas tirantas que sostienen un jean azul; mocasines negros y unos anteojos grandes que han leído vorazmente durante décadas.
Se ha dejado la barba nuevamente (se la había quitado porque decía que en las fotos parecía Genghis Khan enojado). Sostiene en sus labios un cigarrillo apagado. Hace ocho años dejó de fumar, y es la única manera que encuentra de aplacar la nostalgia del vicio. Se queja un poco. Un achaque, el nervio ciático lo tiene a maltraer. Pero a los 80 años luce vital e hiperactivo. "Disculpen que los atienda aquí, pero tenemos la casa un poco ocupada con los preparativos para una fiesta. Con mi mujer cumplimos 50 años de casados".
Su mujer es Renate Ramge, alemana, profesora de artes visuales, con quien se conoció cuando ella trabajaba en la editorial Bompiani, que aún hoy edita los libros de su marido. Este lugar es un paraíso para cualquier bibliófilo. La mitad de la casa funciona como su estudio. Todo tapizado de libros. Bibliotecas blancas, muy prolijas, con miles y miles de libros. Varias escaleras para llegar a los estantes más altos. Y el espacio de trabajo, con más y más bibliotecas. Y más escaleras. "Son aproximadamente 30.000 libros. Después, entre la casa del campo y mi oficina en Bolonia sumarán unos 50.000." En Bolonia está la Universidad, en la que ya no enseña, pero donde aún preside la cátedra de semiótica.
Eco ha sido un académico toda su vida. Publicó su primer ensayo en 1956, sobre Santo Tomás de Aquino. Su primer trabajo fue en televisión, cuando esta comenzaba. Ya se había licenciado, como filósofo, en estética medieval en la Universidad de Turín. Después ingresó en el mundo editorial, siguió estudiando, siguió investigando. Empezó a dar clases y nunca paró. En la mitad de su vida se decidió a escribir una novela que pensó que iría a parar al archivo de la Universidad y terminó siendo un clásico que aún hoy sigue vendiéndose a raudales en todo el mundo: El nombre de la rosa, publicada en 1980.
"Estoy seguro de una cosa. Si la hubiera escrito diez años antes o diez años después, nadie se habría acordado. Por lo tanto, hay ciertos momentos en que cierto libro va a responder a ciertas cuestiones. ¿Cuáles son en este caso? No estoy en condiciones de decirlo. Y el misterio es doble en el sentido de que hay dos dimensiones. Una es que el libro se ha promocionado a través del boca a boca. Y la otra es que este fenómeno se ha dado en Italia, Australia, México, en la India, en todos los países. Este fenómeno no puedo explicarlo, sino que miro a través de los ojos de los traductores. Un crítico italiano amigo mío ha dicho que los libros de sus traductores están mejor escritos que los suyos".
Eco trabaja compulsiva y metódicamente, aun a los 80 años. Para las novelas suele tomarse un tiempo. Ocho años para El péndulo de Foucault; seis años para las otras.
¿Obsesión? "Sí, porque quiero hacer el trabajo bien. Podría hacer una silla por día. Pero prefiero hacer sólo una por semana. Porque la parte más bella para mí es el período que paso escribiendo un libro. Y por qué debo apurarme cuando es el periodo más bello. Cuando busco la documentación, cuando veo una cosa y me detengo. Todo eso es la parte más bella. Cuando el libro está terminado ya no me importa nada. Pero los pobres desgraciados que hacen un libro al año no tienen este placer".
¿Vuelve a leer sus libros?
Sí, pero eso es otra cosa. Cuando digo la bella experiencia de construir un libro, quiero decir que la experiencia bella para una madre es estar nueve meses encinta, no el parto. Si tuviera que parir todos los días, sería tremendo.
Usted escribió en 'Confesiones de un joven novelista' que para escribir una novela exitosa tiene que mantener cosas en secreto...
Lo que digo es que en el periodo en el que estoy escribiendo no le digo a nadie lo que estoy haciendo. Es un placer mío. Lo cultivo para mí.
¿Ni la familia sabe?
No, nadie. Es cierto que una vez dije que el secreto del éxito es no aparecer jamás en televisión.
Eco nació y creció en Alessandria, en el Piamonte, pero desde hace muchos años su base está en Milán. En esta casa. En este estudio. Hay dos escritorios en fila. En uno trabaja por la mañana; en el otro, por la tarde. Cada uno tiene un computador. Sobre los escritorios acumula libros, sobres, papeles, dos cajillas de cigarritos Café Crème, una tarjeta de embarque a nombre de Umberto Giuseppe Eco, un pocillo de café ya bebido, dos teléfonos, una lupa, una libreta, una lámpara de pie que cae sobre los papeles. Más allá, otro escritorio es ocupado por una asistente. Fuera de charla, prima el silencio, aunque, si hay parlantes, en algún momento hay música. "Fundamentalmente amo escuchar música clásica. También escucho esa música que los americanos llaman de nostalgia, de los años 20 a 30. Cuando trabajo pongo un canal clásico o el canal donde se escucha a Frank Sinatra, Bing Crosby, las canciones de mi infancia. De la canción moderna diré que después de los Beatles no seguí tanto la evolución del rock, etcétera. Y toco la flauta dulce, cosas de Bach, Telemann", dice.
Ah, la tecnología... No utiliza Twitter. La cuenta con su nombre es falsa. Tiene un teléfono celular que usa sólo para llamar taxis. "Sin volverme un cretino que camina por la calle hablando solo. Estamos obsesionados por los medios de comunicación que, ciertamente, son uno de los males de nuestro tiempo. Son un mal como en un tiempo eran las epidemias. La peste. Así como mucha gente logró sobrevivir a la peste, también podrán sobrevivir muchos a los medios de comunicación".
Con tantos estímulos, Internet, la TV, las redes sociales, ¿cuándo encontramos tiempo para leer?
Aquí también hay una selección natural. El que no encuentra tiempo para leer, peor para él. Esto vale también para el mecánico de autos. Uso Internet y no me impide leer. Me gusta muchísimo ver televisión. Pero no es que me la pase 24 horas viéndola. Hay infinitos estímulos. Lo veo con mis nietos. Son llevados a leer menos libros porque ven mucho cine. Es igualmente educativo leer un buen libro y ver un buen filme. Son modos de crecer y de hacerse una experiencia. Naturalmente, depende de la educación: un niño que es dejado delante de la televisión por la madre para poder salir, pobre. Existen los niños a los que los padres vuelven estúpidos. Pero una persona que tiene interés y curiosidad puede sobrevivir al exceso de comunicación. Piense en la gente que está siempre con el celular. Yo lo tengo siempre conmigo y vivo muy bien.


DIEGO MAZZEI
La Nación (Argentina)

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