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Antiguo 15-08-2012 , 04:00:56   #4
jandresom
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Predeterminado Respuesta: Cuando Jaime Garzón no era famoso Por: Germán Izquierdo

En otra ocasión llamaron a Francisco Santos. Esta vez Garzón hizo el papel de un Belisario Betancur ansioso por formar parte de la Asamblea Constituyente: “¿Qué opinas de que me lance? ¿Qué consejos me das?” Le preguntaba. A lo que Santos contestaba: “Me parece perfecto, presidente. Sería magnífico tenerlo a usted dentro del grupo de constituyentes”. Al rato, Hernando Corral tomó el teléfono y le informó a Santos que quien le había hablado era Garzón. “Yo ya me había dado cuenta”, respondió Santos desconcertado, aún titubeando.

María Teresa Penazzo, esposa de Franco Ambrosi, también fue muy cercana a Garzón. Cuenta que lo conoció tras un incidente en el que Garzón casi se hace matar por andar en lo de siempre: bromeando. Un día Beethoven iba conduciendo su jeep Toyota por la calle 32 con avenida Caracas, cuando sigilosamente alguien se le colgó del carro y alcanzó a sobarle la cabeza metiendo la mano por la ventana del copiloto. Por puro reflejo, Herrera aceleró sin advertir que aquel tipo era Garzón. Lo atropelló, le estropeó las costillas y lo dejó inconsciente. Alcanzó a llevarlo al Hospital de la Hortúa, donde milagrosamente salió de peligro. Las conversaciones que él sostenía con María Teresa nada tenían que ver con política. Garzón la visitaba en su casa de Guaymaral, ella le enseñaba algo de italiano o hablaban de la vida mientras ella bañaba a su bebé. “Yo sentía que él quería vivir lo que mis hijos vivían”, dice.



Con Diego León Hoyos harían una pareja inolvidable en Quac, el noticero. Heriberto de la Calle solía lustrarle los zapatos a quien se lo pidiera.

El Rotundo Vagabundo constituyó una válvula de escape para Garzón. Conforme pasó el tiempo, las reuniones fueron cada vez más esporádicas. Garzón se convirtió en una figura pública y había adquirido nuevos compromisos. Pero nunca dejó de lado a Los Rotundos, porque allí, entre sus amigos, no tenía que ser el bufón ni el animador de reuniones ajenas. En una ocasión, años más tarde, le dijo a Myriam: “Me llevan a esas cosas como el payaso, y yo a veces estoy mamado y no tengo chispa y no me quiero reír”.

Volvamos a la Universidad Nacional. Sus compañeros coinciden al afirmar que Garzón no abrazaba ninguna ideología. Al principio, dice uno, “tiraba línea de izquierda”. Pero, por otro lado, con su mochila, un libro en la mano, la pipa en la boca y las gafas de marco grueso y redondeado, lo que hacía era caricaturizar el estereotipo del mamerto. ¿Quién era en realidad ese estudiante que podía construir un discurso al mejor estilo de Turbay Ayala y después hablar como insurgente? ¿Quién era ese que un día se vestía con falda escocesa y otro como un proletario de jeans y franela? ¿Qué pasaba por su cabeza? ¿Era de izquierda, de derecha? ¿Se identificaba con el poder o con la clase trabajadora?

Cuentan que en los salones de la universidad buscaba los últimos puestos y que más de una vez se sentó con los pantalones abajo para recibir la clase como si estuviera sentado en un inodoro. La disposición de torreón de las aulas hacía que los profesores no lo notaran. Vivía hablando de sexo. Echaba al aire frases como: “Yo le doy eso pero le meto esto”, “se me hace agua el pipí”, “nosotros los de pipí chiquito nos esforzamos más” y “el último que entra es el que queda”. No tenía recato. El periodista Antonio Morales, con quien luego Garzón trabajaría durante tres años en el programa de televisión Quac, el noticero, asegura que “le gustaban las mujeres en un sentido gregario de la manada”. El mismo Garzón se consideraba un “machista leninista”. Morales cree las mujeres que más le gustaban eran “las proletas”: “Tenía una amante que era cabo de la policía y otra, creo, atendía en una panadería”. Era impulsivo. Años más tarde, mientras conducía por el barrio El Chicó de Bogotá, vio pasar una mujer muy linda manejando. Decidió seguirla hasta cerrarla, se bajó de su carro y, acostándose en el asfalto contra las llantas delanteras del carro de la mujer, le dijo: “Si no me da su teléfono, no me quito de aquí”. Sus relaciones duraban poco, como poco le duraba también el enamoramiento.

La única mujer con la que tuvo una relación duradera fue Gloria Hernández. La conoció en una fiesta en 1983 en la que no pararon de reír. En el libro Cinco en Humor, la periodista María Teresa Ronderos cuenta que unos días después de que se conocieron hicieron un pacto que se fue renovando durante toda la relación. Ella era un año mayor que Garzón, divorciada, tenía tres hijos: Nelson, Alejandra y Susana. Cuando empezaron a vivir juntos, Nelson, el mayor, apenas tenía siete años. Garzón alcanzó a ser para ellos una figura paterna, un papá que les decía que “tenían que ser unos bacanes”. A pesar de sus amores fugaces. La mujer de la vida de Garzón fue Gloria. Su relación se mantuvo en las épocas de vacas flacas y en los posteriores momentos de fama y dinero. La llamaba ‘La Tuti’, ‘La Tuti Fruti’, porque, según él, era la única que reunía todos los sabores de la mujer. Solía decirles a sus amigos que Gloria era su columna, que a él le gustaba dar vueltas, perderse por un rato, salir con otras mujeres, pero siempre tenía que volver a Gloria, su compañera inseparable.

