El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, ha hecho el anuncio público de la firma de un acuerdo de acercamiento entre su gobierno y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) para adelantar un eventual díalogo de paz.
La información disponible indica que el documento, firmado en La Habana bajo el auspicio de varios gobiernos amigos del proceso de paz –en particular Venezuela, Cuba y Noruega– aún no se ha revelado ni se conocen los puntos definidos por los negociadores de ambas partes. Sin embargo, ya ha trascendido que las conversaciones comenzarán el próximo 5 de octubre en la ciudad de Oslo, capital de Noruega.
Ese acuerdo, anunciado por el presidente colombiano, significa muchas cosas. La primera de ellas es el reconocimiento gubernamental del rotundo fracaso del empeño de los gobiernos de Colombia y de Estados Unidos por derrotar militarmente a la más importante y numerosa guerrilla colombiana.
Significa, igualmente, el reconocimiento del fracaso del Plan Colombia, ese perverso programa político, mediático y castrense ideado y financiado por Estados Unidos para calumniar, aislar, reducir y finalmente aniquilar manu militari a las FARC. El fracaso de una inversión estadounidense de millones y millones de dólares en modernos y sofisticados sistemas y equipos militares y de inteligencia que literalmente de nada sirvieron.
También ese acuerdo significa el estruendoso fracaso de la campaña puramente mediática, igualmente ideada y financiada por Washington, para acusar falsamente a las FARC de narcotraficantes y terroristas. La fuerza de los hechos, y no las calumnias transnacionales, han puesto las cosas en su lugar: las FARC son una organización guerrillera, revolucionaria, patriótica, antiimperialista e insurgente que pretende un cambio progresista del caduco modelo político y económico que rige en Colombia desde hace un siglo. Una organización que, como demuestran los hechos, cuenta con el apoyo (pasivo o militante) de vastos sectores sociales de Colombia, apoyo sin el cual, como lo prueba la historia planetaria, ninguna guerrilla puede sobrevivir. Y menos sobrevivir seis décadas como fuerza política, social y militar de la mayor importancia.
Y más todavía: luego de algunos éxitos parciales en la eliminación física, en el vil asesinato, de algunos dirigentes de la guerrilla, el anuncio de Santos evidencia asimismo el fracaso de los planes de asesinato de los jefes guerrilleros mediante el uso de ultramodernos dispositivos electrónicos y satelitales. La muerte de algunos compañeros ha enseñado a las FARC a sortear con éxito esos criminales recursos del invasor yanqui.
Frente a una guerrilla invencible en el campo mediático, e invencible en el ámbito militar, tanto convencional como cibernético, al gobierno colombiano no le ha quedado más remedio que buscar el fin del conflicto. No por gusto, sino por necesidad.
Pero la necesidad de poner fin al conflicto no es sólo del presidente Santos. También lo es de las FARC: un eterno empate no es una victoria. El fin de las hostilidades es condición imprescindible para lograr la plena independencia de Colombia y para mejorar las condiciones de vida de millones de colombianos, propósitos esenciales, hoy y hace seis décadas, del levantamiento guerrillero.
Para lograr la paz, algo tendrán que ceder cada una de las partes. Por cuenta del gobierno de Juan Manuel Santos un primer paso sería el desmantelamiento de las siete bases militares de Estados Unidos en territorio de Colombia y la inmediata salida de las tropas extranjeras, principal sostén de la guerra. El problema colombiano debe ser resuelto por los colombianos. Ya veremos si Santos lo entiende.
Por Miguel Ángel Ferrer