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Antiguo 08-08-2012 , 17:52:12   #2
el_hitachi
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Kaffeetrinker 2 dos golosas con maldad(2)

Pero el desconocido continuó metiéndole la verga con calma, tomándola de las nalgas, resoplando con cada embestida que le daba. Sintió que a la vergüenza daba paso la curiosidad de sentirse invadida hasta lo más íntimo, disfrutada sin saber a quien entregaba su cuerpo, con sus nalgas en las manos de ese hombre que la conocía bien, sin que ella pudiera hacer nada al respecto ya que no sabía quien era el dueño de esa verga que ocupaba su sexo. Y a la curiosidad siguió el morbo. Al cabo de un rato sus movimientos pelvianos secundaron los de su amante y buscó ese rostro desconocido que besó apasionadamente.

Edith levantó sus piernas por encima de la espalda del desconocido y apresuró sus movimientos, sintiendo un deseo de sexo como nunca antes lo sintiera con otro hombre. Ambos cuerpos transpiraban copiosamente y buscaban fundirse en una cópula frenética. La locura sexual se había apoderado de Edith y sólo deseaba que este momento durara una eternidad, mientras su cintura iba en busca de la de su desconocido amante como intentando meterse toda la verga que fuera posible, apretando sus piernas en la espalda de él cuando sentía que tenía toda su barra de carne dentro. Estaba enloquecida de sexo. Ambos habían enloquecido.

Cuando el clímax estaba por reclamar lo suyo de Edith, cuando sintió que la excitación llegaba a su punto culminante y que lo único que importaba para ella era sentir esa verga dentro suyo, cuando un escalofrío de gozo invadía todo su ser, Ana le quitó la máscara.

Al principio se sintió deslumbrada, pero poco a poco una silueta se fue perfilando: la del padre de Mario que poseído por el deseo continuaba metiéndole la verga. Era su suegro que la miraba intensamente, con el rostro desencajado por el deseo, que la tenía tomada de las nalgas y metía y sacaba su verga de su sexo.

Ya era tarde para arrepentimientos. Las preguntas vendrían después. Ahora sólo podía pensar en acabar. Le miró a su vez y tomándose de sus hombros aceleró el ritmo de sus movimientos hasta que ambos eyacularon al mismo tiempo, en una suerte de conjunción de dos seres que recién están conociéndose verdaderamente y que funden sus vidas en un beso final que ella no hubiera imagino antes.

Una vez calmada su excitación, vino el momento de las confesiones y aclaraciones.

Ahora, explíquenme

Es que siempre te deseé, Edith

Eso es evidente, pero ¿cómo lo supo Ana?

Eso también es evidente, ¿no te parece?

¿Ustedes dos?

Sí.

Ana se acercó y mientras acariciaba sus senos le explicó que ella y su padre eran amantes desde que era adolescente.

Edith sintió que las caricias de Ana empezaban a hacer efecto en ella y con su suegro junto a ellas mirándolas con el deseo renacido, sintió que el morbo ganaba terreno apresuradamente. Recordó que el relato del incesto de Ana y Mario la había excitado grandemente y se imaginó que lo sucedido entre su cuñada y su padre debiera ser más perturbador.

No puedo creerlo

Tienes que creerlo, cariño

¿Y cómo pudo ser?

Ana comprendió que su cuñada quería que le contara su primera relación con su padre al igual como lo hiciera con su hermano. A Edith le gustaba imaginar las situaciones que le describían y así lograba excitarse en mayor grado.

La primera vez sucedió en la casa, estando ambos solos, cuando yo tenía diecisiete años de edad. Papá de un tiempo a esa parte me miraba con otros ojos desde que me viera masturbando en el dormitorio a donde entró sin avisar. Yo intenté disimular con las sábanas lo que estaba haciendo, pero no pasó desapercibido a sus ojos las actividades secretas de su niña.

A partir de entonces no perdía oportunidad de espiarme y yo me sentía encantada con el acoso, por lo que en la inconsciencia de mi juventud fui alimentando sus deseos con espectáculos que le tenían a mal traer, ya sea vistiéndome provocativamente o mostrándole mis piernas o senos cuando podía. Y cuando estaba en mi dormitorio y sentía que el estaba escuchando por la puerta, me masturbaba mientras emitía gemidos de placer que estaba segura el escuchaba. Esta situación era encantadoramente excitante y más de alguna vez logré el orgasmo pensando en mi padre tras la puerta espiándome. Pero mi excitación estaba desvinculada de su persona como progenitor sino que veía en él un hombre cuya proximidad despertaba en mí las fibras de mi erotismo. No era mi padre como tal el que me excitaba sino la presencia de un hombre que me espiaba y al cual no veía.

Mi actitud era torpe, ridícula, inocente y peligrosa, pero no lo ví así hasta que fue tarde.

Nunca me dijo nada, por lo que yo seguía confiada incitándolo sin pensar en las consecuencias de mi tonto proceder.

La tarde en cuestión él leía en su dormitorio y yo entré en busca de un libro. Iba con una minifalda corta a rabiar y una blusa transparente que reflejaba mis senos, pues andaba sin sostén.

Mientras mi padre leía acostado en la cama yo busqué en el librero que se encontraba frente suyo. En un momento determinado busqué en los anaqueles inferiores y al agacharme mi trasero quedó al descubierto y regalé a papá el espectáculo de mis nalgas al aire, pues tampoco llevaba puesta bragas.

