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Antiguo 15-08-2012 , 03:53:33   #3
jandresom
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Predeterminado Respuesta: Cuando Jaime Garzón no era famoso Por: Germán Izquierdo

Félix María Garzón, su padre, era profesor de tabulación y tenía el don natural del humor. Le apodaban ‘Resorte’; era bien conocido entre sus allegados por la habilidad para imitar voces y gestos de varios cantantes famosos. Murió a los 38 años. El vacío de la figura paterna acompañó durante toda su vida a Jaime Garzón; siendo adulto solía decir que no quería llegar a los cuarenta años, pues le parecía inmoral e irrespetuoso vivir más tiempo que su padre. Tenía siete años cuando lo vio agonizar, ese recuerdo lo llevó a tomar la decisión de no tener hijos, temía que su propia historia se fuera a repetir.



De niño solía parodiar a sus compañeros y profesores. Luego imitaba a los políticos. Aquí, como Horacio Serpa.

Garzón fue un niño hiperactivo que metía las narices en todas partes, desafiaba a las alturas y se jugaba el pellejo a cada instante: una vez saltó a la calle desde la ventana del bus escolar en movimiento. También heredó los talentos de su padre. En el colegio imitaba la voz del rector para burlarse de los profesores y en los almuerzos familiares hacía lo mismo con políticos, profesores, e incluso con sus propios parientes. Su hiperactividad siempre fue un problema en las instituciones educativas por las que pasó. Del Seminario Menor lo echaron poco después de que el sacerdote Héctor Gutiérrez Pabón, quien era para él una especie de protector, dejara su cargo. Entonces ingresó al colegio Las Hermanas de la Paz, pero tampoco allí se aguantaron al niño Garzón que cada vez que le venía en gana imitaba perfectamente el pito del automóvil del rector para que abrieran el portón y pudiera volarse. Seis meses antes de recibir su grado de bachiller, las pacíficas hermanas le dijeron adiós. Fue el 4 de diciembre de 1977 cuando finalmente Jaime Hernando Garzón Forero se graduó como Maestro Bachiller de la Escuela Normal de la Universidad Libre.

Antes de llegar a la Universidad Nacional, Garzón había querido convertirse en profesor de física y tuvo un paso fugaz por la Universidad Pedagógica, pero sólo un semestre después esa idea se diluyó en su cabeza. A los 18 años, la edad del idealismo, cuando afloran las idea románticas de querer cambiar el mundo, se decidió por las causas revolucionarias.

Su ingreso al ELN, como casi todo lo suyo, fue bien singular. Para entrar en la organización debía estar, sosteniendo un aguacate en las manos, a las doce y media de la noche en la esquina de la calle 17 con carrera 10 y quedarse allí parado, dándole vueltas al aguacate en el aire, hasta que se hiciera presente un contacto de la guerrilla. La primera noche no vino nadie; la segunda, tampoco. Siguió así varias noches. Nada. Nadie salía a su encuentro. Pasadas dos semanas, tuvo la mala suerte de que se acabara la cosecha de aguacates; le fue imposible volver a conseguir uno. Decidió entonces ir al almacén Tía y comprar uno de juguete, en plástico, para seguir esperando en el frío nocturno del centro de Bogotá hasta que, por fin, apareció un emisario del ELN. Trabajó en una red llamada la PJ, con lo que la organización rendía un irónico tributo a los nombres más comunes y corrientes de la sociedad: Pedro y Juan. Durante el corto periodo que Garzón estuvo en la guerrilla, ejecutó labores menores como pegar panfletos en postes y calles y servir de mensajero. Fuera de la ciudad, estuvo incorporado al frente José Solano Sepúlveda, cuya zona de influencia era la región de los Montes de María, entre los departamentos de Sucre y Bolívar. En un artículo publicado por la revista Semana en agosto de 1999, el periodista Álvaro García dice que el inexperto subversivo nunca aprendió a manejar las armas. “Se desempeñó como estratega militar, un desastre. Entonces Garzón se convirtió en un inocente y despistado trovador guerrillero”, dice la nota. Su alias era ‘Heidi’, sí, como la niña de ojos saltones y mejillas rosadas que cantaba “abuelito dime tú” y corría por las colinas de los Alpes. Él era ‘Heidi’, la niña, pero la del monte.

A finales de los años ochenta, el ELN vivió un cambio conocido como ‘El replanteamiento’. Cuando Fabio Vásquez Castaño, jefe máximo del grupo guerrillero, abandonó el país, surgió una crisis interna. Nicolás Rodríguez Bautista, Gabino, lo reemplazó y se abrió así un espacio para la discusión acerca de algunas de sus prácticas bárbaras, particularmente los fusilamientos. “Se fusiló a mucha gente, especialmente a estudiantes y profesionales que se habían ido a la guerrilla muy ilusionados”, cuenta el periodista Hernando Corral, quien hizo parte de la misma red urbana del ELN en la que estuvo Garzón. El ojo inquisidor estaba puesto en los citadinos pues llegaron a representar una amenaza para los guerrilleros de mayor rango que no eran tan cultos ni tan formados intelectualmente como los primeros. Esta circunstancia creó un fuerte rechazo por parte de los guerrilleros hacia aquellos que veían como pequeños burgueses sin alma revolucionaria y de difícil adaptación a la vida en el monte. Eso costó muchos muertos. Con ‘El replanteamiento’ se disminuyó el excesivo militarismo y el estalinismo en el ELN y, algo fundamental, muchos de sus miembros salieron de la clandestinidad y rehicieron sus vidas sin temer represalias. Unos volvieron a terminar su carrera, los profesores regresaron a las aulas, volvieron a las fábricas los trabajadores. Cuatro meses le bastaron a Jaime Garzón para darse cuenta de que el de las armas no era su camino.