Corría el año de 1987 cuando Garzón decidió tocar las puertas de la campaña del entonces candidato conservador a la Alcaldía de Bogotá, Andrés Pastrana Arango. Llegó directo a la oficina de la gerente, Claudia de Francisco. “Hay un estudiante de derecho de la Universidad Nacional que quiere hablar con usted…”, recuerda Claudia que le dijo su secretaria. Ella le mandó decir que en ese momento estaba muy ocupada, que volviera al otro día. Efectivamente, allí estuvo de nuevo Garzón, quien, luego de esperar por varias horas para ser atendido, le envió una ingeniosa carta escrita a mano, con los bordes quemados con cigarrillo para darle aspecto de pergamino. Palabras más, palabras menos, la carta empezaba diciendo: “Su excelencia: os pido una audiencia a la mayor brevedad…”. Claudia lo hizo entrar. Le pareció feísimo ese tipo que se le sentó enfrente y le dijo: “Yo ya conozco lo que piensa la izquierda. Ahora quiero saber qué piensa la derecha”. Garzón se ofreció como voluntario para trabajar en la campaña de Pastrana. Ella le advirtió de que no tenían dinero para pagarle. A él no le importó y empezó a trabajar en el equipo de avanzadas, cuya labor era revisar que todo el perifoneo, los pasacalles, el sonido, la tarima estuvieran en orden y siempre listos para la llegada del candidato. Garzón era de los más entusiastas. No se bajaba la camiseta estampada con la cara de Pastrana; esa cuyo lema rezaba diciendo y haciendo. Llevaba sólo un mes trabajando cuando fue nombrado jefe de las avanzadas. Durante este tiempo, su capacidad de imitador se hizo evidente. En la noche, cansados después de largas jornadas de trabajo, los directivos de la campaña mandaban llamar a Garzón para que los hiciera reír un rato. Entonces él hacía una especie de show privado que incluía imitaciones de Julio César Turbay, Belisario Betancur y Álvaro Gómez. “En esa época comenzamos a descubrir su humor, su inteligencia y su irreverencia. Él no sólo imitaba las voces sino que construía un discurso coherente con el de cada persona”, recuerda Claudia. Eran las mismas imitaciones que luego perfeccionaría y que lo hicieron famoso en programas de televisión.



Garzón se sometía a largas sesiones de maquillaje para interpretar a cada personaje. Abajo, como el empresario Carlos Mario Sarmiento Ganistky.

Con el tiempo, Garzón entabló amistad con Claudia. “No puedo parar de analizar qué se puede hacer con este país”, le comentaba constantemente. Su cabeza no paraba de pensar. Comentan algunos amigos que se le dificultaba incluso dormir. Los llamaba sólo para conversar a horas tan absurdas como las dos de la mañana.

Garzón concibió una ingeniosa forma de publicitar la campaña de Pastrana entre los estudiantes de la Universidad Nacional. Sacaba del bolsillo unas tarjetas blancas, inmaculadas, sin nada escrito, una suerte de fichas bibliográficas, y las repartía diciendo: “Mire, vote por Pastrana. Este es el programa de gobierno”. Luego tomaba otra tarjeta y con un esfero le dibujaba un marco junto a los bordes: “Y este es el marco teórico”. De algo tuvieron que servir aquellas irreverentes estrategias de publicidad política.

A las 7:15 de la noche del lunes 18 de enero de 1988, diez hombres armados con ametralladoras y subametralladoras llegaron a la sede de la campaña de Pastrana. Al entrar, uno de los delincuentes gritó: “¡Quietos todos! ¡Al suelo! ¡Somos del M-19!” En sólo dos minutos desarmaron a los escoltas, sometieron a los empleados, cortaron los teléfonos y subieron al segundo piso para llevarse al candidato conservador. Al verlos, Pastrana soltó una frase que se volvió famosa: “¿Qué tipo de broma es esta?”. Lo agarraron por las solapas y lo encañonaron en la nuca con una pistola automática. Jaime Garzón, que estaba presente en el lugar, se tiró al piso y abrazándose a la pierna de uno de los secuestradores, exclamó: “Llévenme a mí también. Yo soy el jefe de giras y adonde vaya el candidato yo lo acompaño”. El hombre lo insultó y se lo quitó de encima con una patada. Los secuestradores eran en realidad enviados del Cartel de Medellín y se llevaron solo a Pastrana, en un automóvil Mazda forrado con los afiches publicitarios de su propia campaña.

Una semana después, la Policía liberó a Pastrana y el impacto de la noticia dejó en sus manos del candidato conservador la lucha por la Alcaldía; su favorabilidad en las encuestas subió del 24% al 38%. Los diarios lo daban como el virtual Alcalde de Bogotá, muy lejos quedaron las aspiraciones de sus competidores Carlos Ossa, Ossa es otra cosa; y Clara López, la opción Clara. Fue el primer Alcalde de Bogotá en ser elegido mediante voto popular.


Última edición por jandresom; 15-08-2012 a las 04:03:39
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