Mi padre dejó el libro a un lado y con un brillo de deseo en los ojos me pidió que me acercara. Yo me senté en la cama, frente a él y comenzó a hablarme de trivialidades mientras sus ojos no se apartaban de mis muslos. Sin pensarlo mayormente y divertida por la expresión de deseo que veía en su cara, encogí mis piernas para quedar más cómoda y con ello el espectáculo que él tenía delante abarcaba hasta mi sexo desnudo al final de mis piernas.

Mientras me hablaba puso una mano en mis muslos y fue apretando poco a poco. Yo estaba pendiente de sus movimientos pero puse una cara de inocencia que le alentó a seguir adelante y fue subiendo lentamente su mano hasta llegar al final de mis piernas. La sensación de su mano entre los pelos de mi sexo fue tan exquisita que involuntariamente separé mis piernas, lo que fue mi perdición.

Mi padre cubrió mi vagina con su mano y uno de sus dedos se puso a la entrada de esta, pugnando por entrar. Ya no podía hacerme la desentendida y con cara de asombro le pregunté por lo que estaba haciendo. Pero ya era tarde para respuestas y mi padre destapó las sábanas y dejó al descubierto su verga inmensa que apuntaba amenazadora. Sus ojos desorbitados eran claro indicio de que nada podría hacer para que él no cumpliera sus deseos. Recién entonces pude entender la magnitud de mi proceder insensato, pero ya era tarde para arrepentimientos.

Se levantó y abriéndome las piernas puso su herramienta en mi sexo y empezó a empujar hasta que logró penetrar, arrastrando todo a su paso, incluida mi virginidad. Mis gritos y esfuerzos por desprenderme de mi violador nada pudieron contra su loco deseo de poseerme y continuó metiendo y sacando su verga repetidamente, sin pausa, hasta que me inundó con su semen en una explosión de orgasmo que golpeó lo más profundo de mi vagina.

Ya calmado, se fue al baño mientras yo lloraba en la cama por el ultraje al que había sido sometida por mi irresponsable actitud provocadora anterior. No podía reprocharle a él más que el haber sido débil ante mis insinuaciones; más bien debía recriminarme a mi misma por haber sido tan infantil y provocarlo de la manera en que lo hice. El reaccionó como cualquier hombre lo habría hecho al ver los espectáculos que yo lo daba tan irresponsablemente. Tarde lo comprendía.

El dolor de la violación fue desapareciendo poco a poco y en su lugar el recuerdo del momento vivido fue creciendo y con ello la sensación de que después de todo el dolor vivido quedaba un exquisito deseo de volver a sentir ese pedazo de carne dentro. Total, el dolor no podría ser tan intenso como la primera vez, pensaba. Probablemente no habría dolor la próxima vez sino el gusto del que tanto hablaban mis compañeras de colegio.

Mi padre volvió y me abrazó pidiéndome perdón por lo hecho, arrepentido de la debilidad que había tenido. Yo me abracé a él, pero como estaba sentada en la cama y él parado a un costado, su estómago quedaba a la altura de mi rostro. Me di cuenta de ello pero no me importó pues una idea empezaba a germinar en mí: quería ser violada nuevamente pero con mi participación activa. Quería sentir esas sensaciones maravillosas de que tanto me hablaban mis compañeras cuando en el baño del colegio nos masturbábamos unas a otras (una historia interesante de la que te contaré después, pues en esos días nació mi gusto por las mujeres, a las que disfruto tanto como a los hombres).

Apoyé mi cabeza en su estómago mientras me abraza fuertemente a él, para que sintiera mi cercanía y estimularlo para continuar lo que tan dolorosamente habíamos empezado. Como era lógico, la cercanía produjo el efecto esperado y mi padre tuvo otra erección, la que sentí de inmediato cuando su verga se apretó a mi pecho. Sin pensarlo dos veces abrí su bata y tomé su instrumento, el que al contacto se hizo de mayores dimensiones aún. Lo saqué a la luz y me entretuve viéndolo como crecía a ojos vista, apretándolo suavemente.

Me tumbé en la cama, abriendo mis piernas para recibir nuevamente la verga de mi padre en mi vagina. El me miró con agradecimiento y se sacó la bata. Se puso encima mío y me introdujo la verga que fue penetrándome lentamente y sin el dolor de la vez primera.

El sentir su trozo de carne en mí me llevó al paroxismo y empecé a moverme sin control, acabando tres veces antes de que él tuviera su segundo orgasmo. Y sin esperar a que se repusiera me apoderé de su instrumento y empecé a manipularlo hasta lograr que se pusiera enhiesto y me regalara nuevamente sus jugos después de explorar por tercera vez mi cueva ávida de sexo..

Esa tarde hicimos el amor incontables veces, hasta perder la cuenta de las veces en que acabé con la verga de mi padre. Y continuamos los días siguientes, cuando teníamos oportunidad para ello, enceguecidos por la pasión que se había apoderado de los dos. Al cabo de una semana, cuando fuimos a un hotel fuera de la ciudad, empezamos a explorar nuevas facetas de nuestra relación, la que se consolidó definitivamente cuando le entregué mis nalgas para que explorara mi región posterior y encontrara nuevos senderos para gozar.

Pero esta es una historia larga de contar y ya me cansé, así que por ahora déjame tener también mi cuota de sexo contigo y después continuaré respondiendo tus preguntas, que imagino son muchas.

Edith se acomodó pues la jornada iba a ser larga. Por una parte tenía muchas preguntas que debían ser respondidas y por otro lado había mucho sexo que disfrutar aún, tanto con su cuñada como con su suegro.

Pero cada cosa a su tiempo se dijo y abriéndole las piernas a Ana metió su cabeza para explorar su exquisita cueva de amor, que ya goteaba un preludio orgásmico, en tanto su suegro acercaba su verga a las nalgas que Edith le mostraba impúdicamente.

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