El problema no está en el qué sino en el cómo. Según el Centro Carter, el programa que gobierna las elecciones es automatizadoy, por ende, de una gran confiabilidad; por ello sus resultados se ajustan a la realidad de las votaciones. Capriles, por su parte, también lo avala al aceptar la derrota. Por tanto, no hay asomo de duda en que Chávez ganó con el 54% de los votos.

Lo censurable es el cómo se obtuvieron esos votos. Por supuesto, Colombia ni ningún país de la región, unos más otros menos, están exentos de estas prácticas: comprar el voto. Chávez utilizó en su propio beneficio los inmensos recursos del petróleo para comprar los sufragios a través de subsidios, de regalos, de puestos. Por poner un ejemplo, el Estado venezolano tiene más funcionarios que el gobierno de Estados Unidos, y la nómina de PDVSA se triplicó en los años que lleva gobernando al tiempo que disminuyó su producción de 3.5 millones de barriles diarios a 2.4.

El que la oposición venezolana haya sacado el 46% de la votación luchando contra la chequera inagotable de Chávez indica que el cambio se está consolidando. Chávez, inamovible años atrás, hoy apenas consigue sobrepasar la mitad de los votos y eso, derrochando dinero a manos llenas. El chavismo se hunde, es indudable, porque cuando un líder tiene que comprar lealtad, y a pesar de eso casi la mitad no se lo acepta, su futuro no pinta bien.