Uno de los objetivos del expresidente Uribe cuando llegó al poder fue legalizar los ejércitos privados que comenzaron cuando los ganaderos de Córdoba, a través de Fedegán, crearon los suyos para enfrentar a las Farc y de paso recuperar valiosas tierras que estaban en manos de campesinos.

Como consecuencia de esta guerra, surgieron la AUC y un poco porque se les salió de sus manos el control, y otro porque había que pagarles sus servicios al haber desterrado a las Farc de sus haciendas, Uribe les agradeció con una legislación amañada que lavó sus fortunas y pagó sus deudas criminales con pocos años de prisión.

Cuando algunos jefes paramilitares amenazaron con hablar sobre el contubernio con esta derecha de ganaderos y bananeros, Uribe se apresuró a extraditarlos, al tiempo que se enfrentó al poder judicial para conseguir que 19.000 paramilitares fueran perdonados.

La guerrilla en cambio es la culpable de la muerte de su padre y para él es una cuestión de honor aniquilarla, sin importar si se lleva al país por delante. Como no pudo hacerlo en cuatro años, quiso hacerlo en ocho, y como tampoco pudo, hizo todo lo posible para que en otros cuatro tal vez lo lograra.

No lo pudo hacer, pese a sus muchos intentos de perseguir a las instituciones que le hacían frente, y seguramente, en caso de haberlo conseguido, habrían pasado otros cuatro, otros ocho, otros doce años y la guerra hubiera seguido.

Por eso hoy despotrica en la soledad de su feudo contra la nueva Colombia en la cual no tiene cabida. Su estrella se apaga, pero como las ratas de alcantarilla seguirá conspirando contra la democracia como lo hizo en los sótanos de la Casa de Nariño.