Denunciante Bronce
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Por: JUAN ESTEBAN CONSTAíN | 6:05 p.m. | 05 de Septiembre del 2012
Ustedes dirán que la noticia no tiene nada que ver con nada -como todas en este país de locos; deberíamos cambiar nuestro escudo por un par de ojos desorbitados; sería más exacto- y que yo sigo con la obsesión semanal de convencerlos de que no hay ficción que supere en truculencias a la realidad. Dirán que la noticia no tiene nada que ver con nada, mucho menos con la paz. No lo sé.
La vi antier aquí mismo: la historia de una presunta bruja antioqueña quemada viva como en el furor de la Inquisición. Se llamaba Berenice y, según la nota de Yeison Gualdrón, "le quitaron la ropa, le arrancaron su pelo y luego la quemaron". "Tras el crimen, los asesinos cogieron el cabello, las fotos y prendas de la mujer e hicieron una hoguera en el patio de su vivienda." Delante de sus perros que "ladraban la incineración".
Repito: no es un documento sacado de ningún archivo histórico, no se trata de un auto de fe desenterrado por Juan Antonio Llorente o Bartolomé Bennassar. No. Es una noticia más de la prensa. Ocurrió aquí, entre nosotros, mientras todos veíamos (seguro) Protagonistas de novela o alguna otra de esas miserias del jacobinismo contemporáneo, el Gran Hermano, el Noticiero del Senado. Realities: el envilecimiento como único camino hacia la fama y el olvido.
¿Tiene algo que ver la macabra noticia de la pobre bruja Berenice con el debate que ha suscitado en Colombia la apertura, otra vez -y esperemos que ahora sí para bien-, de los diálogos de paz entre el Gobierno y la guerrilla? Yo digo que sí y hablo muy en serio. Y no porque crea que ese es un augurio, santo cielo; ni tampoco porque insinúe que para que la paz funcione se necesita de artes y hechicerías, aunque nunca se sabe.
Pero no es en el hecho mismo de la quema donde encuentro la relación con todo lo demás que somos y nos pasa, incluyendo nuestra guerra y nuestras discusiones, sino en su valor simbólico como escena ejemplar (ejemplar y macabra, lo uno por lo otro) de nuestra historia y sus contradicciones y anacronismos. Y mientras no resolvamos esas contradicciones y esos anacronismos, no habrá paz que sirva ni acuerdo que la logre.
Sé que es un tema muy enredado, pero voy a tratar de explicarme; a ver si puedo aquí. Quizás uno de los mayores problemas de Colombia (que es el de todo el mundo hispánico, con matices y variaciones, incluyendo a la propia España, que por eso quedó en la ruina) está en ese conflicto permanente entre su mentalidad y sus estructuras medievales y también barrocas, y sus aspiraciones liberales y modernas que desde el siglo XVIII no han podido funcionar.
¿Por qué? Pues por eso mismo: porque todos -todos, aun los liberales, los progresistas, los ateos; ellos más que nadie-, todos aquí tenemos una visión del mundo que es feudal y dogmática, ejercida desde ideas y valores que no tienen nada que ver con eso: la democracia, el liberalismo, la tolerancia, en fin. Y uno puede ser de una manera o de la otra y asumirlo con orgullo y decisión, ni más faltaba, pero cuando las combina solo obtiene fracasos y bochornos.
Vivir siempre en el siglo equivocado; en el mismo siglo, por fuera del tiempo y de la historia. La peor versión de la eternidad, a la penúltima moda, demasiado tarde. Basta leer a los viajeros (Serret, la hermana María, Cané) por la Colombia de hace cien años: un país devorado por la guerra y la intriga, sin carreteras, hablando del progreso.
Iba a decir que deberíamos por fin cambiar de página, meternos en la historia. Dejar atrás el siglo XIX o por lo menos el XVI, que ya sería mucho. A veces toca civilizarse, qué hacemos. Ser liberales de verdad, aceptar que los demás también viven en el mundo. Lo pido yo que soy conservador.
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Fuente El Tiempo
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