En esa transición de apertura se conocieron Hernando Corral y Jaime Garzón. Se hicieron grandes amigos. Y junto con varios otros exmilitantes del ELN y simpatizantes de la izquierda, surgió El Rotundo Vagabundo, un grupo que se reunía en amenas tertulias en las que se discutía sobre la coyuntura del país, especialmente la política. Los rotundos de planta eran: Franco Ambrosi y su esposa María Teresa Penazzo, Alonso Ojeda, Irma Acevedo, Myriam Bautista, Hernando Corral, Beethoven Herrera, Humberto Vergara Portela y Jaime Garzón, de 19 años, una década menor que la mayoría de los demás intelectuales. Gracias al Rotundo Vagabundo, Garzón conoció personajes influyentes de la vida nacional. Parte de las diversiones del grupo era improvisar solemnes homenajes. Marco Palacios, Eduardo Pizarro, Francisco Leal y Rafael Pardo fueron algunos de los agasajados. Los Rotundos compraban zanahoria y apio, lo mezclaban con pasta y listo, ahí estaba la cena. La comida no era la mejor, pero los invitados siempre pasaban un buen rato, especialmente viendo a Garzón imitar a Misael Pastrana, a Alfonso López Michelsen y a Julio César Turbay, entre otros. A pesar de la diferencia de edad, él se destacaba entre todos por su buen humor y sus constantes finos apuntes. Según Myriam Bautista, “ese Garzón que luego vimos en Zoociedad era el mismo Garzón de nuestras tertulias”. Y agrega: “Siempre quiso estar cerca del poder, pero no era obsecuente con el poder”.


Registro de matrícula de Jaime Garzón.

El Rotundo Vagabundo fue para Garzón mucho más que en un espacio de tertulia; en ellos encontró una familia. Franco Ambrosi, Hernando Corral y Beethoven Herrera eran para él figuras paternales. Garzón quiso parecerse a Franco Ambrosi. Franco fumaba pipa, Garzón empezó a fumar pipa; Franco usaba chaleco y gorra, Garzón comenzó a vestirse de chaleco y gorra. Quería impresionarlo. Uno de los recuerdos más vívidos que Franco tiene de Garzón se refiere al día en que éste solicitó su amnistía en el Ministerio del Interior, hacia 1990, en el ambiente que se vivía cuando el Gobierno de Virgilio Barco firmó la paz con el M-19. Garzón se presentó como guerrillero desmovilizado ante el Ministerio. “¿De qué grupo es usted?”, le preguntaron. Él respondió: “Del MRV”. Y sin mayor interrogatorio, le concedieron su amnistía. “¿Y qué vaina es el MRV?”, le preguntó después Franco, sorprendido. “Pues Movimiento Rotundo Vagabundo”, le explicó Garzón con una sonrisa en la cara. ¡Plop!

Beethoven Herrera, quien fue profesor de Gazón en la Universidad Libre, recuerda: “Me impresionaba su inteligencia natural. No había leído mucho, pero tenía una chispa impresionante para hacer preguntas difíciles. Además, nunca caía en lugares comunes. Siempre fue un heterodoxo, un no alienado, un inconforme”. Garzón buscaba sus consejos, él lo sermoneaba seriamente, le pedía no meterse en algo que le pudiera traer problemas, y lo regañaba cuando lo hacía. Pero todo era inútil. Fue tal vez Beethoven Herrera una de las primeras personas en vislumbrar el fenómeno que se encarnaría en la persona de Garzón. Lo conoció cuando aún era un adolescente y creyó por algún tiempo que su irreverencia, su inusual inquietud mental, la capacidad expresiva de su cuerpo, su rebeldía, sus burlas pesadas, y el placer que experimentaba al confrontar la autoridad eran todas cuestiones de la edad. “Ya se pondrá serió”, pensaba. Pero no ocurrió así. Pasaron los años y Garzón fue cada vez más incisivo. Fuertes eran las discusiones entre ambos, el maestro y el alumno, el padre y el hijo. Garzón hacía lo que se le daba la gana: ya no se conformaba con las bromas de puertas para adentro, empezaba ahora a burlar las altas esferas del poder público. Aquella línea que separa la ficción de la realidad estaba para él completamente desdibujada.

Era frecuente que en las reuniones del Rotundo Vagabundo Garzón hiciera elaboradas imitaciones de políticos para hacerles bromas a los personajes más influyentes del país. Una vez, alentado por el grupo y haciéndose pasar por César Gaviria, llamó a Gabriel García Márquez y le pidió colaboración diciéndole que las conversaciones que en ese momento se estaban llevando a cabo en Caracas con las FARC y el ELN habían entrado en una grave crisis. El nobel aceptó interceder y Garzón (o Gaviria) prometió enviarle el avión presidencial al día siguiente para llevarlo a Caracas. Una hora después de la llamada, Enrique Santos, que en esa oportunidad departía como invitado del grupo, tuvo que comunicarse con García Márquez para contarle que todo había sido una broma. El escritor se molestó muchísimo, no tanto como su esposa Mercedes. Años después, un día en que García Márquez estaba almorzando en el restaurante El Patio, en la Macarena, Garzón se le acercó, vestido de mesero, para pedirle disculpas. Ante la cara de revólver de Mercedes, empezó a recitar de memoria páginas enteras del primer capítulo de Cien años de soledad y finalmente sus disculpas fueron aceptadas.



Última edición por jandresom; 15-08-2012 a las 03:58:22
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